Uriel Quesada

 

Para tener una revelación, vení a los peores lugares

 

McDaniel College, Maryland (EE.UU.)

uquesada@mcdaniel.edu

 

Notas* Obras citadas


Hay libros que uno no recuerda cómo llegaron a nuestras manos. Simplemente están ahí, como escondidos en una caja o en los estantes del librero, esperando. Por ejemplo, hace algún tiempo descubrí que guardaba una antología editada por el norteamericano Paul Theroux1 titulada The Best American Travel Writing 2001. En el pasado yo había leído a este escritor, cuya obra en algunos momentos toca el tema de Centroamérica. Me ha interesado su novela The Mosquito Coast, sobre una familia norteamericana que decide abandonar la civilización y fundar un nuevo hogar en las selvas hondureñas. Basada en la novela, se filmó una película protagonizada por Harrison Ford2. Theroux es además un reconocido autor de libros de viajes, entre ellos The Old Patagonian Express, que narra un recorrido en tren desde Estados Unidos hasta Argentina, pasando también por el istmo centroamericano. En su escritura de viajes, Theroux combina cierta observación distante del entorno con información que recopila sobre los lugares de sus andazas y sobre otros viajeros que le han precedido. Él mismo procura ser un viajero erudito, alguien que ofrece a sus lectores una panorámica más compleja que el simple recuento de eventos en lugares desconocidos. Su escritura también tiende a ser auto-reflexiva, ocupando un lugar especial dos temas: el concepto de viaje y el ejercicio escritural en torno al acto de viajar. Theroux explora las relaciones texto-lector, las posibilidades creativas y culturales del relato de viajes y la manera en que la memoria articula el recuento de las experiencias vividas por el viajero.

En The Best American Travel Writing 2001 Theroux se ocupa de dos tareas. Por una parte coedita el volumen junto a Jason Wilson. Por otra, elabora una breve introducción en la que establece los criterios de selección de los textos. Aunque The Best incluye ensayos de autores como Salman Rushdie3 y Edward Said4, la visión de viajero escritor que propone Theroux es fundamentalmente anglosajona5. Distingue tres periodos históricos: El primero en el siglo XIX, que estaría caracterizado por una distintiva voz autoral que se constituye como uno de los elementos de atracción del relato. El segundo correspondería al periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, mucho más orientado al exotismo y al escapismo. El tercer periodo correspondería a la pos-guerra. Sus rasgos distintivos parecen estar vigentes aún en la escritura de viajes más reciente, como se verá enseguida.

La narración de viajes es para Theroux un constante ejercicio de reescritura. Al respecto anota: “Cada época ofrece sus destinos peculiares así como maneras propias de llegar a ellos. La obra de los viajeros siempre refleja esa peculiaridad6” (2001: xviii). Ningún lugar considerarse congelado en el tiempo. Por el contrario, cada lugar es al mismo tiempo algo reconocible y extraño. La permanencia y la novedad también caracterizan a la mirada del viajero. Los escritores de posguerra –grupo al que debería incluirse al mismo Theroux, aunque él no lo manifieste explícitamente– asumen un rol diferente y una nueva forma de escritura. Al lector se le presenta “un viaje de descubrimiento que es frecuentemente riesgoso, a veces sombrío, y con frecuencia horror puro aunque con un final feliz: ir hasta el infierno y regresar” (2001: xviii). Theroux intenta minimizar cualquier amago de exotismo en la visión del viaje. La mirada del narrador viajero debería tornarse más vulnerable, menos arrogante y quizás menos colonialista. Theroux insiste en el horror del viaje y la escritura como un testimonio de supervivencia. Sin embargo, ¿quién define la situación de horror? En algunos casos puede ser la naturaleza, la inestabilidad social o política del lugar al que se llega. En todos, sin embargo, hay una elección del viajero, la cual puede ilustrarse con la decisión misma de ir a determinados lugares, o con la forma de mirar y traducir a una forma de relato sus observaciones. Muchas veces es el viajero quien fabrica un mundo de horror que lo justifique, y ese espanto incluso puede convertirse en una variación de la mirada colonialista.

Algo similar ocurre con otra característica de que Theroux enfatiza en su introducción. En un momento afirma que “hoy en día se insiste, a todos los niveles de escritura, en lo confesional, y ello incluye las confesiones de viaje” (2001: xx). Curiosamente el autor vuelve a estar en el centro de lo narrado, quizás más vulnerable, o más bien estableciendo una nueva conexión con el lugar que visita. “Un tema dominante en la narrativa de viajes moderna es la auto-evaluación”, continúa más adelante, “no del país que se describe sino más bien del viajero. En muchos libros y ensayos, la escritura de viajes es una forma de autobiografía” (Theroux, 2001: xxi). Pero la literatura de viajes siempre se da en un contexto de descubrimiento de un otro, tanto geográfico como humano. Si la auto-reflexión es tan marcada como para convertirse en tema dominante, cabe preguntarse entonces cómo el lugar de exploración se transforma en una extensión de la vida y las búsquedas personales, sea por similitudes o por contraste, por mimesis o rechazo.

El primero de los ensayos incluidos en The Best ilustra las propuestas de Theroux y nos permite a la vez problematizarlas. Se trata de “As Long As We Were Together, Nothing Bad Could Happen to Us”, de Scott Anderson, un periodista norteamericano que ha escrito sobre distintos países y en especial sobre el tema de la guerra. “As Long” relata un inesperado recorrido por territorios de La Ceiba, Honduras, cuando Anderson es apenas un muchacho de 16 años de edad. El adolescente ha sido enviado por sus padres para que traiga de vuelta a los EE.UU. a su hermano mayor, Jon, quien supuestamente ha sufrido una herida con machete, y cuya gravedad se ignora. El motivo del viaje se convierte en una parábola del encuentro entre los hermanos –la relación hasta entonces ha sido distante, casi de desconocidos– y de cómo una situación límite permite crear un lazo que perdura por el resto de la vida.

La narrativa es compleja, pues se mueve en varios niveles temporales y espaciales, retratando la vida de los hermanos en un periodo que va de 1975 hasta 2000. Ni Scott ni Jon han tenido una vida normal, en el sentido burgués: un trabajo en una ciudad, una rutina predecible y una familia como eje de la estabilidad. Sin embargo, sería más apropiado decir que ninguno de los hermanos ha tenido una vida como la mayoría de los lectores, por lo que Scott y Jon como personajes excepcionales es uno de los atractivos de la narración. Los hermanos han superado innumerables trances, el primero que se cuenta con detalle ocurre en 1996 en las afueras de Sarajevo: Scott ha salido a dar un paseo y repentinamente se da cuenta de que ha entrado a un campo minado7, del que logra salir sin haber sufrido daño alguno. Las anécdotas de los peligros y la suerte que ha acompañado a los hermanos se repiten sucesivamente a lo largo del texto. El inicio de todo –llámese la vida poco común o el salir airoso de múltiples apuros gracias al vínculo entre los hermanos—se halla en la experiencia vivida en La Ceiba. Así lo personal se presenta unido a un lugar y a un tiempo, pero esa relación lejos está de la complicidad o la complementariedad. Por el contrario, la región hondureña y sus habitantes son personajes pasivos que, sin embargo, proveen el clima moral y los riesgos necesarios para que se funde cierto tipo de personalidad.

Uno de los retos que el ensayo le presenta al lector es formar una continuidad cronológica que dé sentido a los diferentes episodios de la vida de los protagonistas, y sobre todo que justifique la narración como texto de viajes. Poco a poco se puede ubicar el marco temporal y familiar en el que se han de desarrollar los hechos principales. Es el verano de 1975 en Gainsville, Florida. Los padres de Jon y Scott están divorciados y no hay muchos encuentros entre los miembros del clan familiar. De hecho la crianza de los hijos ha sido poco usual, pues ha transcurrido “de un país del Tercer Mundo al otro” (Anderson, 2001: 3). Tanto los hermanos como las hermanas tienen una veta aventurera que los ha empujado incluso a recorrer sin compañía lugares inusuales. Jon –al momento de 18 años— encarna al solitario proclive al peligro, desatento de su integridad y seguridad física, desdeñoso de lo material y las normas sociales, metido en problemas con la ley desde niño, confiado en su suerte. Después de haber pasado cierto tiempo en Honduras ayudando a un amigo a “levantar una casa en la costa caribeña” (Anderson, 2001: 4), su perfil se ha afianzado con una indumentaria particular –sombrero de paja, machete al cinto– y con distintivos rasgos físicos: Bronceado, musculoso, más rubio que antes (Anderson, 2001: 5). Scott, cuando lo ve por primera vez a su llegada a Honduras, no puede evitar la reflexión de que parece “un prototipo de Hollywood del explorador de la selva” (Anderson, 2001: 6).

Por el contrario, Scott se presenta como el prudente, el que obedece la norma social, toma riesgos calculados y sale avante no por cuestión de suerte sino por sus habilidades mentales y su cautela. Aunque muy joven, Scott es el personaje confiable, el equilibrio que se necesita entre razón y espíritu para echar adelante los eventos. La narrativa se plantea en términos de una oposición binaria. Los hermanos no solamente llevan dos años sin verse sino que esa ausencia no se extraña, ni hay un vínculo fraternal por defender. Aunque la relación con los padres tampoco parece buena, Scott no puede dejar de ser consecuente con el deber, con la letra de la ley y, por lo tanto, con el respeto a sus progenitores. Ellos han decidido que el muchacho vaya a La Ceiba a buscar a su hermano herido. ¿Por qué los padres no asumen ellos mismos la tarea del viaje, y por el contrario deciden enviar a su hijo adolescente? Tal pregunta no se aclara nunca y más bien los papás desaparecen del relato casi de inmediato.

La primera imagen que tiene el lector de La Ceiba se encuentra en una foto que Jon ha enviado a su familia. En el anverso Jon aparece en una playa de “aspecto roñoso” (Anderson, 2001: 3). En el reverso describe las actividades a las que se ha dedicado, entre ellas la recolección de cocos, y de paso menciona el accidente con el machete. El pie no está bien, sino hinchado, quizás con gangrena y hasta es posible que “haya que amputarlo” (Anderson, 2001: 3). Este truco narrativo prepara al lector para que La Ceiba sea un lugar espectacularmente horrible, un sitio primitivo y por ello mismo plagado de peligros. Scott llega a La Ceiba y su primera mención es de un bar, El París. La Ceiba como lugar que se observa está apenas esbozado por algunos rasgos que señalan la ausencia de elementos de confort y modernidad. El Paris, por ejemplo, “es uno de los pocos lugares La Ceiba con aire acondicionado” (Anderson, 2001: 5). El aeropuerto es “una minúscula terminal” (Ibid). La roña de la playa, el calor, la pequeñez, estos elementos sirven como preámbulo a las grandes conclusiones: “Más allá del sucio vidrio de la ventana”, dice el narrador, “estaba el parque principal de La Ceiba, una desmarañada placita con una estatua oxidada en el centro. Hasta el momento yo no había visto nada en Honduras que pareciera divertido” (Anderson, 2001: 6).

David Spurr, en su libro The Rhetoric of Empire (Spurr, 1993) analiza elementos narrativos recurrentes en distintas formas de discurso colonial. En principio me interesa detenerme en algunas observaciones de Spurr sobre la función de la mirada como un instrumento activo de construcción y ordenamiento (1993: 15) que reproduce la relación del narrador con lo narrado. Así el escritor se puede hallar por encima de los eventos (superioridad) o en medio de éstos (igualdad), o puede ubicarse desde una exterioridad. Spurr señala que al final la organización y clasificación de las cosas aparecen de acuerdo con el sistema de valores propio del escritor (1993: 16), y tanto el paisaje como los eventos quedan sometidos al poder del narrador (1993: 18). No es por lo tanto una mirada inocente, sino una con propósitos, que saca partido de lo que observa. El texto de Anderson tiene la intención de mostrar que ciertos cambios en las relaciones entre personas excepcionales solamente pueden darse en una situación limite. En este sentido, La Ceiba, por extensión el Caribe hondureño y más aún América Central, no pasa de ser una especie de set cinematográfico, donde un conflicto y una redención constantemente anunciados han de tener lugar. La Ceiba anuncia el destino de los hermanos, quienes dedicarán sus vidas adultas a cubrir noticias en “lugares peligrosos” (Anderson, 2001: 1), a escribir sobre “la peor gente y los peores lugares del mundo” (Anderson, 2001: 2). El narrador incluso llega a afirmar que en el futuro de ambos está escrito que “siempre [han] de terminar en lugares como La Ceiba” (Anderson, 2001: 7).

En“As Long” encontramos una manipulación del concepto de horror y también de la confesión, pues como veremos más adelante el final feliz corresponde a un momento de iluminación afectiva, pensamiento pragmático y acción. Una vez establecido el marco donde se dará la situación de horror, Anderson deja en suspenso la aventura en La Ceiba para contar experiencias de la vida adulta. En breve, reconocer el desarraigo propio y el de su hermano, la inestabilidad emocional de la vida en ciudad con sus horarios fijos y su aparente normalidad. Este periodo termina con la decisión de ambos de marcharse a explorar “los extremos más oscuros de la tierra” (Anderson, 2001: 8). Seguidamente la narración vuelve al Caribe hondureño. De vuelta en el tiempo al momento fundacional, Jon, quien a la postre se ha curado de sus heridas en el pie, le propone a su hermano explorar la jungla. “No hay caminos ni teléfonos”, dice con entusiasmo, “algunos han ido allá y nunca se ha vuelto a escuchar de ellos. ¡Tenemos que ir!” (Ibid.). Su idea es tomar el río Patuca aguas arriba hasta la última población, Awas, e internarse en la selva por senderos hasta encontrar una autopista que los lleve de vuelta a la ciudad. A la propuesta sigue una descripción adicional de La Ceiba: Los botes con sus marineros y capitanes y “los destartalados bares alineados a lo largo del muelle” (Anderson, 2001: 9). Scott, a pesar de su habitual prudencia accede a acompañar al hermano, como si a partir de ese momento se iniciara una simbiosis entre ambos. El ascenso por el Patuca, como en narraciones similares8 implica un choque entre civilización/ingenuidad y barbarie. Si La Ceiba no era otra cosa que un pésimo lugar, los siguientes poblados a los que llegan los hermanos se encuentran todavía en un estado mayor de fealdad y atraso. Brewers Lagoon, el primero de ellos, está descrito en términos de unos excusados construidos sobre pilotes adonde la gente sube a hacer sus necesidades corporales. Ver a las personas ir y venir es “la mayor fuente de entretenimiento” (Anderson, 2001: 10) para el narrador.  Brewers Lagoon es letargo, chavolas infestadas de mosquitos, pantanos y lluvia diaria. Es aburrimiento, que se puede consolar con la lectura de las novelas traídas con el equipaje. La ruta hacia Awas anuncia lo que ese poblado será: un puñado de chozas, indios misquitos –identificados, pero no reconocidos como individuos– y una pequeña tienda donde Jon pretende cambiar sus cheques viajeros. Esto último provoca un comentario del narrador sobre los intentos de su hermano de convencer al dueño del estanco para que reciba los cheques, sin lograr de él más que una mirada de confusión9. Los lugares que recorren los hermanos ejemplifican lo que Spurr llama “espacios negativos” (1993: 93). La mirada colonialista destaca ausencias –territorios vacíos, aunque también el vacío incluye las prácticas culturales, políticas y sociales– implícitamente comparando un mundo más civilizado con lo que la narrativa recoge del lugar visitado. Spurr usa ejemplos de varios viajeros, incluyendo Charles Darwin, para señalar cómo los espacios negativos justifican un supuesto derecho del visitante a colonizarlos. Las ausencias permiten la acción del aventurero, la apropiación del espacio e incluso de su gente.

Que lo hermanos Anderson se adentren en la jungla y encuentren menos y menos comodidades citadinas no debería sorprender a nadie. En la narrativa, sin embargo, se toma como ingenuidad –rasgo positivo del aventurero– lo que debería ser inaceptable en personas que han viajado toda su vida a lugares no convencionales. Brewers Lagoon y Awas son completamente invisibles como centros humanos. En preparación para el momento culminante de la aventura, tiene la misma importancia en la narrativa la observación de unas mujeres que lavan a la orilla del río Patuca –poco antes descrito como una corriente llena de barro– que la de unas rústicas balsas hechas de troncos atados unos a los otros. La posibilidad de continuar el ascenso, esta vez jungla adentro hasta la supuesta autopista se descarta por completo y no les queda a los hermanos sino esperar en Awas la llegada del siguiente bote de motor. La espera, sin embargo, puede tardar días. Scott y Jon se han quedado sin dinero, no conocen a la gente que los rodea ni tienen interés de conocerla. Entonces Scott, el prudente, experimenta los primeros síntomas de una transformación que conduce a una inversión de los roles entre él y su hermano. Scott se ha de convertir en el líder, en el aventurero de corazón, “capaz incluso de tener muy malas ideas” (Anderson, 2001: 13).

Lo que viene después es la típica lucha contra la naturaleza salvaje. Si bien los hermanos han remontado el río Patuca en un bote de motor, la única manera de regresar a La Ceiba de inmediato es tomar una de las balsas y lanzarse corriente abajo. Por supuesto que deciden hacerlo a pesar de los peligros. En un área especialmente turbulenta del río, el pie de Jon queda atrapado entre los troncos de la balsa y solamente una acción rápida y audaz de Scott logra que liberarlo justo a tiempo para evitar que un árbol caído en la corriente se lo dañe. Esta experiencia marca la lección moral del texto: la necesidad de un lazo familiar fuerte, de una solidaridad fraternal llevada a la acción. El recuerdo de cómo los hermanos pasaron del desinterés a la aventura compartida y de ahí al cuidado mutuo será permanente a lo largo de sus vidas.

La aventura en la selva hondureña no representa solamente el espacio/momento fundacional de esta relación entre hermanos y de un destino vital. Tiene además dimensiones proféticas. La región de La Ceiba resume y anuncia lo que el narrador entiende por “los peores lugares”. Por extensión, América Central es uno de ellos, tanto en lo geográfico como en lo humano. Cuando Scott comprende el peligro que corre su hermano en la balsa, reflexiona que “ya entonces entendía suficientemente bien a La Mosquitia para saber que una vez que las cosas empezaban a ir mal solamente podían empeorar”( Anderson, 2001: 16). Ese entender(se) es el clímax de la transformación, pues connota el estar alerta, actuar, ser agresivo, tomar las riendas de la vida personal e incluir en ella al hermano. Entender(se) como destino, como un mundo oscuro en el que sin embargo pueden sobrevivir individuos como el Scott y Jon. Además la secuencia de hechos desafortunados prosigue en América Central una vez que los hermanos han salido de La Ceiba rumbo a la civilización: Un pleito a machete en El Salvador y una erupción volcánica en Guatemala (Anderson, 2001: 17). Años después serán las guerras civiles (Anderson, 2001: 8) y los escuadrones de la muerte en la región (Anderson, 2001: 13).

En definitiva, “As Long As We Were Together, Nothing Bad Could Happen to Us” muestra que las características distintivas de la narrativa de viajes actual –según Paul Theroux– no excluyen otras de más larga existencia, de tal suerte que al final tanto el horror como la confesión no escapan de la mirada colonialista. En el ensayo en cuestión, el Caribe hondureño sirve exclusivamente como un fondo donde se desarrolla y justifica una visión de mundo que eleva a los protagonistas sobre el común de la gente. Lugares como La Ceiba o Awas, –adonde se ha llegado por decisión propia del viajero, no por un azar que los arrastra contra su voluntad– quedan reducidos a la invisibilidad, muy al estilo de las películas de aventuras de Hollywood.

Si la literatura de viajes anglosajona narra un periplo de ida y vuelta al infierno, “As Long As We Were Together, Nothing Bad Could Happen to Us” sería un ejemplo de cómo hasta el infierno puede ser diseñado según nuestro gusto y prioridades.

© Uriel Quesada


Obras citadas

Arriba

Anderson, Scott, 2001: “Long As We Were Together, Nothing Bad Could Happen to Us”, en: Paul Theroux y Jason Wilson (eds.), 2001: The Best American Travel Writing 2001. Boston y New York: Houghton Mifflin, 1-19.

Spurr, David, 1993: The Rhetoric of Empire. Colonial Discourse in Journalism, Travel Writing, and Imperial Administration, Durham y Londres: Duke University Press.

Theroux, Paul, 2001: “Introduction”, en: Paul Theroux y Jason Wilson (eds.) The Best American Travel Writing 2001. Boston y New York: Houghton Mifflin, xvii-xxii.

Theroux, Paul, 1979: The Old Patagonian Express. By Train Through The Americas. Boston y New York: Houghton Mifflin.

Notas

Arriba

vuelve 1. Paul Theroux nació en Massachussets en 1941. Ha escrito más de treinta libros, tanto de ficción como de no-ficción.

vuelve 2. The Mosquito Coast. Peter Weir, director. Paul Schrader, guionista. Intérpretes: Harrison Ford, Hellen Mirren y River Phoenix. Warner. 1986.

vuelve 3. Rushdie, Salman. “A Dream of Glorious Return.”

vuelve 4. Said, Edward. “Paradise Lost.”

vuelve 5. Tanto Said como Rushdie podrían representar un otro en virtud de sus temáticas, de su propia perspectiva de los espacios recorridos e incluso del uso de la memoria. Sus ensayos, sin embargo, fueron publicados originalmente en revistas de circulación masiva (The New Yorker y Travel & Leisure) para el mercado norteamericano.

vuelve 6. La traducción tanto de ésta como demás citas es mía.

vuelve 7. Es muy curioso el motivo de las heridas en los pies en el ensayo de Anderson. Como en las películas de acción, Scott se da cuenta de error de haber entrado a un campo minado cuando está a punto de pisar una mina semienterrada. Es el grave corte de un pie lo que provoca el viaje de Scott a Honduras, y más tarde es el peligro de que Jon pierda un pie lo que hace reaccionar a Scott.

vuelve 8. Una de las más significativas es Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas), de Joseph Conrad.

vuelve 9. La confusión es una característica del nativo ante el objeto de la civilización, en este caso el cheque viajero. Los hermanos, en general, no se confunden, no dudan, su mirada siempre es clara y positiva en tanto los lleve a alcanzar sus objetivos.


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