Ileana Rodríguez

 

Constitución de archivos naturales y culturales:
Sensibilidades científicas e ideológicas

 

The Ohio State University

rodriguez.89@osu.edu

 

Notas*

Bibliografía


Al leer el trabajo de los naturalistas franceses que viajaron al continente Americano en el siglo XIX, resaltan cuatro rasgos de interés, a saber: (a) el carácter de inventario que toman las narrativas al ir describiendo cada una de los objetos que encuentra su mirada, sean estos culturales o naturales;1 (b) el encuentro con los restos arquitectónicos de las culturas indígenas destruidos ya por la conquista, ya por el tiempo; (c) la sorpresa ante la pobreza y suciedad de las sociedades cuyos habitantes encarnan el sentido de lo grotesco-feo; y (d) el desencanto producido al constatar que el continente no es realmente el lugar ideal de inversión que les ha impulsado a viajar, puesto que lo feo, sucio, y pobre entumece el sentido de acumulación y matan las fantasías de la plusvalía. El primer tema constituye, en primera instancia, una toma de posesión retórica que, al correr de los siglos, conforma los archivos y fuentes que documentan la riqueza natural americana. El segundo es el fondo de valores estéticos donde se deposita lo aurático-bello, encarnado en los restos milenarios, “las ruinas” de las culturas indígenas. El tercero es la caja fuerte de ahorros que mediante una acumulación reiterada conforma la cultura genética (si se me permite el oxímoron) del racismo europeo. Y, finalmente, el cuarto, es el desfase entre las fantasías de riqueza fácil americana y la constatación de las dificultades que el medio social e infraestructural impone para su realización.

En este breve trabajo dedicado al relato de viajes centroamericanos de Arthur Morelet (1871), me interesa resaltar las re-configuraciones, esto es, cómo las cuatro variables conforman primero, el perfil de “lo americano” para lo europeo y, segundo, el perfil de “lo europeo” en y para sí mismos. Quiero también subrayar cómo los europeos mismos son incapaces de verse en el speculum de sus propias construcciones culturales y cómo transmutan sus observaciones e ilusiones desencantadas en ciencia. El dato recogido, mezclado con una sensibilidad suya muy desencantada, no sólo dibuja el perfil colonial del investigador sino que, mediante los ejercicios y prácticas de autoridad escolástica, se convierte en certezas para los grupos intelectuales locales, receptores del mismo, que imitan y reproducen esa sensibilidad europea al pie de la letra. La magia de esta transmisión radica en que, al aceptar la autoridad europea, los receptores americanos locales no son capaces de distinguir el dato “científico,” organizado en las largas listas que formaran las enciclopedias y genealogías de un saber natural sobre el que se erigirán las ciencias naturales, de las percepciones y sensaciones culturales a nivel personal. La convergencia de ciencia, sensibilidad, ideología y filosofía, o sentido común, se acepta a-críticamente como descripción “verdadera” de lo propio, y el disgusto y desencanto europeo se incorpora a la sensibilidad local al confirmar lo propio como diferente de y en contraposición a lo feo, sucio, y pobre—así funciona la hegemonía. Esto es, la ósmosis se realiza porque los cuadros locales se sienten representantes y herederos de lo europeo. En esto consiste el sentido del saber elite de los criollos gobernantes y letrados. Esta es pues mi tesis.

En lo que sigue voy a marcar dos momentos: (1) el de la constitución del “ser” europeo mediante las retóricas de lo romántico aurático, facilitado por la convergencia del esplendor natural con las “culturas milenarias” indígenas; y (2) el de la desorientación que sobrecoge al europeo al constatar la falta de genealogías y nomenclaturas para organizar los objetos, facilitada por el contraste entre los restos arquitectónicos de las culturas milenarias y las chozas que observan en los pueblos. Esto último produce una reflexión crítica de la relación entre trabajo, riqueza, cultura, suciedad, pobreza y desocupación.

 

Palenque: Momento estético, reevaluación del objeto, constitución del ser

La constitución retórica del “ser” está inscrita en un romanticismo aurático caracterizado mediante una soledad boscosa y el aparente aislamiento del mundo. Este “ser,” hecho de partidas y adioses, de aventuras, recopilaciones y contemplaciones de la naturaleza, de deserciones, desilusiones y desmoralizaciones, encuentra en estos bosques el sentido del mundo y espacio ideal para auto narrarse. Para Arthur Morelet, Palenque queda localizado en un espacio encantado, narrado como sigue: “Me encontré a mí mismo en una escena de esplendor, riqueza, y diversidad que excede en su belleza los sueños más disparatados de la más vívida imaginación” (1871: 67), lugar donde se detiene “embelezado y confundido… estáticamente absorto” (1871: 68). Lo que aquí ocurre es una coincidencia feliz entre “lo real” y “lo imaginado,” área de seguridad del “ser” cuando “lo extraño” y lo europeo-cultural encuentran un terreno en común. La vivencia de lo natural-cultural del “viejo mundo indígena” trasmuta lo natural en civilizado y el bosque encantado deviene banco de datos. Veamos:

“Pasamos quince días en las soledades de Palenque, la memoria de los cuales nunca serán borrada de mi memoria. Cazamos, pusimos redes para los animales más salvajes, recogimos plantas, conchas, mariposas, de las cuales habían variedades infinitas, sin que nunca nos cansáramos de admirar las bellezas de la naturaleza o de vagar entre las ruinas que han guardado tan bien su secreto” (1871: 99).

No obstante, el encantamiento no dura más que un instante puesto que la mentalidad recopiladora se perturba fácilmente al percatarse de la ausencia de criterios de clasificación. El resultado es una especie de sobre valoración de lo visto-vivido-experimentado, y el único recurso del vidente es la constitución misma del lugar de acuerdo a sus propios criterios de ordenamiento improvisados. Así las cosas, el naturalista que ve más y ve menos simultáneamente, se pega a los criterios del Romanticismo para reevaluar “las antigüedades” y “lo primitivo,” confundiendo lo uno con lo otro y haciéndolo aparecer en relaciones invertidas. La analogía es la figura retórica que permite a la vez convergencias y divergencias. La comparación de los bosques de aquí y de allá da cuenta de la ruta de su pensamiento junto a la de su sentimiento:

“A diferencia nuestra, ellos no se conforman en masas uniformes con líneas ondulantes, sino que parecen trazados contra el cielo en líneas quebradas a menudo fantásticas. Aquí vemos picos altos, curiosamente escasos en su follaje, esqueletos gigantes de bosques, y cerca, en agudo contrate, unas series de parasoles de verdura inmensos, sostenidos sobre tallos tan leves que parecieran suspendidos en el aire mediante un soporte invisible” (Morelet, 1871: 71).

Mas, lo romántico aurático se torna sublime cuando el sujeto pierde el sentido de dirección: “la floresta estaba libre de breñas, el terreno quebrado, un inmenso árbol, de tronco piramidal y brazos bien extendidos, sombreando una multitud de palmeras enanas del tamaño de nuestros helechos. Nos sentimos alarmados” (Morelet, 1871: 103).2 ¿De qué? ¿De dónde proviene ese sentido de alarma? Según toda indicación, el sobresalto surge de la percepción de “ídolos grotescos” (Morelet, 1871: 143), entidades mutiladas que quiebran la línea de continuidad y amenazan las fantasías del clasicismo romántico, imperio de la perfección. Confundido en sus criterios, llama a estas efigies ahora “preciosos monumentos,” ahora “esculturas americanas rudimentarias” (Morelet, 1871: 86). Su desorientación procede de la falta de criterios fijos, de la carencia de todo sentido historiográfico, de toda genealogía o sistema clasificatorio y de patrones de evaluación establecidos.

“Me sentí preso de un sentido de sorpresa y admiración que me clavó al lugar. No había tradición conectada con este monumento; ¡nada que me explicara su origen! Estaba ahí, de pie en el corazón de la soledad, en toda su majestad de eras pasadas…. A poca distancia al norte del palacio, agrupadas en prominencias aisladas, había otros monumentos, igualmente remarcables por la solidez de su construcción, la seria simplicidad de su arquitectura, y el misterio que los envuelve en sus propósitos primitivos” (Morelet, 1871: 88).

En total acuerdo consigo mismo, el verdadero mérito de bosques y “ruinas” es fustigar la inversión teórica, clasificatoria. ¿Se trata aquí acaso de construir suposiciones que desvaloren las culturas? ¿O de la construcción de las culturas indígenas como “ruinas,” “antigüedades,” aquello cuyo “pasado abre un ilimitado campo a la especulación” (Morelet, 1871: 89)? Cualquiera que fuese el propósito, el resultado es la composición de lo híbrido: “La imponente grandeza de estas ruinas; la majestad del bosque que las rodea; el casi taciturno silencio de los Indios; y la ausencia de tradiciones, han inducido la suposición de que son de gran antigüedad” (Morelet, 1871: 91). El caso es que el principal interés de estas piezas arqueológicas es la de ser transportadas y almacenadas en los museos franceses. Así, las esculturas americanas, cuyo mérito yace en su origen misterioso, al ser “transportadas a los corredores del Louvre, parecerán ser sólo los rudos diseños de gente sin cultura y los veré con frialdad e indiferencia” (Morelet, 1871: 88). Esto es, en el museo, todo retoma su propia dimensión.

Nomenclaturas sociales y naturales: La isla de las Flores

“Bien poco basta a una población cuya sola ambición es vivir sin trabajar” (208).

A pesar o, quizás, a causa de la falta de criterios, Morelet atraviesa los espacios recogiendo datos, objetos, hechos, y clasificándolos. Pasan por sus páginas las descripciones de marimbas, fandangos, tertulias, bailes y chirimías. No faltan la higiene y los hábitos de las comidas.

“[E]l choque de ciertas costumbres [tales como que] el mismo vaso…circula entre los huéspedes hasta que se vacía, mientras una cuchara alterna de mano en mano…. Ni las damas, después de la fatiga de la danza dudan en recuperar sus energías mediante la ayuda de un vaso de ron…encendiendo un cigarro del tamaño y fuerza suficiente para hacer asquear el estómago de nuestros más duros fumadores” (1871: 210).

No escapan de estas nomenclaturas los acontecimientos políticos, los descréditos a las victorias nacionales: “Palabras claves como ‘Humanidad y Libertad’ no vibran en estas orillas como al otro lado del Atlántico y en Norte América” (Morelet, 1871: 215). Los jefes políticos son deplorables. Rafael Carrera, comparable a Rosas de la Argentina, por ejemplo “surgió de las clases más bajas de la sociedad” (Morelet, 1871: 409). Fue sirviente, traficante de cerdos, bandido, jefe de guerrillas sanguinarias. Retiene el poder mediante el poder de la espada. Es inescrupuloso y obstinado “como sólo puede serlo un Indio.” Por demás, “es taciturno de humor, y violento y sanguinario de temperamento; no obstante, no carece de una generosidad calificada, y desde que devino ‘maestro de la situación’ ha usado su poder con moderación” (Morelet, 1871: 410).

Queda claro que sólo un ojo en extremo interesado y alerta puede notar los detalles y distinguir los usos y costumbres para valorarlos con propiedad, empezando por los productos agrícolas como el cacao, café, tabaco, vainilla, maíz, bananos, caña de azúcar y terminando por una industria risible y una tecnología rudimentaria. Tales son los productos de gente calificada como degenerada, bárbara, primitiva, ignorante, desocupada e indolente; tales las nomenclaturas vinculadas al provecho, la productividad, y el utilitarismo pragmático.

De entre estas nomenclaturas quiero remarcar dos: una se refiere a las artes plásticas y la otra a la arquitectura. Las vasijas encontradas en la urbanística maya constituyen un buen ejemplo de lar artes plásticas. Lo notable, en ellas, es que después de tantos años todavía retengan “trazos de pintura y barniz” (Morelet, 1871: 24), sin embargo, apunta que “la habilidad en el diseño, de la vieja gente de Yucatán, era muy atrasada, aun en la época cuando la arquitectura había alcanzado un grado notable de desarrollo” (Ibíd.).

El ojo experto define el atraso en contexto y por contraposición: esto es, arquitectura y vasijas. Si tiene o no razón y que tipo de razón le asiste no es tan importante como el puente que esta arquitectura espléndida tiende entre lo romántico-sublime y lo pintoresco-folklórico que caracteriza a la Isla de las Flores. Déjenme decir de entrada que este es un ejemplo perfecto que sirve de base a lo que algunos investigadores llaman lo nacional-popular, esto es, aquello que las clases gobernantes preservan de la gente en los museos; algo ya sin vida, petrificado, y carente de toda agencia que no sea la del ejemplo, la ilustración del momento, tornada en estética. De esta manera pasa al archivo de la letra la Isla de las Flores, en la que “las chozas más escuálidas, a esta distancia, presentan una apariencia pintoresca, los esbeltos palos de coco, desperdigados por la playa, parecen agrupados con gusto” (Morelet, 1871: 218). Pero no es el carácter fijo de acuarela lo que importa a Morelet sino, por el contrario, la paisajística es el puerto de entrada para resignificar lo cultural. De un lugar que tiene, calcula él, “dos habitantes por legua cuadrada” (1871: 231), dice:

“Por supuesto, en una pequeña comunidad en el desierto, gran avance no se puede esperar en las artes y en las ciencias. Lectura y escritura, y las tres primeras reglas de la aritmética comprenden la extensión de la instrucción a adquirirse en Flores…. La población entera es, por tanto, en un estado de casi increíble ignorancia; apenas poseen suficiente inteligencia para obtener de la forma más limitada los regalos de la naturaleza. El tabaco, por ejemplo, no es exportado…” (1871: 230).

Predomina en esta narrativa una perspectiva instrumental, utilitaria, moderna, que nota también la falta de puertos y caminos y rechaza la idea de un solo puerto, un solo río, y hace de la navegación el índice principal del comercio y progreso imposibles, perspectivas no-desarrollistas, no comercialistas de las culturas que visita. La idea de vivir sin trabajar, que cito al principio de esta sección, redondea la falta de sentido de progreso. Insisto en que es la extrapolación de lo antiguo a lo contemporáneo “moderno” lo que remarca la falta de prosperidad local evidente. Aquí las pretensiones culturales de distinción se obvian y, de hecho, el naturalista se substrae a sí mismo de su propia evaluación. No se hace responsable de colaborar con la misma cultura a la que pertenece. Por eso, el escrito carece de toda perspectiva auto-crítica y su juicio esta teñido ideológicamente, lo cual substrae valor de lo que él considera juicio científico. Los criterios descontextualizados se colocan dentro de la abstracción. Lo observado no está por tanto fuera sino dentro del mismo sistema de lo sustenta. Se nota que el sistema de clasificación también es desordenado puesto que algunas cosas caen en varios incisos. Reconozcamos que la falta de sistematicidad es propia al momento clasificatorio, pero también constituye la naturaleza del objeto observado. Es notoria la manera en que el naturalista distingue y separa, por ejemplo, la comida de las especies naturales, la cultura de la ciencia, la etnología de la historia, la ignorancia del provecho, como lo es la manera que encabalga la historia natural y política, la arqueología y la estética.

El ejemplo más conspicuo es aquél que se refiere a lo antiguo. Lo antiguo es lo cultural. Es también un tipo de mercancía estable, riqueza independiente al flujo de mercados y que ofrece seguridad, una especie de trust fund. El crítico cultural tanto como el naturalista y el historiador cultural es un coleccionista experimentado que avalúa. El crítico trata de negociar con las presencias locales pero está inmerso en sus propios valores culturales que lo enceguecen y aprisionan. Exactamente como lo hace en su papel de naturalista, Morelet sobrevuela el terreno, recoge, selecciona, observa, discierne, levanta un inventario y se lleva con él los especimenes de lo respetable. Lo que no puede físicamente transportar se lo lleva en forma conceptual, en forma de notas que constituyen el museo de lo imaginario que enriquecen el museo del imaginario europeo. Lo que las notas reclaman es conocimiento de la escena almacenado en múltiples maneras. Los paisajes constituyen un objeto extenso de cultura. Incluso la reiteración de incidentes pasados, tales como la historia de Hernán Cortes que en su paso por el istmo guatemalteco dejo su caballo herido para que sanara y fue convertido por los habitantes locales en objeto de “idolatría,” constituye una inversión escolástica, decidora de la ignorancia y extrañeza de los encuentros multiculturales y la prueba de la superioridad europea. El mapa que dejó la historia de la conquista sirve de guía por los territorios, es un mapa físico y conceptual. La repetición de la anécdota del caballo reitera la exploración de la misma área y de los pobladores que son enteramente diferentes a los que construyeron los monumentos.

Malos caminos y peores puertos, mal sistema de comunicaciones equivale a mal o ningún comercio, pocos productos y nada de dinero. Este es el leit-motif que ordena todos los aspectos del dato cultural recogido. Sus observaciones de nuevo se separan y aunque su juicio del objeto se localiza dentro del dominio de los modos de producción, la jerarquía establecida entre ellos logra que el progreso exprese solamente en términos monetarios. No obstante, su inclinación hacia la historia natural refuerza en Morelet su sensibilidad romántica que le permite apreciar la tranquilidad psíquica de economías de subsistencia menos intensas cuyas prácticas de intercambio contribuyen a la cohesión del lazo social y la armonía humana. Mi observación es que las economías de subsistencia, en cuanto modos de producción, permiten producir paisajes y no países en los que la miniatura y el primitivismo, lo pequeño placentero, la acuarela, temáticas todas pedidas en préstamo por la industria turística de hoy, promueven el placer en el descanso y lo visual-natural de un mundo creado por naturalistas, exploradores y arqueólogos.

Para lograr que el país sea paisaje, la acuarela debe rodear y determinar la representación. Aquí la geografía física y la historia natural son los dos elementos que completan el dibujo. La técnica en uso, lápiz, grafito o pluma y tinta china contribuyen a delinear los perfiles delicados de las cosas, que vacilitan la yuxtaposición del tamaño y la figura para sustentar la idea. Por ejemplo, en la ilustración de “La Laguna de Campeche,” las plantas y animales se sitúan en el fondo y su tamaño es inversamente proporcional al de la canoa que transporta cuatro personas. El sentido de perspectiva no establece de ninguna manera la proporción correcta entre los reinos vegetal, animal y social. Por el contrario, el ojo del naturalista traspasa al del etno-historiador rindiendo una idea minúscula de la gente. En la ilustración “La isla de Peten y el pueblo de Flores” se colocan en primera plana tres botes acarreando gente. Ellos sugiere la idea del transporte y la pesca. En el fondo, una inmensa montaña, que cubre la mitad del cuadro, la otra mitad está ocupada por el lago, son el marco natural de lo social hecho de casas minúsculas sugiriendo un pueblo. Algunas casa con techos de paja insinúan la presencia de gente indígena. En lo alto de la montaña se erige una iglesia y la casa municipal. En las orillas del lago vemos algunas casas. La vegetación es densa y agradable. La forma oval del marco de la representación pictórica de lo social mantiene fija la representación. La representación letrada y la pictórica no se corresponden: mientras una transmite gentileza, belleza, seguridad; la otra transmite irregularidad, estructuras miserables, arquitectura rústica. La visión de lejos y la de cerca tampoco se apoyan sino que se yuxtaponen. El contraste entre las ruinas antiguas de los Itzaes, “la ciudad indígena destruida hace un siglo y medio” que “era muy superior al pueblo de hoy, aunque estoy lejos de creer que tenía la importancia que le adscriben ciertos arqueólogos” (Morelet, 1871: 207) y la de hoy, son dos cosas bien diferentes.

La comparación negativa se establece entre los edificios imaginados y los reales, unos pertenecen a las culturas antiguas; los otros, a las presentes—ruinas y chozas son los términos que describen el contraste. Aquí las hipótesis antiguas vienen a sustituir la prestigiosa historiografía de los españoles porque la historiográfica se juzga en un caso en ausencia y en el otro en presencia de la arquitectura y su valorización. Comparada con las ruinas, estas chozas se caracterizan por su irregularidad, falta de comodidad, ventilación y luz. No hay belleza solo “unos cuantos árboles frutales…una ocasional planta de jazmín rojo, que crece algarete…puesta aquí y allá la furtiva sombra del pálido y pedregoso suelo, que casi ciega el ojo con su aridez resplandeciente ” (Morelet, 1871: 207). Por otro lado, no hay industria “ni tiendas ni artesanos; ni siquiera hay mercados” (Morelet, 1871: 207) El método de intercambio es de una cosa por otra; el dinero se obtiene solamente mediante la llevada de artículos de uso doméstico al mercado, por ejemplo, pan, chocolate, candelas, de choza en choza. A veces llevan una vaca a Belice y la cambian por mercancías inglesas. La acumulación es algo incomprensible como también lo son “todas las molestias que siguen las laboriosas fermentaciones del viejo mundo” (Morelet, 1871: 208). No hay especulación para adquirir riquezas; no hay ambición, pasión, sólo suficiente intercambio para la existencia misma. Ayudados por la fertilidad de la tierra, la posesión es sólo del suelo. La falta de mercados y la dificultad del transporte “justifica la indolencia,” y el “caer en el más abyecto estado de destitución, cuando la estación es tan mala como para interferir en sus cosechas.” La utopía es una en la cual “en vez de que los oídos de uno sean ensordecidos por el discordante sonido del martillo y el molino, se llenan constantemente de la armonía de los instrumentos musicales” (Morelet, 1871: 209). El mirto y la hilaridad marcan el ritmo de “una vida que se desenreda en el medio de una perfecta quietud y en completa indeferencia a lo que el futuro traiga” (Ibíd.). No existe del todo la idea de una historia hacia adelante que es la del progreso “Cada uno habiendo recibido el mismo tipo de educación y gozando en grado igual del privilegio de hacer nada, la mas perfecta igualdad existe en la sociedad, la cual no se molesta por las pretensiones de sus miembros ya sea por nacimiento, aprendizaje, o fortuna.” Difícil saber si esta frase es irónica o no. No obstante, el corolario es que en “Este país, que goza de perfecta quietud, y donde la gente vive en la profunda ignorancia de todo lo que sucede en el mundo, es el más hospitalario que jamás haya conocido” (Morelet, 1871: 216). En ausencia del utilitarismo, lo que predomina es la gentileza, la armonía y la ausencia de vanidad y de envidia. “Y en cuanto a mi toca [afirma el naturalista], retorno a la vida civilizada, con mi mente llena de recuerdos agradables, duraderos de mis aventuras en el gran bosque y las escenas sublimes casi no señaladas por intersecciones porciones del Nuevo Mundo. Todavía sueno con sus espléndidas noches tropicales, y a menudo oigo el rugir de sus ríos sin nombre en mis oídos” (Morelet, 1871: 413).3

© Ileana Rodríguez


Obras citadas

A00000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000rriba

Foucault, Michel, 2002 (1966): Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires: Siglo veintiuno editores Argentina.

Morelet, Arthur, 1871: Travels in Central America, including accounts of some regions unexplored since the conquest. Trans. Mrs. M. F. Squier, Introduction and notes by G. E. Squier. New York: Leypoldt, Holt & Williams.

Notas

Arriba

vuelve 1. Arthur Morelet. Travel in Central America Including Account of Some Regions with Stories Since the Conquest Estas esculturas americanas rudimentarias, cuyo mérito yace en su origen misterioso, al ser “transportadas a los corredores del Louvre, parecerán ser solo los rudos diseños de gente sin cultura y los veré con frialdad e indiferencia” (1871: 88). Michel Foucault (2002) señala que el propósito real del viaje es la recopilación de objetos que vendrán a engordar el cuerpo de las historias naturales y, a la vez, el exotismo de los países tropicales.

vuelve 2. The forest was free from undergrowth, the ground broken, an immense trees, with pyramidal trunks and widespreading arms, shadowed over a multituede of dwarf palms of the height of our fern trees. I became alarmed...

vuelve 3. As for myself, I returned to civilized life, with my mind filled with lasting and pleasing recollections of my adventures among the grand forest and sublime scenes of an almost untracked by deeply interseti n portion of the New World. I still dream of its splendid tropical nights, and often hear the roar of its unamed rivers in my ears.


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