Teresa Fallas

 

La Centroamérica de Amparo Casamalhuapa

 

Universidad de Costa Rica

teresaf@cariari.ucr.ac.cr

 

Notas* Bibliografía


“atrás quedaba no solamente la dictadura y el odio de los que
gobiernan entre mentiras con sus sacos de sangre y lágrimas
a la espalda, sino también su hogar, sus amigos, sus antiguos
condiscípulos y la lealtad de los humildes que habían arriesgado
su seguridad, en compensación a los sacrificios y esfuerzos de
ella, por mejorar al pueblo aterrorizado y miserable. Atrás
quedaba el anhelo frustrado y las esperanzas de un legítimo
triunfo democrático; atrás y quizás perdidos, todos sus desvelos
porque su patria fuera considerada y respetada, como lo eran
otras naciones de la tierra.” (Casamalhuapa, 1971: 87)

 

Los relatos de viajeras no son frecuentes en las sociedades patriarcales. Los viajes no son actividades propias de las mujeres por cuanto “viajar, descubrir, comerciar, colonizar son, en Occidente, cosa de hombres. Hombres que, al concluir o interrumpir sus viajes, regresan a un espacio doméstico en el cual la presencia sedentaria y segura de mujeres que esperan hace posible que el viaje masculino tenga una existencia real” (Rivera 39). Escrita la historia por hombres no es de extrañar que se retengan los nombres de viajeros famosos como Marco Polo, Colón, Magallanes y muchos otros. Respecto a las mujeres lo que ha trascendido es su condición de espera del regreso del hombre. Si bien los relatos de viajes de mujeres no son usuales, el desplazamiento femenino tiene su propia historia que, por lo general, confluye en Egeria, santa patrona de los trotamundos.1 A pesar de las reprobaciones sociales ha habido mujeres viajeras en todos los tiempos aunque sobre ellas pesan muchas sentencias como la que resume un refrán popular alemán que dice: “peregrina viajó, puta volvió” (Morató 14).

A esas sentencias patriarcales, se exponen las viajeras como lo comprueba la escritora salvadoreña Amparo Casamalhuapa en la novela autobiográfica El angosto sendero, texto que exploraré en este acercamiento como un relato de viaje. Esta obra, escrita en los años sesenta y publicada en 1971, se refiere a la Centroamérica de las primeras cuatro décadas del siglo XX. Durante este período la región centroamericana está sitiada por las dictaduras, la pobreza y las desigualdades sociales, producto de las políticas capitalistas. Así la enfoca en su ruta al exilio esta escritora que inicia su errancia en 1939, debido a la persecución política del tirano Maximiliano Hernández Martínez. Desdoblada en Rosalba, bosqueja la alta Centroamérica configurada por El Salvador, Honduras y Guatemala, países que atraviesa mientras intenta llegar a “la región del aire transparente”, como llamó Humboldt a México y lo reconoce Casamalhuapa en algunos pasajes de la novela.2 México se constituyó en la patria de las mujeres exiliadas quienes debieron abandonar sus propios países ante la persecución política, la intolerancia o la indiferencia social.3

La Centroamérica que bosqueja esta escritora en El angosto sendero es la que entra al siglo XX intentando dejar en el olvido las epidemias como la de la viruela negra, enfermedad de la que muere el padre de Rosalba, voz narrativa de la novela. Ese hecho le permite a la escritora visualizar una sociedad donde la incipiente ciencia comparte con la medicina popular como se aprecia en los medicamentos para curar esa enfermedad. Entre éstos “hacer una horchata del estiércol de bestia mular, bien azucarada, y tomarla como agua del tiempo” (Casamalhuapa 1971: 16). Aunada a la carencia de medicamentos está la ausencia de un centro hospitalario para tratar a los enfermos que son hacinados y aislados en el lazareto “una barraca hecha con tablones de madera sin pulir, a orillas del río” (Casamalhuapa 1971: 11). Es una época en la que las casas de piso de tierra están hechas de adobe y teja (Casamalhuapa 1971: 78) y abundan las plagas de pulgas, de chinches y de niguas (Casamalhuapa 1971: 81).

De las costumbres centroamericanas de principios del siglo XX comenta la escritora cuando hace referencia a los vendedores de baratijas en las ferias de los pueblos, al contrabando de aguardiente y a las “chicheras”; guardia que persigue a los contrabandistas. Describe costumbres cuando alude a la lectura de libros con licencia eclesiástica; a las apariencias conventuales de las mujeres solteras y viudas; a la recolección del agua en las nacientes; a las carretas y las mulas como medio de locomoción. De costumbres habla cuando critica a quienes esconden a sus hijas embarazadas mandándolas a pueblos lejanos o a otro país, al reiterar las labores de uno u otro sexo o cuando señala el hábito de rezar el rosario todas las noches. Comenta sobre las costumbres al enjuiciar los ritos iglesieros (Casamalhuapa 1971: 29); al indicar el Catecismo de Ripalda como el manual en el que los niños estudian la doctrina y al transmitir los relatos de aparecidos y las leyendas del Izalco y del cerro Chapantepec (Casamalhuapa 1971: 19). Repetitivas y cotidianas esas costumbres son eternizadas y perpetuadas como valores sociales en la sociedad de la época pese a que se comienzan a dar signos de transformación.

El paisaje recreado en El angosto sendero sigue la ruta del camino de herraduras por el que escapa Rosalba hacia México. En el viaje al destierro Rosalba encuentra distintos tipos de naturaleza. En su desplazamiento se percata “que la vegetación, hasta entonces muy de su propia tierra, casi había desaparecido para dejar sitio al follaje característico del roble” (Casamalhuapa 1971: 85). En otros momentos encuentra a su paso profundos barrancos y zonas desérticas hasta llegar a la montaña de pinos en la que los “más exigentes perfumistas de Francia y del Oriente habrían perdido el habla con sólo acercarse al misterioso aroma de aquella montaña” (Casamalhuapa 1971: 89). Con los pinos aparece también la manera de hablar de los hondureños; el habla de los otros, con los que Rosalba entabla un diálogo para ubicar una dirección:

“Ah..., bujca usted la Majcadera? [...] Puej camine recto y ay máj delante, como a cuatro cuadras, en una ejquina, junto a un pojte de la luz.” (Casamalhuapa 1971: 91).

En ese transitar de un paisaje a otro se constata el consumo del café en los territorios que atraviesa Rosalba; países en los que se produce este grano desde las últimas décadas del siglo XIX. Aunque en El angosto sendero son escasas las referencias a las costumbres alimenticias de la época, el hábito de tomar café es una práctica arraigada entre el pueblo. Lo ingieren en el desayuno, en horas de la tarde y para halagar a las visitas. Además es una bebida imprescindible para los viajeros como se aprecia en la lista de productos que Rosalba le indica comprar a su acompañante (Casamalhuapa 1971: 73). La necesidad de consumir café es tan grande que a Rosalba no le importa que falte la comida “con tal de que haya café caliente” (Casamalhuapa 1971: 79). En las relaciones sociales de la época es usual la pregunta “No gustan tomar una taza de café?” (Casamalhuapa 1971: 76), bebida con la que se agasaja a los visitantes. En los caminos también se prepara café por lo que, aquellos que se desplazan por la región, llevan los cacharros adecuados para preparar el brebaje como lo hace Rosalba en su viaje al destierro quien carga, entre otros trastos, “la jarrilla de hojalata y el bote de café” (Casamalhuapa 1971: 77). Tan enraizado está el consumo del café, en la Centroamérica de Casamalhuapa, que un medicamento analgésico preparado con ese producto circula en la región. Se trata de la cafiaspirina, tableta preparada con cafeína que sirve contra el dolor de cabeza (1971: 95).

La Centroamérica de Amparo Casamalhuapa es más que costumbres y paisajes. El angosto sendero es más que un retrato de época. En la Centroamérica que Amparo Casamalhuapa recrea en su novela el conservadurismo patriarcal comienza a ser socavado por mujeres como Rosalba quien irrumpe en el espacio público descartando la presunta sumisión femenina y sublevándose contra el padrastro, el cura y el tirano. Indiferente a las recriminaciones de unos y otros tampoco se inmuta cuando su madre desaprueba su comportamiento por traspasar “los límites que corresponden a la conducta de una señorita” (1971: 45). Autoproclamada librepensadora la escritora arremete contra los ritos iglesieros, como llama Rosalba a los preceptos religiosos; convencionalismos impuestos donde lo que importa es “la cantidad de limosna que se colocaba en el plato del monaguillo” (1971: 29).4 La crítica de Amparo Casamalhuapa va más allá cuando enfrenta a Rosalba con el cura, en el confesionario, para mostrar la connivencia gobierno-iglesia-gran capital porque, mientras ella confiesa sus pecados, desvergonzadamente

“la interrumpió el santo varón, que a pesar de sus virtudes tenía que obedecer órdenes de sus superiores: –dime, qué sabes de política?

–No sé nada padre, y aunque supiera algo de eso, no se lo diría a usted, porque eso no serían mis pecados ... contestó Rosalba con las mejillas encendidas de cólera y se levantó rápidamente del confesionario [...]

 Al llegar a su casa Rosalba dijo a su madre: “He ido a confesarme con el Padre Francisco. Y este señor en vez de oír mis pecados y absolverme o condenarme, me interrumpió para decir: ‘Hijita, qué sabes de política?’
... ¡Es tremendo, mamá, pero siento que esta será mi última confesión! [...]

Nunca volveré a confesarme. Empiezo a comprender que nadie se preocupa por el alma. Todo el mundo va tras del dinero, la posición social o la posición política [...] No trate de obligarme a ir a misa todos los domingos porque ya no creo que la liturgia de esta iglesia o de otra sea lo más importante en la vida de los seres humanos.” (1971: 30)

Enfrentada al sistema de dominación masculino no es de extrañar que Rosalba encare al gobernante Hernández Martínez quien comienza a hostigarla desde el momento en el que le prohíbe “al Sub-secretario de Instrucción Pública y al Alcalde de San Salvador que le dieran trabajo como maestra en las escuelas oficiales y municipales del país [...] porque la joven se había negado sistemáticamente a trabajar a favor de la reelección del citado tirano, desafiando repetidas presiones del Partido Oficial Pro-Patria” (Casamalhuapa 1971: 39). La persecución aumenta después que esta maestra escribiera y emitiera, en plaza pública, un discurso-homenaje a la memoria del general Gerardo Barrios, héroe al que contrastó con el dictador; un genocida “que hace siete años ordenó asesinar –en tres meses- a doce mil ciudadanos inermes para consolidarse en el Poder y que luego ha pisoteado la Constitución de la República y la dignidad de todo ciudadano honrado” (Casamalhuapa 1971: 66).5 A partir de ese hecho es acosada por “los orejas”, policía secreta de los sátrapas centroamericanos, no quedándole otra solución que el destierro o engrosar la extensa lista de “las desapariciones” (Casamalhuapa 1971: 43). La travesía hacia México la realiza por caminos de herraduras, a lomo de mulas, en autobuses y también en “trenesitos”, como califica Casamalhuapa a los trenes que corren por los rieles de tierras centroamericanas, al compararlos con los ferrocarriles mexicanos.

En la huida, única opción para salvarse de la cárcel o la muerte, Amparo Casamalhuapa encuentra otra manera de rebelarse y de innovar desde el momento en que Rosalba, voz narrativa de la novela, sabiendo que debe escapar por los caminos de mulas o de herraduras, exclama: “yo no sé montar como mujer” (1971: 73). De esa manera introduce una nueva práctica para cabalgar. Se vale de la usanza del varón y de la vestimenta de éste para montar a caballo lo que se traduce, momentáneamente, en “la disolución de las posiciones y los papeles. La desaparición de los papeles propios de cada sexo” (Prost y Vincent 2000: 182). Los nuevos modales femeninos generan el descontento del varón quien, detentador del poder, impone las normas de conducta y los valores en la sociedad patriarcal. De ahí la resistencia machista ante la nueva moda femenina que irrumpe en la sociedad centroamericana de esa época.6 La férrea oposición de los varones al nuevo estilo de cabalgar y de vestir de las mujeres se descubre en el pasaje que recrea Casamalhuapa cuando Rosalba se desplaza por Honduras:

“Más de una vez encontraron gente ‘de a caballo’, que miraba con hostilidad y censura a la muchacha montada como varón. En uno de esos encuentros un hombre ya maduro, con visos de patrón, dijo a sus trabajadores: –El día que yo llegara a Presidente de Honduras, dictaría una ley prohibiendo a las mujeres usar pantalones y montar a caballo como hombre.” (1971: 90).

Esas expresiones emitidas por un “patrón”, como califica Casamalhuapa al censurador de Rosalba, recrea el poder de dominación en las sociedades patriarcales, como a la que hacemos referencia. Ese hecho la induce a reflexionar sobre el papel del patriarca:

“Pobres hombres, –pensaba–, tan preocupados por las cosas triviales y de mera apariencia. Seguramente aquel señor que la había censurado [...] cuidaba de que sus hijas no vistieran ropas de hombre, pero ignoraba que su deber iba más allá [...] Pobres hombres y pobres también las mujeres que nacieran de tales padres.” (1971: 90-91)

En su huida Casamalhuapa percibe el descontento popular; un “malestar general que impregna todos los estratos sociales” (1971: 52), como consecuencia de la penetración, desarrollo y consolidación del capitalismo en Centroamérica. En El angosto sendero, Casamalhuapa denuncia la represión de los dictadores, la mancomunidad de intereses entre esos gobernantes y el gran capital y la consiguiente corrupción social debido a que “los puestos de Dirección de Bancos, Instituciones Armadas, de la Banda de los Supremos Poderes y de la Estación de radio, están controlados por extranjeros” (1971: 40). No es de extrañar que le preocupe la pérdida de soberanía de su país debido a que Casamalhuapa es seguidora de las ideas de Alberto Masferrer.7 En ese sentido se explican las aspiraciones que la acometen por cambiar la condición de total indefensión en la que viven los pueblos centroamericanos. Una situación dantesca como lo confirma el inventario que realiza de la región:

“Era terrible hacer estadística: setenta y cinco por ciento de analfabetismo más o menos; sobreabundancia de cantinas, indiferencia del veinticuatro por ciento de personas cultivadas, desnutrición en la mayoría del pueblo, prostitución, tuberculosis y niños pidiendo limosna, explotados por sus padres verdaderos o adoptivos.” (1971: 38)

Esas condiciones también las verifica rumbo al exilio porque Rosalba comprueba la miseria del pueblo centroamericano a través de los transeúntes que encuentra en el camino de herraduras. Entre las hileras de gente que llevan sus escasas mercancías a la plaza observa a los caminantes vestidos de harapos:

“a muchachas escuálidas que iban con rimeros de comales en la cabeza; a niños desnutridos, palúdicos, ayudando a sus padres a llevar las alforjas con su pobre comida; a viejos de tez oscura, con el cabello ralo, entrecano [...] Aquel tropel de siervos no conocía el alfabeto, ni sabía nada de la capital de su país, ni del gobierno dictatorial y petulante que se sentaba al banquete del mundo para representarlos y diz que para mejorar su destino ... (Casamalhuapa 1971: 75)

El título El angosto sendero es muy sugerente. La escritora recurre a distintos indicios para enfocarlo desde una perspectiva plural porque puede aludir a la privación en que viven los centroamericanos; a la estrechez de los caminos de mulas o de herraduras que serpentean por la región; lo mismo que a las reducidas actividades asignadas a las mujeres en la sociedad de esa época. Restringidas al espacio privado la irrupción de las mujeres en el espacio público va a significar la persecución del patriarca-tirano como lo constata Casamalhuapa, a través de Rosalba quien, obligada a huir de su país por el acoso del dictador, encuentra personas en el camino que le atribuyen una reputación dudosa. Ante la difamación Rosalba se rebela cargando “a la cuenta del tirano de su patria la vergüenza de ser juzgada [...] como una persona que comercia con su cuerpo” (1971: 80).

En El angosto sendero, Casamalhuapa cartografía a su patria y a Centroamérica, nombrándolas y enfocándolas de distintas formas. Si en algún momento El Salvador es “una sola costa bañada por el océano”, en otros lo observa como “un pedazo de costa” (1971: 44) o un “pedacito de la cintura de América” (1971: 57), para ser de seguido “el país más pequeño de América” (1971: 125) y contrastar su pequeñez con la “inmensa cárcel en que se había convertido El Salvador” (67). Es también la “Patria desgraciada” a la que el dictador impone “sus caprichos como si fuera propiedad particular” (1971: 64). Un “infeliz dictador que quiere rivalizar con sus congéneres de Centroamérica” (1971: 115). El posicionamiento en el propio país lo extiende a todo el Istmo, al que llama con afecto “patria grande” (1971: 82), “Patria centroamericana” (1971: 38), o con enojo “dormida Centroamérica” (1971: 34), por desatender las voces del maestro Alberto Masferrer. Inspirada en él la escritora se lamenta de la escasa difusión de las ideas de este humanista en un territorio que “está amenazado por el medioevo en pleno siglo XX” (115). Se duele no sólo del sufrimiento de su pueblo sino del que aflige a los pueblos vecinos porque mientras huye constata que el área está sometida “por los ¡Dictadores criollos”! ¡Gentes nacidas en Centro América para amargar la vida de los ciudadanos honestos!” (Casamalhuapa, 1971: 135).

La Centroamérica de Amparo Casamalhuapa es más que costumbres, leyendas, paisajes, hábitos de consumo y críticas al sistema de dominación masculino. La novela leída para esta propuesta como un relato de viajera, no es un retrato de época. El angosto sendero de Amparo Casamalhuapa presagia la guerra que se avecina en los países centroamericanos. Ese vaticinio se vislumbra en las denuncias que hace la escritora por la ausencia de justicia, democracia, libertad y equidad, en una región tomada por las dictaduras. Una región en la que se propaga el descontento popular debido a las políticas capitalistas aplicadas por las tiranías confabuladas, corruptamente, con el capital extranjero. El angosto sendero es una narración en la que se constatan las condiciones de pre-guerra en las que vive Centroamérica. Se presiente el conflicto bélico que la mantendrá en jaque, décadas después, al emerger grupos revolucionarios con exigencias sociales, políticas y económicas en el área.

© Teresa Fallas


Bibliografía

Arriba

Aparicio, Javier, 2006: “Londres de Virginia” en El Semanario Universidad, # 1674, 13 al 19 de julio.

Bourdieu, Pierre, 2000: La dominación masculina, Barcelona: Editorial Anagrama.

Casamalhuapa, Amparo, 1971: El angosto sendero, San Salvador: Tipografía Ungo.

Lars, Claudia, 2003: Tierra de infancia, San Salvador: UCA Editores.

López, Marta (compiladora) 2000: Mujeres fuera de quicio, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

Morató, Cristina, 2001: Viajeras, intrépidas y aventureras, Barcelona: Plaza & Janés.

Prost, Antoine y Vincent, Gerard, 2000: “Un código más sutil” en: Croci, Paula y Vitale Alejandra (compiladoras), Los cuerpos dóciles, Argentina: la marca editora.

Oreamuno, Yolanda, 1961: “México es mío” en: Oreamuno, Yolanda, A lo largo de un corto camino, San José: Editorial Costa Rica.

Pérez, Héctor, 1986: Breve historia de Centroamérica, México: Alianza Editorial, 1986.

Rivera, María-Milagros, 1995: “Egeria: El viaje”, en: Textos y espacios de mujeres, Barcelona: Icaria.

Simón, María del Carmen, 1993: “Mujeres Rebeldes”, en: Duby, Georges y Michelle Perrot (compiladores) Historia de las mujeres, tomo 8, Madrid: Taurus.

Yourcenar, Marguerite, 1992: Peregrina y extranjera, Alfaguara, Madrid.

Woolf, Virginia, 2001: Viajes y viajeros, traducido por Marta Pessarrodona, Barcelona: Plaza & Janés, Barcelona.

Notas

Arriba

vuelve 1. La historia de los viajes femeninos se inició desde los siglos I y II, según lo registran María-Milagros Rivera Garretas en Textos y espacios de mujeres y Cristina Morató en Viajeras, Intrépidas y Aventureras. Entre las pioneras destaca Egeria quien vivió en el siglo IV. Es la primera viajera que escribe relatos sobre sus peregrinaciones a tierra santa. Véanse fragmentos del relato de Egeria en la obra de Rivera Garretas.

vuelve 2. El alemán Alejandro de Humboldt es uno de los viajeros más famosos. En su recorrido por América nombró a México como “la región del aire transparente”.

vuelve 3. México se convierte en la patria de escritoras exiliadas como las costarricenses Yolanda Oreamuno, Eunice Odio y Carmen Lyra. El amor por ese país acogedor de las expatriadas se puede palpar en el relato de Oreamuno titulado “México es mío”. Escrito en 1944 lo publica en el libro A lo largo de un corto camino, págs. 163-169. México es además la patria de los escritores marginales como lo expresa el escritor chileno Roberto Bolaño en sus novelas Amuleto y Los detectives salvajes; dos obras en las que Bolaño explora la autoría descalificada: la de las escritoras y la de los escritores no consagrados.

vuelve 4. En “Mujeres rebeldes” María del Carmen Simón denomina librepensadoras “a las mujeres que desde la masonería, el espiritismo o los ideales republicanos unen sus esfuerzos para expresar lo que piensan, fuera de la ortodoxia [...] Son las precursoras de las que [...] militarán de forma activa junto a colegas masculinos en las filas socialistas y anarquistas (Simón 326). En Historia de las mujeres, tomo 8.

vuelve 5. Durante el gobierno de este dictador, que llegó al poder mediante un golpe de estado, se produjo una insurrección social en toda la zona cafetalera que convocó a indígenas y mestizos. En ese levantamiento se produjeron detenciones y fusilamientos de algunos dirigentes del recién fundado Partido Comunista Salvadoreño. En la represión resultante de la revuelta se produjo “un saldo de víctimas estimado entre 10.000 y 30.000 muertos. Tanto ese alzamiento como la represión sucedánea marcaron profundamente toda la historia contemporánea de El Salvador” (Pérez, 118).

vuelve 6. Esa usanza aflora en la Centroamérica de las primeras décadas del siglo XX como se puede constatar en las memorias poéticas de Claudia Lars Tierra de infancia quien comenta de sus cabalgatas al estilo del varón. Similar comentario hace Lucila Gamero Moncada en Autobiografía de Lucila Gamero de Medina, cuando señala los castigos corporales por montar los caballos y el velocípedo de sus primos como lo hacen los varones.

vuelve 7. Casamalhuapa dedica su novela a ese “mentor por antonomasia” como distingue a Alberto Masferrer, humanista del que hace una semblanza en la que recoge los calificativos más elogiosos: “ese maestro quizás venía del Oriente –como todas las cosas magníficas– a reclamar su puesto en el movimiento cultural del mundo. Tal vez por eso fue, peregrino insigne, enseñando la bondad y la justicia en nuestros climas, pues la belleza ya la traía dentro de sí.” (82).


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