Marcelo Rioseco

 

Asalto al Paraíso de Tatiana Lobo o la nostalgia de la transparencia

 

University of Cincinnati

rioseco@fuse.net

 

Nota* Bibliografía


Hay que ser varios para escribir.
Jacques Derrida

 

Probablemente a partir de Derrida la desconfianza en la palabra ha ido en aumento en el pensamiento teórico de Occidente. Si la palabra hoy día está bajo sospecha, entonces, la realidad del mundo también resulta sospechosa: ha perdido su estabilidad y su hegemonía. Ya no hay confianza absoluta en que el lenguaje dé cuenta de que aquello que se presencia sea conocimiento verdadero. Aunque el problema no es nuevo –el lenguaje jamás ha “tocado” al mundo real–, esta creciente desconfianza se ha extendido a la historia y, especialmente, a los discursos que la crean, la reproducen y la autoafirman. No sólo desconfiamos del presente, sino también del pasado heredado, del pasado que ha sido construido por medio de la escritura.

Esta duda, que también es un malestar, ha llevado a muchos escritores a desmantelar los discursos oficiales, a revisar sus estructuras verbales y ver qué encubren éstas, qué contradicciones encierran; a denunciar las operaciones retóricas que inscriben una realidad deforme en la memoria colectiva. Operación que se hace más necesaria en cuanto más alejado se está del centro productor de discursos. Escribir es rescribir. Y esta es, precisamente, la operación que realiza Tatiana Lobo en su primera novela Asalto al paraíso.

Ya desde el título de la novela de Tatiana Lobo se advierte (o se resume) la tensión que recorrerá toda la novela. Asalto y paraíso, dos términos antagónicos que sintetizan el choque entre dos maneras de mirar y apropiarse del mundo, la española y la indígena. Sin embargo, el título es engañoso, la novela ocurre a principios del siglo XVIII cuando la mirada utópica sobre América, que caracterizó los inicios de la Conquista, ya se ha desvanecido por completo. La idea de asalto aquí no apunta a señalar ni denunciar, mediante la ficción, los hechos históricos ocurridos en Costa Rica durante esa época, sino a proponer la escritura como un medio de asalto. Como lo ha señalado Barbas-Rhoden, “The entire text is the an attack –not just on our perception of history but on the very notion of paradise:” (134) Si la Historia es una suma de silenciosas postergaciones, la escritura –y en este caso la de Tatiana Lobo– se convierte en reescritura, que subvierte los discursos oficiales establecidos por la historia sin ser una acción reivindicativa del mundo indígena costarricense. Pero esta reescritura no es sólo un cuestionamiento a la noción de paraíso, es también la postulación de una manera de escribir. El proceso es también su propia definición.

No es infrecuente en este tipo análisis ceder a la tentación de demostrar que la reescritura de la historia, a través de la ficción, nos termina por presentar “la verdad de los hechos”. Operación que busca demostrar la visión logocentrista represora del discurso colonial. Tal operación, en mi opinión, es una inversión del discurso y una reducción de las obras de ficción a textos históricamente comprobables. Si bien, Tatiana Lobo llega finalmente a “deconstruir el discurso logocéntrico colonial” lo hace a través de un proceso de reescritura (el cual he denominado para este trabajo escritura como asalto), que es de una naturaleza radicalmente distinta a la que la crítica ha venido señalando hasta ahora en la novela de Lobo.

Para evitar caer en las reducciones que he señalado más arriba y mostrar qué tipo de reescritura es la de Tatiana Lobo, limitaré el campo de operación teórica sobre el cual quiero analizar la escritura de Asalto al paraíso, a la utilización exclusiva de las consideraciones propuestas por Derrida en “Freud y la escena de la escritura”.

Veamos algunas consideraciones preliminares. Primero, Derrida, apoyándose en Freud, escribe: “Como se ha hecho siempre, y al menos desde Platón, Freud considera la escritura como técnica al servicio de la memoria, técnica exterior [...] ”(24). La escritura es una técnica exterior y no la memoria misma. Segundo, la memoria no opera como un todo homogéneo en el cual se escribe un discurso1 también homogéneo, transparente y comprobable. Utilizaré en su reemplazo un concepto provisional, el de superficie de inscripción, para señalar ciertos procesos y los elementos asociados a estos procesos de escritura o inscripción. Tercero, las formas o procesos de inscripción que me interesan aquí son de dos tipos: Las huellas y las tachaduras. Las huella porque, al no ser permanentes, necesitan de formas de suplencia. De aquí obtenemos, la escritura como operación que sustituye no a la huella, sino lo que la huella deja, lo que le sobrevive. Por otra parte, en la escritura de las tachaduras –como lo ha visto Derrida– se revelan los blancos y las deformaciones donde convergen todas las metáforas de la censura. En resumen, la huella es rastreable; y la tachadura, visible. Ambas se abren paso, ambas revelan la violencia de las formas de inscripción. Derrida dirá:

Las huellas sólo producen el espacio de inscripción dándose a sí mismas el período de su desaparición. Desde el origen, en el “presente” de su primera impresión, aquéllas se constituyen por medio de la doble fuerza de repetición y desaparición, de legibilidad y de ilegibilidad. (28)

Cuarto, toda escritura –en el caso sólo de las huellas– , toda inscripción conlleva una operación temporal que es, a la vez, tres operaciones distintas: permanencia, sucesión y simultaneidad. Visto esto, lo que quiero proponer es algo bien distinto a lo que se ha venido haciendo en este tipo de análisis. Pensar el concepto de asalto como inscripción de una o una cadena de huellas en una superficie de inscripción determinada. Estos es, realizar otra analogía más a la ya practicada por Derrida al El bloc mágico de Freud. Ver que ha quedado o que se ha abierto paso a través de ella. “La huella como memoria no es un abrirse-paso puro que siempre podría recuperarse como presencia simple, es la diferencia incapturable e invisible entre los actos de abrirse paso.” (Derrida 11) Esto significa reemplazar las oposiciones binarias como antagonistas jerarquizados e interrelacionados, por superficies sobrepuestas ya sean inscritas, borradas o tachadas en una superficie de inscripción dada. Así, la superficie de inscripción de la huella es el tiempo y no la historia, el cual puede prescindir de la necesidad de ser escrito o de verse como un registro de la escritura basada en el signo lingüístico. Y esto es necesario para incorporar una mirada distinta a los aspectos orales y míticos de la novela de Tatiana Lobo. El tiempo nos permite uniformar las superficies de inscripción del mundo español con el indígena y viceversa. Y es en esta nueva superficie donde opera la huella, la tachadura y la supresión, originando historias disímiles.

Veamos los mecanismos de reescritura de Tatiana Lobo en la novela. Primero, la inscripción de huellas en superficies de inscripción distintas. Dos ideas del tiempo, dos cosmogonías distintas colapsan en Asalto al paraíso, la indígena y la española. La primera entiende el mundo de una manera lineal y finalista; la segunda, de manera circular e infinita. Así queda señalado al comenzar la novela:

Las cosas verdaderas están en los mundos inferiores: de allá abajo el hombre tiene su raíz; y también su cabeza, porque abajo regresamos a morir. [...] Ellos ordenaron el mundo al revés, tienen un único Dios en el cielo, y no ven que Sibú es imposible sin Surá. (Asalto: 9)

Y más adelante,

El círculo de la vida y de la muerte no tiene final; un eterno final es lo mismo que un eterno renacer. (Asalto: 10)

Ambos grupos no sólo inscriben huellas en distintas superficies, sino que, además, las huellas son de distinta naturaleza. Tatiana Lobo lo indica claramente mediante la escritura simulada del lenguaje indígena y el español. Lo primero que advertimos, entonces, al abrir la novela de Tatiana Lobo, es que la autora ha señalado explícitamente “la historia de las huellas” en la escritura de los títulos de los capítulos. Hay aquí una tachadura escondida, la del lenguaje español, la lengua del conquistador. La simulación del lenguaje indígena suple al verdadero lenguaje de los indios de Costa Rica. El mundo mítico-indígena es descrito con una prosodia, un ritmo y la sintaxis que nos recuerda las traducciones al español de antiguos textos mayas, presupongo que en este caso, se trata de textos maya-quiché. Ya el primer subtítulo así lo señala sin ambigüedades, “Pa-brú Presberé sueña con Surá Señor del Mundo Más Abajo.” (9) El segundo capítulo y con el cual se abre la historia del protagonista de la novela, Pedro Albarán, nos remite rápidamente a la tradición del Siglo de Oro español, “De los primeros días que pasa Pedro Albarán en un lugar de las Indios Orientales, cuyos habitantes se le antojan chismosos, lenguaraces y viperinos”. (13) Aunque la historia de las huellas en los títulos de los capítulos siguientes es desigual, en algunos hay una trasposición de superficies, de huellas mezcladas. En la página 147, Tatiana Lobo escribe:

De cómo Agueda Pérez de Muro ayuda a Pedro a reconstruir un pedazo de su vida tan impalpable como los sueños.

Segundo, trasposición de superficies y tachadura de la noción de paraíso. Como ha dicho Barbas-Rhoden, la novela es un ataque a la noción misma de paraíso. Y esto no sólo sucede por lo que parece más obvio, el arrasamiento del mundo indígena prefigurado en el prefacio:

En su libro, EL PARAÍSO DE LAS INDIAS, escrito en 1650, Antonio de León Pinelo sostuvo largamente que el paraíso bíblico se hallaba en América. Otros creyeron lo mismo, muchos salieron en su búsqueda, y entre todos se dieron el trabajo de arrasarlo. (7)

Sino porque la experiencia del infierno y el paraíso experimentada por Pedro Albarán está radicalmente invertida. Si normalmente el “otro” es el indígena (y en general cualquiera que represente o pertenezca a espacios subalternos o marginales), en Asalto al paraíso el otro, enfrentado a la otredad de lo Otro (el mundo indígena y la naturaleza), es el mismo Pedro Albarán. La noción de paraíso tachada aquí es la que había sido propugnada durante la Conquista, la América utópica. En este caso, enfrentamos los retazos de esa noción, los restos de una visión idealizada del territorio americano que se seguía manteniendo a comienzos del siglo XVIII en Costa Rica. Pedro Albarán es la figura invertida del conquistador. No se ha propuesto ir a Las Indias Orientales, ha llegado huyendo de la Inquisición. No busca fama; al contrario, se obstina en pasar inadvertido. No busca enriquecerse, sino sobrevivir trabajando en oficios de escasa importancia social o económica. Los indios no son otros a quienes subyugar, sino, al contrario se ve subyugado por un representante de ellos, la Muda. Es español, pero de origen moro, no es un cristiano viejo ni busca sociedad con los que habitan Talamanca. Nada más lejos de Pedro Albarán que la frase con la cual de Irving A. Leonard describe a los conquistadores, aquellos que buscan: “oro, fama y Evangelio”. En la operación de escribir su propia historia en Costa Rica, Pedro Albarán avizora en la Muda una superficie de inscripción que no es la suya, que es otra y que, al mismo tiempo lo fascina y hechiza.

Entonces Pedro advirtió que la muchacha tenía los ojos abiertos [...]. La mirada de la muda durmiente hacia el nadir lo fascinó; [...]. Le pareció que estaba sumergiéndose en un pozo de incalculable profundidad, fuente subterránea de donde emergerían sus sueños corporizados, extrañas criaturas desconocidas, misteriosos seres arcaicos, olvidados, relegados al reverso de las memorias colectivas [...]. (131)

Como la fricción de dos superficies en contacto (para continuar con la metáfora de Derridá), a Pedro Albarán no se le revela sino el brillo, la luminosidad de ese misterio, de ese mundo, pero sin poder inscribirse en él, simplemente lo entrevé. Lo ve, pero no puede “leerlo” ni menos “escribir en él”. De allí la radicalidad de su amor por la Muda. Un amor que obedece a una naturaleza distinta y no se ajusta a los códigos de inscripción conocidos. Es claro –como nota Barbas-Rhoden– que “she leaves no textual traces of her own” (138). Pero, me resisto a considerar a la Muda como “the subaltern women” simplemente porque sus huellas no son textuales. Al contrario, en la relación amorosa entre Pedro y la Muda, es él el subalterno y no ella. Él está subordinado a su misterio. Tatiana Lobo insiste en señalar que el misterio está en ella, es la Muda misma. Y esto me resulta de capital importancia, pues las huellas generadas por el amor entre ambos es lo único que aproxima ambas experiencias a un mismo plano, a una misma superficie (Juan de Alas y la Muda o Pedro Albarán y la Muda). Insisto. Los textos coloniales no pueden ser sino una referencia para determinar los procedimientos de reescritura practicados por Tatiana Lobo en Asalto al paraíso, pero no pueden ser considerados como la huella original. Veamos lo anterior ahora por contraste:

El cuerpo de la Muda era la puerta que lo conducía a un universo infinito. Agueda en cambio, se terminaba exactamente en el momento en que volvía a vestir su camisón y salía cerrando la puerta detrás de sí. Hacer el amor con la Muda era explorar el universo inagotable aún mucho después de la separación de los cuerpos. (285)

La comparación entre Agueda y la Muda radicaliza su visión, lo aleja del mundo español de donde proviene, pero quizás al que nunca ha pertenecido. Aunque el mundo indígena, incomprensible para él se revela como eje ordenador de la realidad. Pedro Albarán es un ser arrastrado hacia la Otredad –simbolizada por Gerónima–, como un pequeño satélite girando en torno a una estrella. Reveladoras son las implicancias que tiene la partida de Gerónima para unirse a la insurrección:

Todo se volvió una confusión. El horario solar que Gerónima había hecho respetar para todas las tareas, se dislocó, y las mañanas se hicieron breves porque la pereza y la desidia hicieron presa fácil de esos tres seres que parecía vivir por inercia al margen del destino. (211)

Pedro Albarán ha hecho el camino del infierno para llegar a una visión del paraíso. Como Dante ha ido con Gerónima en papel de Virgilio y la Muda como Beatriz, pero no ha llegado al paraíso, lo ha entrevisto y el misterio se le ha negado. Ausente Gerónima todo vuelve al caos y la confusión.

Tercero, las tachaduras, “lo que no se dice” y las nuevas huellas. De regreso de su experiencia infierno-paraíso, Pedro Albarán, tiene una larga conversación con Agueda. Es una conversación de amigos, pero las huellas del infierno ya se han inscrito en él, la superficie de inscripción de su propia historia no es y no puede ser Agueda. Ha quedado entremedio, en oposición a su propia hija (como se verá más adelante). Él es un español que puede entrever el mundo indígena; Catarina es una indígena que puede entrever el mundo español, pero la suma no es completa. Ambos quedan en orillas distintas. Así el único puente entre ambos puntos es Juan de Alas, el loco, el cual no ha enloquecido sino que se ha santificado. El héroe se abraza al santo en una única comunicación posible. Pedro al reencontrarlo lo percibe de inmediato. La historia de las huellas de ambos tiene un origen común, el amor por la Muda.

Le conté todo, todo. Todo lo que no había podido contarle, nunca, a nadie. Él me oía sin hacer comentarios, acariciando la cabeza de Catarina con mucho cariño, con mucha ternura, mientras yo hablaba y hablaba... Creo que nunca he hablado tanto en toda mi vida. (194)

Ahora todas las huellas pendientes son inscritas emergiendo una nueva superficie de inscripción, aquella donde los que quedan entre ambos mundos pueden comunicarse. Las huellas se “abren paso” sin resistencia por parte de ambos, se inscriben en la memoria prescindiendo de la escritura. Pero con Agueda es distinto:

–Ahora estás hablando bastante– comentó Agueda.
–Sí.
Eso lo dijo Pedro pensando que no era igual, porque a Juan le había contado todo, sin reservas, y a Agueda le estaba contando una parte y callando muchas. (194)

Pedro tacha sus propias huellas frente a Agueda, un vacío y un silencio los separa, “Todas las candelas estaban apagadas y Agueda dormitaba en su butaca. Hacía largo rato que Pedro no habría la boca” (198).

Una tachadura más radical se produce durante el comienzo de la rebelión indígena en Talamanca. El hecho está documentado históricamente y ocurrió el 28 de septiembre de 1709. El ataque de Presbere a San Bartolomé de Urinama trajo consigo la muerte del sacerdote franciscano Pablo Rebullida. Los textos coloniales como ha visto Maureen Shea señalan el tipo de inscripción efectuada en esa época. Refiriéndose a la muerte de Rebullida escribe: “alaceado y decapitado por indígenas bárbaros y sanguinarios”. (4) En este capítulo titulado “Presbere ataca”, Tatiana Lobo evidencia ambas superficies de inscripción desde la mirada indígena. Historia y reescritura se encuentra violentamente. Aunque el capítulo es breve, sólo dos páginas, la tachadura es altamente significativa porque desde ella emerge algo más importante: la voluntad de tachar. Al principio de la novela, el mundo español es visto con extrañeza, pero con cierta serenidad. “Pero no se marcharon del todo [el narrador se refiere a los españoles]. Construyeron extrañas casas que en nada se parecían a la casa cónica de Sibú, en lo alto [...] pusieron dos leños atravesados, y dijeron que ese era Dios, el único, el verdadero, el Dios de todos los hombres”. (11) Pero una vez que los indígenas arrasan con Urinama, la tachadura opera tanto en el plano de lo político militar como asimismo en el religioso. La huella inscrita es tachada al percibir que es una huella falsa. Es el comienzo del levantamiento.

Sacaron el copón de las hostias consagradas y se las comieron, y, como vieron que nada les pasaba nada, danzaron ataviados con los ornamentos. Después bajaron la cruz y la golpearon con los pies y con las manos hasta dejar caer unas cuentas astillas de madera regadas en el suelo. (216)

Cuarto, sobreposición de superficies y flujo de las huellas inscritas. Ya he dicho que la percepción del mundo de Catarina es la opuesta a la de Juan de Alas. Catarina se revela, dentro de este contexto, como el camino de regreso, la cadena o secuencia de huellas que conducen a la comprensión del pasado mítico y no colonial; por eso ya sabemos que ese recorrido es un camino sin fin. El flujo de estas huellas es unidireccional y emerge sin inscribirse en otra superficie.

El capitán [...] decía que era algo lamentable que Fajardo no supiera describir a Pablo Presbere. “No se llama Pablo”, dijo Catarina. “Se llama Pa-brú”. Agueda soltó una carcajada alegre. “¿Y cómo lo sabes tú pequeña brujita?” “Pa-brú quiere decir rey de las lapas, dueño de las guacamayas”, contestó la niña. (268)

Como he apuntado más arriba, nos enfrentamos aquí a un espacio de inscripción que existe en la medida que desaparece, cuyas huellas desde el comienzo batallan “por medio de la doble fuerza de repetición y desaparición, de legibilidad y de ilegibilidad” (Derridá 11). Pero, Catarina va más lejos y realiza una tachadura a la mirada colonizadora del español, que ve en los indígenas un solo rostro.

No todos los indios son iguales, dijo con voz infantil un poco temblorosa. Mi mamá no se parecía a mi tía. Presbere es de Suince, y la gente de Suince pertenece a las guacamayas. Presbere debe tener, como las lapas, plumas muy brillantes en la cola. (269)

Asimismo Juan de Alas, una vez alcanzada la “santidad”, es capaz de leer las mismas huellas que Catarina. Durante el juicio de Presbere, una bandada de guacamayas se posa en la parte superior del campanario de Cartago, ante la mirada estupefacta de sus habitantes.. Por Catarina, sabemos que las guacamayas son de Presbere. Y aunque los españoles y los mestizos de Cartago no puedan entender o “leer” estas huellas que se resisten a ser tachadas, Pedro de Alas sí es capaz: “Pedro, dijo [Juan], ¿te has dado cuenta de que las lapas han volado hacia el oeste? Es porque acompañan al sol. El sol lleva el alma de Presbere prendida de sus rayos, hacia el mundo más abajo donde lo espera la inmortalidad”. (314)

El hecho tiene distintas connotaciones. Por ejemplo, Barbas-Rhoden ha visto en este suceso “an interesting metaphor for the indigenous resistance” (140). Otra posibilidad, las huellas al negarse a ser tachadas recurren a una sobreimpresión.

Resistencia a ser tachado. Como ya se ha visto en el episodio de las guacamayas como metáfora de la resistencia indígena, no es difícil pensar que estamos en presencia de una abierta negación a ser tachado. Resistencia que nos revela, además, la total otredad del mundo indígena. Resistencia y revelación convergen aquí como un “abrirse paso” en conflicto con el proceso de obstrucción que impide ese abrirse paso. Este proceso, que viene aparejado con el de volver a inscribir nuevas huellas, coincide, en este caso, con el de la obstrucción. Ambas fuerzas en oposición, tachadura e inscripción, censura y escritura, ya sea batallando o en competencia, son formas también de reescritura, como demostraré más adelante. La obstrucción también es una re-inscripción y Blas González así lo explicita: “Pasarán cien años antes de que España se atreva a entrar, otra vez, en Talamanca”. (313) El sofocamiento de la insurrección reafirma las huellas ya inscritas. La operación temporal de inscripción, que describía al comienzo de este trabajo, se revela aquí con toda su fuerza: la inscripción como permanencia, sucesión y simultaneidad. El violento proceso de re-inscripción implementado en el mundo español hará uso de las mismas huellas de las cuales disponía en el pasado, como si se quisiera volver rabiosamente a la realidad inicial, a la primera página de la novela. Las huellas aquí adquieren un sangriento relieve, buscan –y lo logran– reafirmar la superficie de inscripción inicial o, dicho de otro modo, su propia identidad.

Hasta ahora he utilizado el concepto de reescritura para describir los procesos de inscripción tanto en el mundo español como en el indígena. He dicho también que este proceso, en su implementación, se define a sí mismo y que en la novela de Tatiana Lobo no podemos entenderla como una “sobreescritura” simplemente. Pero, la pregunta ahora es: ¿cómo debemos entender este proceso, la reescritura o la escritura como asalto, y cuáles son elementos que la diferencian de cualquier proceso de sobreescritura?

Al diferenciar dos planos distintos de inscripción en la novela de Tatiana Lobo, he buscado señalar un hecho que a esta altura que puede pecar de ser evidente. Mostrar la historia no como el suplemento de la realidad pasada (negar el hecho de que a escritura de esa historia sea el suplemento de una realidad ausente), sino como el suplemento de la memoria que trae a presencia esa realidad pasada. Esto nos lleva a pensar que si para escribir la historia inscribimos recuerdos y no hechos –sabemos que la memoria está diferida de los hechos–, ésta resulta siempre impura, plagada de tachaduras, blancos y deformaciones. Esto, por si sólo, coloca al concepto de reescritura en una encrucijada. Veamos por qué. Al pensar la reescritura en un mismo plano de inscripción, lo que realmente obtenemos es una nueva capa de opacidad y una negación del viaje hacia la transparencia que se impone, en su “abrirse paso”, toda huella que construye una escritura. En otras palabras, si la escritura es la huella resultante de su propia tachadura, la reescritura no es más que otra(s) huella(s) con otra u otras tachaduras. Un nuevo problema viene a sumarse aquí, la historia escrita no sólo está afectada por esta creciente opacidad (huellas sobre huellas, tachaduras sobre huellas y tachaduras sobre tachaduras), sino también por la lectura de esas huellas y la interpretación de esa lectura. Y ¿por qué no decirlo?, por la interpretación de la interpretación. Esto significa que sólo se puede pensar –y este es mi postulado– el concepto reescritura en la medida en que lo pensemos en una superficie de inscripción distinta a la que usamos para leer las huellas que han construido la historia, en una superficie de inscripción que se impone necesariamente ser de naturaleza distinta. Desde este punto de vista, la reescritura se transforma y se define como la primera huella o la primera cadena de huellas (es el bloc mágico de Freud, pero sin uso, virgen), es el deseo volver a escribir desde cero en un espacio donde el cero no existe, en otras palabras, es una nostalgia de la transparencia. Y, precisamente, a esto me refería con la idea de una escritura como asalto, concepto que también será necesario redefinir con una pequeña aclaración previa. El proceso de reescritura conlleva su propia contradicción. Si éste bien busca “la superficie virgen” para inscribirse, ese cero inexistente, esta virginidad es virtual porque sólo existe en la medida que exista el referente desde el cual se postula, vale decir, otra superficie de inscripción que también emerja como la “la superficie primera”. Ambas superficies compiten. Ambas superficies se comunican, pero sin llegar a confundirse ni fusionarse nunca. El ser virgen de está reescritura, para ser tal, debe asaltar a su referente, esto es, robar, saquear, desmantelar finalmente a esa otra superficie y rehacer las mismas huellas y las mismas tachaduras para volver a escribir desde su pretendida virginidad escritural. A este proceso denomino escritura como asalto.

Por ello, la reescritura de Tatiana Lobo es una operación mucho más compleja que la sugerida por Barbas-Rhoden, “Indeed, Asalto suggest that in the contact zone, representations of reality are never certain, always contested.” (142) Esta incertidumbre no es sólo producto de una nueva ficción literaria, nace de la escritura de esta ficción que rescribe la historia; el asalto es, en definitiva, el procedimiento escritural. No sólo hay una zona de contacto en conflicto. Hay superficies distintas que no siempre se comunican, planos negados a la experiencia del otro, cadenas de huellas, procesos de creación y borradura de inscripciones. La misma idea de una “contact zone” puede ampliarse mucho más si la concebimos como dos superficies de inscripción distintas o, más bien, dos procedimientos de escritura en competencia. En resumen, con la novela de Tatiana Lobo, Asalto al paraíso, miramos ambos mundos, el español y el indígena, ya no desde una situación de jerarquías y sus relaciones de poder, sino también desde sus prácticas escriturales y lo que éstas nos revelan.

© Marcelo Rioseco


Bibliografía

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Barbas-Rhoden, Laura, 2003: Writing Women in Central America. Gender and the Fictionalization of History, Athens. Latin America Series. 41: Ohio University Press, 121-61

Bertens, Hans, 2003: Literary Theory, The Basis, London: 3era ed. Routledge. Taylor & Francis Group

Derrida, Jacques, 1989: “Freud y la escena de la escritural”. La escritura y la diferencia, trans. Patricio Peñalver, Barcelona: Anthropos

Derrida, Jacques, 1998: “La Différance”, Márgenes de la filosofía, trans. Carmen González Marín. Madrid: Cátedra

González Vásquez, Fernando, 2002: “Tatiana Lobo. Artífice de la palabra”, en: Revista Comunicaciones 12, on line, Internet, 15 de noviembre de 2004

Lobo, Tatiana, 1998: Asalto al paraíso, 5ta ed., San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica

Shea, Maureen, . s.f.: “Las cenizas del pasado son las memorias del futuro: el discurso escrito oral en Asalto al paraíso de Tatiana Lobo”, s.e., s.p.

Nota

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vuelve 1. El término discurso es utilizado aquí en el sentido que lo entiende y define Foucault, esto es, una práctica del lenguaje para articular relaciones de poder entre las personas (Wolfreys: 28) y a través del cual se construye el conocimiento (Bertens, 2003: 203).


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