Frauke Gewecke

 

Dorothy E. Mosby:
Place, Language, and Identity in Afro-Costa Rican Literature

Universidad de Heidelberg, Alemania

Frauke.Gewecke@urz.uni-hd.de


La presencia de una colectividad y una literatura afro-americanas en Costa Rica tiene su raíz en una época reciente: no se remonta, como en otras regiones del Caribe, a la Colonia y el régimen de plantaciones esclavistas que en Costa Rica tuvieron un desarrollo escaso, sino a la inmigración de obreros provenientes principalmente de las islas anglófonas vecinas, ante todo jamaiquinos, que a partir de fines del siglo XIX llegaron en una afluencia masiva a la que sería la provincia de Puerto Limón.

Las circunstancias particulares de ese fenómeno migratorio, relacionado primero con la construcción del ferrocarril que debía enlazar San José y el Valle Central con la Costa Atlántica y luego con el boom bananero patrocinado por la United Fruit Company, dieron lugar a la formación de una comunidad también muy particular: una comunidad aislada del resto del país, que por sus valores culturales y prácticas sociales se consideraba altamente superior a los pañas, como denominaban de modo despectivo a los costarricenses. Ellos eran en su mayoría alfabetizados, y como súbditos de la Corona británica participaban tanto de su prestigio como de su legado cultural, que procuraban transmitir a sus hijos en instituciones inglesas y sirviéndose exclusivamente del idioma inglés. La mayoría entre esa primera generación de migrantes anhelaba volver a su isla nativa, pero muchos se quedaron, arrojando el censo de 1927 la cifra de aproximadamente 20.000 negros en territorio costarricense, registrados en su totalidad como jamaiquinos. Por esas fechas, la industria bananera ya estaba en crisis, y cuando a partir de los años treinta la United Fruit trasladó sus actividades a la Costa Pacífica, el enclave de Limón cayó en un estado de plena decadencia. Trasladarse al Pacífico les estaba prohibido a los negros; sólo a partir de la Revolución de 1948, que acarreó su incorporación legal al Estado como costarricenses, se inició un proceso de migración interna hacia el Valle Central y la capital, donde se les ofrecieron mayores oportunidades de educación y ascenso social.

Ese nuevo proceso migratorio es la condición y el origen de conflictos identitarios que se desarrollan en buena parte de la literatura costarricense escrita por autores afro-americanos y que Dorothy Mosby investiga según el conocido esquema generacional. La primera generación está presente esencialmente a través de la tradición oral, que se da en el creole jamaiquino: el calipso y el cuento popular que tiene como protagonista a la araña Anancy o Bredda Spider, medios de resistencia o maroonage cultural, que procuran “a re-connection with the culture of the island homes left behind in the process of migration” (p. 37). La segunda generación está representada por Eulalia Bernard (*1935 en Puerto Limón), que escribe tanto en español como en inglés y en el creole limonense, y en cuyos poemas –Ritmohéroe (1982), My Black King (1991), Ciénaga (2001)– yano se remite a Jamaica como espacio identitario sino a Limón, que es percibido como patria chica, depositaria de la memoria ancestral y lugar “at the crossroads of two cultures, [...] negotiated to make it a home space” (p. 115). Quince Duncan (*1940 en San José) figura como representante de la tercera generación, aquella que a partir de los años cincuenta pudo aprovechar las nuevas oportunidades de integración: proceso conflictivo que es analizado a través de tres novelas del autor –Hombres curtidos (1971), Los cuatro espejos (1973), La paz del pueblo (1976)– y que lleva a los protagonistas a “reconciliar” las dos culturas “to form a new consciousness of a hybridized national and cultural identity” (p. 136). Los personajes de Quince Duncan siguen remitiéndose a sus raíces culturales jamaiquinas. Para los que, según Dorothy Mosby, representan la cuarta generación de autores afro-costarricenses –las poetisas Shirley Campbell y Delia McDonald, ambas nacidas en 1965– la isla está lejos y Limón no es más que un espacio con valor simbólico-cultural, “a point to affix [their] declaration of blackness” (p. 169). Luchando contra el racismo imperante en la sociedad mayoritaria costarricense mediante la afirmación orgullosa de su diferencia, las dos se sitúan ya no al margen sino en el centro de esa misma sociedad, reclamando su parte de autoridad y herencia en un movimiento ya no sólo afro-costarricense sino afro-hispano.

Los análisis de Mosby convencen tanto por la interpretación sagaz de los textos como por la sucinta exposición del trasfondo socio-político. El esquema generacional le funciona (por así decirlo), salvo, quizás, por la delineación demasiado estricta entre la tercera y la cuarta generación, centrándose ella en la producción novelesca temprana de Quince Duncan y haciendo caso omiso de su obra posterior, especialmente sus ensayos (por ejemplo, Contra el silencio, de 2001). Hubiera sido interesante, además, considerar, aunque fuera tan sólo breve-mente y para dar más relieve a los textos analizados, algunas novelas que enfocan el mundillo de los negros de Puerto Limón desde fuera: de Carlos Luis Fallas Mamita Yunai (1941), de Joaquín Gutiérrez Puerto Limón (1950; ed. rev. 1968), o de Anacristina Rossi Limón Blues (2002), obra esta última que revela la actitud ambivalente del mainstream frente a lo que sigue siendo un enclave étnico, y que fue celebrada por la prensa capitalina por “el exotismo limonense, el perfume de sus calles, el color de su pobreza” (La Nación, 30-12-2002). Ese podría ser un punto de arranque de investigaciones ulteriores; el no haberlas realizado la autora no puede ser, por supuesto, objeto de crítica. Lo que sí se puede criticar es la falta de rigurosidad en cuanto a algunos conceptos empleados, ya que Mosby utiliza los de experiencia diaspórica y exilio de modo indiscriminado. Recurre a autores “consagrados” como Stuart Hall, Paul Gilroy y Homi Bhaba, y emplea imágenes conocidas como bridge, border o space in-between; sin embargo, hablando de roots/routes no remite ni parece conocer de fuente directa a James Clifford, cuyo ensayo acerca de la experiencia diaspórica (en: Routes. Travel and Translation in the Late Twentieth Century. Cambridge, MA/London 1997, pp. 244-277) hubiera sido de gran utilidad. Lo que no significa que la obra de Dorothy Mosby no tenga sus méritos: analiza, a través del esquema generacional, fenómenos que se dan también en otras áreas culturales, por ejemplo la de los latinos en Estados Unidos, y proporciona una visión íntima y perspicaz de las prácticas tanto sociales como literarias en una sociedad que por ley se ha declarado como “pluricultural y multiétnica” y que en el terreno de los hechos sigue practicando la discriminación racial, encabezando Puerto Limón hoy todas las estadísticas en cuanto a desempleo, pobreza, mortalidad infantil, delincuencia juvenil y consumo de drogas.

Dorothy E. Mosby: Place, Language, and Identity in Afro-Costa Rican Literature. Columbia/London: University of Missouri Press 2003. XIII, 248 páginas.

(Esta reseña fue publicada en: Iberoamericana. América Latina – España – Portugal, Año VI, no. 21 (2006), en la sección Notas. Reseñas iberoamericanas, pp. 264-266.)

 

© Frauke Gewecke


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