Luis E. Arévalo

 

De la creación de los espacios geográficos a la definición de una identidad nacional

 

Warren Wilson College, Estados Unidos

larevalo@warren-wilson.edu

 

Notas


Las identidades culturales, tal como las conocemos hasta hoy día, son elaboraciones “ejercidas” en un espacio concreto—sea que dicho espacio se transforme poéticamente o no.  Propongo  que hay una correspondencia entre las características de los espacios y las representaciones culturales que se dan en ellos.  Ahora bien, aun en el caso de los espacios físicos, es decir los que existen como realidades comprobables, alguna elaboración es necesaria al plasmarlos con grafías.  Mas  para comprobar la existencia de algo es necesario conceptuar, elaborar—y con ello manipular—lo que se busca ratificar, aunque algunos de los usuarios del método científico tengan dificultades en reconocerlo así . 

 

I. Medioevo

En la literatura abundan las corroboraciones de los espacios materiales—con la salvedad que éstas son honestamente poéticas.  Los castillos sólidos en las colinas yermas, los bosques encantados y los reinos localizados más allá de la frontera de lo familiar son elaboraciones medievales presentes en el Amadis de Gaula (1508)1.  Son elaboraciones y son necesarias para dar posada a endriagos, a caballeros de fuerzas físicas y morales descomunales y a caballos que galopan a velocidades sobrenaturales.

Paralelamente, el Mio Cid (S. XIV) elige la frontera entre el dominio moro y el cristiano como su espacio más relevante.  La frontera que se mueve constantemente, semi-habitada, semi-desierta, hace posible un Ruy Díaz de Vivar que de mercenario al servicio de jefes moros pasa a convertirse en héroe de la cristiandad.  Forzado al exilio por Alfonso VI, Ruy opera en los bordes de la legalidad mora y cristiana, quizá transgrediendo ambas.  El Cid vende sus servicios a Al-Cádir, rey moro de Toledo.  Entre los privilegios logrados por este servicio, a Ruy le es permitido el uso la frontera como plataforma de operaciones, toda vez que ataque a los competidores moros de su empleador.  De esta operación, El Cid obtiene un botín y el control militar de Valencia, región que pasarán a engrosar las tierras bajo control castellano.  En la plasticidad de la frontera la imagen del hombre que bien podría haber sido considerado traidor, es transformada por la literatura y presentada como uno de los pilares de la reconquista.

El ciclo de la literatura de caballerías se despide nostálgicamente en Don Quijote.  Solo que esta vez, a la fluidez de la frontera, Cervantes opone la serenidad de la Mancha, Castilla, y por extensión, España.  Dispensada Castilla de la tarea de generar un territorio se dedica  hurgarse el ombligo.  En la fijeza de los solares ancestrales y las posadas abatidas por el sol, Cervantes pasea a Dulcinea, clavileño, y las alucinaciones de la Cueva de Montesinos.2  Practicidad y ensueño coexisten en la simbiosis de Sancho-Don Quijote: un personaje, una síntesis de España.
Los escenarios naturales pueden discrepar de las realidades consideradas naturales.

La poesía no tiene que justificarse cuando disiente de esa versión de la realidad. Es más, es por esa divergencia con ésta última que la poesía revela otras perspectivas de un mismo fenómeno.  Al espacio físico en el Amadís, le corresponden tres tipos de personajes, los salvadores, las víctimas y los victimarios, participando ingenuamente, todos por igual, en un mundo mágico que premia al creyente.  Se trata de personajes con fe en lo mágico, en la religión de lo fantástico. Ellos son el correlato de la incipiente unidad física de la España visigoda pre-cristiana.  De forma similar, los personajes del Mío Cid revelan conexiones con su medio ambiente.  El  ambiente de la frontera es de lucha constante por reencontrar la España cristiana en los territorios ocupados por los moros. Ruy Diaz de Vivar incorpora en su persona esa lucha.  Su búsqueda tiene por objetivo reconciliarse como súbdito con un rey que no le merece, pero que en definitiva representa lo deseable de la sociedad medieval con todo y sus imperfecciones.  Ruy y sus caballeros son los personajes del exilio.  Sospecho que la frontera—vista ésta como la tierra de nadie—sugiere a sus habitantes las acciones a tomar para conseguir un objetivo al que se le adscribe una preeminencia moral, vital.  El Cid encuentra en la geografía la justificación de un comportamiento poco ortodoxo.  Con un área considerable bajo su control se le facilita adherirse de nuevo a su sociedad con todos los privilegios de un caballero cristiano.

Al concluir la reconquista, España nace en la unión de Castilla y Aragón y controla un variado repertorio de ecosistemas naturales y urbanos.  Sin embargo, uno en particular captura el imaginario colectivo español de principios del siglo diecisiete, La Mancha.  A la fragilidad de la frontera la Mancha ofrece la certeza del firme control cristiano, ante los fantásticos escenarios del Amadis, la Mancha brinda la soleada seguridad de la pampa manchega.  En este escenario Cervantes articula en el dúo de Don Quijote y Sancho la identidad cultural española moderna.  Ésta oscila entre la llana ingenuidad del campesino manchego que sigue a su amo, el sentido común del labrador en contacto con la tierra y las fantasías de un letrado que hace gala de un abolengo desgastado.  Sospecho que equipada con estas ideas, España se lanza a entender los espacios latinoamericanos.  Los colonos vienen armados con una fe en la jerarquía Iglesia-Rey, el sentido práctico de sus artesanos y labradores, y la convicción que cada inmigrante es hijo noble, heredero de una cultura ilustrada.

 

II. La colonia

La literatura del período colonial sigue la pauta sugerida por los textos anteriores.  Continúan imaginándose los espacios geográficos americanos y con ellos al hombre americano.  De esta producción se han ocupado numerosos estudios y continúa siendo una fuente importante en la reconstrucción de la historia cultural latinoamericana.  Destaco tres formulaciones del paisaje americano, todas ellas notables: La Araucana (1569 ) de Alonso de Ercilla y Zúñiga , el Rusticatio Mexicana (1781) de Rafael Landívar y La Agricultura de la Zona Tórrida (1810-1829) de Andrés Bello.

 

III. Independencia

José Asunción Silva, Rubén Darío y José Martí, autores notables de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, continúan percibiendo a América en la totalidad de su extensión.  A esta perspectiva le correspondía una identidad cultural americana continental.  Sospecho que en las transformaciones poéticas que estos autores imprimieron al concepto de hombre latinoamericano intuían la necesidad de crear una forma de engarce con el resto del mundo. A la identidad cultural americana le debía corresponder un plan de acción que guiara el reacomodo de América postcolonial en el tinglado mundial.

Propongo que la estética del Modernismo fue el medio que estos autores escogieron para proponer esta forma de ser americano.  El exotismo que los modernistas admiraron era resultado de una apreciación de lo bello que rebasaba lo parroquial.  Una de los aciertos de la estética modernista fue injertar el parnasianismo, el simbolismo, el orientalismo, el africanismo, al robusto tronco americano, para usar una de las metaforas martinianas.  Para los modernistas ser americano era encontrar lo que de universal tiene la cultura latinoamericana.  Consistía primordialmente en asimilar lo que de valor encontraban en otras estéticas regionales, refundirlas en una, para luego presentarla en su mixtura como algo latinoamericano.  En el ensayo “Nuestra América,” Martí reconocía que la realidad de América era el mestizaje, igual anotación avanzaba Darío en “Palabras liminares.”

Más recientemente, J. L. Borges en “El Sur” y ”El Aleph” conmociona el espacio natural modernista y lo transforma en un viaje quántico—que bien puede hacerse en el  espacio delimitado por Buenos Aires, la pampa, o en el espacio del Aleph.  En ambos casos se requiere un esfuerzo de fe para adentrarse en un mundo metafísico que es donde reside, sospecho, para Borges, el meollo del hombre universal.

 

IV. Época Contemporánea

Desde el Amadís hasta Borges la definición de la identidad cultural ha sido mediada por la definición del entorno físico.  El trabajo de autores centroamericanos ha seguido el mismo derrotero.  El narrador de Cuzcatlán donde bate la Mar del Sur elabora a los personajes a partir de dos elementos geográficos, la tierra y el mar.  En el primer caso, los personajes organizan la producción siguiendo el ciclo productivo y ceremonial codificado en la milpa3.  Una de sus características fundamentales de la producción regida por la milpa es asegurar que el trabajo de todos los miembros de la familia—viejos, mujeres, niños y hombres—encuentren oportunidad de contribuir a la subsistencia de la unidad productiva.  Este tipo de unidad productiva es una de subsistencia.  Por un lado asegura una limitada producción de muchos productos, limitando así los beneficios de la especialización.  Por otro,  la posesión de una parcela operada bajo la lógica de la milpa asegura a sus miembros un lugar donde resistir los embates del mercado.  Es un lugar de lucha por la subsistencia.  Los personajes de Cuzcatlán donde bate la Mar del Sur son sobrevivientes, testigos, participantes activos en una forma de vida que ofrece un horizonte nuevo.

El segundo aspecto geográfico es el océano.  La “mar del sur,” parte de la rica tierra explorada por Pedro de Alvarado adquiere en el texto una connotación doble.  Por un lado, es el límite sur de la tierra que tiene que ser sometida, es el locus de los combates que afectaron a Pedro de Alvarado más personalmente.  Por otro, es para los personajes campesinos la apertura al futuro, el horizonte de la resistencia cultural y económica que comenzó con la llegada de los europeos.  En definitiva la tierra, la parcela, la milpa es el lugar de la resistencia y la esperanza.  Los personajes de Cuzcatlán al materializar su lógica productiva se convierten en los herederos de un proyecto inconcluso pero aún posible. Manlio Argueta continúa la tradición de autores como Felipe Guamán Poma de Ayala, Asturias, Vasconcelos, y Retamar que explícitamente reconocen la necesidad de introducir lo indígena para resolver la cuestión de la identidad americana.

La persistencia de la geografía para definir a sus habitantes ha sido y sigue siendo relevante para entender las identidades culturales que se representan en los textos sin olvidar que su naturaleza es poética, es decir manipulación, transformación.

 

V. Literatura y Globalización

Sospecho que al ímpetu por articular la economía mundial a escala global le corresponde un esfuerzo de redefinición de los viejos actores.   Ese esfuerzo es acometido por las estéticas post-modernista y post-colonial.  Juntas han denunciado las identidades culturales anteriores a ellas de esencialismo.  Concedo que han tenido sus aciertos al prevenirnos de lo caprichoso que resulta la correspondencia trillada entre los términos de la ecuación.  Nos percata que ser indio, criollo o mestizo no necesariamente corresponde con indolencia, sabiduría, o “pícaro.”   Mas dicho logro ya nos lo había anunciado la poesía desde el Amadis.  El riesgo que se corre al denunciar la esencialización poética es el considerar todos los productos de ésta como sospechosos.  Las identidades culturales modernas—fieles a un tiempo y espacio—son automáticamente irrepresentables.  Este es el riesgo de la globalización: la crisis de representación.  Hay otro aspecto más insidioso aún.  Dado que cualquier representación cultural es sospechosa, no hay habitantes de los espacios geográficos con la estatura legal—léase cultural, histórica—para reivindicar dicha geografía.  El mito de los espacios vacíos al  momento de la conquista de los Estados Unidos es puesto de nuevo en vigencia, remozado eso sí.  La novedad de Cuzcatlán donde bate la Mar del Sur consiste en ofrecer un ancla en la historia del espacio geográfico salvadoreño.  El narrador de  Cuzcatlán donde bate la Mar del Sur utiliza una carta de Pedro de Alvarado para activar Cuzcatlán como un espacio conceptual en disputa.  Los ocupantes de ese espacio son indígenas que oponen una enconada resistencia.  Al macrocosmos representado por Cuzcatlán le corresponde el microcosmos de la parcela familiar, uniendo así ambos y permitiendo la representación cultural de una identidad salvadoreña con una base indígena, milenaria y telúrica y, por lo tanto, posible.

© Luis E. Arévalo


Notas

arriba

vuelve 1. Se menciona la existencia de versiones anteriores a la de Garci Rodríguez de Montalvo.  Pero López de Ayala y Pero Ferrús reconocen la existencia de un texto anterior al de Montalvo. Existen indicaciones de que el texto mencionado por Ayala y Ferrús sea una copia de un original en portugués producido por uno de los dos Lobería, Juan o Vasco.

vuelve 2. Ver Núñez, Gracia María.  “Ilusión y realidad en la cueva de Montesinos del Quijote”  Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, 2003.

vuelve 3. La producción en pequeñas parcelas obedece a una lógica distinta a la del mercado.  La organización productiva conocida como milpa es una reproducción de las relaciones de producción precoloniales y que tiene como resultado asegurar la continuidad de la unidad productiva familiar y el universo simbólico indígena.  Sobre este tema ver  “Milpa Logic” en Crafts in the World Market : The Impact of Gobal Exchange on Middle American Artisans.  Ed.  June C. Nash.   New York: NY U. Press.  1993. 


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