Sebastião Guilherme Albano*
Banquete en el extremo Occidente (Cifras semióticas para la historia de la cultura de América Latina)
Universidade de Brasilia, Brasil (UNB)
Resumen: Este estudio pretende revelar la posibilidad de combinar la temporalidad típica de la disciplina de la historia con la sincronía de la semiótica de la cultura. La tentativa va a ser auspiciada por cierta tradición de la teoría de la cultura de América Latina, que en el siglo xx comienza a ganar relevancia con Pedro Henríquez Ureña y José Carlos Mariátegui, con su noción de “valor signo”, pasa por Fernando Ortiz, Mariano Picón Salas, Ángel Rama y Antonio Candido, con la categoría de “transculturación” y el proceso de “sobreposición de estructuras históricas en estructuras textuales” y llega hasta nuestros dias con Walter Mignolo y Ana Pizarro, con su “semiotización operativa del texto” y los modelos comunicativos de las expresiones literarias. Aquí se quiere mostrar los caminos que se consideran posibles para esta tarea en el campo de la historia de la cultura de América Latina, con énfasis en la expresión literaria.
Abstract: This text intends to reveal the possibility of combining the typical temporality of the discipline of history as well as the synchronicity of semiotics of culture. This issue is not commom in the academy and here we would like to show the possible ways to achieve this result. Additionally we would want to show how in the Latin American’s literature field, this project is possible and pertinent, because many authors, such as Pedro Henríquez Ureña, José Carlos Mariátegui, Mariano Picón Salas, Ángel Rama, Antonio Candido, Walter Mignolo and Ana Pizarro have been coined cathegories that sinalized such task.
Este texto hace parte de un estudio más amplio sobre la historia de la cultura de América Latina, las perspectivas desde la cual realizaron la tarea los diversos autores que se encargaron de ello y la posibilidad de combinar categorías de la semiótica con otras disciplinas con el fin de refrescar esta área de la interpretación regional. En esta ocasión versaré sobre la narrativa literaria, pero la composición de todo el proyecto abarca aun el cine y la denominada cultura popular (tradiciones folclóricas y las elaboraciiones de la industria cultural). El objetivo es aprender signos de manifestación más o menos estable en la cultura latinoamericana y tratar de asignarle una genealogía, una forma y una funcionalidad social.
En principio, la tarea de construcción de una historia de la narrativa literaria de América Latina no parece poderse conciliar con una semiótica de la literatura regional. Sin embargo, sería demostración de indiferencia no demarcar el terreno de alguna manera. La llamada ciencia del signo no busca particularidades, como podría ser la identificación de un signo propio de la literatura de América Latina, sino que se pretende abstracta a punto de urdir una red única que sostenga hechos y procedimientos ejemplares del arte literario en general. En este trabajo no planteo un programa que se aparte de este campo del conocimiento y de sus procedimientos, pero al combinarlos con otros métodos supone una interdisciplinaridad poco estimulada por la práctica académica, aunque propagada por los estudios culturales y por supuesto presente en las manifestaciones cotidianas pasibles de representación. Además, al reunir la semiótica con la historia, por ejemplo, se cree en la condición provisionalmente localizada de algunos procedimientos literarios, que no surgen de la nada sino de alguna circunstancia que les favorece la emergencia y en seguida la expansión.
Alegar la imposibilidad de tal descripción localizada es, en el caso de las discilinas de las humanidades, una especie de impostura, hecho que es alumbrado cuando se le trata al tema en el ámbito de la literatura comparada, campo que claramente comunga las excepciones de las diversas tradiciones literarias en el sistema de normas de la literatura. Siempre hay que tenerse presente que tanto el objeto como los instrumentos utilizados por el sujeto del análisis son consignados a un proceso de textualización. Es decir, la literatura, los conjuntos de proposiciones que conforman una disciplina y el investigador que la aplica son abstracciones sólo materializables en el texto. No obstante, aún en los dominios de la literatura comparada la tarea de enmarcar el inconstante tiempo histórico en el espacio simétrico de la semiótica es ardua, puesto que se tiene que disponer de herramientas que señalen de manera sincrónica algunos signos de la literatura local y que a la vez establezcan su diacronía histórica.
Pero hay deslindes posibles para el problema:
Cada vez se comprende mejor que el contenido de la conciencia individual es impuesto, aún en su mayor profundidad, por los contenidos de la conciencia colectiva. Por eso, son cada vez más importantes los problemas del signo y de la significación, visto que un contenido psíquico que sobrepase los límites de la conciencia individual adquiere –por el simple hecho de su comunicabilidad- el caracter de signo.1
La cita de Mukarovski traduce una solución que provino de la semiótica, una de las disciplinas matrices del estructuralismo antropológico y literario, y en nuestro caso debe tener el fin de revelar que, al tomar como campo de trabajo la literatura, es importante percibir cuáles son los elementos que definen lo literario y cuáles los que colindan con esa definición, aunque se trate de una historia de la literatura y que la noción de lo literario sea objeto de constantes redefiniciones.
Por otro lado, nuestra tarea parece algo vaga aún así, y por eso conviene recordar que para señalar los signos que pertenecen a la literatura de América Latina se debe, en primer lugar, tener presente que esos no siempre nos son exclusivos, por lo menos en primera instancia, toda vez que, siguiendo a Pierce un signo puede ser o de orden ontológico, es decir, un dado único que puede ser inaugural de una genealogia, o de orden semiótico, es decir, representativo de una realidad ya existente. Aquí remarcaríamos que para que un hecho literário sea considerado signo de la literatura latinoamericana sería necesario que fuera generado entre nosostros, o por lo menos elaborado de modo particularizado. Entre nosotros, parece que fue José Carlos Mariátegui quien hizo las primeras incursiones modernas sobre el tema en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana en donde acuña la avanzada noción de valor signo. Casi de manera concomitante, el cubano Fernando Ortiz creó la categoría de transculturación, para explicarse el proceso de resemantización que operaba en América de las formas de las artes europeas.2 Para ese tipo de relaciones, por ejemplo, el teórico ruso Victor Zirmunski estableció dos categorías, la de analogías tipológicas y la de influencias (hoy traducida por la de intertextualidad) o importaciones culturales, y así denominó didacticamente los préstamos de elementos de la literatura de una región a la de otra3. Bien contextualizadas, esas categorias podrían servir para deshacer nuestras tensiones a la hora en que reflexionamos sobre temas tan poco claros como la identidad, la soberanía, la originalidad, entre otros del mismo eje, aunque las ideas del ruso no conformen la panacea que nos eximirá de duda.
Parafraseando a Antonio Candido, recuerdo que toda historia de la literatura debría ser una tarea de literatura comparada, así como se debe aceptar que el proyecto estructuralista de erigir una red de elementos esenciales para todo texto narrativo,4 por ejemplo, está implicado en la tarea de búsqueda de los signos que definen nuestra producción literaria. Además, esos signos, sean de la procedencia que fueren (signos estilísticos, étnicos, genéricos, léxicos, políticos, sintácticos, sociológicos), serán los que van a conformar el material para la construcción de la historia de la literatura, en nuestro caso de Latinoamérica, promoviendo una ruta circular a la cual no se puede escamotear ninguno de sus elementos.
Este trabajo tiene la finalidad de sugerir un camino de descripción de las partes que podrían conformar y cerrar un círculo, además de pretender señalar la organicidad de aspectos antes considerados en su autonomía, como las formas y las significaciones textuales, y los elementos contextuales que podrían definir el sistema literário regional. En realidad, la tarea aqui no es establecer en qué punto lo extrínseco se infiltra y se interna en la obra de arte, sino situar la historia de la literatura en la esfera de la teoría literaria. Para eso, será necesario trazar un modelo comunicativo del sistema literario formado por un contexto-autor-texto-lector, o, en nuestro caso, un plan compuesto de estructura literaria-comunicación literária y cultural-historia de la literatura, y obedecer a una visión holista que esos estudios deben tener.
Las emergentes formaciones discursivas coinciden a su vez con nuevas formaciones sociales y con una nueva función literária del escritor; señalan una nueva episteme. Si tomamos en cuenta el sujeto del discurso y la participación activa del receptor (a), es posible re-elaborar el archiconocido modelo de comunicación –emisor-mensaje-receptor-, apoyados por Voloshinov y Bajtín, y sugerir el esquema siguiente: locutor-enunciado-interlocutor, que marca el momento diagonal como participación e inter-relación activa de ambos sujetos (...) nos permite iniciar nuestros análisis de las formaciones de la prosa a partir de las siguientes preguntas: quién, dónde, a quién. Es decir: locutor-localización (geografia, sitio, fecha) del enunciado y su auditorio social.5
De acuerdo con los estructuralistas, el programa de sus estudios llevaba a la creación de un modelo narrativo único que representara, de algún modo, la esencia literaria. Partían del principio de que todos los pueblos tienen algún vehículo de comunicación para expresar su herencia mítica, esto es, los elementos explicativos de la creación del propio grupo o del universo. Esos elementos son activados cada vez que hay necesidad de informar a los nuevos componentes de la sociedad sobre el tesoro simbólico que guardan y los sostiene. Son activados también de manera inconciente o a través de un plan superestructural. El mecanismo que pone en marcha los datos de un orden inteligible está también compuesto de partes mínimas que establecen la cadena de comunicación. Esa perspectiva está basada en el supuesto de que todas las historias de ficción en el mundo son relatadas de manera más o menos semejante.
Aunque aceptemos tal enfoque como princípio para el establecimiento de las normas de lo que es literário y lo que no lo es, punto de controversia durante todo el siglo pasado, se le debe poner en perspectiva: el estructuralismo predetermina un objeto de análisis como um sistema cerrado. Sin embargo, el hecho es que esa misma corriente teórica considera como narración literaria tanto una leyenda guaraní que clama por dioses y mueve secuencias mágicas, como El ingenioso hidalgo don quuijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, y Grande sertão: veredas, de João Guimarães Rosa. Bajo diferentes perspectivas, todos relatan una historia con los mismos elementos.
De cualquier manera, la posición estructuralista para la prosa literaria se refiere a la forma narrativa y a la sintaxis de los elementos básicos, y para un proyecto de historia de la literatura de América Latina esa postura debe ser llevada en cuenta al momento de considerarse cómo los novelistas y cuentistas de la región utilizaron la herencia que recibieron de sus antepasados europeos, indígenas y africanos, y para tanto José Carlos Mariátegui, Fernando Ortiz, Antonio Candido y Ángel Rama, entre otros, pueden auxiliar bastante. No es que se quiera hacer una historia de las fomas, pero en un plan de investigación de fuentes para una historia de la literatura del continente, no se puede olvidar que las obras son una expresión verbal y literária, son ejercicios de representación y combinación, que tanto invocan una realidad sensible como también se autorepresentan6.
En primer lugar es conveniente esclarecer que en los terrenos de la literatura, los planes formal y temático (sintáctico y semántico) se confunden irremediablemente. Más de un autor ha resaltado ese dato. Greimas por ejemplo dice en su Sémiotique: Diccionaire raisonné de la théorie du langage que el texto y las secuencias narrativas combinan esas estructuras sintácticas y semánticas. Veamos lo que dice Bajtín sobre el tema:
En arte y en literatura, todas las definiciones espacio-temporales son inseparables una de otras y están siempre teñidas de un matiz emocional. Es evidente que una reflexión abstracta puede interpretar el tiempo y el espacio en separado y apartarse de su momento de valor emocional. Pero la contemplación artística viva (ella es, naturalmente, también interpretada por completo, pero no en abstracto) no divide nada y no se aparta de nada7
Es por eso que mucho se debe cuestionar cuando oímos que nuestros escritores no han innovado tecnicamente, y que nuestra contribución a la literatura universal parece haber sido principalmente las descripciones de paisajes, las querellas sociales y políticas reflejadas en las obras, la exaltación de la libido o las manifestaciones de cierta religiosidad mestiza etcétera, además de los aportes del vernáculo al idioma metropolitano, casi todos aspectos que podrían facilmente ser nombrados de extraliterarios, no fuera estar plasmados en textos literarios. Los incautos suelen no tener en cuenta que en el ámbito artístico nada se acumula y todo se combina y se asimila.
El hecho es que sería imposible para la creación de la historia de la literatura regional el establecimiento de esas relaciones de la lengua, en el caso del paradigma narrativo, no solamente pero sobretodo europeo (historicamente determinado), y su habla local, para usar términos correlatos. Angel Rama en La ciudad letrada ya esclarece nuestra peculiaridad forjada en mucho con nuestra codificación de un orden hegemónico Europeo y, al mismo tiempo en este mismo texto, La ciudad letrada, se puede adviertir un diálogo poderoso con una tradición de la interpretación de la historia a través de los signos, más específicamente de los signos verbales que desde luego empezó en Europa a mitad del siglo XX.8 No es posible ignorar el trayecto formal del romanticismo europeo (alemán, inglés y sobre todo francés), por ejemplo, al plantearse una historia del romanticismo brasileño9, pues aquel romanticismo le pertenence a ese como una herencia, filtrada o no por las metrópolis coloniales. Si eso no ocurre a toda la humanidad letrada de manera directa, por lo menos sí a nosotros latinoamericanos. No solamente hablamos el idioma europeo, sino que somos objeto y sujeto de uma historia forjada en muchos aspectos por ellos; en más de un sentido, América es una de las fronteras de Europa y viceversa.10
Debido a que por lo menos tenemos tres matrices culturales, esos son temas no exentos de ambiguedad, pero la predominancia del hombre europeo parece ser proporcionalmente más importante en los ámbitos de la política y de la economía que en los dominios culturales (aunque esa sea nada más una opinión). Especialmente en la literatura, institución que en nuestras tierras tuvo inicio con las crónicas y en seguida pasó a encargarse de la acción ecuménica de la ideología colonial (el padre Antonio Vieira en Brasil y Sor Juana Inés de la Cruz en México son ejemplares), esa ingerencia se mostró y aún se muestra esforzada y determinante. Es curioso percibir que esa impresión implica contradicciones que se hacen relevantes al pensarse que los europeos aplicaron aquí teorías sobre el Estado y la economía con resistencia mucho menor que en el ámbito de lo cultural y simbólico (si podemos distinguir representaciones propiamente culturales) resistencia que aún hoy pervive, al contrario de la casi unanimidad del sistema republicano y del capitalismo liberal. Hoy se comenta que las divergencias entre lo simbólico (o cultural) y las fuerzas del sistema económico y de lo político son escasas.11 Tales situaciones algo bizarras son aclaradas cuando percibimos que nuestras producciones culturales rasemantizan o recodifican 12 tanto elementos europeos como indígenas y africanos; por eso, podemos decir que somos uma raza de quiñentos años con una tradición de milenios.
El campo de la semiótica es amplio, pero en lo que se refiere a la cultura su actuación solamente revela los sintomas de la producción simbólica y los inserta en el proceso histórico. La constitución de un método que descubra los códigos que rigen los signos es una actividad de instauración de sentido. Para la historia de la literatura, si el estructuralismo instituye la virtualidad paradigmática (lengua) y cierto uso que se hace de la forma, la semiótica contextualiza tal uso y busca los significados y los valores en el movimiento social (habla). La ciencia del signo auxilia la historia tanto en el momento de la decisión del corpus (qué tratar en el trabajo: la novela, la poesía, las escuelas, los períodos políticos, y por qué) como a la hora de decidir qué privilegiar en ese mismo corpus (novela de vanguardia, qué define una vanguardia, los signos de la novela de vanguardia).
(...) el objetivo esencial de la investigación semiológica (esto es, aquello que será encontrado en último lugar) es precisamente descubrir el tiempo própio de los sistemas (...) 13
La semiótica toma un fenómeno cultural en sus dimensiones sintácticas, semánticas y pragmáticas, y de ese modo trata de indicar los mecanismos de producción de sentido y significación textual desde su estructura abstracta hasta el funcionamiento social; con eso, establece las relaciones del arte con el mundo e imprime ideología a lo que se quiere equivocadamente ahistórico y diacronía a lo que sólo es visto sincronicamente. El pasaje del estructuralismo a la semiótica es análoga a la de la lingüística a la semiología o a la semiótica cultural, de la frase al texto y de la significación a la simbolización.
Pero el aparato analítico de la semiótica se somete finalmente a la máxima de que todo signo es histórico. Wellek dice:
Para mi, estos elementos lingüísticos forman, para decirlo de alguna manera, los dos niveles inferiores: el del sonido y el de las unidades de significado. Pero, de ellos emerge um “mundo” de situaciones, personajes y sucesos que no pueden ser identificados con ninguno de los elementos lingüísticos o, menos aún, con ninguno de los elementos de la forma ornamental externa. La única concepción correcta me parece ser una que sea decididamente “holista”, que vea la obra de arte como una totalidad diversificada, como una estructura de signos que, sin embargo, presupone y requiere significados y valores. 14
Para elaborarse una historia de la literatura de América Latina que realmente trate de representar y, como dice Angel Rama, construir un discurso único y unificador de las obras literarias realizadas en estas tierras, la semiótica podría auxiliar en la explicación de que, si las formas normativas son comunes a todos, en nuestras literaturas las estructuras que imponen el proceso de significación y creación de sentido son distintas. Insistimos en elucidar nuestras ideas con palabras de Rama, que tuvo, en el texto del que se reproduce el fragmento abajo, un claro impulso visionario al proclamar la revisión del concepto de estructura para la literatura regional:
Para bosquejarse la estructura del sistema literário latinoamericano, no se debe partir de los temas, tipos humanos, o ambientes telúricos, en los cuales, al obedecerse a los esquemas tainianos sobre el medio, la raza y el momento, se buscó la originalidad del continente.
Y aún:
Se puede anticipar, debido al tratamiento más profundo que el asunto exige, que el análisis generalizado de las peculiaridades con las que esos materiales se presentan en América Latina permite predecir dos enfoques clasificatorios. Por un lado, parece posible reagrupar, en un mismo sector, tanto los textos que utilizan las lenguas indígenas, como los que recurren a lenguas europeas de expresión criolla, atendiendo no solamente a esa diferencia lingüística, pero, sobretodo, a la identidad de los recursos literários puestos en juego, los cuales parecen emanar de una cosmovisión cultural semejante, que por diversas circunstancias ha pasado de una lengua a outra. Para las regiones de la América negra, se puede intentar este mismo agrupamiento a partir de textos créole, o en lenguas no oficiales, por la misma percepción de un mismo “imaginario” social, que presente un repertorio común de soluciones literarias15.
En la historiografia de la literatura latinoamericana parece faltar esa indicación formal que revele simultaneamente los rasgos estructurales y nuestras contribuciones. Pedro Henríquez Ureña en Las corrientes literarias en la América Hispánica hizo un intento seminal y dividió su historia en períodos políticios y, sin dejar de privilegiar lo literario, construyó su cronología a partir del movimiento del romanticismo, el tiempo de la declaración de nuestras supuestas independencias política e intelectual. Como lo hizo Antonio Candido en relación a la literatura de Brasil. En otro libro suyo, La utopia hispanoamericana, Ureña bosquejó una metodología que dislocaba el valor analítico de lo racial para lo cultural, también como lo hizo Gilberto Freyre en Brasil, y fraccionó su libro en temas políticos y en sus repercusiones en lo literario, en las artes plásticas, la arquitectura etcétera. En ese volumen, delineó un mapa con las personalidades de las artes de la región y de manera acertada dedicó capítulos a las letras brasileñas y a la América central y a las islas de Puerto Rico y República Dominicana, que geograficamente pertenencen al Caribe, aunque plenos participantes del continente literário hispanoamericano, como Cuba. Como se ha dicho, esos tal vez sean nuestros primeros intentos de conjuntar una disposición formalista mínima, de absorción de signos, con nuevas posturas sobre la historia de la literatura regional, una verdadera intención semiótica de encontrar sentido en el cruce de caminos de la cultura. Angel Rama, Antonio Candido, Ana Pizarro, Leopoldo Zea, Roberto Schwarz, Roberto Fernández Retamar y Walter Mignolo hicieron y hacen trabajos semejantes, comparan estructuras formales a través de estructuras históricas.
Sobre las obras de tipo conciliador realizadas por esos teóricos, podemos destacar las de Mignolo, Elementos para una teoría del texto literario (en que trata el asunto de los tipos de códigos que rigen una obra literaria) y Teoría del texto e interpretación de textos, que nos inscribe en la camarilla de los investigadores de la semiótica del texto, y aún Literacy, Territoriality and Colonization, en que postula una innevitable semántica de la colonización. Además, están los trabajos de Roberto Fernández Retamar, que en su libro Para uma teoría de la literatura latinoamericana, une la tradición historiográfica cubana con la teoría de la literatura. Hay que comentar también los ensayos de Roberto Schwarsz sobre Machado de Assis, Ao vencedor as batatas y Um mestre na periferia do capitalismo, y Antonio Candido, quien tal vez mejor haya planteado el problema (y las posibilidades de solución) para esas convergencias innevitables. En textos como “Estrutura literária e função histórica” de Literatura e sociedade, y “Literatura e subdesenvolvimento”, de Educação pela noite, el crítico brasileño sugiere, con términos inspirados en la lingüística de Lois Hjelmslev, las relaciones de los planes de expresión y contenido (de las formas y sustancias) en lo que se refiere a los valores morales y a las técnicas utilizadas por ciertos escritores de nuestro continente para representar o hacer significar dichos valores. Las obras de esos intelectuales muestran un coherente esfuerzo para aliar las corrientes formalistas de las cuales no podemos huir, con las culturalistas, inherentes a nuestro proceder teórico con raíces en las penurias sociales e históricas que marcan el ambiente de nuestra producción intelectual.
Libertados también de la conyuntura que nos hacía creer, depués de períodos de excesivo epigonismo, que en nuestra historiografia no debíamos seguir lineamientos europeos y estadounidenses, o de la tendencia mezquina que nos hacía creer que éramos una excentricidad (en el sentido etimológico); libertados aun de la impresión de ser intelectuales expurios o de haber llegado tarde a la fiesta occidental, ahora se puede ver sin recelos que conformamos una civilización con derechos antropofágicos. Para firmar un discurso coherente que abarque nuestra región y sus fronteras y así construir una historia de nuestra literatura, tenemos que privilegiar nuestras síntesis en la esfera de la cultura y resaltar no sólo el proceso de formación, pero también establecer resultados que son al mismo tiempo impuestos y traducidos por los códigos que se desarrollan en Latinoamérica.
En el objeto de estudio que nos toca comentar, tenemos que aceptar siempre que los valores estéticos no son una dimensión análoga a la vida, pero inherentes a cada acto nuestro. El hecho es que tenemos que encontrar una manera de librarnos de una vez de los mitos del subdesarrollo, que si nos sirven para resolver dialecticamente los asuntos en el plano de la política y de la economía, pantalla de fondo de nuestra producción cultural, no pueden ser llevados artificialmente al primer plan cuando tratamos de literatura, ya que la calidad de periferia en el mundo occidental, (cristiano, demócrata y capitalista) al que finalmente pertenecemos, no se refleja en un secundarismo en el campo de las artes, región mucho más resbalosa que la superfície ardua en la que interactúan las cosas del capital y de las decisiones políticas federativas y democráticas. Puede que lo que debemos hacer es no confundir los planos de la infraestructura y la superestructura, para usar términos marxistas ya muy convencionales; o, más bien, hay que aprender a tratarlos paralela, no simultaneamente. Ángel Rama dice:
Como prueba de esos obstáculos, se pueden presentar dificultades encontradas en el montaje de ese panel mínimo, que permitiría unificar las obras literarias de toda América Latina, construyendo a partir de él un discurso único, global y coherente, que las representaría criticamente, como, por su vez, ya lograron los economistas, sociólogos e histioriadores en sus respectivas disciplinas. Estas se beneficiaron de un repertorio de conceptos generales que les permitió superar la fragmentación particularizadora, gracias al espíritu moderno con el que establecieron sus métodos, al paso que la literatura no solamente conserva un aparato crítico formado por la suma de su historia milenaria, como también vive más apegada al evento concreto, privativo y original, que es la obra de arte. 16
Las primeras relaciones que un historiador de la literatura latinoamericana debe establecer em su tarea tienen que estar directamente vinculadas a su objeto, que es el arte verbal, y se puede privilegiar tanto las estructuras genéricas como el uso que un autor hace del idioma para enriquecer su tradición, entre otros recortes y horizontes semejantes. Solamente en un segundo momento, no menos importante, debe lanzar sus hallazgos estéticos al movimiento temporal y contextual. Siguiendo la tradición marxista y de la escuela de Frankfurt, muchos de nuestros historiadores lo han hecho al revés, creyendo que para la sistematización teórica fuera necesario establecer que es la infraestructura la que se encarga de construir los caminos que el arte (la superestructura) debe tomar, cuando fueron los mismos Hockheimer y Adorno los que consideraron, siguiendo a Marx, la ideología como el motor y la justificativa de la estabilidad de las sociedades burguesas. Es importante remarcar que falta el historiador que escriba la historia social y de la literatura de nuestra región y que a la hora de seleccionar los representantes literarios de los valores sociales que él quiere resaltar justifique su opción con premisas estéticas. En ese plan teórico, se debe primero actuar analiticamente, deslindar o alienar el objeto de su realidad social y resaltar sus valores estéticos para luego condicionar los hallazgos a la corriente temporal para la inferencia de los procesos de significación en una actitud de síntesis.
No obstante, en la bibliografía consultada recientemente sobre la historia de la literatura de Latinoamérica vemos aparecer una serie de seudoproblemas que suelen representar sujeción a obsesiones ajenas y no a una verdadera reflexión sobre las inquietudades que las disciplinas de literatura, historia, sociología, antropologia y de la semiótica, entre otras, levantan cuando se confrontan com nuestras producciones literarias y nuestra realidad social. En nuestra historiografia hay problemas discutidos en abundancia que tal vez no merezcan tanta dedicación y energía. A continuación, serán comentados algunos de esos seudoproblemas para dejar constancia aquí de su presencia en nuestras hojas de historia y crítica literaria y de la falta de productividad de su debate público, puesto que su solución es, en algunos casos, evidente.
Comencemos con el que se refiere a la pertinencia del término de América Latina para nombrar el espacio en que vivimos y el espacio geopolítico en que las obras literarias son realizadas. Sobre ello, no vemos motivo para no utilizarse el término, debido al justo sentido que tiene al abarcar los paises de lengua neolatina existentes en ese continente, y distinguirlo política y culturalmente de los paises en el extremo Norte, islas del Caribe y de Sudamérica de tradición predominantemente anglosajona.
Integrante de ese mismo tema general, hay una discusión verdadera que se refiere al tema de la inclusión de los paises y regiones francófonas en una historia de la literatura de América Latina. Bien, puesto que el término mismo de América Latina apareció en textos de Michel Chevalier y Ernest Renan, durante el gobierno de Napoleón III, con el afán de reinvidicar un status u horizonte panlatino, y no solamente ibérico, creemos que sería casi una incoherencia excluir del alcance del término las regiones que fueron creadas con las mismas armas que las demás, como el Haití, Montreal, Martinica y Guadalupe, por ejemplo. Tanto bajo el aspecto político, como por el idiomático, esas regiones pueden ser encuadradas en el ámbito de América Latina. Obviamente, debemos observar las peculiaridades locales, como son los dialectos creóle utilizados en las calles de algunos de esos paises en lugar del francés de la academia, y la ausencia de familiaridad racial, por lo menos en principio, entre algunas de esas poblaciones (muchas con hegemonía africana) y las latinas. Esos datos ponen de manifiesto cierta complejidad del tema, ya que delatan inclusive que la noción de latinidad debe ser reconsiderada. No obstante, cabe mencionar de nuevo que las justificativas raciales desde hace mucho perdieron valor analítico en nuestras tierras, como se dijo desde que Gilberto Freyre y sus maestros rusos y norteamericanos dislocaron el peso de la raza para la cultura a la hora de estudiar los mecanismos de representación y las relaciones simbólicas de los pueblos.
El problema surge cuando se piensa en otros paises, como Trinidad y Tobago, las Guianas etcétera, entre otros de lengua inglesa u holandesa, y si deberían ser encuadrados en la región, debido a las semejanzas que sus procesos históricos mantienen con los demás. El punto obscuro y aún insoluble es nombrarlos como pertenecientes a la América Latina, puesto que si el proceso de colonización pasó por diversas fases, con un primer momento “latino”, luego fueron conquistados por otras culturas. Es decir, el proceso de constitución fue, en general, semejante, pero las manifestaciones literarias son de otra serie lingüística. Quizá fuera interesante que nos presentáramos bajo la denominación de América y tratar de arrancarle la exclusividad, en una lapsus de confronto teórico, esa denominación a los Estados Unidos. Por otro lado, creemos más realista mantener la unión funcional y denominar la región, o su literatura, como de América Latina y Caribe, puesto que, como se dijo, hay semejanzas importantes que nos unen. Por eso, la semiótica podría ser uma salida para encontrar la comunicación entre esas literaturas realizadas en idiomas de origen latino y no latino, ya que establece los procesos de significación textuales como derivados de procesos culturales que americalatinizan, digámolos así, a esas naciones, y no se queda nada más en la estructura de un idioma en particular.
Otro punto controversial, pero igualmente soluble, es el de nuestra propia tradición historiográfica local o el cómo fue forjada la historia de la literatura de América Latina hasta ahora. Se habló de Pedro Henríquez Ureña, quien fue un autor que marcó un avance significativo para la construcción de un canon regional, con postulados que representaron una posición conciliatória entre la tradición historiográfica occidental y una preocupación estética regional, puntos que deben conformar el proyecto de nuestra historia de la literatura.
Si hubo un tiempo en que la independencia de los paises de América Latina y el Caribe sirvió de fondo para la construcción de historias nacionales (además, como ocurrió en Europa con la creación de los Estado-nación, y la unidad lengua-población-territorio), creemos que una tradición bolivarista como aparece en su Carta de Jamaica y también en Nuestra América de José Martí, o en el Ariel de José E. Rodó y sus herederos más comprometidos (aunque el motivo de la cólera de los últimos textos ya no fueran la España colonial pero los Estados Unidos imperialistas) aclara y envuelve nuestra mejor tradición y nuestras más legítimas ambiciones, y no otra que solamente aislaría partes de un sistema y así reduciría también su poder significativo. No debemos ahora hacer apología a un proyecto cuyas directrices históricas se volvieron obsoletas, sino que tenemos que rescatar cierto orgullo productivo para la tarea de pensar los fenómenos culturales del continiente como un todo, toda vez que compartimos no sólo un momento histórico, pero todo un proceso civilizador que aún nos define.
Ahora bien, la tendencia fragmentaria (las historias de las formación cada nación) que en principio pueden insinuarse como posibles, pierden definitivamente su función cuando se incursiona en los terrenos del arte. No que no existan fuertes especificidades locales, pero es en el movimiento comparativo que se aclaran mejor los fenómenos. En América Latina se puede decir que se encuentra unidad estética en paises tan díspares como Argentina y Guatemala, por ejemplo. Tal vez la respuesta para esa impresión de organicidad quede mejor formulada si se le plantea bajo otro prisma. De pronto se vuelve al principio de este trabajo, cuando levantábamos la hipótesis sobre un seudoconflicto entre historia y semiótica cultural en la construcción de un corpus común para nuestra literatura.
Aún con un proceso común basado en la colonización castellana, hubo en Argentina y Guatemala distintos desarrollos de la independencia republicana en el siglo XIX y XX, hecho que en primera instancia ya cofirmaría la diversidad, sin mencionar la cuestión geográfica. Sin embargo, esos pueblos heredaron un mismo idioma, el español de Castilla, el mismo que tradujo durante buen tiempo, bajo los mismos signos verbales, sus realidades locales y, no obstante el paso de los siglos haya hecho que ambas sociedades evolucionaron por caminos distintos, un idioma común las sigue uniendo y recordándoles el pasado, la asimilación del mundo de los colonizadores, los mecanismos de resistencia para absorber lo necesario y resguardar lo propio imprescindible, todos fenómenos que pasaron por la mediación del lenguaje. ¿Cómo se puede conciliar en una historia de la literatura autores como Miguel Angel Astúrias y Luiz Cardoza y Aragón con Leopoldo Lugones, Ernesto Sábato, Mempho Giardinelli? Creemos que solamente orientándonos por una visión panorámica que la semiótica y la historia aliadas propician, al permitirnos confrontar y estudiar las organizaciones sociales de la colonización, los cambios verbales impuestos por las comunidades locales al castellano y particularmente la formulación literária que los eventos materiales suscitan. Todos esos procesos, en tanto formadores de las sociedades y del campo literário que las complementa, guardan semejanzas entre si. Partir de abstracciones pertinenentes (que dice respeto a las categorias de organización social de la colonización, los cambios verbales del castellano y del propio campo literario) para el análisis de los procesos materiales regionales.
Como conclusión para esas ideas provisórias, debemos observar todavía un hecho, también obvio como los anteriores seudoproblemas, pero que nos auxiliaría a la hora de definir nuestros elementos culturales y literarios. Si es el mestizaje lo que nos determina no solamente racial pero también culturalmente, la tarea es encontrar, quizá entre destrozos, los signos de esa unidad mestiza. Si nuestra contribución es uma visión sincrética (una y diversa a la vez), la idea del proyecto histórico y semiótico es buscar si esa característica impone alguna peculiaridad a la producción literaria, que imprimiría mayor organicidad al material que el historiador tomará en cuenta. No vamos a establecer nuestra diferencia en relación a los demás pueblos, pero nuestra variación sobre los mismos temas, así como hacemos naturalmente con nuestra raza, o mejor, nuestras razas y nuestras culturas. Y además, como bien lo recordó Angel Rama, los economistas, sociólogos, antropólogos, entre otros, ya lo hacen. Debemos establecer cómo proponemos nuestra parcela de sentido a la supuesta universalidad del arte.
Aún en ese espacio de conclusiones, resta decir que para la sistematización de nuestra literatura a través de un método histórico y semiótico (que le encontremos la temporalidad a los sistemas) que descubra los valores estéticos que nos revelan al otro, debemos antes encontrarlos para nos revelar a nosotros mismos. No se percibe ahora otro camino que el de la constitución de una espécie de canon regional, que iniciara, via um proyecto integrador, a los estudiantes desde la primaria en nuestras propias síntesis expresivas, que se les fuera mostrado nuestros resultados a partir de una posición aparentemente subalterna en lo que se refiere a las condiciones de la base económica en el momento en que se elaboró lo que hoy se considera el gran patrón estético mundial (occidental), pero que dejara claro que los procesos de creación de los textos, por si mismos, revelan que el requinte literario tiene algo de atemporal, quizá de esencial, que se manifiesta bajo las más hostiles realidades extraliterarias. De esa manera, nos equipararíamos por lo menos en el plan de la creación y de los resultados estéticos y daríamos el primer paso para un programa de trabajo en el frente de la historia de la literatura que no se detuviera en las clasificaciones estáticas, pero que nos propusiera como parte de un proceso de realización literaria cuya historia no puede ya quedarse circunscrita solamente al régimen que el poder económico impone.
Bakhtin, Mikhail, Questões de literatura e de estética: a teoria do romance, São Paulo, Huicitec, 1988.
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vuelve * Sebastião Guilherme Albano es investigador de la Coordenação de Aperfeiçoamento do Pessoal de Ensino Superior (CAPES), de Brasil, y se encuentra en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en una estancia con una beca de la Universidade de Brasília (UNB) para la cual realiza un estudio de las relaciones entre la literatura y la industria cultural en América Latina. Sus direcciones electrónicas son tiaoalbano@unb.br y zoroastros@hotmail.com.
vuelve 1. Jan Mukarovski, Escritos sobre estética e semiótica da arte, Lisboa, Estampa, 1981, p.11. En este y el los demás casos la traducción o retraducción de los textos del portugués al español es mia.
vuelve 2. José Carlos Mariátegui, “El proceso de la literatura”, en 7 ensayos sobre la realidad peruana, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, pp. 149-232, menciona la categoría de valor signo en el libro que fue publicado por primera vez en 1928. El autor elabora una breve historia de la literatura peruana, del Inca Gracilaso y Ricardo Palma, hasta César Vallejo, entre otros, y termina por elaborar el términocon una clara inspiración en la semiótica cultural y cuyo significado reivindica la particularidad de la elaboración literaria peruana en relación con sistemas literarios europeos, apelando así para las idiosincrasias del entorno geográfico y de los procesos históricos y sociales como determinantes en la figuración estética. En otros textos suyos esa idea es afinada, puesto que pareciera que en 7 ensayos… su opinión podría ser la de que la representación literaria opera bajo un reflejo de la realidad física. Se debe recordar que Mariátegui vivió en Italia y entabló contacto directo con las ideas de Benedeto Croce, Antonio Gramsci, Gyorgy Lukacs y de los formalistas rusos. La categoría de transculturación fue expuesta por Fernando Ortiz en Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, Cuba, Universidad de las Villas, 1963, introducción de Bronislaw Malinowski, cuya primera edición data de 1940.
vuelve 3. Victor M. Zirmunsky, “Sobre o estudo da literatura comparada”, en Coutinho, Eduardo y Tânia Carvalhal Franco (orgs.) Literatura comparada. Textos fundadores, Rio de Janeiro, Rocco, 1994.
vuelve 4. Tzvetan Todorov, Estruturalismo e poética, São Paulo, Cultrix, 1976, pp. 15, “[...] su objetivo ya no es la descripción de la obra singular, la designación de su sentido, pero el estabelecimiento de leyes generales, cuyo producto es ese texto particular. […] No es la obra literaria en si misma que constituye el objeto de la Poética: lo que se cuestiona son las propiedades de esse discurso particular que es el discurso literário.”
vuelve 5. Íris M. Zavala, “Formas de la prosa”, en Ana Pizarro (org.) Palavra, literatura e cultura. Vol. 1, São Paulo, Unicamp, 1993, 1993, pp. 367-68. Aparte, consideramos también la posición de René Wellek, cuando dice que la idea que prefiere tener de la literatura concierne a una noción holista, que condense el formalismo y la sociología. “A crise da literatura comparada” en Eduardo Coutinho e Tânia Franco Carvalhal (orgs.), op. cit.
vuelve 6. Gerard Génette, Figuras, São Paulo, Perspectiva, 1972, p. 160. Sobre la cuestión de una historia de la literatura que fuera o formal o por lo menos que privilegiara los elementos intrínsecos, sin la necesidad de una visión positivista que prima por los elementos significativos, los hechos, pero si por el proceso de producción de obras , Gerard Genette recuerda que fueron Paul Valery y Jorge Luis Borges los que sugirieron una historia de la literatura que no llevara en cuenta el autor y su biografia, pero los temas, los personajes, las técnicas. Dicen abogar por una axiomática de la literatura, con reglas puras como las de la matemática.
vuelve 7. Mikhail Bakhtin, Questões de literatura e de estética. A teoria do romance. São Paulo, Huicitec, 1988, p.349.
vuelve 8. Fue Thomas Khun en La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1971, quién por primera vez estableció que los cambios epistemológicos siguen un modelo descriptible. Posteriormente, Michel Foucault, en Arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1984, y en Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1991, trata de señalar la filiación de los paradigmas epistémicos y los asocia con las cosmovisiones en Occidente. Entre sus hipótesis más admiradas está la de emancipación del mundo de las cosas y el mundo de las ideas mediante el ascenso de una reflexión sobre la representación, que por supuesto conlleva la noción de signo. Según el autor, el signo promueve vínculos al tiempo que revela la escisión entre las dos realidades, la del mundo de las cosas y el mundo de las ideas. Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa. Racionalidad de la acción y racionalidad social, tomo I, Buenos Aires, Taurus, 1989, hace lo propio al cuestionarse la genealogía de la racionalidad occidental y de la episteme, igualmente con énfasis en sus repercusiones en el ámbito de las sociedades occidentales y en el período de la modernidad. También Ángel Rama, en La ciudad letrada, Hanover, Ediciones del Norte, 1984, p. 19, establece esa insurgencia de la mediación de los signos que, como un espectro ideológico, rige la vida social de Occidente a partir del Renacimiento, y por supuesto incluye a América Latina en el ámbito occidental: “Aunque nuestro asunto es la cultura urbana en América Latina, en la medida en que ella se asienta sobre bases materiales no podemos dejar de consignar esta oscura trama económica que establece poderosas dependencias sucesivas, al grado que numerosas acciones decisivas que afectan a las producciones culturales, corresponden a operaciones que casi llamaríamos inconscientes, que se trazan o resuelven fuera del conocimiento y de la comprensión de quienes no son sino pasivos ejecutantes de lejanísimas órdenes, quienes parecen actuar fantasmagóricamente como si efectivamente hubieran sido absorbidos por ese orden de los signos que ya no necesita de la coyuntura real para articulase, pues derivan sobre sus encadenamientos internos, solo capaces de justificarse dentro de ellos.” En este libro el autor discurre sobre una amplia concepción de ciudad en América Latina y lo hace a partir del advenimiento, según él en paralelo con la colonización, de una proyección urbana preconcebida como proyección del orden social, es decir, un plano representativo de una estructura urbanística que previera el ordenamiento social. Esa representación conlleva una habilidad semiótica, toda vez que para la comprensión y la ejecución de las acciones colonizadoras y luego las acciones de formación de las naciones independientes, fue necesario una codificación que no fue realizada de la noche a la mañana y sin percalzos.
vuelve 9. Aunque considerado por muchos como el más brasileño de los movimientos literários, como lo dijo Antonio Candido, en Formação da literatura brasileira, Belo Horizonte: Itatiaia, 1975, p. 14: nuestro romanticismo es “originado de una convergencia de factores locales y sugerencias externas, es a la vez nacional y universal.” Como bien señala el crítico, la literatura nacional carecía de una referencia social para proyectar y de una sugerencia formal que encuadrara la realidad. La independencia fue nuestro elemento local y el incentivo para el romanticismo en la novela, la forma externa que aprovechamos. Además, es sintomático que el romanticismo brasileño se haya iniciado con la creación de la revista Niterói, en 1836, en París. Consagrábamos la transferência de nuestra dependencia política, económica y cultural de la metrópolis lusitana para Paris, hecho que inclusive ya ocurría desde el siglo anterior.
vuelve 10. Carlos Fuentes, en Valiente mundo nuevo [México, Fondo de Cultura Económica, 1990], incursiona en el tema de los 500 años de descubrimiento de América, y dice que este promovió un proceso inventivo, pues fue una especie de deseo europeo de expandirse a un espacio que acogiera a “la energía excedente del Renacimiento”. Fue una elaboración de Europa para mostrase a si misma su rostro mestizo. En otras palabras, ese dato histórico propició un espacio imaginario, América, que no necesita acabar de ser descubierto, ni por los mismos europeos ni por los americanos y americanas, puesto que siempre le queda margen a la creación de algo nuevo. También Octavio Paz escribió incansablemente sobre el tema. En El laberinto de la soledad, en Los hijos del limo, entre otros. En Brasil, citamos a Gilberto Freyre, Casa grande e senzala y Visão do paraíso, de Sérgio Buarque de Holanda como obras recurrentes. Desde que hubo la oficialización de la simbología del sincretismo en Latinoamérica, de la índia Paraguaçu con Diogo Lopes en Brasil, o la Malintzin con Hernán Cortés en México, nuestro índice es el mestizaje, como si todo lo quisiéramos derivar en hechos de sangre.
vuelve 11. Es bastante clara la influencia de lo europeo en los sistemas sociales americanos, si consideramos el americano como el nativo. El concepto de Estado y las teorías económicas tuvieron aqui un terreno fertil para la experimentación e inclusive el desvío. Eso también en Norteamérica, que absorvió la tradicción liberal inglesa y la recreó. Esa naturalidad no ocurrió en el campo cultural o simbólico, espacio en que son muchas las insurrecciones sutiles. Desde la infantilización de la lengua portuguesa ocasionada por el intercambio entre niños indígenas y padres jesuítas en la época de la evangelización brasileña, hasta los elementos locales atribuidos a las formas de los Apóstoles de Aleijadinho en Minas Gerais, o los Santos con rasgos indígenas en las Iglesias de Puebla y Chiapas en México. En esos dominios la espontaneidad parece ser una manera de resistencia muy difícil de ser suplantada.
vuelve 12. Al volver al tema anterior, a las llamadas formas de resistencia simbólica, Antonio Cornejo Polar comenta que José Maria Arguedas escribe con una sintaxis con inspiración quéchua y léxico español. Lo mismo ocurre con el mexicano Ermilo Abreu Gómez, y su tentativa radical y estéticamente malograda en Canek, historia y leyenda de um heroe maya, y aún en la poesia negrista de Nicolas Guillén en Sóngoro Cosongo o Motivos de son, de donde se transcribe “Tu no sabe inglé”: “Con tanto inglé que tu sabía/Bito Mué/Con tanto inglé, no sabe ahora/desí ye.”
vuelve 13. Roland Barthes, Elementos de semiologia, São Paulo, Cultrix, 1964.
vuelve 14. René Wellek, op. cit., p. 118.
vuelve 15. Angel Rama, “Um processo autonômico: das literaturas nacionais à literatura latino-americana”, en Argumento, ano I, n. 3, janeiro de 1974, p.48. En este ensayo, que merece ser reproducido integralmente siempre que se piense en un enfoque que conyugue una visión intrínseca con una visión extrínseca para la elaboración de una teoría y una crítica de la literatura de América Latina, Rama dice: “(...) por otro lado, se puede introducir una distinción entre líneas literarias frecuentemente asociadas sin examen suficiente; es posible distinguir entre una creatividad folklórica de apariencia exclusiva (popular, anónima, tradicional), que se alimenta de la primera, pero que implica el reconocimiento de las operaciones de la invención culta, y al mismo tiempo lleva en cuenta la existencia del mundo cultural “latinoamericano” circundante. Esas secuencias son como el ´bajo continuo´ que acompaña el funcionamiento de otras secuencias, dominantes, que urden con desembarazo la estructura literaria especificamente latinoamericana. Me parece que no es posible disociarla completamente, a pesar de la distancia que frecuentemente las separa una de otras. Unas existen en relación expresa o tácita con las otras, tal como ocurre con los diferentes elementos que forman cualquier modelo estructural; con eso deseo hacer hicanpié en que aunque en un discurso global exclusivamente latinoamericano jamás se dejaría de registrar, positiva o negativamente, esta presencia latente. Del mismo modo en que somos capaces de detectar la presencia de la estructura literaria occidental en el funcionamiento de la estructura literaria latinoamericana, en sus relaciones múltiples de sumisión e insubordinación, debemos también ser capaces de reconocer que esta implica la acción constante de una línea folklórica, con la cual dialoga directamente o a través de una sucesión de mediaciones que producen la espesura de los estratos literarios del sistema en América Latina”.
vuelve 16. Idem, p.38.
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