Mauricio Menjívar Ochoa*

 

De productores de banano y de productores de historia(s):
La empresa bananera en la Región Atlántica costarricense durante el período 1870-1950, en la mirada de la historiografía en Costa Rica (1940-2002)

 

Universidad de Costa Rica

mauriciomenjiv@hotmail.com

 

Notas*Bibliografía


Introducción

En 1871, el Presidente de Costa Rica, General Tomás Guardia, emprendió la tarea de construir un ferrocarril que permitiera una salida más expedita y barata de la producción cafetalera hacia el mercado europeo. Para estos efectos se firmó, en 1871, un contrato que otorgaba a Henry Meigg la construcción de 200 Km de línea que conectaba a Limón (en la costa atlántica) con San José (en la región central) (Goluboay  y Vega, 1998: 133). Luego del fracaso de Meigg en esta empresa, la construcción fue otorgada a Minor C. Keith, el que construiría un total de 52 millas de ferrocarril a cambio de “la explotación durante 99 años, de las 98 millas de ferrocarril ya construidas bajo la dirección del Presidente Guardia” (CSUCA, 1977: 45). Además, mediante el contrato Soto-Keith de 1884 “se cede a la Compañía del Ferrocarril de Costa Rica, controlada por Minor Cooper Keith, (...) unas 333.333 hectáreas de tierras ‘baldías’” –cantidad que aumentaría considerablemente con la ampliación de la vía férrea (Viales, 2001: 61)-. Estas tierras serían la base para el cultivo del banano en la vertiente del Caribe por parte de la Tropical Trading and Transport Company, la empresa de Keith en Costa Rica1.

Luego de que la empresa distribuidora de Keith entrara en quiebra, éste estableció contacto con Andrew Preston, dueño de la Boston Fruit Company2. Como producto de su acuerdo fundaron en 1899 la United Fruit Company —de la cual Keith fue su vicepresidente—, constituyéndose en la principal productora y comercializadora de banano en América así como la única que determinaba los ciclos de producción y comercialización en Costa Rica, luego de eliminar a la competencia.

Las dimensiones que adquirió la industria bananera hablan de su significado para la vida costarricense. Según algunos, antes del impulso dado por Keith y la United, la exportación de banano no habría alcanzado los 400 racimos (Monge Alfaro, 1982: 247). En 1883, el total de racimos exportados era de 110,801, cantidad que en 1913, en la antesala de la Primera Guerra Mundial, alcanzaba los 11,117,833 racimos. Aún más, en 1918, la exportación de banano producido en la Región Atlántica representaría el 88% del valor total de las exportaciones de Costa Rica3.
Ante tan abrumadora presencia, no extrañará que el análisis acerca de la industria bananera en la vertiente del Caribe costarricense ocupe un lugar dentro de las ciencias sociales y particularmente dentro de los estudios de carácter historiográfico en Costa Rica. El propósito del presente ensayo es, precisamente, abordar cuatro de los grandes ejes de interés que han sido tratados por algunas de las aproximaciones más representativas que han sido publicadas en el contexto costarricense. Estos ejes son: a) Las relaciones políticas de la producción bananera; b) Los mecanismos de apropiación de la tierra en el Atlántico ligadas al cultivo del banano; c) El uso del término enclave como concepto explicativo; d) Los procesos migratorios y la fuerza laboral vinculados a la industria bananera.

Para el tratamiento de estos ejes hemos tomado como principal foco de análisis la mayoría de los aportes historiográficos publicados entre 1940 y el 2002, que procuran entender la dinámica de la industria bananera en la Región Atlántica en el período que a grandes rasgos va de 1870 a 19504.  Nuestro interés radica en la comparación de los distintos enfoques, así como en la identificación de lo que, a nuestro juicio, son algunos de los principales aportes y avances historiográficos que en este período se han producido en torno a la producción bananera, particularmente en lo que a fuentes, temáticas y perspectivas de análisis se refiere. Esta serie de avances han contribuido a una mejor comprensión de la complejidad de las relaciones sociales alrededor del tema, según procuraremos mostrar.

 

1. Las relaciones políticas de la producción bananera

Las grandes concesiones brindadas por el Estado a la UFCO, parecieran haber sido una importante motivación para que los análisis historiográficos procuren entender las características que asumieron las relaciones políticas asociadas a la producción bananera. Las perspectivas a este respecto son diversas. Algunas buscan explicar estas relaciones ya sea haciendo hincapié en las ideas liberales de los políticos en el poder o ya sea en la debilidad del Estado frente a la Compañía. Otras, no obstante, buscan entender de manera más global las articulaciones complejas entre los diferentes sujetos sociales.

Una de las obras más influyentes en la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX, no sólo por su repercusión en la vida intelectual, sino por sus aplicaciones políticas y económicas, es aquella producida por Rodrigo Facio. En su obra más connotada, Estudio sobre la Economía Costarricense, de 19415, Facio estudia la economía del banano y la penetración del capital norteamericano en suelo costarricense, constituyéndose en uno de los primeros análisis historiográficos de cuño costarricense sobre el tema. Debe señalarse, no obstante, que el interés de Facio por abordar esta temática no se centra tanto en la comprensión de la dinámica bananera per se. Más bien, y en el marco de la crisis del régimen liberal y de la emergencia de nuevas fuerzas políticas que procuran remozarlo6, el tratamiento del tema dentro del conjunto de esta obra tiene como principal intención demostrar el escaso potencial de la economía bananera para la creación de una alternativa que pudiera suplir las negativas consecuencias del monocultivo del café.

Ya desde la década de los años de 1940 Facio utilizaba su análisis para los efectos criticar a la elite política tradicional, en contra de la cual enfilaba en buena parte sus propios esfuerzos políticos. Aquella era una elite dominada por los intereses de la oligarquía cafetalera a quien este reformista de corte socialdemócrata reprochaba la falta de vigilancia del Estado frente al capital transnacional a cargo de la bananera.

Desde otra óptica, el historiador Carlos Meléndez, en su obra Historia de Costa Rica7, explica las relaciones políticas Estado-bananera a partir del “ideario liberal” de la época de la post-independencia. Se trata de un “ideario” de corte personalista y de “hombres fuertes”, donde “el poder tiende a trasladarse a un grupo familiar, que lo hereda como un bien propio” (1997: 5). En este contexto,  los gobiernos “…que se extienden de 1870 hasta 1889, habrán de caracterizarse por la serie de medidas de progreso y renovación en diversas esferas de la actividad social y económicas, que harán avanzar al país en forma apreciable” (1997: 124)

Meléndez menciona que las dificultades del Estado costarricense para la finalización del proyecto ferroviario llevó a “traspasar la obra” a Minor Keith. Meléndez destaca cómo, dentro del pensamiento liberal de las figuras políticas de esta época, no existió duda en dicho traspaso pues sería coherente que “un individuo la completase y empezase a gozar a plenitud de los beneficios de tal cesión”, a lo cual “complementaron” la concesión de extensas tierras. Carlos Meléndez buscando poner en perspectiva histórica las grandes concesiones hechas a la UFCO, explica que para la época liberal estas concesiones no implicaban una traición al país, aunque estos fueran sus efectos. Al respecto señala:

“Vistas desde esta perspectiva, las cadenas que hoy amarran nuestra economía, parecen haberse forjado dentro de esta corriente del pensamiento liberal. No creemos que fueran estos hombres traidores a nuestra nacionalidad, sino que pensamos más bien en que sus modos de pensar equivocados desde nuestra perspectiva de hoy, les llevaron a comprometer el destino posterior de nuestra patria. Actuaron pues congruentes con su modo de pensar, pero provocaron enormes perjuicios al país, de los que todavía no nos liberamos” (1997: 124-125).

Un análisis más exhaustivo realizado recientemente por la antropóloga e historiadora Carmen Murillo sobre la construcción del ferrocarril (1995)8 —punta de lanza en la introducción del capital norteamericano para la producción bananera en la Vertiente Atlántica costarricense—, reafirma la perspectiva de Meléndez.

Respaldada en las declaraciones de los líderes políticos de la época, Murillo sostiene que “la empresa del ferrocarril lleva aparejada una perspectiva casi épica de esfuerzo colectivo ‘nacional’, en pos del desarrollo y progreso (...) Sin embargo prevalece la idea de que su concreción debe depositarse en manos privadas” aún las provenientes del extranjero. Así, al terminarse los fondos que respaldaban el esfuerzo emprendido desde el propio Estado, no sería contradictorio que los Keith asumieran el proyecto (1995: 24-29)9.

Otra de las aportaciones hechas desde la historiografía, que tienden a comprender la producción bananera en un marco mayor, en este caso el desarrollo del capitalismo, la brinda Víctor Hugo Acuña a inicios de los años de 198010. Desde una perspectiva marxista, y a partir la producción intelectual existente, Acuña realiza una síntesis interpretativa sobre las diferentes fases de desarrollo y momentos de crecimiento del capitalismo en Costa Rica en el período 1821-1930.  En lo que a la producción bananera se refiere, este autor sostiene que hacia 1890 “se dibujan nuevos procesos en la dinámica interna de acumulación de capital y se produce la llegada triunfante del capital norteamericano” (1991: 136). Para la comprensión de éste último factor, Acuña analiza el peso de las condiciones internas generadas por las dinámicas económica y política.

En este sentido, para Acuña el enclave bananero es “un resultado imprevisto del desarrollo del capitalismo en la actividad cafetalera”. Según este autor, esto se debe a la incapacidad del Estado costarricense a hacer frente, en su totalidad, a la construcción de una vía férrea que vinculara “la región productora de café con la costa Atlántica”. Ello da pie a las múltiples concesiones estatales. Es decir, las debilidades del Estado nacional van de la mano de la penetración del capital imperialista norteamericano (1991: 140-141), y no sólo debido al ideario liberal, podríamos agregar.

Con respecto a la manera en que se desarrolla la relación entre el Estado y la bananera, algunos han señalado que el Estado no habría tenido interés en intervenir en los asuntos de la Compañía bananera de capital norteamericano, más allá de las importantes concesiones brindadas. En este sentido, una publicación realizada por el Consejo Superior Universitario de Centroamérica (CSUCA) en 1977 sostenía que el período de introducción de la producción bananera en América Central (1860-1890) –momento en el que penetra el capital norteamericano a esta actividad- “Es un momento en el que el Estado Nación no se encuentra conformado y en el que el capital y las relaciones laborales eran tratados como problemas ajenos al Estado” (1977: 7).11

Esta situación ha sido estudiada con mayor detalle a partir de los contratos bananeros y las discusiones de los diputados en el Congreso de Costa Rica por Jeffrey Casey. Lo que él denomina como “las relaciones políticas de la producción bananera”, es uno de los focos de interés de su tesis de maestría publicada en 1977 bajo el nombre: Limón: 1880-1940. Un estudio de la industria bananera en Costa Rica12.

Coincidente con lo planteado por el CSUCA, Casey señala que “el período temprano de la industria” se distinguió por que ese sector permaneciera “libre de toda reglamentación o intervención efectiva por parte del gobierno” (Casey, 1977: 32). Efectivamente, no es sino hasta 1930 que se concreta el primer acuerdo entre la Compañía y el Estado que permite a este último tener algún tipo de injerencia sobre la producción bananera.

No obstante, la falta de regulación no habría significado la ausencia de intentos regulatorios, emanados principalmente desde el Congreso. Esta instancia no sólo habría otorgado concesiones sustanciales a la Compañía bananera, sino que impulsó “leyes destinadas a controlar diversos aspectos de su operación”. Desde 1892 y hasta 1930, diferentes iniciativas impulsadas por los diputados, con mayor o menor apoyo, procuraban entre otros aspectos: gravar la producción bananera (intento llevado a cabo desde 1892); regular las tarifas de los fletes para el transporte del café (desde al menos 1907); distribuir los beneficios de la industria bananera entre los productores particulares por medio de la renovación de contratos, mejores precios, controles sobre el rechazo de la fruta para la exportación (1907 y 1926); procurar empleo de mayor cantidad de costarricenses en actividades de la bananera y del ferrocarril (1926); procurar la igualdad de condiciones de otras compañías en el uso de los servicios ferroviarios; eliminar comisariatos y operaciones de mercadeo de la Compañía (1926); garantizar que los conflictos entre la bananera y el gobierno fueran dirimidos en los tribunales costarricenses y no en ámbitos extranacionales (1907).

Esta serie de iniciativas empiezan a aflorar, según Casey, en el marco de un desplazamiento de “la ingenuidad legal y política” del siglo XIX  -que en la óptica de  Meléndez más bien sería parte del “ideario liberal” o en la del CSUCA la no-conformación del Estado Nación-, hacia una “concepción absoluta [a los inicios del XX], de que el gobierno podía y debía desempeñar un papel más activo”. La preocupación de fondo de estas iniciativas, según este autor, radicaría en el intento de “promover la producción, proteger a los productores privados, regular los ferrocarriles” así como “tratar de eliminar el monopolio que la United Fruit Company ejercía sobre la compra, el transporte y la comercialización del banano costarricense” (1977: 11).

Sin embargo, las primeras tres décadas del siglo XX estarían marcadas por el veto presidencial a las iniciativas regulatorias emanadas del Congreso. El Poder Ejecutivo, quien consideraba estas regulaciones como “perjudiciales para el libre comercio de la época y para la atracción del capital extranjero”, negociaba bilateralmente con la Compañía Bananera, ignorando a los diputados, mismos que no fueron del todo consistentes durante el período13. La compañía, por su parte, simplemente rechazaba aquellos contratos que, al pasar por el Congreso, eran modificados desfavorablemente a sus intereses. Esto sucedió con aquellos contratos impulsados en 1907 y 1909 (1977: 63).

Es hasta 1930, como señalamos, que el Gobierno y la Bananera firman un contrato que “se caracterizó por ser el primero que cede al gobierno poderes reglamentarios sobre la industria”, careciendo, sin embargo, “de los instrumentos necesarios para garantizar su cumplimiento” (1977: 64). Este contrato, que modificado en 1934 ampliaba e instrumentaba la acción gubernamental en la industria bananera, retoma las principales medidas que se habían impulsado años atrás”14. Para Casey también “contenía una cláusula racista que prohibía el empleo de ‘gentes de color’ en la pujante industria bananera en la costa del Pacífico”, que básicamente buscaba garantizar el empleo a los “costarricenses”. A pesar de que el Estado amplió sus poderes regulatorios, lo cierto es que poco habría podido hacer frente a la Depresión Mundial, sin poder “exigir demasiadas condiciones a la empresa transnacional, cuya retirada de Costa Rica podría provocar una crisis aún mayor” (1977: 58-65).

Según Casey, durante este período “el Estado pudo ejercer un papel muy limitado en la determinación del desarrollo económico de la industria”, actuando generalmente de manera reactiva frente a la multinacional “en salvaguardia del interés nacional”. A pesar de esto, Casey sostiene que “el gobierno costarricense actuó procurando los mayores beneficios para el país y con una comprensión pragmática de la realidad mayor que la de muchas otras naciones caribeñas” y del Istmo Centroamericano (1977: 64-66).

El interés por comprender la dinámica del Estado en su relación con el capital norteamericano en la bananera ha merecido otras aproximaciones que han buscado un mayor nivel de elaboración teórica. Temporalmente hablando, la primera aproximación es la de José Luis Vega Carballo. Vega realiza un “ensayo sociológico” sobre el desarrollo sociopolítico de Costa Rica a partir de información secundaria que pretende aportar, a decir del autor, elementos para “un análisis e interpretación globales de nuestra historia, más allá de lo que se atreve la historiografía tradicional” (1986: 11). Otra aproximación la brinda la historiadora Ethel García en su trabajo comparativo de Costa Rica y Honduras, que fuera publicado en 1997.

El foco de atención de García se circunscribe a la relación Estado-enclave bananero, sosteniendo la necesidad de elaborar una teoría política del enclave. Vega, por su parte, enmarca dicha relación partiendo de las características que asume la conformación del Estado a partir de un hecho anterior: su relación con el capital británico y el impulso que éste último brindara al cultivo del café. Esto lleva a que el análisis de Vega abarque un período aún anterior a la llegada del capital norteamericano en el banano, es decir el período 1850-1870, mientras que García se aboca al período 1884-1883 para el caso de Costa Rica15. Esto nos lleva a abordar, en primer término, el planteamiento de Vega.

Vega señala que el tipo de inversión impulsada por los británicos fue “más bien un crédito extensivo que benefició el desarrollo de la economía nacional”. Se habría desarrollado, de esta manera, una “especial relación de dependencia que no ponía en manos foráneas el control directo de la base económica de la sociedad”, que no asfixió a la burguesía agroexportadora y que no riñó con “la importante tarea de organizar y consolidar un Estado Nacional relativamente autónomo. De esta manera el Estado habría logrado responder principalmente a los intereses de las familias dominantes...”. Salvo excepciones, durante el período 1850-70 no hubo “mayores problemas de injerencia e intervención extranjera, bajo el equilibrio y relativa neutralización de las dos grandes potencias hegemónicas, Inglaterra y Estados Unidos...” (1986: 268-269).

Esta serie de circunstancias permitirían explicar “como fue posible más tarde la transición hacia un estado liberal de derecho y sufragio a pesar de la gravitación tan fuerte que tendrá el capital extranjero –especialmente norteamericano-, a raíz de la explotación del banano en la costa atlántica a partir de la década de 1880” (1986: 269). Siguiendo a Vega, esta “particular situación de dependencia” habría sido favorable para el presidente Tomás Guardia quien “sustrajo el poder del control directo de un reducido número de familias e incrementó la capacidad interventora y recaudadora del Estado”. Este Estado habría sido automatizado por Guardia y puesto en condiciones “de abrirse al influjo de otras fuerzas sociales sub-oligárquicas, antes reprimidas”. Tal fue el caso de la denominada Generación del Olimpo, compuesta por intelectuales y patricios liberales (1986: 279).

Las condiciones relativamente favorables a la conformación del Estado, habrían permitido a Guardia, en 1870, realizar una alianza con “los agentes” del capital norteamericano. Estos intereses, a su vez, habarían jugado un papel de apoyo en la tarea de Guardia de consolidar el Estado. En palabras de Vega, los “agentes del capital extranjero de nuevo cuño...”

“...le ofrecieron apoyo [a Guardia] en su afán heroico, tanto de conectar al país por ferrocarril con las líneas navieras del Atlántico, como de consolidar un poder estatal que había venido pasando de manos inestablemente y era disputado de continuo por los intereses de las facciones oligárquicas, situación que no hacía posible imprimirle al país dirección definida en pos de una estrategia a largo plazo. Al apoyarse en el capital foráneo, Guardia sin duda compensaba su relativa debilidad interna y lograba así, en parte, sobreponerse a la desestabilización con que lo amenazaban sus enemigos [internos] más recalcitrantes” (1986: 270-271).

El balance hecho por Vega, coincide a grandes rasgos con la apreciación de Casey, cuando este atribuía a la elite política costarricense una “comprensión pragmática de la realidad” frente a los intereses del capital bananero. En efecto, según Vega, en este período se gesta una “muy hábil y sofisticada política de acomodo a los intereses y presiones imperialistas que de un modo u otro, con mayores o menores costos, logra negociar y salvaguardar la soberanía nacional en campos decisivos, evitando un dominio pretoriano desde el exterior” (1986: 274). Pero aún más, el análisis de Vega permite explicar dicha capacidad no sólo a la luz de las posibilidades personales sino, fundamentalmente, de las raíces históricas de la conformación del Estado Nacional en Costa Rica a la luz del desarrollo cafetalero y su relación particular con el capital inglés. El saldo resultante es, no sólo una creciente dependencia del plano internacional, sino la consolidación del bloque de poder por parte de los cafetaleros con un “vigoroso ejercicio de autoridad interna, centralizado en el Estado” (1986: 274).

Este análisis, para explicar las relaciones políticas en torno a la producción bananera, haría más énfasis en la importancia de que tuvo el proceso de consolidación del Estado Nación y los márgenes de maniobra que esto permitió, más que en sus debilidades frente a la Compañía bananera, como lo han hecho otras perspectivas ya reseñadas.

El estudio de Ethel García citado arriba, parte precisamente de la pregunta respecto de la manera en que la inversión extranjera en el banano condicionan la formación y consolidación del Estado-Nación y respecto de la medida en que el Estado “tiene capacidad para imponer condiciones o al menos contrarrestar esta influencia”. La respuesta respecto de la capacidad Estatal brindada por García, parte de un supuesto común al señalado por Vega, donde adquiere gran relevancia “el nivel de desarrollo de las economías de exportación y la madurez alcanzada por la clase dominante”. Adicionalmente entrarían a jugar las “concepciones liberales y positivistas predominantes” (García, 1997: 21), único factor al que atribuyera importancia Carlos Meléndez en el estudio citado anteriormente. En este sentido, el análisis de García es integrador.

Basada en fuentes primarias, el análisis de García apunta menos hacia la complacencia de lo que lo hace el de Vega. Presentado algunas similitudes con el estudio de Casey, García señala que se pueden observar dos momentos en la acción del Estado durante el período estudiado por ella. En un primer momento, no se habría manifestado “ninguna resistencia de parte del poder estatal; es un período en el que el Estado cede y las empresas reciben”. El Estado “transfiere su derecho a la explotación, administración, control y distribución de los recursos...” que son fundamentales para el “desarrollo económico nacional”: tierras, administración de los ferrocarriles, muelles, vías marítimas y servicios públicos. Según García sería “hasta un segundo momento que se van articulando algunos mecanismos de confrontación desde el Estado, pero de una manera débil y orientada a la aplicación de regulaciones legales que limiten las amplias prerrogativas concedidas” (1997: 21).

Ethel García también ha estudiado, como parte de su planteamiento sobre la necesidad de una teoría política del enclave16, el accionar de la compañía bananera en su búsqueda de privilegios. Estos serían conseguidos no sólo a partir de presiones sino de una red de vínculos y contactos “con el poder político interno y [con] quienes detentan los aparatos del Estado”. Es lo que García ha designado como “mecanismos directos e indirectos de intervención”. Entre los mecanismos indirectos se encuentran: “los vínculos personales, sociales y de parentesco”, “las relaciones profesionales y de negocios con figuras políticas de relevancia nacional” y “El pago o subvención a funcionarios públicos y el soborno a miembros de los Poderes del Estado” (1997: 212-213).

Entre los mecanismos directos están “la participación de las compañías  bananeras en coyunturas electorales: apoyando de manera logística y financiera a los candidatos, partidos o fracciones políticas de su preferencia” y “el protagonismo de las empresas bananeras en conflictos internos e incluso internacionales”.

La perspectiva comparada entre el caso de Costa Rica y Honduras realizada por García, permite constatar la mejor situación relativa del Estado costarricense en el manejo interno del poder, misma situación de la que hablaban Casey y Vega. En efecto García señala que la tendencia habría sido a que en Honduras la UFCO usara más los mecanismos directos y en Costa Rica los indirectos. Esto estaría relacionado con el poder político y la capacidad de confrontación diferenciales que habrían tenido los sectores internos en uno y otro lugar. Así mismo, habría los gobiernos tendrían una dependencia económica diferenciada respecto de la UFCO, al parecer más favorable a Costa Rica17. En todo caso, según García, las posiciones nacionalistas resultan más bien respuestas tímidas ante presiones sociales de grupos económicos internos afectados y no conllevarían, entre la elite política, una “reconceptualización de su idea de Nación” (1997: 216).

A este respecto es posible constatar distintas valoraciones respecto de la conformación del poder del Estado Nación, en su relación con la bananera, si comparamos los análisis de Vega y de García. En efecto, donde Vega ve un mayor poder de centralización, García señalaría que:
“Al ceder sus recursos, su derecho a la administración de servicios públicos y al renunciar a la potestad de exigir una retribución por el excedente producido y apropiado por la empresa, el Estado está cediendo funciones que son inherentes a su capacidad de legitimar su poder y externalizar su autoridad...”(1997: 216)

¿A que responde dicha diferencia?  Habría que proponer que análisis como los de Rodrigo Facio y José Luis Vega, toman como punto de partida los procesos internos experimentados en la Región Central del país, donde en mayor o menor medida para cada autor, la variable principal es el desarrollo del todo social alrededor del café. Es en esta clave que se busca entender la penetración del capital norteamericano y el desarrollo de la economía bananera.

Trabajos como los de Jeffrey Casey y Ethel García ya no tienen como punto de partida los procesos iniciados en el Valle Central, sino que desplazan su foco de atención hacia las relaciones que se generan a partir de la producción bananera. De ello es muestra que el foco de análisis de Casey sea “Limón” y que García no proponga una teoría política de la conformación del Estado a secas, sino una teoría política del enclave.
Así, parece claro que para Vega la consolidación del Estado está asociada al poder que la burguesía logra establecer sobre un territorio nacional que no abarca la Región Atlántica. Mientras tanto, los enfoques que incorporan de manera más pormenorizada análisis del influjo de la Compañía asentada en aquella Región, relativizan esta consolidación del poder del Estado.

 

2. Los mecanismos de apropiación de la tierra en el Atlántico ligadas al cultivo del banano

Otro de los aspectos que ha merecido atención por parte de la historiografía y las ciencias sociales, es el de aquellos procesos y modalidades mediante las cuales se realiza la apropiación de la tierra en la Vertiente Atlántica durante nuestro período en estudio y sobre los sujetos sociales que llevan a cabo dichos procesos de cara a la producción bananera. Con miras a distinguir los diferentes procesos, buena parte de los estudios ha hecho propuestas de las fases por las que sigue la apropiación de la tierra y el cultivo del banano.

El influyente historiador profesional Carlos Monge, perteneciente al grupo socialdemócrata de Rodrigo Facio, incorpora en su texto Historia de Costa Rica una muy somera referencia al tema en el marco de su abordaje sobre el “desarrollo económico y social de Costa Rica de 1870 a 1900”18. Este análisis, cabe acotar, tiene como punto de partida los procesos que se desarrollan principalmente en la región central de Costa Rica, igual que otros ya mencionados.

En el período 1870 a 1900, Monge describe dos momentos por los que pasa la “agricultura del banano”. Uno es el que correspondería a “los primeros ensayos hechos en la zona atlántica” por costarricenses. El segundo momento estaría marcado por la conformación y fusión de una serie de compañías bananeras que llegarán a conformar la United Fruit Company, mismas que echarían las bases del enclave bananero19. Se trata de un período en el que la Compañía recibía múltiples concesiones de tierra, en el que la producción iría en aumento y se habría mejorado la sanidad, las obras públicas y el movimiento comercial20.

Esta visión de un primer momento de la producción bananera impulsado por productores nacionales y otra en la que domina el enclave, es a grandes rasgos compartido por otros trabajos, aunque con ciertas diferencias temporales. Así por ejemplo, para el CSUCA, puede constatarse en América Central varias fases en la evolución de la actividad bananera. La primera fase iría de 1860 a 1899, cuando la comercialización la hacían los productores nacionales, sólo que se hace referencia explícita a que estos eran “pequeños agricultores independientes”. La segunda fase (de 1899-191) sería aquella marcada por la formación de los enclaves, donde la actividad productiva del banano “estaría en manos de las grandes compañías extranjeras”, en este caso por la UFCO. El CSUCA agrega dos fases más en el período de nuestro interés: una tercera fase que abarcaría de 1917 a 1945 que tendría que ver con la consolidación de los monopolios fruteros, en el que continúa la expansión de la UFCO mediante “un intenso proceso de acaparamiento de tierras”, imponiéndose como monopolio único y exclusivo en el desarrollo y comercialización del banano. La cuarta fase abarcaría desde 1944 a 1954, en la que se experimenta una “modernización de los estados nacionales” en la etapa de segunda posguerra, y en la que los gobiernos “empiezan a exigir a los grandes capitalistas extranjeros un aumento de los impuestos de exportación de la fruta”21.

El economista Frank Ellis22, propone una periodización distinta a las anteriores23, que básicamente compartiría dos aspectos cruciales: que en un primer momento la producción bananera estaría a cargo de pequeños agricultores –“campesinos”, a decir de Ellis, aunque sin señalar su nacionalidad-, al cual le seguiría una o más etapas de consolidación de la gran propiedad por parte de la UFCO –que en el caso de Costa Rica “equivalía [en 1930] al 28%” de su superficie terrestre (1983: 46).

Debemos señalar que, a la luz de otros aportes historiográficos, este enfoque de etapas sucesivas en que se contraponen pequeña-propiedad-campesina-nacional y gran-propiedad-de-enclave, aparece no menos que reduccionista para el caso costarricense o, en todo caso, insuficiente para entender la dinámica de apropiación de la tierra ligada a la producción bananera.

Víctor Hugo Acuña ha aportado elementos claves para entender otros factores internos “indispensables en la génesis de la producción bananera”. Según este autor, “después de 1890, al finalizar la construcción del Ferrocarril al Atlántico, se desarrolló aceleradamente la producción cafetalera en el extremo oriental de la región central en los Valles de Turrialba y Reventazón”24. Sin embargo, a diferencia de las zonas más viejas de cultivo de café, donde existía un importante sector campesino, la producción en la parte más oriental de aquella región se llevó a cabo bajo “nuevas modalidades: concentración del factor tierra y concentración de una fuerza de trabajo plenamente proletarizada”. Adicionalmente, la producción del café se combinó con el banano y la caña de azúcar. Acuña señala, que “la mayoría de haciendas eran propiedad de un pequeño grupo de extranjeros, que rápidamente se integró a la clase dominante costarricense”. Así, a su llegada,  “el capital extranjero monta su actividad sobre la base de cierta experiencia nacional en el campo de la producción bananera”25. Evidentemente esta constatación relativiza de entrada, la tesis de una primera etapa dominada por pequeños productores netamente “nacionales”.

El trabajo de Ronny Viales ha mostrado, por su parte, la existencia de “diferentes mecanismos de colonización efectiva” y de “formas de apropiación territorial” que van más allá de las grandes concesiones de tierra a la transnacional. Los “denuncios por concesión” eran una forma de apropiación que permitía que los terrenos fueran adjudicados a “los interesados o [a] sus representantes”, y que, una vez realizadas las adjudicaciones “ningún otro individuo” pudiera reclamar las tierras. Muchos de los individuos que habrían realizado estos denuncios estaban “unidos por vínculos familiares y comerciales, factor que permitió la acumulación de amplios contingentes de tierra en pocas manos”, nacionales incluidos (Viales 2001: 68-69)26.

Otro mecanismo de apropiación de la tierra identificado por Viales es el de “las colonias agrícolas ‘dirigidas’, impulsadas por el gobierno costarricense”, cuya primera versión habría tenido lugar entre 1895 y 1910 sin buenos resultados. Un ejemplo de esta modalidad se desarrolló hacia finales del siglo XIX en Talamanca, sur de la Región del Caribe. El gobierno habría procurado “hacer efectiva la llegada al país del mayor número de familias extranjeras [en este caso de América del Norte] para ocuparse en el desarrollo de la agricultura, que tanto necesitaba de nuevos brazos…”. Otra, estaría basada en la “inmigración de población nativa”, siguiendo el patrón de colonización propio del Valle central (2001: 74-75).

Un último mecanismo de apropiación territorial estudiado por Viales es el de su otorgamiento “temporal”, bajo la forma de “contratos de arrendamiento estatales”. Un  ejemplo de esta modalidad la encuentra Viales en la Compañía Westfalia, que para 1895 había “sembrado 45 manzanas (31 hectáreas) de banano y se  contrataron otras 50 (…) para el mismo cultivo”. Estos contratos de arrendamientos bien podían ser traspasados a terceros, como efectivamente sucedió en este caso (2001: 81).

A partir del análisis de los denuncios de tierra, Viales sostiene que “la imagen de Limón como región dominada por la gran propiedad se confirma en términos de extensión, pero las formas de tenencia de la tierra abren paso a una nueva visión para la cual el binomio latifundio-minifundio no permite explicar en profundidad la dinámica territorial de esta región”. Esta aseveración la fundamenta en la gran variabilidad en el tamaño de las tierras denunciadas. Así, “el 85% de los denuncios (560 casos) se concentraron en tamaños que no superó las 500 hectáreas, lo que representa la tercera parte del total de hectáreas denunciadas (70.276.49 hectáreas) [mientras que] en el otro extremo, el 1.35% de los casos (5 casos) con propiedades entre las 5.000 y las 6.000 hectáreas, representaban el 27.15% de las tierras denunciadas (58.225,72 hectáreas)” (2001: 89)27.

También a partir de sus datos, Viales sostiene que en esta región “no existe la ‘pequeña propiedad”, al menos no formalmente. Para estos efectos Viales analiza los denuncios de tierra menores a 500 hectáreas, y señala que si bien “la mayor concentración de casos, el 42%, se ubica en propiedades de menos de 100 hectáreas (250 casos)”, estos apenas representan “el 9% de las hectáreas de los denuncios de hasta 500 hectáreas”, es decir solamente 7802,33 hectáreas (2001: 90).

A partir de esta evidencia, que no aportan explícitamente los estudios que se fundamentan en las etapas, una de las conclusiones de Viales propondría “hipotéticamente (…) que en la Región Atlántica (Caribe) coexistió la gran propiedad, en manos de extranjeros y de la oligarquía nacional, con la propiedad indígena en la zona de Talamanca, presionada pro los colonos extranjeros y mestizos; con la pequeña propiedad familiar extendida por toda la región…”. Adicionalmente señala que los factores institucionales, la política y la legislación agraria, habrían sido un “determinante importante del tamaño de las propiedades” (2001: 92).

También el trabajo de Casey antes citado, aporta interesantes elementos para entender más cabalmente la complejidad de los procesos de apropiación de la tierra asociados con la producción de banano. Sin embargo, a partir de otras fuentes, Casey presenta argumentos que reñirían con el planteamiento de Viales acerca de la inexistencia de la pequeña propiedad en el Atlántico costarricense. O, en cualquier caso, muestra que la calificación de “inexistencia formal” de este tipo de propiedad hecha por Viales, esconde una realidad aún más compleja en cuanto a las formas de acceso y apropiación de la tierra. Casey, al estudiar la organización social del trabajo en la industria bananera limonense, señala que esta “se vio (...) determinada” por las relaciones entre tres grandes grupos: “la United Fruit Company, los cultivadores privados y la fuerza laboral” (1977: 132).

La United fue la única exportadora de banano costarricense, posición que consolidó destruyendo cualquier intento de competencia. Para estos efectos fueron de gran efectividad el control monopólico del ferrocarril y del transporte marítimo, el amedrentamiento de los plantadores privados y otro tipo de mecanismos de competencia desleal28. De esta suerte, los productores privados, así como la fuerza laboral tenían una estrecha dependencia de la United (1977: 132).

En el mundo de los cultivadores privados, es decir, aquellos que además de la UFCO tuvieron acceso a la tierra, Casey ubica la existencia de tres grupos claramente diferenciados. Un primer tipo de cultivadores tenía “operaciones en gran escala”, comparables según Casey, con las operaciones productivas de la misma United. La producción de estos constituía al menos la mitad de la producción total y estaba en gran parte en manos de plantadores extranjeros –muy posiblemente norteamericanos y europeos- (1977: 81). Un segundo grupo era constituido por un sector mediano de productores, formado “en buena parte por costarricenses nativos (...) con poco apoyo de capital” pero con una explotación más intensiva que los otros productores. El último grupo es el de los productores “en escala mínima, generalmente jamaiquinos [que] también explotaron sus tierras en forma intensiva”, pero que a diferencia del grupo anterior muy posiblemente tenían que combinar la producción con la venta de su mano de obra (1977: 133).

Adicionalmente, Casey muestra que coexistieron tres formas de ocupación de la tierra en la bananera: la propiedad, el arrendamiento y el precarismo. “Muchos de los ocupantes de propiedades medianas y menores, arrendaban la tierra, casi siempre a la bananera”29. Pero dentro del grupo de los “minifundistas (...) jamaicanos y costarricenses”, existían muchos precaristas “en fincas gigantes de la Compañía, o en tierras ya reclamadas y ocupadas por algunos de los mayores cultivadores privados (1977: 93). De estos, la Compañía no se habría ocupado sino hasta 1913, cuando quiso “regularizar su situación”, obligándolos a pagar “rentas nominales” (1977: 134). Esta situación de precarismo y arrendamiento  muestra efectivamente la gran concentración de la tierra existente, tal y como detecta Viales, pero también la existencia de otros mecanismos de acceso a la tierra.

Casey también ha aportado al entendimiento sobre el acceso a la tierra, a partir del estudio de los “contratos de compra-venta de bananos”, que aseguraban a la UFCO que la producción le fuera vendida únicamente a ella. Estos contratos se habrían constituido en mecanismos de control “para estrangular la competencia”, a la vez que se hacían necesarios para los productores privados debido al monopolio establecido por la United. Este mecanismo, sin embargo, beneficiaría a los precaristas pues les permitía regularizar su situación frente a la Compañía bananera (1977: 96).

Sobre este tema cabe añadir, por último, que el estudio del antropólogo Philippe Bourgois (1994) ha mostrado que las tierras obtenidas por la UFCO en Talamanca no se habrían producido únicamente sobre territorio vacío. Bourgois ha detectado que, al menos desde los años 1920, “la compañía recurrió a la violencia para expulsar a la población aborigen costarricense”. Así mismo, para adquirir otras tierras en el territorio bribri, “pagó sumas simbólicas por medio de intermediarios a quienes el gobierno les adjudicó las tierras en calidad de ‘colonos’, como si se tratara de selva virgen”. Los bribris, por su parte, no habrían podido articular resistencia para evitar “la usurpación de sus mejores tierras para la agricultura por parte de la transnacional” (1994: 59-61).

En suma, podría señalarse que el panorama respecto de la apropiación de la tierra es mucho más complejo que el planteado por los aportes más tradicionales, aún aquellos centrados en el estudio de la producción bananera. En la superación de estos enfoques ha incidido claramente un mayor recurso a las fuentes primarias de información hecha por autores como Viales y Casey.

 

3. Las perspectivas sobre el Enclave

A pesar de esta complejidad del acceso a la tierra, lo cierto es que la Compañía bananera había acaparado una significativa cantidad de tierras en la Vertiente Atlántica y era apreciable el control que ejercía sobre ésta y sobre lo que en ella se cultivaba. Adicionalmente, la Compañía recibía del Estado otras concesiones significativas como la exoneración de los impuestos sobre la exportación y la importación a la vez que había consolidado el monopolio sobre el ferrocarril y controlaba el muelle que ella misma había construido para el Estado, con la finalidad de no depender del muelle perteneciente a la competencia.

Así, la realización de la ganancia por parte de la UFCO abarcaba desde la puesta en marcha de sus propios los comisariatos –tiendas que le permitía a la Compañía recuperar una parte de los salarios de los trabajadores- hasta el control de su propia flota naviera, denominada “La Gran Flota Blanca”. En efecto, La Tropical Fruit Steam Ship Co. Ltd., formada por la UFCO en 1904 para el transporte marítimo del banano, según algunos disponía para 1934 de un total de 102 barcos, cantidad significativamente mayor a los 41 que habría tenido en 191130. En suma, determinaba y controlaba con sus propios recursos los diferentes momentos del proceso de producción y comercialización.

Ya Facio planteaba desde 1940 que la “la agricultura del banano resulta una actividad más bien externa” que beneficiaba exclusivamente a la empresa extranjera. Con esta denominación, muy cercana al concepto de enclave, Facio se preocupa más bien por la incapacidad de esta producción de “contrarrestar las nocivas consecuencias monocultistas del café” (1978: 61), como hemos dicho. A partir del concepto de enclave, otros/as han buscado captar, con diversos grados de elaboración y énfasis, una serie de elementos tales como la dinámica política y económica de la producción bananera en un contexto nacional o regional, las debilidades del Estado y la omnipresencia de la Compañía.

Desde una perspectiva más bien técnica, Casey define el concepto a partir de las condiciones diferenciales que posee el capital extranjero respecto del país receptor. En este sentido, señala que un enclave “puede ser una empresa establecida por el capital extranjero, generalmente estadounidense o europeo, en un país de bajo ingreso para la explotación de un recurso específico de bajo ingreso para la exportación de un recurso específico, que por razones climáticas o de presencia, no puede ser explotado en las regiones originales de esos capitales”. Según plantearía Casey, la forma en que se expresa el enclave es bajo la modalidad “plantación”, que “tipológicamente” incluiría puntos como la “exportación agrícola comercial en gran escala”, la “producción para el mercado”, el “empleo de técnicas de administración modernas” y la “explotación intensiva de capital y mano de obra, en contraposición con la hacienda...”, además de la extensividad en tierra (1977: 17-18).

Otros, han privilegiado el tamaño de la empresa y las concesiones del Estado. En este sentido la definición brindada por el CSUCA sostiene que “una explotación de tipo Enclave” es aquella desarrollada por un “tipo gigantesco de compañía que controla toda la producción de una rama determinada en un país, aprovechándose de las facilidades que le otorga el Estado” (1977: 27).

Análisis de mayor riqueza han procurado entender la dinámica interna del enclave. Acuña, por ejemplo, ha analizado las condiciones de “desarrollo” del enclave bananero, señalando que funciona  bajo una lógica depredatoria de uso de los recursos naturales que “no revoluciona constantemente las fuerzas reproductivas”. Aquí, el “capital imperialista del enclave” no se comportaría como capital modernizador sino como latifundista, en tanto sólo usa entre el 15 y el 20 por ciento de las tierras, manteniendo el resto como reserva. La tierra es fundamento de la acumulación: brinda gran movilidad a la bananera pues desplaza la producción a nuevas tierras una vez las ya explotadas se agotan. Aún más, señala Acuña, habría que entender su lógica de acumulación en un todo más amplio “y  no desde la óptica de su implantación en un país determinado [...pues] si este capital tiene la oportunidad de realizar ganancias mayores en otro lugar no tiene ningún inconveniente en migrar”(1991: 142-144).

Tal y como hemos visto en los apartados anteriores, otros autores y autoras se han interesado particularmente en la incidencia política de la Compañía bananera, como es el caso de Vega y García. El primero señala que la “economía colonial del enclave”: es una deformación de la economía interna que implica poca transferencia y gran absorción, la ausencia de “controles efectivos a fin de retener dentro de [la economía interna...] los principales centros de decisión... y en lo político la intromisión constante de la bananera en los asuntos internos del país, acompañado del aumento de privilegios. Esto ha llevado a Vega a sostener que la existencia de un Estado dentro de otro Estado (1986: 285).

Ethel García, por su parte, ha relacionado el término “plantación” con el de “enclave”, brindando una visión más abarcadora.  Para esta autora, “La plantación constituye un caso particular de economía de enclave orientada hacia la producción agrícola de cultivos tropicales de exportación, en donde la propiedad de la empresa recae en una gran corporación internacional con un alto grado de concentración de actividades; es decir, el control de parte de la empresa de todas las fases de producción y comercialización. Además, se produce una diferenciación tajante entre las tareas de dirección y control realizadas por un número reducido de personal especializado y las tareas operativas efectuadas por una abundante mano de obre no calificada”(1997: 15).

Adicionalmente, García realiza una distinción entre la dimensión económica y la dimensión política del enclave, asumiendo que si bien podría no existir una articulación del enclave bananero con otros sectores de la economía, si existe una clara articulación en el ámbito de lo político. En palabras de esta autora:

“se ha afirmado que esta forma característica de penetración directa de capital extranjero por lo general no genera una articulación dinámica con el resto de los sectores productivos internos, lo que en cierto sentido define su carácter de enclave; pero es evidente que, las relaciones de poder se vuelven más complejas al introducirse elementos nuevos y contradictorios” (1997: 15-16).

Podríamos señalar que, en términos generales, la mayoría de planteamientos podrían asumir el supuesto que el enclave funciona, al menos tendencialmente, como una externalidad respecto de la economía nacional pero como factor de condicionamiento interno en cuanto al sistema político. No obstante, Ronny Viales ha cuestionado particularmente el primer supuesto en su trabajo Después del enclave.

Viales, partiendo de una óptica de análisis regional centrada en Limón, realiza una investigación sobre los factores de la decadencia de la producción bananera a partir de 1927, y sobre las estrategias de sobrevivencia que desarrollan los actores sociales para hacer frente a esta situación “con el fin de minimizar el impacto de esta situación precaria”(1998: 24). En este contexto, y basado en fuentes de archivo, Viales detecta las declaraciones de aquellos sectores vinculados de diferente manera a la Compañía bananera, entre ellos empresarios nacionales. Según Viales, habría existido una “estrecha relación entre el enclave y algunas industrias nacionales que le servían de proveedoras”. Ello le lleva a sostener que “la concepción tradicional del enclave (...) no permitiría rastrear sus relaciones con la economía nacional, las cuales (...) constituían algo más que enlaces directos e indirectos”.  Viales agrega que los actores regionales y el poder local habrían pugnado “por una mayor injerencia del Estado en el enclave”, aspecto que según este autor “podría complementar la ‘Teoría política’ propuesta por Ethel García” (1998: 181-182).

 

4. Los pobladores del atlántico: procesos migratorios y fuerza laboral

Como señalaría Casey, la organización social del trabajo en la industria bananera limonense, habría estado determinada por las relaciones entre la United Fruit Company, los cultivadores privados y la fuerza laboral. Habiéndonos abocado hasta ahora, principalmente a los dos primeros componentes, nos restaría reseñar la manera en que la historiografía y otras ciencias sociales han tratado la cuestión de la fuerza de trabajo.

Habría que anotar que este tema está estrechamente vinculado a los procesos migratorios desarrollados desde las últimas tres décadas del siglo XX. Entre tales  procesos migratorios estarían los originados en el Caribe insular e ístmico, seguidos por aquellos provenientes desde el interior de Costa Rica y Nicaragua destinados a proveer fuerza de trabajo. Los primeros flujos tendrían como destino la construcción del ferrocarril y luego la producción bananera31.

Habría que anotar que las primeras aproximaciones a este tema reflejan la existencia de una serie de estereotipos ligados a la raza y el género, además de otros prejuicios e imprecisiones históricas que reflejan una claro sesgo vallecentralino. Así, Carlos Monge, al referirse a aquellos costarricenses que habrían emprendido los primeros ensayos bananeros en el Atlántico, hablaba con un tono épico que exaltaba la virilidad de los costarricenses. En efecto, se trataba de:

varones vigorosos, incansables, luchadores [a quienes] poco importaba los constantes peligros a que exponían sus vidas en una zona poblada de animales venenosos, de fuertes lluvias, de inundaciones, de elevadas temperaturas, región palúdica  (...) alejada del centro del país, carente de buenas vías...” (1982: 247; las cursivas son nuestras)

Por su parte, Facio justificaba la inmigración de población afro-descendiente, proveniente de las Antillas, básicamente a partir de consideraciones de corte racistas. Según este autor:

“El clima fortísimo del litoral, las pésimas condiciones higiénicas, lo insalubre de la zona, lo pesado de los trabajos, hacen poco menos que imposible la mano de obra blanca en el levantamiento de la vía férrea y la explotación de los bananales”(1978: 58).

Así, el único trabajador que podría “resistir esas condiciones y de dar, a pesar de ellas, cabal rendimiento”, era aquel de origen negro. Y aún cuando para este autor es de innegable importancia la “colaboración negra” como fuerza de trabajo, no pueden negarse, según él, una serie de problemas que se le plantean al país en el “orden económico-social y educacional”, vinculados a “las naturales implicaciones que las diferencias de razas le da”. Estas implicaciones consistirían en “la existencia de una población desarraigada y miserable que se extiende por varias zonas del país”(1978: 58; las cursivas son nuestras).

Precisamente la tesis sobre el desarraigo de la población inmigrante en el Atlántico costarricense ha sido la dominante dentro de la historiografía nacional32, siendo Carlos Monge uno de sus exponentes. Al describir el “paisaje humano” asociado a la bananera, Monge señala que entre los inmigrantes “abundan negros, nicaragüenses y  vecinos del Valle intermontano central”. Según Monge, este  inmigrante —que atiende los “oficios rudos”—:

“en la generalidad de los casos es un desarraigado, de bajo nivel cultural, apenas si domina los rudimentos de la escritura y lectura. Hombres de rara personalidad y temperamento, [en los días de pago] botan a manos llenas el dinero que ganan”(1982: 24; las cursivas son nuestras).

Según Monge, en este contexto tan extraño a lo costarricense, la población se encuentra desarraigada pues:

“La familia en el sentido en que se ha desenvuelto en el país no existe. Las explotaciones bananeras a causa del agotamiento del suelo son migratorias (...) No hay estabilidad, ni seguridad, ni permanencia. Los trabajadores no echan raíces. Son hombres sin mañana.”(1982: 24)

Posteriores aproximaciones han propiciado un mejor entendimiento de las dinámicas migratorias asociadas a la plantación bananera en al menos dos sentidos. Algunas aproximaciones aportan elementos para entender los motivos por los cuales no se produjeron procesos migratorios significativos desde el interior de Costa Rica hacia el Atlántico en el período 1870-1920. Otras aproximaciones, realizando un nuevo desplazamiento en el foco de atención, explican la dinámica migratoria del Atlántico costarricense a la luz de los procesos históricos del Caribe, y más allá. Ambas perspectivas contribuyen a explicar que los fenómenos migratorios no tendrían nada que ver con criterios racistas como los enarbolados por Facio.

Dentro de la primera aproximación se encuentra los trabajos de Víctor Hugo Acuña y de José Luis Vega, ya citados. A grandes rasgos, ambos señalan que durante la segunda mitad del siglo XIX –y comienzos del XX, según Vega- no se habrían producido procesos masivos o abruptos de proletarización en el interior de Costa Rica. Estos incluso se verían compensados, principalmente debido la persistencia de la estructura de la pequeña y mediana propiedad así como de la existencia de una frontera agrícola que amortiguaba las tendencias de crecimiento demográfico (Acuña 1991: 131-133; Vega 1986: 254). En el marco de la constancia de un importante sector campesino durante prácticamente todo el siglo XIX, la expansión cafetalera iría acompañada de escasez  de mano de obra y de altos salarios en el Valle Central que desestimularon los flujos migratorios (1991: 120). No extrañará, ante lo dicho, que a partir de 1870 la construcción del ferrocarril requiriera “la importación de trabajadores chinos, italianos y jamaiquinos”(1991: 132)33.

Dentro de la corriente que busca entender la dinámica migratoria de la población inmigrante, entre ella la población afro-antillana, se encuentran los estudios de Ronny Viales (1998) y Lara Putnam (2002). Ambos procuran entender las lógicas de expulsión y de atracción de fuerza de trabajo existentes en el Caribe y del lugar de Limón dentro tal lógica para el período que nos ocupa.

Según señala Viales, a Limón se movilizó población procedente del Caribe, en su mayoría de Jamaica. Muchos de ellos antes habían trabajado para el Canal de Panamá34 o de las bananeras en ese país. Mientras que Limón se había convertido hacia finales del Siglo XIX e inicios del XX en foco de atracción debido a la construcción del ferrocarril, al desarrollo de la actividad bananera y a la escasez de mano de obra interesada en el cultivo del banano35, Jamaica se había vuelto expulsora de su población. Esto último se explica no sólo como producto de los procesos de crecimiento demográfico, sino de la importación de trabajadores de la India para trabajar en las plantaciones bananeras y de caña de azúcar. A los trabajadores de esta procedencia  se les pagaba una sexta parte del salario que antes ganaran los isleños, siendo salarios “tan miserables” que los obreros jamaiquinos rechazaban los trabajos (1998: 44-47). Eso les obligaba a emigrar por el caribe Insular e Ístmico, Estados Unidos y Gran Bretaña.

Según señala Lara Putnam, a la altura de 1904, la United Fruit Company reportaba que en la división Limón tenia 5,600 trabajadores, 4,000 de los cuales eran jamaiquinos. Viales apunta que sería en las primeras dos décadas del siglo XX cuando se registraría “el período de mayor intensidad de llegada” de población el Caribe, principalmente de Jamaica. A partir del Censo de 1927, es posible establecer que los jamaiquinos constituía un 28.5% de la población de Limón [alrededor de 18,000 personas], mientras que otro 5.3% procedía del resto del Caribe (2002: 59).

A partir de los años de 1920, mientras que se iniciaba en Limón un proceso de expulsión de hombres jóvenes de origen jamaiquino con destino a Panamá, Nueva York, Jamaica y Cuba, Putnam señala que la región atraía mayores contingentes de población hispana. Una parte de esta provenía del interior de Costa Rica (Guanacaste y el Valle Central) mientras que otra era de origen nicaragüense. Aunque ha sido menos estudiado el contexto nacional que obliga a los nicaragüenses a migrar, se ha establecido que estos representaban un  9% para 1927 (1998: 47-50). Según Putnam, es entre 1906 y 1908 cuando se tienen las primeras referencias gubernamentales de trabajadores nicaragüenses llegando a la zona bananera en grandes grupos (2002: 66).

A nuestro juicio, uno de los aportes más significativos de Lara Putnam radica en el análisis de género de los procesos asociados al atlántico costarricense y a la bananera, que con creces supera los prejuicios de género existentes en los primeros historiadores que hemos citado. Entre otros aspectos el trabajo de Putnam ha mostrado una compleja y matizada panorámica en las relaciones de género en el Limón de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, en donde algunas mujeres afro-descendientes jugaron un importante papel productivo: tuvieron acceso a la tierra y a otras propiedades y desarrollaron importantes niveles de autonomía económica a partir de las estrategias de trabajo independiente. Bajo el influjo de la producción bananera, su trabajo estuvo ligado en algunos casos al comercio y en otras tuvo un carácter más genéricamente determinado: venta de comida y otros servicios y/o venta de su cuerpo a los trabajadores. Resulta significativo que los trabajos asalariados disponibles estuvieran principalmente dominados por hombres quienes, igualmente, tenían posibilidades de acceso a la tierra en mayor proporción que las mujeres. También a diferencia de estas, los hombres no se encontraban atados a la reproducción y podían ejercer, en mayor o menor grado, control sobre la sexualidad de las mujeres. Ante un panorama tan matizado Putnam ha señalado que el balance de poder de género “puede diferir absolutamente a través de los diferentes reinos que componen una vida singular o un sistema social” (2002: 210).

Existen múltiples aspectos de la historia social referida a los trabajadores y trabajadoras del Atlántico costarricense, que resulta arduo tratar aquí. Sin embargo cabría señalar, a muy grandes rasgos que la historiografía ha tendido a incorporar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, nuevas visiones y nuevas fuentes que han permitido superar las percepciones anteriores. Estudios más exhaustivos han demostrado, entre muchos aspectos, que la población afro-descendiente ha tenido, desde su llegada, mayores niveles educativos que la población hispana. También ha demostrado que los migrantes no eran una masa indiferenciada que se desempeñaba en su totalidad como peón agrícola no calificado. La población afro-descendiente habría ocupado los puestos mejor calificados en el ferrocarril y en la bananera y habría desarrollado en el Atlántico un proceso de campesinización más temprano que el de los costarricenses. Este se habría reforzado con el traslado masivo del proceso productivo hacia los productores privados, que efectuara la Compañía bananera, con mayor fuerza, en la década de 192036. Para finalizar, nosotros propondríamos que este proceso de campesinización, habría sido uno de las estrategias de sobrevivencia que apuntan a un proceso de arraigo y de construcción identitaria de la población afro-descendiente asentada en Limón, tesis que superaría las versiones del desarraigo antes mencionadas37.

Por otro lado, los elementos propuestos por Acuña, Viales y Putnam, dejan en claro que las tesis de Facio sobre los motivos de migración hacia la Región Atlántica de Costa Rica, no da cuenta de la dinámica interna por la cual los habitantes del Valle Central y más allá no habrían migrado en un primer momento, y porqué si lo hace la población de origen antillano. Así, la tesis de Facio sustituye la explicación histórica por el prejuicio de corte racista. De esta manera, Facio reproduce el “mito de la Costa Rica blanca” que fuera parte del desarrollo ideológico del régimen liberal de la segunda mitad del siglo XIX (1999: 142). El carácter mítico de esta construcción radica, como señala Mauricio Meléndez, en que la mayoría de los costarricenses son descendientes tanto de encomenderos como de indios; de amos como de esclavos de origen africano (1997: 87).

 

Conclusiones

Para finalizar cabría proponer que la revisión que hemos realizado permite detectar algunos aspectos generales, a manera de tendencia, dentro de la producción intelectual de la segunda mitad del siglo XX que se aboca al estudio de la producción bananera en la Región del Caribe costarricense en el período 1870-1950. Estos aspectos, cabe decir, se encuentran interrelacionados.

En primer lugar, es posible detectar una superación de los estereotipos, entre ellos los raciales, que han estado legitimados bajo el paraguas de la “ciencia”. Sin duda la evidencia empírica y la emergencia de nuevos enfoques como el de género y etnia, han marcado la pauta para la superación de dichos prejuicios.

En segundo lugar, profundizaciones sucesivas sobre el tema han dado como resultado una realidad muchísimo más compleja de la que era presentada por algunos de los historiadores que hemos reseñado. Esto es aplicable no sólo al tema de las migraciones y la fuerza de trabajo, sino al de las relaciones políticas Estado-Compañía bananera y al de las formas de apropiación de la tierra, donde los enfoques interdisciplinarios parecieran hacerse necesarios. Adicionalmente, el trabajo de Viales ha aportado evidencias para relativizar y superar el concepto mismo de enclave, a partir del cual se ha visualizado el tema de la industria bananera.

Por último es posible detectar un doble desplazamiento en el foco de análisis de los estudios revisados: primero, desde el interior del país hacia la Región Atlántica costarricense y, segundo, hacia la comprensión de esta Región en el marco de una dinámica más amplia, asociada al Caribe como un todo. Vista esta producción en su conjunto, es posible superar las visiones parciales y entender de mejor manera todos los procesos que confluyen en la industria bananera. A propósito de este desplazamiento es claro que la tendencia hacia una historia transnacional que supere los enfoques de corte nacional se hace, hoy por hoy, imprescindible.

© Mauricio Menjívar Ochoa


Bibliografía

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Notas

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vuelve * Sociólogo, M.Sc. en Ciencia Política. Cursa actualmente estudios de Doctorado en Historia (Universidad de Costa Rica) con el apoyo de una beca del DAAD. Se ha especializado en estudios sobre masculinidad.

vuelve 1. Keith poseía también la Colombia Land Company y la Zinder Banana Company de Panamá (Casey, 1979: 23).

vuelve 2. La Boston producía bananos en Cuba, Jamaica y Santo Domingo y “tenía la distribución en Boston y otros puertos de la costa noratlántica” (Casey, 1979: 22).

vuelve 3. Ver Carcanholo (1978: 147-157). Este es un cálculo elaborado por Carcanholo después de ajustar unas cifras que no consideraban el valor comercial de las exportaciones. La cifra, sin ajuste, haría que el valor de las exportaciones de banano representara el 71.6% del total de las exportaciones cifra ya de por si considerable. 

vuelve 4. Algunos autores toman como año de finalización de su análisis a 1930 con el estallido de la crisis económica, otros lo ubican entre 1940 y 1950, cuando en Limón se experimenta de manera más clara un repliegue de la United Fruit Company (que indistintamente trataremos como UFCO o Compañía bananera a lo largo de nuestro ensayo).

vuelve 5. Se trata de la tesis de licenciatura en Derecho de Facio.

vuelve 6. Facio es probablemente el principal intelectual del Centro para el Estudio de Problemas Nacionales, grupo de jóvenes que en los 40 se alían con José Figueres en el Partido Acción Demócrata. Esta alianza, de la cual Resulta el Partido Social Demócrata, impulsa la guerra civil de 1948. Igualmente es la base del Partido Liberación Nacional, la principal y más estable organización política de la segunda mitad del siglo XX.

vuelve 7. Se trata de un texto sintético cuyo objetivo es el de ser integrado “a los programas educacionales” de la Universidad Estatal a Distancia, cuya primera edición, también publicada por la UNED, data de 1979.

vuelve 8. Uno de los focos de atención de esta autora es el de “contextualizar el significado del ferrocarril en la forja de la identidad nacional” en el período 1870-1890, lo cual cobra relevancia en vista de que los inicios de la construcción del ferrocarril,  “coinciden con los albores del proyecto liberal inaugurado en 1870 por el general presidente Tomás Guardia...”. El Ferrocarril había sido pensado como la manera más barata y expedita de sacar la producción cafetalera hacia el Atlántico con destino a los mercados europeos. Sin embargo, según señala Murillo, más que un medio de transporte, es “el vehículo por excelencia concebido por el proyecto liberal para lograr la integración de la nación...” y por tanto es un “referente generador de identidad colectiva.

vuelve 9. Entre los contratistas para las labores de trazado y construcción figuraban, entre otros, Wilson y  Minor C. Keith, así como su hermano Enrique Meiggs Keith quien ya había trabado en años anteriores para un contratista que había desertado (1995: 31). 

vuelve 10. Acuña Ortega (1991). La primera versión de este trabajo fue presenta en 1982 en un Seminario titulado “La formación del capitalismo en Centroamérica “1870-1930” organizado por la Universidad Autónoma de México. Es publicado, por primera, vez en 1986.

vuelve 11. El CSUCA, organismo que agrupa a las Principales Universidades Públicas –y a algunas privadas- de la Región de América Central, realizó en el año de 1977 esta publicación que buscaba hacer accesible a sectores populares, entre ellos los trabajadores bananeros, “los resultados de las investigaciones académicas”, algunas de ellas impulsadas por el mismo CSUCA..

vuelve 12. Casey (1997: 11-15). El trabajo de Casey tiene como propósito “definir los procesos por medio de los cuales se pobló y se desarrolló la región atlántica de Costa Rica”, a partir de “consideraciones macroeconómicas, sociales y de población. El período abordado por Casey va de 1880 –año  en que se inician las exportaciones de banano- a 1940” -fecha que corresponde a la  “desaparición del banano” en Limón y que marcaría “una fase diferente del desarrollo regional” de esta provincia”. La agricultura de subsistencia y el intento de introducir otros productos al mercado, marcarían la pauta de esta nueva fase..

vuelve 13. Casey (1977: 50-61). El Congreso se habría mostrado incapaz de brindar al gobierno poderes reglamentarios sobre la industria bananera. Aún considerando la capacidad de veto que tenía el presidente, y la Compañía misma, la lectura de Casey es que el Congreso no habría sabido aprovechar las coyunturas favorables a la firma de contratos que hubieran implicado medidas  regulatorias y un mayor beneficio económico para el país. Tal habría sido el caso del fallido contrato de 1926-27, que no se habría hecho efectivo debido a la dilación del Congreso. La Compañía pretendía, por esos años, ampliar su ámbito de operación a Sarapiquí, Heredia. Sin embargo, después de estudios de suelo habría desestimado esta posibilidad y rechazado el contrato que en un principio impulsara ella misma y que el Congreso no aprobara a tiempo.

vuelve 14. Entre estas medidas están: “la protección a los pequeños productores y arrendatarios, que tenían que depender de la Compañía Bananera y de los grandes productores privados para sacar el producto de las fincas”; la protección de los derechos de los trabajadores en las plantaciones bananeras; la regulación de los comisariatos, que ahora “estaban obligados a vender a los mismos precios que el comercio local y a no efectuar descuentos en los vales Los vales seguían siendo un sistema con el que ocasionalmente se pagaba a los trabajadores (1977: 59).

vuelve 15. El año de 1884 es la “fecha en que el Estado costarricense otorga la primera concesión bananera”, mientras que 1938 es el momento en que las operaciones bananeras son desplazadas hacia el Pacífico costarricense. Ver: García Buchard (1997: 18).. 

vuelve 16. García parte de la necesidad de “elaborar una teoría política del enclave, que permita entender las características que asume el proceso de formación y consolidación del Estado en este tipo de sociedades. Que centre su interés en el análisis de las interrelaciones políticas entre el sector de enclave de las economías dependientes y los Estados de esas mismas sociedades con el objeto de identificar las modalidades de condicionamiento e interacción. Y que permita, al mismo tiempo, reelaborar el concepto de enclave, partiendo de una concepción más dinámica e histórica del mismo” (24-25).

vuelve 17. El gobierno en Costa Rica habría recurrido a la UFCO para financiar la construcción de obras de infraestructura o para cumplir obligaciones financieras externas. En Honduras, la ayuda solicitada a la UFCO tendría que ver con gasto militar en vista de la “inestabilidad política del país”. También habría incidido en este uso diferencial de los mecanismos, la ausencia de una pugna interbananera en Costa Rica  producto del monopolio existente. (García, 1997: 214-215).

vuelve 18. (Monge, 1982: 244). Capítulo Décimo. Monge publicó por primera vez su Historia de Costa Rica en el año de 1940. En este texto se abocaba fundamentalmente a la época colonial y la primera época de la independencia y no abordaba la temática de la producción bananera. Ya en una de sus múltiples ediciones posteriores (la que citamos es la decimoséptima) incorpora el tema de la bananera.

vuelve 19. Al menos 20 compañías formaron la Boston Fruit Company. Luego aparecería la Tropical Trading and  Tansport Company que formaría junto con la anterior la United Fruit Company (247); también en la misma obra ver las páginas 19-20.

vuelve 20. Según Monge (1982: 247-248) en “1908 las fincas estaban distribuidas en tres secciones: Río Banano, Zent y Santa Clara, que sumaban un total de 6700 hectáreas, recorridas por 20 millas de ferrocarril y 150 de tranvía”. Se habría mejorado el puerto habilitado en 1853 por el entonces presidente Juan Rafael Mora, quien entonces también nombra “un comandante de puerto que haría las veces de Gobernador”.

vuelve 21. CSUCA (1977: 7-11). El CSUCA menciona una quinta fase, que va de 1954-1975. En esta se experimenta una “modificación de las políticas de las compañías bananeras” con la formación de las multinacionales.

vuelve 22. La investigación realizada por Ellis abarca a los países de América Central donde se lleva a cabo la producción de banano: Costa Rica, Guatemala, Honduras y Panamá. Durante su realización, a fines de la década de los años de 1970, Ellis contó con el apoyo de la entonces recién formada Unión de Países Exportadores de Banano (UPEB, fundada en septiembre de 1974), así como de la Oficina Internacional del Trabajo. Ver: Ellis 1983, pp. 9-10.

vuelve 23. Según Ellis, en la obra citada, una primera fase (1870-1898) corresponde a los “pequeños productores y comerciantes privados”, una segunda fase (1899-1930) corresponde al salto de la UFCO “hacia la integración horizontal y vertical” y una tercera fase (1931-1946) correspondería a la “depresión y consolidación” de la actividad bananera.

vuelve 24. Viales (2001) considera que esta zona puede inscribirse como parte de la dinámica de la Vertiente Atlántica costarricense.

vuelve 25. Acuña (1991: 136-137). Esto significa que “el capital extranjero no se invierte en el vacío, sino que se inserta en un contexto económico-social excepcionalmente favorable para su reproducción” (141).

vuelve 26. Según este autor, del total de tierras concedidas en la república en 1896, aproximadamente el 9%, unas 49.500 hectáreas, correspondía a Limón.

vuelve 27. Otros 90 casos, que representan la tercera parte intermedia, “se distribuía en propiedades cuyo tamaño oscilaba entre las 500 y menos de 5000 hectáreas”.

vuelve 28. Casey reseña cuatro intentos significativos de crear competencia: el de la Compañía Bananera de Matina, en 1894, el impulsado por el gobierno con motivo del contrato Astúa-Pririe, en 1904; el de la Atlantic Fruit Company, en 1912 y, finalmente en la década de 1920, el de la Cooperativa Bananera Costarricense en conjunto con la firma Cuyamel Fruit Company, de Samuel Zemurray que tenia operaciones en Honduras. Ver Casey, 1977: 104-112.

vuelve 29. Los arrendatarios pagaban aproximadamente “50 centavos de dólar por hectárea por mes o más” (1977: 134).

vuelve 30. Según Moisés Soto, esta compañía creada “bajo el amparo de las leyes del Reino Unido” en 1911 tenía 25 vapores “en el tránsito americano y 16 en el europeo”. En 1929 tenía en 1929 “39 barcos en servicio Americano y 35 en el europeo, con 29 barcos más fletados”, ya para 1932 la flota era de 102 barcos: “56 en ruta americana y 39 europeos, además [de] 17 alquilados”. Según los datos del CSUCA (10-17) para 1955 la UFCO operaba 62 barcos (50 de los cuales eran “totalmente refrigerados”), con un tonelaje que oscilaba entre los 3 mil a 7 mil toneladas brutas. Desconocemos la causa de esta diferencia.

vuelve 31. Existe también la afluencia de europeos, principalmente italianos –aunque también ingleses y alemanes, así como la llegada de chinos, a partir de la construcción del ferrocarril. No obstante, ya desde 1855, algunos finqueros habrían traído alrededor de 77 trabajadores chinos que laboraran en la construcción del ferrocarril en Panamá. (Ver Murillo, 1995: 75).

vuelve 32. En este sentido Quince Duncan, uno de los mas respetados intelectuales afrodescendientes, al referirse a la segunda generación de afro-descendientes en Costa Rica a la altura de 1948, sostiene que son, durante mucho tiempo, gente sin patria, sin identidad reconocida. Ver: Duncan, Quince, 1981. “El negro antillano: inmigración y presencia”. En: Meléndez, Carlos y Duncan, Quince (1981: 116). Vega (1986: 285), por su parte, sostiene la tesis del desarraigo para el caso de la fuerza de trabajo proveniente de “las fincas del interior”..

vuelve 33. Vega (1986: 132). También cabría pensar, a partir de la argumentación de Acuña, que al menos una parte de la población “proletarizada” habría encontrado,  hacia finales del siglo XX, importantes fuentes de trabajo en las tierras más orientales del Valle Central, abiertas a la producción por el nuevo impulso capitalista desde 1890. Esto habría al menos atenuado la migración hacia las actividades que Keith desarrollaba por aquellos años. 

vuelve 34. En 1880, la construcción del canal de Panamá por los franceses, se convierte en foco de atracción de pobladores jamaiquinos “desde entonces hasta el primer cuarto del siglo XX” se movilizan hacia Panamá, Cuba, Honduras, Costa Rica, Estados Unidos e Inglaterra. (Viales, 1998: 45).

vuelve 35. La población indígena, como ha estudiado Bourgois (1994), estuvo poco dispuesta, a integrarse masivamente al cultivo del banano y tampoco fue susceptible de ser “disciplinada”.

vuelve 36. Con el tiempo no sólo creció el número de campesinos afro-descendientes sino su importancia productiva, pues “ya para 1929, el 71% de los bananos exportados desde la división de Bocas del Toro, era comprado a los pequeños agricultores negros concentrados en los valles de Talamanca y Sixaola [... y] Chiriquí” (Buorgois,  1994: 113).

vuelve 37. A este respecto es importante tener en cuenta que si bien la estrategia de una parte de la población fue volver a migrar, la mayor parte se quedó en Limón al menos hasta 1950. Efectivamente, en 1950, la población de origen antillano era de 13,749 personas, 4,254 personas menos que en 1927, año en que la población ascendía a 18,003. Ver: Bourgois, 1994: 126). Cabe señalar que Facio consideraba que esta población de trabajadores “formada por jamaiquinos importados, sólo podía haberse integrado realmente a la nación por el trabajo permanente y creador de riqueza individual efectiva sobre la tierra por el hogar y por la parcela; sociológicamente, sólo ese arraigo podía haberla naturalizado”. Como hemos señalado esta hipótesis resulta, a nuestro criterio, más que sugerente. A la altura en que Facio (1978: 59) escribió su Estudio, posiblemente no estaba en posibilidad de ver los procesos de arraigo ligados a la tierra que efectivamente se estaban gestando ya en el momento entre la población afro-descendiente. 


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