Universidad Nacional de Costa Rica
Entre otro de los varios prejuicios que han pesado y pesan sobre Centroamérica, se haya el de tildarla como una región carente de cultura, con la excepción hecha de los sorprendentes ejemplos del pasado prehispánico que aún asombran entre las ruinas a los visitantes, de aquí o del allá. Sin embargo, de las muestras de lo hecho por el criollo durante y desde la formación del período colonial poco se sabe, muy poco, a punto tal de haber generado un prejuicio tan odioso y persistente como el mencionado.
Ahora bien, es gracias al aporte de investigaciones como La estela de la pluma. Cultura impresa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX de Iván Molina Jiménez que se deberá ir disipando la imagen de una Centroamérica necesariamente empobrecida de productos culturales, como si su pobreza económica impusiese lo otro. Sin embargo, y como para poner las cosas en su debido lugar, se despliega en este libro la rica tradición escritural que ha madurado en la región desde que la tutela centenaria bajo la España inquisitorial comenzó a perder vigencia; desde que mentes progresistas ya en Guatemala, en El Salvador, en Nicaragua o Costa Rica comenzaron a fundar su palabra independiente por medio de la escritura y el papel impreso.
Así, en este estudio iluminante se va trazando el claro transcurso de producción escrita -como propone su título, La estela de la pluma- desde fines del período colonial, desde el arribo de las obras que trajeron la Ilustración europea a estas costas, en textos e ideas que fueron el combustible indispensable para la emancipación en 1821, hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando la educación formal, los libreros, los editores, los escritores, habían logrado consolidar con sus aportes una sociedad relativamente alfabeta y letrada.
De aquí la oportuna división de este libro en dos partes, la primera titulada “La cultura impresa”, dedicada a analizar, primero, la tensión entre obras religiosas y laicas, al fin de la era colonial, los empeños por la alfabetización popular -sueño de la surgiente época republicana-, o bien los libros como “mercancías culturales”, la creación y el papel de las bibliotecas públicas, la noción de identidad nacional que se debate en este hacer a través de todo el siglo XIX e inicios del XX. Y una segunda parte titulada “Los intelectuales” donde se analizan obras y aspectos biográficos de Máximo Soto Hall, Salomón de la Selva, Clemente Marroquín, Mario Sancho, Severo Martínez Peláez y de Dana Gardner Munro -autor sobre el cual volveré luego.
Hoy ya es bien sabido que la historia cultural de un país, de un grupo de países, es tan necesaria como la historia de batallas, generales y presidentes. Es más: hoy se propone que “la historia con mayúscula” no es tanto la que pasa por los héroes o los campos de batalla, sino la que ocurre a diario en un proceso más profundo y sostenido, en el interior de las sociedades. Y no se alude con ello sólo al movimiento de la economía, sino a una totalidad donde hay varios otros quehaceres significativos del ser humano.
El movimiento complejo de una de esas corrientes internas es el objetivo claramente alcanzado en este libro que nos permite entender el arduo camino recorrido en estos 200 años por las páginas impresas en los países de Centroamérica, o por la suerte de libros e ideas venidos hasta aquí, o entender mejor el papel desempeñado por escritores y pensadores de antaño.
Un punto me resulta particularmente interesante al respecto: el empeño del historiador por describir el modo cómo la cultura occidental se fue haciendo presente en la América Central y cómo el libro de afuera fue participando en la vida intelectual de los escritores de acá, cómo se fue produciendo esa interacción para crear el espacio civil que hoy somos.
Al respecto, dedica Molina un capítulo introductorio a ofrecer “una visión de conjunto de la cultura impresa centroamericana” entre 1821 y 1850; en él, domina la persona de José Cecilio del Valle, figura edificante del pensador y educador capaz de conducir a las nacientes repúblicas hacia una formación secular, libre de la tutela de la Iglesia y orientada hacia el futuro, que entonces se decía progreso. Se ocupa también en este capítulo de trazar con precisión la llegada e instalación de la imprenta en el itsmo, pues antes de la independencia solo era conocida en Guatemala. En otras palabras, este estudio deja bien en claro que de la época colonial no se pudo haber pasado a la república sino por los libros, por las lecturas de los hombres que condujeron y orientaron esos pasos: sin el trabajo de la pluma el trabajo de la espada habría sido inútil.
Vuelvo, como dije, a un comentario sobre el último capítulo de este libro; es el dedicado al joven historiador estadounidense Dana Gardner Munro, quien a los 22 años inició un viaje de estudio a la región, entre 1914 y 1916, del cual resultó su obra The Five Republics of Central America, primer tratado realmente integral sobre la región, aparecido en 1918. Iván Molina se detiene con atención y afecto en ese autor, en resolver preguntas acerca del por qué su obra ha sido olvidada y luego recordada, se detiene en aspectos de su biografía, en las preferencias historiográficas de entonces, en las tendencias políticas dominantes de las relaciones entre Estados Unidos y Centroamérica, en fin, Molina abarca un espectro tan rico y coherente de factores para juzgar la obra de Munro que, además, con la ventaja que le permite la perspectiva de casi 90 años desde el inicio de aquel viaje, nos entrega un capítulo que es como un modelo de análisis e interpretación de una obra de historia. Y lo concluye con la gracia de su erudición, sorprendiéndonos con la noticia de que ha sido la narradora panameña Gloria Guardia quien ha recreado la figura de Munro en una novela suya aparecida en 1999 y titulada Libertad en llamas.
Igual erudición y acuciosidad se despliegan en las páginas dedicadas a Máximo Soto Hall y su novela El problema, publicada en San José en 1899. En este capítulo, también modelo para lo que debe ser un análisis histórico-literario, se recrea el contexto de dos polémicas sobre esta obra: una cuando su aparición, y otra ocurrida cien años después. Las razones de ambos debates, a la luz de precisas informaciones biográficas de Soto Hall, de sus relaciones políticas y familiares, de su actuar por entonces, dan nueva luz o aclaran las sombras de lo argumentado en el presente; en fin, es en la búsqueda organizada de estas verdades como se va forjando con rigor la necesaria historia cultural de Centroamérica, volviendo los hombres a sus sitios, sin idealizar ni rodear a los escritores de auras que la tradición, generalmente, ha escogido mal.
A propósito de novelas: Iván Molina se ha distinguido entre los historiadores por investigar acerca del papel social, político, económico e ideológico de libros, libreros y escritores. Y al organizar con claridad y conocimiento sus descripciones, se destaca también por saber incorporar en sus análisis el texto del enorme discurso literario, que corre como un río paralelo junto al río de la historia. Salud, pues, por sus conocimientos, por su audacia y su originalidad analítica.
Es muy ilustrativo del vaivén que sufren las ideas y los empleos de esas ideas el capítulo dedicado a Severo Martínez Peláez y su clásico La patria del criollo, aparecido por vez primera en 1970, y pronto un clásico de los estudios amplios y profundos sobre la historia regional, si bien hasta ahora exaltado o censurado, según las posiciones metodológicas e ideológicas de sus comentaristas.
A propósito, voy a determe ahora en otro par de cuestiones metodológicas que me parecen de particular importancia. Primero: hay un procedimiento de la historiografía que Iván Molina utiliza con singular acierto: la pertinencia de citar un documento, un párrafo, un texto de algún colega de antaño, para apoyar su exposición, para realzar alguna propuesta o bien para rescatar el sentido y el sabor de esas líneas certeras, ingeniosas o ingenuas, que fueron expresión viva de otro presente. A lo largo de todo este libro debemos celebrar la oportunidad de la cita, la inteligencia desplegada en el hallazgo de aquellos textos que hoy vuelven a nosotros en un contexto que ha sabido hacer renacer su verdad y muchas veces, su belleza y su gracia.
En segundo lugar, deseo subrayar la claridad y pertinencia de los cuadros y gráficos, la abundancia de información bibliográfica que se emplea al tratar algún tema, algún hecho notable, o las noticias referentes a algún personaje. Las notas al pie de página así como el listado de fuentes y la bibliografía final corroboran las horas de estudio e indagación dedicadas por el investigador para conformar un libro que se impone como una auténtica contribución para la comprensión de la historia de la cultura en Centroamérica, desde una perspectiva comparatista y sistemática, como, por ejemplo, claramente se ve cuando se analiza el asunto de la alfabetización del cual se desprende la singularidad de la educación costarricense desde mediados del diecinueve. Y debe decirse de una vez: el texto tiene el doble valor por ser historia de la región hecha en la región misma, y por uno de sus académicos más aventajados; se va convirtiendo en peligrosa tendencia el esperar estudios bien documentados y originales sólo de investigadores extranjeros.
Por último, y no por eso de menos importancia, diré de la prosa de este libro. Sí, prosa enunciada con coherencia y claridad, por ella el autor expresa sus pensamientos de modo comprensible, articulado y grato, dones que no siempre abundan entre los científicos sociales. En fin, Iván Molina Jiménez es autor de una amplia y conocida obra historiográfica publicada en Costa Rica y fuera del país, pero este libro me parece que marcará una fecha de madura excelencia en su producción.
Molina Jiménez, Iván (2004): La estela de la pluma. Cultura impresa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX. Heredia: EUNA, 407 pp.
*Dirección: Associate Professor Mary Addis*
*Realización: Cheryl Johnson*
*Modificado 22/09/05*
*© Istmo, 2005*