“País mío no existes”. Apuntes sobre Roque Dalton y la historiografía contemporánea de El Salvador.
CCyDEL - UNAM
A la memoria de don Jorge Arias Gómez1
La historiografía constituye un aspecto medular de la configuración ideológica y política de todo Estado nacional. Siempre controvertida, hilvanada generación tras generación con retazos alternados de recuerdo y olvido, la historia escrita constituye al mismo tiempo memoria vital y también testimonio de las distintas maneras en que dicha memoria ha sido preservada. Y ese estilo, la forma peculiar en que pueblos y Estados recrean su pasado, dice tanto de sí mismos como las propias narraciones que configuran su Historia. Extrañamente, en El Salvador el quehacer historiográfico ha contado desde siempre con escasos adeptos. Es un hecho que, con excepción de Belice, la tradición historiográfica de dicho país es la más pobre de toda Centroamérica. Apenas suman unos 180 los libros de historia publicados en los últimos treinta años, y han sido escritos en su inmensa mayoría por sociólogos, economistas, literatos, abogados, periodistas y militares; cabe mencionar también que apenas a principios del año 2002 fue establecida la licenciatura en Historia como una carrera universitaria (Vázquez, 1995; . Silva/ Viegas, 2002).
Algunos atribuyen esta “miseria” historiográfica a la mezquindad y ceguera política de la oligarquía salvadoreña, a su pobre cultura y escaso sentido de nacionalidad, así como al carácter retrógrado y obtuso de los sucesivos gobiernos de extrema derecha que han regido los destinos del país desde finales del siglo XIX. Pero esta interpretación es demasiado simplista. En países vecinos como Guatemala, Honduras y la Nicaragua de los Somoza, los estudios históricos alcanzaron un desarrollo muy superior en similares o peores circunstancias políticas. Y por si no bastara esta referencia comparativa, puede probarse que los mejores tiempos para la historiografía salvadoreña fueron precisamente los años felices del liberalismo oligárquico de principios del siglo XX así como la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez (1932-1944), y que en la actualidad, bajo el gobierno derechista del partido ARENA, se experimenta un notable renacimiento de la disciplina.
Por otra parte, si bien es cierto que la falta de respaldo gubernamental ha dificultado sobremanera el trabajo de los historiadores salvadoreños, obligándolos a sortear inumerables obstáculos para poder realizar y difundir sus investigaciones, no es difícil constatar que el menosprecio hacia la historia nunca fue privativo de la extrema derecha; a lo largo del siglo XX sucesivas generaciones de intelectuales de oposición, reformistas y revolucionarios, también manifestaron actitudes semejantes.
Entre los portavoces más destacados de esta “tradición” antihistoricista puede señalarse al famoso pensador vitalista de los años veinte, Alberto Masferrer, quien como alternativa a las alegorías patrióticas de orientación oficial, acuñadas en los tiempos de esplendor de la república oligárquica, en su opinión “fantasmagóricas”, vacuas, y falsamente nacionales, postuló la adopción de un credo inmediatista, muy afín a la peculiar idiosincrasia del pueblo salvadoreño. En su opinión las urgencias del hoy, y no las especulaciones en torno del ayer, debían orientar la regeneración nacional. Como escribió en 1928 en la edición inaugural de su famoso periódico Patria:
En este diario la palabra Patria tendrá perennemente una significación... muy concreta: significará, en primer lugar y ante todo, la vida de los salvadoreños que viven actualmente. El escudo, la bandera, los próceres, los antepasados... Atlacatl, la mitología india y todo lo demás que forma el Ayer, pasará a segundo término, por muy interesante que parezca. Sin duda no negaremos el pasado, ni olvidaremos que es la semilla de que ha nacido el presente. Solo que, urgidos por la necesidad, y dándonos cuenta exacta de que estamos viviendo horas de peligro y de dolor... nos vemos obligados a concentrar todas nuestras fuerzas en torno al momento que se llama hoy (Masferrer, 1960:11).
Tras la caída del dictador Hernández Martínez, la figura y la obra de Alberto Masferrer fueron reivindicados por los gobiernos militares que se sucedieron en el poder hasta finales de los años setenta. De manera paradójica, su postura con relación al estudio de la historia se asemeja en mucho a la actitud que asumieron intelectuales y dirigentes revolucionarios de El Salvador durante la pasada guerra civil (1980-1992). Cabe recordar que aún durante los momentos más duros del conflicto tanto la Universidad de El Salvador como la Universidad Centroamericana, las dos consideradas “de izquierda”, lograron mantener en funcionamiento facultades y departamentos de tradicional inclinación crítica, como Derecho, Letras, Periodismo o Filosofía. Asimismo, sus respectivas editoriales publicaron libros y revistas de contenido crítico, antigubernamental, e incluso abiertamente de propaganda revolucionaria. En cambio, no dedicaron mayores esfuerzos a fomentar el estudio o la divulgación de la historia patria.
Desde luego, para explicar esta extraña vocación de “desmemoria” ?Y?Nque sin duda constituye un aspecto característico de la cultura salvadoreña?Y?N, se requiere de un estudio a profundidad del desenvolvimiento intelectual del país en el contexto general de la formación del Estado, lo cual trasciende por mucho los propósitos del presente ensayo. Sin embargo es importante mencionarlo desde un principio pues enmarca y justifica nuestro tema de análisis.
¿Por qué concederle importancia al poeta Roque Dalton dentro de un examen de la historiografía contemporánea de El Salvador?
En primer lugar, porque tenemos la certeza de que en dicho país, dada su débil tradición historiográfica, fueron ideólogos, y en particular literatos, quienes estructuraron las narrativas históricas de la nación más perdurables e influyentes. Tal fue el caso de Francisco Gavidia (1864-1955), una de las primeras figuras del modernismo centroamericano y sin duda la figura cimera de la literatura nacional, cuya obra está constituida en gran parte por una florida alegoría literaria, mitológico-patriótica, de cuño liberal y tintes hegelianos, que hacia el final de su vida resumió y postuló como filosofía de la historia en su poema Sooter (Gavidia, 1976; Lara, 1991). El vasto corpus gavidiano constituyó la principal fuente de inspiración de la historia de bronce de corte oficialista que floreció en El Salvador durante las primeras cuatro décadas del siglo XX.
Irónicamente, sin embargo, quien siguió más de cerca los pasos del maestro Gavidia fue quizá su principal detractor, Roque Dalton García (1935-1975), poeta y ensayista de vanguardia, y militante revolucionario, muerto en los albores de la guerra civil.
Actualmente, Dalton es reconocido como uno de los autores más influyentes dentro la historia literaria de El Salvador. A semejanza de Gavidia, dedicó una gran parte de su obra a reflexionar sobre la historia, la cultura y la identidad nacional salvadoreña. Sus reflexiones al respecto estuvieron vinculadas estrechamente a su militancia comunista y al proyecto político del movimiento insurreccional surgido a principios de los años setenta. Por ser uno de los ideólogos más destacados del movimiento insurgente y sin duda el principal hombre de letras de la revolución, y dado el profundo impacto que tuvo el estallido revolucionario en la vida política, social e intelectual de El Salvador durante las últimas tres décadas del siglo XX, su obra y su figura llegaron a cobrar una especial relevancia, no solamente en el campo de las letras sino también en el terreno ideológico, y dentro de éste, ciertamente, en cuanto se refiere a interpretar la historia nacional.
La Historia y las historias de Roque Dalton
Hijo ilegítimo de un empresario estadounidense radicado en El Salvador, Dalton conoció de niño el ambiente exclusivo de la élite así como la vida rutinaria de la clase media capitalina. Tras una corta estancia en Chile inició la carrera de abogado, que pronto abandonó para dedicarse a escribir, a beber y a conspirar contra el gobierno de turno. Ya para entonces -hacia mediados de los años cincuenta- se había revelado como uno de los más prometedores talentos poéticos del país. De esos años data su ingreso al Partido Comunista de El Salvador (PCS). La notoria actividad política de Dalton, y sobre todo sus viajes a Cuba y Europa socialista representando al PCS, lo condujeron a prisión en un par de ocasiones, y a vivir un breve exilio en México y La Habana entre 1961 y 1963. En 1965, amenazado de muerte tras escaparse de una cárcel, abandonó El Salvador. El PCS lo envió a Praga, como corresponsal del partido ante la Revista Internacional. En 1967 dejó Checoslovaquia para establecerse en Cuba como parte del equipo de Casa de Las Américas.
A pesar de haber fungido como representante internacional del PCS, Dalton nunca ocupó un sitio importante dentro de la jerarquía partidaria. De hecho, su estancia en Praga, donde trabajó en estrecho contacto con la burocracia de la Cominform, influyó de manera determinante en su decisión de abandonar el partido. Pero en un primer momento su posición como funcionario internacional le permitió viajar por el mundo y entrar en contacto con las tendencias más novedosas del movimiento socialista radical de Asia, Europa y América Latina, así como con las vanguardias intelectuales del momento.
Una vez instalado en Cuba, Dalton se convirtió en protagonista imprescindible de la tertulia cultural y política de la izquierda latinoamericana que por aquellos años tenía en La Habana una importante sede. Hacia finales de los años sesenta, el salvadoreño se vinculaba por igual con afamadas personalidades del mundo literario que con políticos de izquierda y dirigentes revolucionarios. Julio Cortázar, Pedro Orgambide, Enrique Lhin, Silvio Rodríguez y Mario Benedetti, entre muchos otros, le prodigaban particular afecto. Una consideración semejante gozaba por parte de personajes políticos como Regis Debray, el comandante Manuel Piñeiro -el famoso “Barbarroja”- y el propio Fidel Castro, con el que mantenía una estrecha relación personal y política.
En aquella Habana floreciente la obra de Dalton alcanzó su madurez. Allí cobraron cuerpo sus libros más importantes: Taberna y otros lugares (poesía), ¿Revolución en la Revolución? y la crítica de la derecha, (ensayo político), Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador (testimonio), Las historias prohibidas del Pulgarcito (collage histórico) y Pobrecito poeta que era yo, (novela autobiográfica).
En 1970, el traductor de la edición italiana de su libro sobre Debray presentaba a nuestro autor de la siguiente manera: “Políticamente, Dalton pertenece a la corriente crítica surgida en el seno del movimiento comunista latinoamericano sobre la base del triunfo de la revolución cubana y de la influencia ejercida por Guevara” (Dalton, 1970: contratapa). En efecto, para entonces el antiguo funcionario "del Partido Comunista más chiquito del mundo", como alguna vez se había calificado (Dalton, 1969: 132), se había convertido en partidario de la lucha armada; tras romper con el PCS preparaba su retorno clandestino a El Salvador convertido en combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo.
En cuanto al tema que nos ocupa, este hecho tuvo una especial relevancia. Para comprenderlo mejor es necesario mencionar antecedentes que, si bien no son desconocidos, tal vez no han sido ponderados debidamente por los estudiosos de su vida y su obra.
Desde muy temprano la producción literaria de Roque Dalton se caracterizó por su interés en las raíces históricas y culturales de El Salvador y su mordaz cuestionamiento del nacionalismo oficialista. Dos personas ejercieron en ello una notable influencia. El escritor y antropólogo Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), quien había residido largo tiempo en México, así como su amigo y mentor político Jorge Arias Gómez (1923-2002), por ese entonces líder estudiantil, más tarde abogado, periodista y profesor universitario, miembro del Comité Central y destacado cuadro intelectual del PCS (Arias, 1999).
Hacia finales de los años cincuenta Arias Gómez asumió la encomienda de orientar ideológicamente a Roque Dalton y otros jóvenes escritores de la llamada “generación comprometida”. Entre otras cosas, buscó transmitirles su propio interés en combatir la versión convencional de la historia salvadoreña, y proponer en cambio una versión alternativa, “comunista”, es decir inspirada en el marxismo pero también nacionalista y sobre todo apegada a los lineamientos partidarios.2 Él mismo había iniciado dicha tarea al emprender el rescate historiográfico de figuras negadas por la mitología gavidiana y el discurso oficial, como el cacique Anastasio Aquino, que encabezara la sublevación de los indios nonualcos en 1833, o el dirigente comunista Farabundo Martí, fusilado tras la revuelta popular de 1932.
A la larga, la iniciativa de Arias Gómez fue exitosa en el terreno de la propaganda política. Aún cuando no había sido éste su propósito original, al reivindicar la insurgencia campesina y el historial combativo del PCS contribuyó a reforzar las tendencias radicales dentro del movimiento popular y la oposición de izquierda, incluyendo su propio partido, antecedente inmediato de la aparición de la guerrilla. En cambio, en el ámbito académico las ideas del abogado comunista con respecto a renovar la escritura de la historia no encontraron una recepción igualmente favorable. A diferencia de otras disciplinas sociales y humanísticas (economía, sociología, derecho, filosofía, filología), en las que el marxismo fue rápidamente adoptado, la historia continuó siendo coto de historiadores anticuarios, por lo común de extrema derecha, congregados en la Academia Salvadoreña de la Historia. El mismo Arias Gómez, absorbido por sus compromisos partidarios, relegó a segundo plano su trabajo de investigación.
Hacia principios de los años setenta la historiografía de nuevo cuño producida en El Salvador se reducía a algunos cuantos artículos publicados en la revista de la Universidad, los trabajos de Arias Gómez (Arias, 1963/1972) y otros estudios monográficos como la historia de la prensa y la biografía de Gerardo Barrios escritas por Ítalo López Vallecillos (López Vallecillos, 1964/1967), el pequeño libro de Dagoberto Marroquín acerca de la independencia (Marroquín, 1964) y el manual de historia económica de David Alejandro Luna (Luna, 1971).
Fuera de López Vallecillos, ningún otro miembro de la “generación comprometida” mostró mayor entusiasmo por los estudios históricos. Su interés en este campo se limitó a la publicación de poemas sueltos, en general alegóricos y de escasa trascendencia. La propia producción de Roque Dalton durante la mayor parte de los años sesenta exhibe tal característica, no obstante haber sido el más persistente de aquel grupo en cuanto se refiere a la exploración literaria de temas relativos a la cultura popular, las tradiciones y la historia de El Salvador.
Lejos de su país, sin embargo, la reflexión sobre estos temas llegó a convertirse en una de las preocupaciones fundamentales de Dalton. Tenía el antecedente de una breve pero formativa estancia en México, donde inclusive cursó algunas asignaturas en la Escuela de Antropología. Luego, su estrecho contacto con intelectuales comunistas y revolucionarios de diversos países, pero sobre todo su fecunda estancia en Cuba, parecen haberle revelado la importancia del nacionalismo cultural y político como factor fundamental dentro de la lucha revolucionaria y antiimperialista en el Tercer Mundo.3 Asimismo, sus múltiples lecturas y su relación personal con intelectuales vanguardistas de Europa le abrieron los ojos a perspectivas de interpretación histórica y social que rebasaban por mucho el marxismo de manual, falsamente ortodoxo, mecánico, esquemático y sectario, tan caro a los comunistas latinoamericanos de aquel tiempo. Gracias a ello su reflexión sobre la historia, la cultura y “el ser” de El Salvador fue mucho más profunda y transitó por vías diversas que las que había emprendido Arias Gómez desde una perspectiva comunista más bien convencional.
Así, aunque en un primer experimento de carácter historiográfico, su monografía de El Salvador publicada en Cuba en 1963, Dalton buscó ceñirse a ciertos cánones de la interpretación marxista --hasta donde él entonces alcanzaba a comprender--, pronto dejó de lado dicha pretensión y se inclinó de manera decidida por el análisis cultural de la historia salvadoreña, y en particular de la conformación del estado nacional. Si bien nunca dejó de reclamarse como marxista-leninista es obvio que su perspectiva heterodoxa, el menos en cuanto se refiere a la lectura de la historia, lo situaron más cerca del nacionalismo cultural que del materialismo histórico.
Tomando en cuenta lo anterior no es de extrañar que en sus reflexiones acerca de la cultura, la identidad y la historia salvadoreñas el factor emocional privara por encima del análisis científico. La reconstrucción daltoniana de las nociones convencionales de patria y patriotismo derivó en desgarradores cuestionamientos existenciales e ideológicos que sus experiencias en la cárcel y los sucesivos exilios tiñeron de amargura.
¿Qué era El Salvador? ¿Había tenido acaso un pasado memorable? ¿Valía la pena tomárselo en serio, hablar su dialecto, sudar su calor? Y en lo personal para él ¿tenía algún sentido pensar en el retorno?
Sus conclusiones al respecto no admitían concesiones. En la distancia El Salvador aparecía desdibujado. La historia de la patria era un largo memorial de escarnios y vergüenzas. La mitología gavidiana era un desván atestado de símbolos ridículos, y la prédica moralista de Alberto Masferrer era palabra muerta ante los miles de campesinos asesinados en 1932. La actitud “oportunista” y “claudicante” del PCS, traicionaban la sangre derramada por el pueblo.
Tal perspectiva quedó plasmada en su libro consagratorio Taberna y otros lugares, que en 1969 recibió el premio Casa de las Américas. Este poemario, dedicado por Dalton a Jorge Arias Gómez, resume su trayectoria personal durante la década de los sesenta, sus cárceles y exilios, sus peripecias en Europa oriental y sus dolorosas reflexiones acerca de la patria.
"País mío no existes / sólo eres una mala silueta mía / una palabra que le creí al enemigo", hizo constar en el poema El gran despecho, y bajo el título de El alma nacional compuso un himno apátrida, de amargo sentimiento:
Patria dispersa: caes
como una pastillita de veneno en mis horas.
¿Quién eres tú, poblada de amos,
como la perra que se rasca junto a los mismos árboles
que mea? ¿Quién soportó tus símbolos,
tus gestos de doncella con olor a caoba,
sabiéndote arrasada por la baba del crápula?
¿A quién no tienes harto con tu diminutez?
¿A quién aún convences de tributo y vigilia?
¿Cómo te llamas, si, despedazada,
eres todo el azar agónico en los charcos?
No obstante el tono subido de estas expresiones, cuando Taberna fue premiado la perspectiva personal de Roque Dalton estaba dando un súbito viraje. Tras renunciar al PCS, había decidido sumarse a la naciente guerrilla salvadoreña. Al asumir tal decisión no solamente creyó resolver sus propias incertidumbres existenciales y políticas, también encontró una salida conceptual a su desgarramiento patriótico. El advenimiento de la guerra revolucionaria en El Salvador le permitió vislumbrar la respuesta a sus dolorosos cuestionamientos respecto al “alma nacional”, al pasado y porvenir de su amada/odiada patria.
En El Salvador la nación era posible si había revolución. Sólo un evento semejante podría revelarle al pueblo salvadoreño su identidad y su destino. La hora parecía haber llegado en 1969, cuando tras la guerra con Honduras se produjeron importantes escisiones en las filas del PCS que dieron origen a los primeros grupos insurgentes. Para Dalton era la luz al final de túnel. Sólo entonces, en el marco del proyecto político de la revolución radical, podía reconstituirse una noción positiva de la patria. Más aún, hacerlo resultaba una tarea prioritaria para los intelectuales revolucionarios, que Dalton no tardó en asumir como una deuda propia. Así nació ese libro singular que es Las historias prohibidas del Pulgarcito.
Una historia collage
En Las historias prohibidas, Dalton emprendió la deconstrucción de la narrativa dominante sobre la historia nacional y se propuso estructurar una nueva genealogía de la patria, de cuño popular, postulando a la vez el advenimiento de una nueva edad de la nación salvadoreña, un alumbramiento fincado en la valoración de la cultura popular y el impulso del proyecto nacionalista-revolucionario de la izquierda armada.
Ciertamente, este libro constituye la expresión más acabada del Gran Relato nacional que postularon los revolucionarios salvadoreños como una alternativa a la historia “oficial”. Sin embargo, lejos de apegarse a los cánones marxistas, como en otros ensayos de carácter político o documentos de discusión partidaria que Dalton elaboró en ese mismo periodo (p.e. Dalton, 1972), el poeta optó por historiar la nación como un proceso cultural: como forma, como idioma, como drama. Al mismo tiempo evitó hacer una narración unitaria o lineal, anticipando elementos de una perspectiva muy contemporánea al proponer asumir la historia como un relato abierto, fragmentario, rayano en la ficción e incluso en la broma. Asimismo insistió en destacar la centralidad de los lenguajes coloquiales y literarios en la conformación de la cultura, y en rescatar y subrayar la importancia de otras narrativas identitarias hasta entonces “prohibidas” o marginales, narrativas de sectores subalternos, de género, de clase, regionales, etc.
Las historias prohibidas resulta ser un constructo sumamente extraño, imposible de encajonar en clasificaciones convencionales. Es un collage que integra documentos (muchos de ellos alterados o intervenidos), narraciones breves, poemas propios y ajenos, notas periodísticas, versos picarescos y coplas de la tradición popular, en fin, retazos de la más diversa índole que no conforman un único relato sino acaso una suerte de lienzo cubista en el que las distintas facetas de la sociedad salvadoreña, su historia, su cultura, su lenguaje y sus símbolos, aparecen analizados en múltiples fragmentos, como observados a través de un caleidoscopio.4
Conscientemente o no, la manera en que Dalton construyó este libro contrasta de manera radical conceptos fundamentales de la historiografía académica, como la objetividad (por el tratamiento de las fuentes), la coherencia narrativa (al escribir en fragmentos), la precisión cronológica (por el empleo deliberado de anacronismos), y también la solemnidad (por su insistencia en el sarcasmo). Incluso, anticipando de algún modo una perspectiva posmoderna, Dalton llegó a insinuar que la función de la pretendida historia científica podía ser prescindible. No veía en ella un medio de explicación sino en lo fundamental un instrumento de manipulación política: “No existen "los misterios de la historia / Existen las falsificaciones de la historia / las mentiras de quienes escriben la historia”, concluyó en Reflexión, uno de los poemas finales del libro (Dalton, 1974: 226).
En el caso de El Salvador, la falsificación de la historia patrocinada por la oligarquía había sacado de escena al verdadero protagonista de la construcción nacional: el pueblo mismo. Debido a ello El Salvador era una entidad escindida. De un lado estaba El Salvador aparente, ridículo, paraíso de la brutalidad, la explotación y la ignorancia. Del otro lado subyacía una identidad profunda y verdadera, de raigambre popular, susceptible de ser reconstruida a partir de los pocos elementos que habían sobrevivido a la barbarie oligárquica. Rescatar esta otra cara de la patria era condición sine qua non de la existencia plena de El Salvador como entidad autoconsciente.
En función de ese “rescate” Dalton emprendió la deconstrucción de los relatos “tradicionales” de la patria y propuso en cambio una reconstrucción igualmente subjetiva, comprometida pasional e ideológicamente con el presente inmediato, es decir, con la coyuntura revolucionaria que se perfilaba en el horizonte. En su recuento del pasado insistió en subrayar aquellos aspectos "prohibidos" por la oligarquía, rescatando héroes y episodios ocultos o deformados por la mitología liberal, para restituirles su dignidad e incorporarlos a la nueva narrativa. Los principales trazos de la reconstrucción daltoniana en Las historias Prohibidas son los siguientes:
a) La conquista española de Cuzcatlán. De aquel episodio destaca la valiente resistencia de los indios nahuas contra Pedro de Alvarado, subrayando que por medio de una guerra de guerrillas los pueblos pipiles lograron resistir la ofensiva española por más de dos décadas. Actitud que contrasta con la de los señoríos del altiplano guatemalteco que, tras una débil resistencia, se aliaron con Alvarado en la conquista de otros pueblos, como el pipil, únicamente para terminar como esclavos de los españoles en los lavaderos de oro.
b) La llamada conquista espiritual, de la cual rescata el carácter solapado de la resistencia indígena, manifiesta como idolatría, abulia y abandono, reflejo de la contradicción esencial del sistema de dominación española.
c) La lucha por la independencia, de la que subraya el carácter contrarrevolucionario de la consumación de 1821. Frente a próceres criollos reivindicados por el liberalismo, como el padre José Matías Delgado y Manuel José Arce, Dalton enarbola la figura de mártires mestizos como Pedro Pablo Castillo, e intelectuales radicales como Antonio Marure, muertos en cárceles españolas, postulando el sacrificio de estos héroes de la Independencia centroamericana como conducta ejemplar de la nueva juventud.
d) La sublevación de los indios nonualcos en 1832-33, que en contraste con el tibio activismo de los hacendados criollos, Dalton consideró como el auténtico clamor de El Salvador profundo en favor de la independencia. A su feroz cabecilla, Anastasio Aquino, lo consagró como el único y verdadero Padre de la Patria, a contrapelo de la historia liberal en la que éste figuraba como una fiera abominable. En la visión de Dalton, esta sublevación era un antecedente directo de la insurrección popular de 1932, y ejemplo a seguir por los revolucionarios de su época.
e) La lucha de los caudillos liberales Francisco Morazán y Gerardo Barrios, mártires de la unidad centroamericana y la reforma anticlerical, sacrificados por la reacción oligárquica. Para Dalton estas figuras encarnaban el fracasado anhelo de la naciente burguesía por desplazar a la oligarquía colonial y constituirse en clase dirigente de la nueva nación, fracaso que se había prolongado irremediablemente debido a las mismas vacilaciones de esa clase social y, sobre todo, a la nefasta ingerencia del imperialismo norteamericano.
f) La "consolidación" de la República sobre la base del orden oligárquico, el cultivo del café y la imposición del militarismo. Según nuestro autor, esto determinó la perenne pequeñez y provincialismo ridículo de la sociedad salvadoreña, blanco de su sorna mordaz de intelectual cosmopolita.
g) La insurrección de 1932, dirigida por el Partido Comunista, y la subsecuente masacre perpetrada por el ejército con un saldo de aproximadamente 30 mil víctimas. Hecho considerado por Dalton como el parteaguas de El Salvador contemporáneo, en su recuento este momento trágico y brutal que signó la imposición definitiva del orden oligárquico sale del olvido para prefigurar, y profetizar, un futuro inmediato de guerra y genocidio.
h) Finalmente, el enfrentamiento bélico con Honduras en 1969, el cual había marcado la esperada señal, el campanazo de salida del último y definitivo round de la contienda entre el pueblo y sus dominadores. En este caso, más que las consecuencias sociales del brevísimo conflicto armado su resultado más trascendental había sido su impacto en la conciencia de la juventud y los militantes comunistas.
Si para Dalton el rescate de la verdadera identidad de la patria era condición sine qua non de la existencia plena de El Salvador como entidad autoconsciente, el carácter irreconciliable de la ficción oligárquica de carácter oficial y la identidad “prohibida” nacional y popular determinaba que la resolución del conflicto entre ambas debiera seguir un curso violento. Entonces pregonó el advenimiento de la guerra como premisa elemental e inevitable de aquel parto histórico. Pero desde luego no la anunciaba como una tragedia sino como resultado de la maduración natural de la conciencia del pueblo, y habría de ser tan inevitable como necesaria.
Al tener como base esta apelación a la violencia, la nueva identidad de la nación salvadoreña postulada por Dalton quedaba marcada con un emblema ultraizquierdista. En el proyecto de dar a luz la identidad “prohibida” la violencia no era un recurso contingente sino una premisa inicial. Sin violencia no habría revolución y sin revolución no podría materializarse la verdadera identidad de la patria. Como en tantas ocasiones la violencia habría de ser la partera de la historia. Más aún, sólo la violencia revolucionaria podría darle algún sentido al oscuro pasado de la patria, era el único remedio contra la desmemoria.
Las historias prohibidas concluye con una fatal advertencia, cumplida puntual y trágicamente por Dalton y sus camaradas pioneros de la revolución salvadoreña (Dalton, 1974: 230):
Yo volveré yo volveré
no a llevarte la paz sino el ojo del lince
el olfato del podenco
amor mío con himno nacional
voraz
[...]
necesitás bofetones
electro-shocks
psicoanálisis
para que despertés a tu verdadera personalidad
[...]
habrá que meterte en la cama
a pan de dinamita y agua
lavativas de coctel Molotov cada quince minutos
y luego nos iremos a la guerra de verdad
todos juntos
para ver si así como roncas duermes
como decía Pedro Infante
novia encarnizada
mamá que parás el pelo.
Poco más tarde, desde la clandestinidad, Dalton iba a reafirmar su persuasión radical, apelando de nueva cuenta al espejo de la historia (Dalton, 1977):
O sea que se trata de ser ultraizquierdistas eficaces
y no sólo ejemplares ultraizquierdistas derrotados
como los pipiles y Pedro Pablo Castillo y Anastasio Aquino
y Gerardo Barrios que terminó fusilado por los Dueñas
y los muertos del 32 y los invasores de Ahuachapán
y Paco Chávez y el montón de caídos del pueblo...
El profeta y los perros
Dalton no pudo atestiguar el desenlace de esta historia. En mayo de 1975 se convirtió en un temprano mártir de la lucha revolucionaria al ser ejecutado por sus mismos compañeros del ERP bajo el cargo de traidor y agente del “socialimperialismo" cubano. El paradero final de sus restos mortales sigue siendo un misterio. Algunos dicen que en el terreno donde fue sepultado clandestinamente se construyó un fraccionamiento. Otros afirman que su tumba, cavada de prisa en las faldas de un volcán, fue profanada por los perros. De alguna manera esta controversia macabra puede ser interpretada como una metáfora del destino que tuvo su herencia intelectual.
Si bien su actuación personal en la lucha revolucionaria fue sumamente breve y tuvo este trágico desenlace, su obra y su figura, convertida en emblema, desempeñaron un papel protagónico en el estallido insurreccional. Poco tiempo después de su asesinato, los acontecimientos en El Salvador le daban la razón a sus últimos augurios. Cumpliéndose su anhelo, una violenta explosión social señaló la irrupción de los marginados de siempre en la escena política, convertidos esta vez en "ultraizquierdistas eficaces". Los núcleos guerrilleros se empeñaron en apresurar el violento parto de la nueva nación. El Salvador "prohibido" parecía cobrar cuerpo; de la mano de Dalton recuperaba su “memoria”, su identidad profunda, su auténtico destino.
En este proceso Las historias prohibidas se elevaron como una voz profética, apuntalando el programa político de la revolución radical y delineando a la vez los principales elementos discursivos y propagandísticos de carácter histórico-cultural que entonces eran compartidos, por encima de sus interminables disputas sectarias, por las diferentes organizaciones de la izquierda armada. La “historia collage” no tardó en convertirse en el pequeño “libro rojo” de los militantes revolucionarios. Lo repasaron asiduamente dirigentes y bases del movimiento social. Asimismo fue lectura obligada para los estudiantes de la universidad, junto con su libro Miguel Mármol (Dalton, 1972) y aquella vieja monografía de El Salvador que había publicado quince años antes.
Para finales de la década, el curso del proceso político en El Salvador parecía como dictado por el fantasma del poeta. La insurrección se anunciaba como un terrible alumbramiento. Y así como la prédica del obispo Romero fue la voz de los sin voz, los versos de Dalton y sus Historias prohibidas fueron un himno de batalla para los jóvenes revolucionarios que ofrendaron sus vidas por una nueva nación. “Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre", había advertido Dalton muchos años atrás en un Alta hora de la noche (Dalton, 1962), pero en esos días aciagos su nombre redivivo era un emblema de fuego en el país que se incendiaba.
Entre 1979 y 1980 la insurrección popular estuvo cerca de alcanzar la victoria, pero se pasmó en el intento. Luego vinieron la guerra civil y su caudal de atrocidades; incontables "lavativas de coktel Molotov", “electro-shocks” y “bofetones”, sin que el país despertara a su "verdadera personalidad", y al final las cosas tomaron otro rumbo.
Consagrado como mártir y emblema intelectual de la causa revolucionaria, durante los años de la insurrección y luego todo el periodo posterior de la guerra civil, la figura de Dalton se agrandó hasta alcanzar una dimensión superlativa. Fue también un personaje entrañable a nivel popular; de hecho es ahora uno de los pocos escritores nacionales que podría mencionar cualquier persona interrogada en la calle. También su nombre se hizo legendario entre los círculos intelectuales y políticos de la izquierda latinoamericana.
Al término del conflicto armado, el reconocimiento de Dalton como una de las grandes figuras literarias de El Salvador se hizo extensivo a las instituciones gubernamentales. En 1994, en un señalado gesto de reconciliación política, el Ministerio de Educación publicó una antología poética de Roque Dalton que entre otras cosas destaca por su grueso volumen y sobre todo por rescatar del olvido numerosos trabajos suyos publicados en el extranjero, que hasta entonces eran prácticamente desconocidos en el país (Lara, 1994).
De manera paradójica, si bien actualmente el nombre de Dalton figura de manera insoslayable en los anales de la historia literaria de El Salvador, se desdeña de manera ostensible su elaborada interpretación de la historia patria, la cual sin duda constituye uno de los elementos más notables de su legado intelectual.
En términos generales este fenómeno se relaciona obviamente con el hecho de que el desenlace de la guerra tuvo un saldo favorable para la derecha oligárquica; la paz le permitió reestructurar su poder y consolidar su hegemonía. Ejemplo de ello son los sucesivos triunfos electorales de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que desde 1989 encabeza el gobierno salvadoreño. Pero también es atribuible, cuando menos en parte, al afán de influyentes políticos e intelectuales, inclusive de la izquierda, por deslindarse del llamado “mito roquiano”. Para muchos, al igual que otras tantas banderas de la revolución, el paradigma nacional postulado por Dalton resulta anacrónico, del todo prescindible en El Salvador de la posguerra. Sin embargo la sombra del viejo maestro les pesa como lápida. Trece años después de firmada la paz, que han transcurrido por cierto en condiciones excepcionales de libertades civiles y estabilidad política, no se ha producido una reflexión acerca de la historia y la cultura nacionales equiparable en amplitud, profundidad y sentido crítico, a la que Dalton virtió en Las historias prohibidas.
Cabe recordar que pese a haber enarbolado durante los años de la guerra un furibundo discurso chovinista, ni los extremistas de ARENA ni sus cuadros intelectuales se preocuparon mayormente por dotar de sustento histórico su propia doctrina.5 “Primero El Salvador, segundo El Salvador y tercero El Salvador”, la famosa consigna del fundador del partido Roberto D’abuisson, parece haber colmado la sensibilidad nacional de la extrema derecha durante el periodo más difícil del conflicto armado.
Posteriormente, con el advenimiento de la paz, las cosas variaron de manera significativa. Como parte del proceso de distensión que enmarcó el fin de las hostilidades, el gobierno de ARENA, por medio de las instituciones culturales del Estado, mostró una voluntad sin precedentes por limar asperezas establecer relaciones de cooperación con los intelectuales del país, y en particular con los de izquierda. Asimismo, ha patrocinado ambiciosos proyectos culturales y educativos, como la ya mencionada antología de Roque Dalton, y diversas iniciativas relacionadas con la historia.
La primera de ellas fue la elaboración de un nuevo libro texto de historia nacional, que fue publicado en 1994. La idea fundamental que animó esta iniciativa fue dotar a maestros y alumnos de secundaria de un texto base para cubrir los contenidos de historia del programa escolar (Viegas, 2003). Asimismo, se contemplaba expresamente exaltar los nuevos valores capitales de la sociedad salvadoreña de la posguerra, la reconciliación, la paz y la democracia. Su elaboración estuvo a cargo de un grupo de autores, arqueólogos, sociólogos, economistas e historiadores, en su mayor parte extranjeros, y fue coordinada por funcionarios del gobierno y dos historiadores “locales”, uno chileno avecindado en el país, y otro salvadoreño radicado en Estados Unidos, los cuales gozaban de cierta confianza por parte del gobierno.6
El resultado fue una versión bastante “limpia” de la historia nacional, correcta desde el punto académico pero más que nada aséptica y desapasionada. Cabe señalar que, más allá de su propósito original como texto escolar, este libro se convirtió en una de las lecturas favoritas del público salvadoreño durante la segunda mitad de los años noventa. Este último dato muy interesante, que ejemplifica un fenómeno “positivo”, cual es el creciente interés por el estudio de la historia que se hizo patente en El Salvador una vez finalizada la guerra, pero que también muestra el hecho lamentable de no haberse publicado ninguna otra obra digamos “para adultos” que abarque en su conjunto la historia del país.
En efecto, las enormes expectativas que generó la aparición de este libro de texto en el sentido de anticipar el renacimiento de los estudios históricos en el país, sólo se han visto concretadas de manera parcial y lentamente. Apenas hace poco el gobierno emprendió el rescate de instituciones clave para la investigación histórica como la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación. Asimismo la Dirección de Publicaciones reeditó recientemente una serie de libros clásicos de la historiografía salvadoreña y emprendió la traducción de importantes trabajos de historia nacional producidos y publicados en el ámbito académico de los Estados Unidos. Por su parte la Universidad de El Salvador sigue siendo la única del país que cuenta con un Instituto de Estudios Históricos.
Otro hecho destacado del reciente renacer de la historiografía académica en El Salvador fue la aparición de tres enormes libros, patrocinados por un banco, que abarcan los periodos prehispánico, colonial y republicano de El Salvador. De éstos, el último constituye sin duda la mayor novedad. Es una historia general del país desde la independencia hasta la actualidad, escrito por una veintena de autores, esta vez salvadoreños en su gran mayoría, si bien no todos son historiadores de profesión (La República, 2001).
Desde luego, se trata de un libro muy significativo, sobre todo por su extensión y la amplitud temática que pretende abarcar. Sin embargo es una obra fragmentaria, carente de ejes conceptuales que le brinden unidad, y exhibe marcadas disparidades entre capítulo y capítulo. De cierto modo cada autor escribió su propia historia, por lo que más que un libro general, de síntesis o referencia, constituye un muestrario de enfoques y tendencias, aunque en ese sentido tiene la virtud de reflejar a cabalidad el estado actual de la historiografía salvadoreña. Por otra parte, su elevado precio, algo más de cien dólares, hace de este libro un objeto suntuario, de difícil acceso para los lectores del común.
Valga esta mención sumaria de una obra que sin duda merece un examen mucho más detenido como epílogo del presente ensayo. De alguna manera la publicación de ambos libros colectivos, el texto escolar en 1994 y La República en 2001, enmarcan la trayectoria de la historiografía salvadoreña durante los diez años posteriores a la guerra civil. Tomando en cuenta las características generales de ambas obras, sus aciertos y sus carencias, no puede menos que reconocerse el valor perdurable de Las historias prohibidas.
De manera paradójica la narrativa de la nación que Dalton propuso como himno de batalla parece aquilatarse en tiempos de posguerra. Pero la misma pobreza historiográfica del país hace que su elaboración deconstructiva, con sus imprecisiones, su sarcasmo y su sesgo ideológico, sigan representando hoy por hoy una visión mucho más redonda, penetrante y provocativa, más viva, más apasionada, y en este sentido también más “verdadera”, que las versiones más bien tibias, descentradas, que ha producido la academia. Sin duda El Salvador de la posguerra requiere de un concepto muy distinto de cultura nacional al que postulara nuestro autor como paradigma y fundamento del proyecto revolucionario, pero además de ponderar los principales valores políticos del mundo actual, como la paz, la democracia, o el respeto al estado de derecho, ese nuevo concepto debe retomar, en su justa proporción, la emergencia de aquella identidad "prohibida" que afloró hace alrededor de treinta años con la violenta irrupción de los sectores subalternos en el escenario político, y que --quiérase o no-- representa un parteaguas en la historia reciente de El Salvador. En la valoración de este aspecto, como también en lo concerniente a otros temas centrales de la historia salvadoreña, la formación del Estado y la nación, de la cultura y la identidad nacional, el aporte de Dalton no puede despreciarse.
© Mario Vázquez Olivera
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Viegas, Fina, 2003, “Historiografía salvadoreña de finales del siglo XX: los libros de texto de Historia de El Salvador” en: Latinoamérica 35, México.vuelve 1. Este trabajo tuvo como punto de partida las largas charlas de sobremesa que acostumbraba sostener hace ya largos años con mi entrañable amigo el doctor Arias Gómez cuando ambos trabajábamos en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de El Salvador. Agradezco también las valiosas observaciones de Francois Perus, así como los comentarios de historiadores salvadoreños como don Pedro Escalante Arce, Héctor Lindo-Fuentes, Carlos Gregorio López y Eugenia López, con quienes he mantenido un fructífero diálogo sobre este tema.
vuelve 2. Comunicaciones personales con el doctor Jorge Arias Gómez, San Salvador, 1994-2000.
vuelve 3. A reserva de hacer un análisis comparativo más detallado, puede mencionarse como un antecedente en este sentido el movimiento cultural de orientación nacionalista que impulsaron importantes intelectuales salvadoreños durante los años veinte, como Arturo Ambrogi, Juan Ramón Uriarte y Miguel Ángel Espino. Cabría discutir si la reivindicación de Salarrué por Roque Dalton puede ser considerada como un puente entre ambas perspectivas. Cfr. López Bernal, 1998, cap. 3.
vuelve 4. En este sentido, es probable que Dalton haya tenido a la vista dos modelos canónicos, la novela Rayuela, de Julio Cortázar, y el Diccionario Histórico-Enciclopédico de la República de El Salvador, compilación monumental e inmensamente caótica de documentos históricos que constituye un referente imprescindible de la historiografía salvadoreña (García, 1927-1951).
vuelve 5. Durante algún tiempo el historiador Francisco Peccorini contribuyó de manera sistemática a la propaganda derechista en la prensa y la televisión. Sin embargo no publicó ningún trabajo general de interpretación. Murió asesinado por la guerrilla en 1989.
vuelve 6. Ambos historiadores, Knut Walter y Héctor Lindo, son hoy por hoy los personajes más influyentes en el quehacer historiográfico de El Salvador, no sólo por su obra sino también por el impulso que le han dado a importantes proyectos relacionados con la investigación y la divulgación de la historia.
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