Adriana Gordillo

 

La novela como elemento de representación y difusión de la imagen de la mujer centroamericana durante el siglo XX

Romance Languages and Literatures
University of Cincinnati

adrigordillo@yahoo.com

Notas*Bibliografía


La novela, como género narrador de una realidad imperante,
puede ser siempre fuente histórica, porque si la obra está
realmente conseguida esa realidad ambiental sea de tipo político,
social, económico costumbrista o sicológicodebe quedar reflejada
en ella. (…) En ella(s) se puede encontrar el conocimiento íntimo
y profundo de un pueblo y de una época.
(Morales Padrón 1983:11)

 

Las naciones centroamericanas, y en general las latinoamericanas, se intentan definir hoy como equitativas, plurales y democráticas, pero sus raíces discriminadoras y falocéntricas1, afincadas en lo que George Duby denominó mentalidades (Manrique 1999: 12), se perciben aún hoy a comienzos del nuevo milenio. El propósito de este trabajo es, entonces, develar algunos de los referentes literarios que se han forjado respecto a la mujer centroamericana, su capacidad de agenciabilidad, el valor de su enunciación y su capacidad de poder, en tanto que l as perspectivas literarias representan, como todo texto, el imaginario del contexto en que la obra fue creada. En este caso, se indagará en las novelas por el reflejo de la estructura de poder del Estado-Nación2 latinoamericano cuya imagen mantuvo, hasta bien entrado el siglo XX, la subalternidad de la mujer3.

Teniendo en cuenta el volumen de la narrativa centroamericana del pasado siglo, se analizarán únicamente las novelas del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, El señor Presidente (1922/1946), del costarricense Fabián Dobles, Ese que llaman pueblo (1942), y del salvadoreño Manlio Argueta, Un día en la vida (1981). Se dará cuenta de las perspectivas que los diferentes autores presentan sobre la mujer, los diversos estereotipos que ellos construyeron desde la literatura para representar al género opuesto y se analizará cada una de estas posturas en términos de la construcción de la nación.

 

La nación y la representación de lo femenino

Las novelas gozan de la autoridad de la que está dotado su autor, quien -generalemente- confirma la existencia del progreso europeo en el plano familiar, económico o político expresado a través de la valoración del Estado Nación. Dichas narraciones construyen representaciones simbólicas que bien contribuyen con la preservación o cuestionamiento de las condiciones materiales de los sectores que las novelas dibujan. La nación, siguiendo la propuesta de Benedict Anderson, implica la consolidación de un territorio cuya estructura social se reconoce a sí misma como una totalidad, como una imagen coherente basada en unos hábitos comunes y en una lengua común (1997: 23). Este cúmulo de hábitos, nociones y tradiciones que forman el concepto de nación se construye desde las narrativas masculinas. En palabras de Ileana Rodríguez, “the ensamble of zones forms a coherent image of a multilingual, multiethnic nation, with common habits, which by adding and constituting and constructing narratives begins to form the male image, or the meaning that men make of nation.” (1994: 31)

La integración de la nación, parafraseando a la autora, se traslada del territorio, de lo exclusivamente geográfico, hacia la integración nacional a partir de la gente -sin mención de género-, de lo étnico y de la clase, conceptos que le otorgan a lo nacional una apariencia de igualdad, elaborada desde la “gramática” o discurso masculino. Esta equidad ilusoria remite a la exclusión de la categoría de género, omisión que se traduce en el lugar secundario y tras bambalinas al que se relega a la mujer, y que se articula a la narrativa que construye la imagen de la “patria”, principio que integra lo femenino sólo de manera adyacente: la mujer como compañera, pareja, o familia (Rodríguez 1994: 41).

Desde esta perspectiva se vincula o se mantiene a la mujer en el espacio de lo privado y se legitima el derecho del hombre a lo público, posición que lo sitúa en un espacio de poder, de creación y reafirmación del lugar hegemónico en que se emplazaba ya en los estados pre- nacionales. La situación de poder construida y legitimada desde lo masculino, como se dijo líneas arriba, está mediada por las nociones de etnia y clase, elementos que le otorgaron al hombre, y específicamente, al hombre “blanco”4, la capacidad de crear discursos, de construir realidades.

 

La novela latinoamericana

En este poder creador, en la “gramática masculina”, se encuentran las novelas centroamericanas de Asturias, Dobles y Argueta, narrativa que, desde la perspectiva de Francisco Morales Padrón (1983: 15), puede catalogarse a partir del siguiente esquema. Por un lado, la novela de denuncia escrita desde 1930, la cual representa las condiciones sociales del pueblo, la selva, regiones apartadas que han sido explotadas y que padecen de las injusticias de un poder externo a la comunidad. Por otro lado, hacia 1950 y la década del sesenta, siguiendo la genealogía de Morales Padrón, la novela ya no intenta ser “un instrumento de agitación” (1983: 16), aunque continúa su interés por describir la realidad social que vive Latinoamérica. Las novelas de esta última etapa, aunque carezcan de intención explícita respecto a dar cuenta de su realidad, de mostrar el contexto latinoamericano en términos de activismo o compromiso político, permiten detectar las situaciones, problemas e incluso acontecimientos claves que han tenido lugar en la región. Los autores escriben desde su lugar histórico, transmitiendo “inevitablemente en sus capítulos las actitudes y los problemas políticos, sociales y económicos de su tiempo que afectan a la colectividad.” (Morales Padrón 1983: 16)

Dentro de la problemática latinoamericana planteada por este crítico, se puede incluir la representación de la mujer como uno de los temas que se han narrado en la novela y que ha gozado de poca atención. Aun sin ser la mujer la protagonista de la novelística latinoamericana, su representación literaria permite leer los parámetros culturales que han regido la construcción de su imagen en el continente.

El Señor Presidente , Ese que llaman pueblo y Un día en la vida dan cuenta de realidades y épocas diferentes en tres países centroamericanos: Guatemala, Costa Rica y El Salvador. En cada una de estas obras, la mujer aparece no como la protagonista, sino como un personaje secundario que, a pesar de su aparente marginalidad, es un elemento fundamental para el desarrollo de la trama. A diferencia de las dos anteriores novelas, la voz narradora en Un día en la vida, es una mujer. No por ello la valoración de la mujer, la descripción de las circunstancias en que vive y la imagen que se muestra de ellas es diferente a la presentada en los dos primeros libros. Esta imagen está representada, en términos generales, por la dicotomía entre la mujer buena, abnegada y silenciosa, opuesta a la prostituta, mala y escandalosa. En ese sentido, las tres novelas comparten una característica importante: la referencia al silencio. El silencio como valor, como mérito, cualidad y deber de la mujer.

 

El Señor Presidente5

El manuscrito de El Señor Presidente tuvo su origen en un cuento llamado Los mendigos políticos que vio la luz en 1922. La conocida novela, símbolo de la obra asturiana, fue terminada en 1932 pero fue hasta 1946 cuando se publicó por primera vez (Martin 2000: 494-499). El Señor Presidente narra la historia de Cara de Ángel, el favorito del presidente de la nación guatemalteca, dictador6 que controla la voluntad de sus coterráneos y a cuya autoridad es difícil escapar en un entorno de traición y control extremo. Cara de Ángel, envuelto en la intriga que prepara el Señor Presidente para dar muerte al general Canales, rapta a su hija Camila Canales. Este rapto que, de un lado significa la redención afectiva del favorito, es sin duda alguna, el motivo de su perdición política y social, cuyo resultado final es la muerte bajo la presión de la tortura física y sicológica que imponía el régimen político. El interés de Cara de Ángel por Camila es el detonante que da forma y desenlace a la novela; el vínculo con la mujer es el símbolo de su debilidad, que se traduce en la desobediencia al poder masculino (el Señor Presidente) y su interés en el elemento femenino (Camila). Cara de Ángel paga las consecuencias de su debilidad ante un sistema sociopolítico que enaltece la masculinidad en detrimento de la feminidad, imagen que recuerda la dicotomía entre lo público y lo privado, la modernidad y la tradición, y que se concreta, en este caso, en los valores que dieron paso a la construcción del Estado Nacional.

Por otra parte, si observamos con detenimiento la división de los capítulos de la novela, diez de ellos narran situaciones estrictamente relacionadas con la vida de las mujeres, con sus actitudes, sus enfermedades, negocios y costumbres.7 Además de Camila, encontramos alusiones a su madre y sus tías, a la sirvienta de los Canales, a niña Fedina, la Masacuata, las mujeres que visitaban a los presos, la “Diente de Oro”, las prostitutas de El Dulce Encanto y las mujeres que gravitan alrededor del Señor Presidente, además de las breves pero constantes referencias a las pordioseras: la madre del Pelele, la ciega y la sordomunda en cinta.

 

La jerarquía social: género y raza

Camila, su madre y sus tías, inclusive la niña Fedina, representan la imagen de la mujer que detenta los valores morales: la religión, la belleza, los hijos, las posesiones materiales. Pero al igual que todos los personajes de El Señor Presidente, estas mujeres se van a ver envueltas en la espiral decadente que constituye el ambiente general de la novela. Estas mujeres, en una primera lectura símbolo de los valores occidentales, son dibujadas por Asturias en un tono decadente. Tono que, a su vez, simboliza la dicotomía entre lo estático y la movilidad, representados en las imágenes de las fotografías y del cine. La descripción de las mujeres corresponde a una clase social acomodada y que sólo se acerca a lo popular a través de un disfraz, a través de la farsa. El contacto entre mujeres pertenecientes a la naciente burguesía y los sectores populares se percibe también a través de la confesión de Camila en su lecho de muerte, desde donde invisibiliza al indio al excluirlo de la categoría de “persona”. Sin embargo, la ausencia de “personas” no exime a Camila de su pecado al intentar igualar al hombre.8 El lugar de la mujer es estático dentro de la noción del Estado Nación, lo privado es el lugar de la certeza, de lo inmóvil, mientras que en lo público, en lo masculino, se gestiona y se construye la realidad.

Asturias describe entonces una jerarquía social que pasa por el género y por lo racial, sin dejar de lado el estatus socioeconómico al que pertenecen Camila y las mujeres favorables a la dictadura del Señor Presidente. Este grupo de mujeres representa la falsa conciencia, que, desde la perspectiva de Marx, se entiende sólo como un reflejo deformado de la realidad, concepción premoderna del mundo que conduce a la noción de ideología como dominación, como herramienta de legitimación del statu quo como es el caso de la legitimación de la dictadura del Señor Presidente, asociado por este grupo femenino con “el salvador”, “el Mesías”.

La jerarquía género/etnia que presenta esta novela tiene como extremo inferior a la mujer india, situación que se refleja a lo largo de la obra a través de dichos y comentarios como: “cara de india envuelta” (168, 258), “No le tengo miedo a nadie ni soy india (…)” (40) o “yo no soy su india” (230). Dentro de esta jerarquía se encuentra también el hombre “amujerado”. Hay una alusión permanente en la novela a la falta de hombría, que significa una degradación hacia lo femenino, una pérdida del poder de lo masculino que lo desvincula del estatus de poder, del acceso a él y que no es exclusiva de El Señor Presidente: “La voz de Vásquez era desagradable; hablaba como mujer, con una vocecita tierna, atiplada, falsa.” (40)

Dentro de esta escala social, la mujer pobre es descrita en la cárcel, bien sea como reclusa o a la espera de visitar a esposos e hijos, como sirvientas, prostitutas o como tenderas. Estas mujeres tienen en común el bullicio. La constante ruptura del silencio, el chisme, incluso disfrazado de espionaje, el cotorreo, la gritería.9 Estos elementos representan lo público, son cuestionados porque transgreden el espacio designado a lo femenino y generan un nuevo espacio en lo público. Este nuevo lugar es deslegitimado a partir de la vulgarización de dichas actitudes y la valoración de elementos de sumisión como el silencio, elementos que contribuyen a mantener a la mujer como subalterna: “Una anciana palúdica y ojosa se bañaba en lágrimas, callada, como dando a tender que su pena de madre era más amarga.”(12)

  

La mujer como objeto

“(…) la mujer es pájaro que no se aviene a vivir sin su propia jaula (…)” (28) Camila y Fedina, las más cercanas a los valores promulgados por las sociedades latinoamericanas, son atrapadas por las desgracias del sistema carcelario del Señor Presidente. Ambas, Camila y niña Fedina, son tratadas como objetos en una transacción monetaria. Si bien era Camila quien en un principio sería “vendida” al prostíbulo de la “Diente de Oro”, niña Fedina termina viviendo dicha situación, envuelta en la maraña legal y militar del sistema. Las mujeres son negociables, son objetos de valor que se compran y se venden, que se exhiben en una vitrina como mercancía:

El surtido de mujeres de El Dulce Encanto ocupaba los viejos divanes del silencio. Altas, bajas, gordas, flacas, viejas, jóvenes, adolescentes, dóciles, hurañas, rubias, pelirrojas, de cabellos negros, de ojos pequeños, de ojos grandes, blancas, morenas, zambas. Sin parecerse, se parecían; eran parecidas en el olor; (…) Casi todas tenían apodo. (160)

Siguiendo la analogía de los objetos, Fedina se “convierte” en una tumba para su hijo, es presentada ante el mundo como un objeto después del maltrato al que es sometida por las autoridades durante el interrogatorio vinculado a la fuga del general Canales. Al recibir a su hijo moribundo, Fedina decide enterrarse con él en vida, tenerlo dentro de sí misma, formar un solo ser de nuevo, pero al final de la vida. La mujer es entonces objetivada no sólo como una mercancía, sino como la depositaria de la muerte, lugar que corresponde al espacio último del silencio. El silencio, como virtud femenina, es llevado aquí a su imagen más extrema: la muerte.

En general, las mujeres de El Señor Presidente están, al igual que el resto de los personajes, en una espiral descendente, en medio de un clima álgido que las priva de su condición de ser humano para ser tratadas como un objeto. A la mujer se le otorga un lugar inferior al hombre, pero superior al indio, cuya posición en la escala social lo excluye incluso de ser considerado como “persona”.10 Ser india y mujer es entonces la posición más baja de la escala social narrada por Asturias. La mujer, símbolo de debilidad y degradación de lo masculino, desencadena el conflicto de la novela y conduce al fin físico y sicológico de los personajes, desde el Pelele hasta Cara de Ángel, pasando por Genaro Rodas.

 

Ese que llaman pueblo11

La novela de Fabián Dobles Ese que llaman pueblo relata las condiciones del pueblo costarricense a partir del desarrollo de una situación central: la frustración de un campesino que se cree traicionado por su novia y que corre a ahogar sus penas en una tabernucha de la ciudad. Juan Manuel (Lico) Anchía se va a trabajar un año a las bananeras para conseguir el dinero necesario para poderse casar con su novia Rosalía (Chalía). Al volver a su pueblo, sus familiares afirman haber visto a Chalía del brazo de “otro”. Indignado y herido por su esfuerzo en los bananales, decide gastar sus ahorros en bebida, juerga, compras y apuestas en San José. En la taberna escogida para dar rienda suelta a sus desdichas, conoce a los personajes que, solidarios con su pena, van narrando sus propias historias: Reyes Otárola, el gendarme y Betty Romero; a partir de los relatos de éstas cuatro personas (incluyendo a Lico), se van entremezclando las historias de quienes hacen o han hecho parte de sus vidas, de las personas que los rodean en la taberna como el tuerto y Arnoldo Gálvez e incluso personas que cruzan o viven en lugares que son parte de las historias narradas por estos personajes como Plaza Víquez, el Parque Central, los habitantes del hostal donde pasa la noche Reyes Otárola o el Tabarán, casa de inquilinato donde pasa la noche Damián Anchía, el hermano menor de Lico.

Según las anotaciones de Víctor Julio Peralta12, la narrativa de Fabián Dobles hace énfasis en “el antiimperialismo, el acaparamiento, los conflictos políticos de los pueblos hermanos contra las dictaduras, el latifundismo” (Peralta 1984: 7) y destaca como uno de los valores principales de Ese que llaman pueblo su aguda “presentación de las situaciones, tipificación de los personajes y firme escritura (…)” (Peralta 1984: 9). ¿Pero, qué sucede con la representación de la mujer? Peralta resalta la tipificación de los personajes sin hacer hincapié en ningún estereotipo en particular. Esta novela, en mayor medida que El Señor Presidente y Un día en la vida, presenta una clasificación de los roles de la mujer y los valores que en ella se consideran aceptables. La mujer abnegada y silenciosa se contrapone a la prostituta que no escatima palabras y gritos. Las mujeres que describe Dobles pertenecen a las clases populares, algunas de ellas optan por la prostitución como “única” alternativa de vida, empujadas por las condiciones socioeconómicas. Desde la perspectiva planteada por el autor, las mujeres parecen seguir un destino inevitable, en un medio donde la movilidad social es casi nula o, en la mayoría de los casos, descendente.

El silencio es la principal característica de la mujer que se ubica dentro de la norma aceptada socialmente. Esta posición está asociada al lugar privado en oposición a lo público-masculino que construye lo nacional, el matrimonio burgués como base de la modernidad otorga a la mujer el espacio interior que, como corolario, le priva de la autoridad de la narración, de la voz tanto escrita13 como hablada. Las mujeres de Dobles soportan las vicisitudes de la vida con un silencio estoico, aparente símbolo de fortaleza que refleja la sumisión y el lugar subalterno que ocupa la mujer tanto en el relato como en la realidad costarricense de mediados del siglo XX. La posibilidad de hablar, de quejarse, de discutir, así como el poder de la palabra están en manos del hombre. La mujer, al igual que los objetos, debe cumplir con su función sin contradecir, sin opinar… no debe ser más que una herramienta útil al hombre:14

En el centro de su coraz?n, Clara Rosa Ot?rola se sent?a oprimida. Ella no era m?s que la cocinera; no era sino una herramienta. (?) Pero Clara Rosa se encorvaba sobre el fuego o sobre el surco, y no dec?a una palabra. Para ella no estaba el pensar, ni el decidir; tan s?lo el mover sus manos trabajadas y olvidar el coraz?n que se debat?a ?trozo de tabla en una agua inerte ? en su silencio resignado. (76)

Si bien el poder de la palabra está en el hombre, la mujer que se apropie de dicho poder, que haga uso de su “voz” no necesariamente ingresa en una categoría igual a la del hombre. Por el contrario es castigada por su actitud, por su desobediencia, a través de la asociación con comportamientos no civilizados como el chisme, la gritería, la pelea, la prostitución, la bebida.15 Sin embargo, el uso de la palabra es valorado en tanto vehículo-herramienta del poder masculino. El acto de “contar”, de hablar de su propia vida, le significó a Betty Romero alcanzar un estatus de mujer, en este contexto, superior al de la prostituta: “Es una mujerzuela; mas, le ha contado tantas cosas. Merece que la traten como a una mujer, a secas. El es hombre. Ella ha sufrido; no es algo muerto; vive…” (192)

La mujer16 representada por Fabián Dobles se divide entonces en dos categorías: la mujer trabajadora, abnegada, sacrificada, cuyo máximo atributo es el silencio, y la mujer prostituta que optó por esa vida como solución a sus condiciones materiales y que ha roto el silencio: la mujer chismosa, gritona, “decidora” y bebedora. Esta dicotomía mujer buena/ mala, madre o virgen/prostituta, reprimidas/ exuberantes, sufridas y pasivas/ licenciosas y sensuales (Salper 1990: 158-159) surca, en mayor o menor grado, las tres novelas escogidas para este análisis. Eseque llaman pueblo brinda la mejor caracterización de este modelo basado en la oposición de valores femeninos que apuntan a la consolidación de la imagen de la mujer centroamericana.

 

Un día en la vida17

Manlio Argueta presenta su novela desde el punto de vista de una mujer. Un día en la vida narra las condiciones de los habitantes de un pueblo salvadoreño al que llegan algunas ideas progresistas a través de la teología de la liberación. Lupe, la principal narradora, va relatando el proceso de toma de conciencia por el que pasaron los habitantes del caserío en que vive y cómo los campesinos empezaron a organizarse en cooperativas y movilizaciones como mecanismos de presión a la autoridad estatal. Aunque Lupe es la principal voz narradora, también se apropian de esta posición otros personajes, principalmente femeninos, como María Romelia, María Pía, Adolfina y el representante masculino, el cabo hijo de doña Patricia. A lo largo de la narración, se va construyendo la historia de la familia de Lupe y de los habitantes de su pueblo. Las atrocidades cometidas por la autoridad militar, guiada por la ideología y la política norteamericanas, son descritas desde el punto de vista de la esposa, la madre y la hija, tres lugares sociales en los que se ubica a la mujer.

Al igual que en las anteriores novelas, el silencio es una cualidad femenina, un símbolo de fortaleza interior, de valentía. La palabra debe ser utilizada sólo en función del servicio que ella preste al hombre. Desde la perspectiva masculina, encarnada en la novela por el cabo, la responsabilidad de las condiciones sociales de El Salvador recae en la mujer. Esta visión bíblica del origen del mal es adquirida por el cabo en las clases dictadas por el pastor norteamericano, quien asume la tarea evangelizadora del cuartel. Ser mujer es per se, ser prostituta. La maternidad es considerada como una fuente de miseria para el país desde los términos planteados por los norteamericanos; de hecho, durante los años sesenta y setenta, las políticas estadounidenses de ayuda al entonces denominado Tercer Mundo estaban apoyadas por programas de regulación demográfica y control de la tasa de natalidad:18 “Pues miren que todas estas mujeres son unas putas. Ser mujer es haber nacido puta (…)” (135)

Contrario a las políticas de control natal, los hijos de las clases populares son descritos por Argueta como la esperanza del pueblo. Los “cipotes” reciben la mejor alimentación dentro de las escasas posibilidades económicas, se exige un respeto por su vida y su integridad a lo largo de la obra y se plantea la necesidad de educarlos como parte de la agenda a cumplir en pro de una vida más digna. El giro de esta novela radica en su apertura hacia la idea de la conciencia y el saber como nociones a las que accede también la mujer. Si bien el sistema, el poder político y el militar están relegando la responsabilidad social y económica del país en la mujer/prostituta, la voz del pueblo, la conciencia y el cambio social están representados en la novela por la mujer. Lupe, Adolfina, María Pía han soportado la pérdida de sus seres queridos y continuaron encarando a la autoridad, aún frente a la tortura de éstos. Adolfina y María Romelia participaban activamente en las cooperativas y las protestas en pro del mejoramiento de sus condiciones de vida. Dos “cipotas” fueron las encargadas de conseguir la comida durante la toma de la iglesia, burlando la autoridad y enfrentando la vigilancia militar.

La educación, la alimentación, el cuestionamiento a la autoridad, el uso de la palabra, la participación activa en el cambio social son elementos que Argueta le otorga a los personajes femeninos.19 Los padres de Adolfina tenían en mente enviarla a estudiar para aprovechar sus cualidades; Lupe y José veían en la educación de sus hijos un futuro diferente al suyo.

Si bien el silencio es resaltado como parte de las características del comportamiento femenino, éste –el silencio- es exigido por el personaje que representa la autoridad de lo masculino, el cabo y los militares, y por las mujeres mayores afincadas en la noción tradicional de lo femenino. La visión de la mujer en la novela de Manlio Argueta refleja un cambio de mentalidad que se empezó a producir desde mediados de los años cincuenta y que, siguiendo la línea argumentativa de la obra, se asocia con la llegada de las ideas de la izquierda tanto militante como intelectual del momento y que, a su vez, hicieron parte de la formación académica del autor.20 De hecho, este cambio de mentalidad se manifiesta incluso en la imagen de movilidad que se asocia a las mujeres de tres generaciones distintas: Lupe, la tradición, se encuentra siempre en su casa, en el pueblo. María Pía, la transición, se va del pueblo a continuar su vida en la ciudad. Finalmente, Adolfina, la “modernidad”, asociada en este sentido a la posibilidad de cambio, a la revolución, se desplaza entre ambos espacios, el de la madre y el de la abuela, entre la tradición y el cambio.

Los hombres comprometidos con ese cambio social tienen una actitud de compromiso educativo hacia la mujer y un tono menos discriminador. Las mujeres son parte de la ayuda y el cambio en la conciencia, por ello, los hombres proyectan sus deseos de educarlas sin hacer hincapié en el género. Vale la pena resaltar que, a pesar de esta postura más igualitaria, siguen siendo los hombres quienes deciden y proponen el trato a la mujer en términos más horizontales. Por ende, en la novela, el acceso de la mujer a este nuevo estatus está atravesado por los intereses de cambio social representados en José y el papá de Adolfina, los principales interesados en la educación y toma de conciencia de su esposa y su hija respectivamente.

En Un día en la vida el poder masculino, asociado a los estados liberales, a la política norteamericana y en una instancia regional, a los militares salvadoreños, equivale a la tradición que se debe superar, a lo que debe ser cambiado y trascendido: las jerarquías sociales, la segregación -no sólo de la mujer sino también de los niños- y la valoración de las fuerzas militares.21 Los hombres del pueblo, los curas de la teología de la liberación, las mujeres y los niños representan el cambio social, las ideas de izquierda, las voces de los que hasta el momento no tenían voz. De acuerdo con la lectura de Linda Craft, Argueta “assumes a feminist perspective especially as the liberation of women is linked to the liberation of society as whole.” (Craft 1997: 185)

 

Comentario final

El Señor Presidente, Ese que llaman pueblo y Un día en la vida permiten hacer un recorrido por tres países centroamericanos -Guatemala, Nicaragua y El Salvador-, para echar un vistazo a las imágenes que en ellos se han construido sobre la mujer, así como los valores y antivalores que le han sido atribuidos y cómo han sido representadas por autores vinculados al canon literario. Estas tres novelas reflejan la apropiación de los discursos ideológicos que han moldeado las estructuras sociales del siglo XX, así como las herramientas conceptuales que han servido como vehículo de la verdad. Asturias, a partir del discurso antropológico, describe el mundo de la dictadura y de la tortura física y sicológica; Dobles, desde una perspectiva que recuerda al marxismo del periodo entreguerras, describe las estructuras estáticas de un pueblo cuya movilidad social es nula y que parece condenado a la miseria permanente, a ser oprimido e incapacitado para escapar del lugar en que se encuentra. Argueta, desde la postura de una izquierda ya fisurada, producto de la caída de los metarrelatos y atravesada por las nuevas reflexiones críticas derivadas de la decepción de los socialismos reales, del surgimiento de nuevas voces como los estudios de la subalternidad y el feminismo, presenta una visión del pueblo en donde la mujer cumple un papel asociado al cambio, a la conciencia social. Esta perspectiva, surgida de una época en que el pluralismo y la multiculturalidad dan cabida a las voces femeninas, deja ver una imagen de la mujer más vinculada a la construcción activa de la sociedad en que vive, a diferencia de la imagen provista por Asturias y Dobles, donde la mujer refleja lo tradicional, el silencio, lo estático. Esta visión es el soporte del Estado Nacional burgués que, parafraseando a Ileana Rodríguez, es la representación de la idea que el hombre ha tenido de la nación. Una visión cuyas fisuras han dado paso a nuevas posturas que están redefiniendo los roles femeninos del presente siglo.

Notas


Bibliografía

Anderson, Benedict (1997): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica

Argueta, Manlio (1994): Un día en la vida. 7ª ed. San José: EDUCA

Asturias, Miguel Ángel (1980): El Señor Presidente. Buenos Aires: Editorial Clásica y Contemporánea

Castro-Gómez, Santiago/ Mendieta, Eduardo (eds.) (1998): Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate) . México: Porrúa. Tomado de: <http://www.cholonautas.edu.pe/pdf/TEOR%CDAS%20SIN%20DISCIPLINA.pdf>

Craft, Linda (1997): Novels of testimony and resistance from Central America. Florida: University Press of Florida

Dobles, Fabián (1984): Ese que llaman pueblo . 2ª ed. Comentarios de Víctor Julio Peralta. San José: Editorial Costa Rica

Manrique, Nelson (1999): La piel y la pluma, escritos sobre literatura, etnicidad y racismo. Perú: Editorial Cidiag, Sur

Martin, Gerald (coord.) ( 2000): Miguel Ángel Asturias. El Señor Presidente. Madrid: ALLCAXX/Colección Archivos

Morales Padrón, Francisco (1983): América en sus novelas. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica del Instituto de Cooperación Iberoamericana

Nisbet, Robert (1991): Historia de la idea de progreso. Barcelona: Editorial Gedisa

Rodríguez, Ileana (1994): House, Garden, Nation . Durham: Duke University Press

Salper, Roberta L.(1990): “Las dos Micaelas de Valle Inclán: un arquetipo de mujer”, en: VV.AA. Divergencias y unidad, perspectivas sobre la generación del '98 y Antonio Machado. Madrid: Editorial Orígenes

© Adriana Gordillo


Notas

arriba

vuelve 1. “La ideología del falocentrismo es la visión consciente e invariable de la supremacía de lo masculino y como corolario, el papel secundario de lo femenino.” (Salper 1990: 144-145)

vuelve 2. El problema de la construcción de la nación en palabras del Grupo de Estudios Subalternos en su Manifiesto Inaugural, se describe de la siguiente forma: “(…) las élites representadas por la burguesía nacional y/o la administración colonial son responsables de haber inventado la ideología y la realidad del nacionalismo. Su forma de mirar las cosas se ubica en el punto de intersección creado entre el antiguo poder colonial y el futuro sistema poscolonial del estado-nación, en donde ellas ocuparían un papel hegemónico. El problema central de la poscolonialidad es lo que Guha llamase “la incapacidad histórica de la nación para realizarse a sí misma”, incapacidad debida al liderazgo inadecuado de las élites gobernantes.” (Castro-Gómez/ Mendieta 1998: 77)

vuelve 3. Esta posición subalterna de la mujer no es producto de los nuevos estados nacionales, simplemente éstos prolongan las condiciones ya establecidas por el régimen colonial.

vuelve 4. La noción del progreso humano está íntimamente relacionada con “la existencia de determinados grupos raciales históricos” que según los pensadores racistas, son los generadores indispensables de los adelantos de la civilización. (Nisbet 1991: 397)

vuelve 5. Todas las citas de la novela se toman de la edición de Editorial Clásica y Contemporánea, Buenos Aires, 1980.

vuelve 6. Esta imagen del dictador guatemalteco ha sido asociada a la figura histórica de Manuel Estrada Cabrera, y más adelante a la de Jorge Ubico, ambos dictadores protagonistas de la política guatemalteca de fines del siglo XIX y principios del XX.

vuelve 7. El rapto XI, Camila XII, Capturas XIII, Tíos y tías XV, En la Casa Nueva XVI, Amor urdemales XVII, La tumba viva XXII, Casa de mujeres malas XXIV, El paradero de la muerte XXV, Matrimonio in extremis XXX. Estos diez capítulos equivalen al 25% de la novela. En total, son LXI capítulos.

vuelve 8. Ver página 171 de la novela.

vuelve 9. Ver páginas 40, 66, 68 de la novela.

vuelve 10. En Latinoamérica, las raíces de la diferenciación racial se pierden en los albores de la conquista y la colonia. En las representaciones que contribuyeron a la construcción de una jerarquía social donde el poder era sinónimo de los valores hispánicos y modernos, que veían en la civilización europea el máximo galardón del progreso, mientras que el escalón más bajo correspondía a los “salvajes” indios americanos. Esta representación desigual se sustentó en el racismo, que en Latinoamérica se convirtió en “un componente fundamental de la dominación social instaurada por las repúblicas oligárquicas.” (Manrique 1999: 11). Por otro lado, la consolidación de lo nacional, acorde con los valores de la modernidad, se logra a partir de la inclusión de elemen

vuelve 11. Todas las citas de la novela se toman de la segunda edición de Editorial Costa Rica, 1984.

vuelve 12. Director de la edición del libro aquí utilizada.

vuelve 13. Si bien las mujeres han sido parte del canon literario, esto ha sido en menor medida que el hombre y su valoración no ha sido equiparable a la del escritor del género masculino, sino hasta las últimas décadas del siglo XX.

vuelve 14. Ver también páginas 62, 101, 110, 113, 125 de la novela.

vuelve 15. Ver páginas 110, 166, 172, 189 de la novela.

vuelve 16. Según Víctor Julio Peralta, en las narraciones de Dobles “se aúnan la protesta social (…) además de una exaltación del campesino que lucha contra la selva y una peculiar adhesión al habitante sencillo de las ciudades.” (1984: 5). Acorde con esta descripción, Dobles resalta las diferencias entre la mujer campesina y la citadina durante un baile en el Parque Central, resaltando que ambos son pueblo, pero un pueblo “diferente”: En la ciudad: “Y las mujeres usan el pelo recortado, se lo peinan raro, visten con bastante seda.” Y en el campo: “(…) las mujeres llevan el pelo largo, y huelen a sudor sin complicaciones.” (Dobles 1984: 157)

vuelve 17. Todas las citas de la novela se toman de la séptima edición de Editorial Universitaria Centroamericana, 1994.

vuelve 18. Ver páginas 135 y 138 de la novela.

vuelve 19. Manlio Argueta estudió apoyado por su madre, quien vendía flores y ropa para contribuir a sus estudios <http://www.dpi.gob.sv/sala_lecturas/diccionario/Autores/argueta_mario.htm>

vuelve 20. Más adelante, durante sus estudios universitarios “fue miembro de la autodenominada Generación Comprometida y del Círculo Literario Universitario, dos de los grupos literarios más reconocidos en El Salvador, surgidos entre 1950 y 1956, de influencia sartreana y que participaron en activismo social, cultural y político. (…) fue uno de los suscriptores del manifiesto fundacional del Movimiento Cívico “Abril y mayo” (junio de 1959), después radicalizado y convertido en el Partido Revolucionario “Abril y mayo” (PRAM), declarado como “organización antidemocrática” por el Consejo Central de Elecciones (14 de julio de 1960), lo cual impidió su legalización como partido político.” <http://www.dpi.gob.sv/sala_lecturas/diccionario/Autores/argueta_mario.htm>

vuelve 21. “Pues miren que todas estas mujeres son unas putas. Ser mujer es haber nacido puta, mientras que los hombres se dividen en dos clases: los maricones, y nosotros los machos, los que vestimos este uniforme: y dentre los machos habría que escoger los más, más machos: los de la especial (…)” (Argueta 1990: 135)


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