Joaquín Beleño. El fracaso del proyecto democrático de la modernidad:
¿El fascismo neocolonial?
Universidad Europea de Viadriana, Frankfurt/Oder
Alemania
1. La crítica y la crisis de la idea ilustrada de la modernidad: el ciudadano
Damaris Serrano Guerra ha recordado hace poco que si hay un autor en Panamá, aparte de Rogelio Sinán, que forma parte de l`educación sentimentale de generaciones enteras de jóvenes panameños ha sido precisamente Joaquín Beleño (2002: 28). Sus novelas, especialmente Luna Verde (1951) y Gamboa Road Gang (1960), que en su momento fueron traducidas a varios idiomas, no pueden pasar desapercibidas para el análisis actual que, como éste estudio, investiga las relaciones entre nación y construcción romántica neocolonial. Lo que particulariza a Beleño es haber puesto sobre la mesa uno de los puntos más importantes de la modernidad neocolonial en Panamá: la inmigración; no sólo del campo a la ciudad, sino también de la región del Caribe, y del mundo, a Panamá. En la prosa narrativa entra fundamentalmente el chombo, término peyorativo para designar al negro antillano. Y además del chombo entra también el manuto y el buchí (el inmigrante campesino) y el machigua (el indígena kuna), términos típicos de la situación neocolonial de una sociedad profundamente fragmentada. En este sentido, Carlos Guillermo Wilson, que ha radiografiado la fragmentación cultural y racial de la sociedad panameña, ha escrito: “[...] el aspecto que más se destaca de la realidad social panameña en la narrativa es el hecho de que el negro es un elemento marginal en la sociedad panameña” (1975: 148).
En la pérdida y enajenación del espacio nacional, que he llamado la extranjerización del espacio1, en la cual quienes se comprenden como panameños creen ser extranjeros en su propio espacio nacional, Joaquín Beleño, como afirma Wilson, es el novelista que mejor ha presentado la consecuencias del problema neocolonial: “discriminación racial e injusticia zoneíta” (1975: 100). Es decir, lo que había determinado la relación de la nación panameña con la modernidad, el Canal de Panamá y, por consiguiente, la Zona del Canal, como representación física de la neocolonialidad. Así, es con Joaquín Beleño que el problema neocolonial se convierte en un tema, aunque ya Rogelio Sinán había tratado literariamente la inserción del país en la modernidad por su variante “cosmopolita” – en el mejor lenguaje de Baltazar Isaza Calderón - de sus temas y personajes:
En el prólogo que escribiéramos para “Plenilunio”, de Rogelio Sinán, le renocíamos, lo mismo que a Beleño, el acierto de haberse atrevido a montar el escenario de sus obras en la ciudad capital, iniciando así la gesta de nuestra novelística urbana, mientras otros escritores, anhelosos de encontrar el color distintivo de la patria volvieron sus miradas hacia nuestra campiña –en donde la venérea cultural sajona apenas muestra su contagio–, seducidos por el criollismo literario del Continente. Al reflexionar sobre el tema, hemos llegado a la conclusión de que Beleño practica una temática más específicamente canalera que citadina. La Zona está separada de la ciudad –salvo en fechas de alambradas contra las que hasta ahora revienta nuestra protesta– por un trazo, sobre la calle, de pintura cuasi borrada. Si esto es así en la realidad, los personajes de Beleño por fuerza deben actuar alternativamente, como lo hacen miles de obreros que entran y salen, a diario, del latifundio zoneíta, en el que nuestra soberanía está suspendida. (Prólogo de Jorge Turner a Gamboa Road Gang, 1960, subrayado mío)
A Jorge Turner poco le faltó afirmar que Gamboa Road Gang era una obra no nacional o panameña por estar ubicada en la Zona del Canal.2 Efectivamente, para los intelectuales panameños, si la ciudad de Panamá y Colón tenían un carácter extranjero, como lo había expresado Rogelio Sinán en Rutas de la novela panameña, la Zona del Canal no pertenecía al espacio que era considerado como nacional. Era considerado como un enclave y, por lo tanto, elegir este tema tenía la doble característica de recrear una realidad que se rechazaba, por ser neocolonial, y, que sin embargo, había que asumir, aunque fuera a regañadientes. En esta línea, Ramón H. Jurado, en el prólogo de Luna Verde (a su primera edición de 1961), describe muy bien el estado de nerviosismo de la ciudad letrada, de aquellos que formaban parte del jurado del Premio Ricardo Miró de 1959, porque habían recibido el texto de un joven que, hasta ese momento, sólo había escrito artículos para periódicos y cuentos muy tradicionales. Es decir, tanto el autor era un marginal con respecto a los consagrados como su texto con respecto a la tónica privilegiada de recrear lo verdaderamente “nacional” o “telúrico”.3 Y hasta hace muy poco José Carr escribía:
Quiero decir que la Colonia, además de ser un hecho material que alcanzó una expresión política, económica, social y militar, es también un hecho emocional, una realidad cultural, espiritual y de la conciencia del ser panameño. (…) Negarlo [como tema] es negar parte del material con el que nos construimos como lo que, precisamente y a contrapelo, ese hecho nos permitía que fuéramos panameños. Y esa es la segunda y más profunda verdad: desaparecer el tema es desaparecer parte de lo que hemos sido; un tentación peligrosa para repetir lo ya vivido, precisamente por olvidado. (Citado en Serrano Guerra 2002: 59)
Con Joaquín Beleño no sólo hay un destabuizamiento del tema, también hay un enfrentamiento con la modernidad panameña. Hasta ese momento había sido relegado a segundo término, a pesar de que –y precisamente por eso– la ciudad letrada no podía permanecer inmune a su impacto político, social y económico. Esta afirmación puede ser hoy día evidente. No obstante, lo que todavía queda por plantear son los elementos ideológicos, políticos y culturales que han quedado suspendidos para una revalorización. Quizás es posible ahora que, con la finalización de la Guerra Fría y, sobre todo, con la normalización de Panamá como estado nacional, la discusión pueda plantearse con más libertad. Joaquín Beleño, por su parte, era muy conciente de que su obra se desarrollaba al calor de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, en la Guerra Fría.4 No obstante, lo que revela Luna Verde es, sobre todo, la crisis de legitimidad de la ideología del progreso capitalista neocolonial en Panamá, en el marco de lo que se entendía como democracia y la idea ilustrada de la igualdad de los ciudadanos.
Para la generación de panameños de Joaquín Beleño, la democracia y el capitalismo estaban representados por los Estados Unidos. Y, por supuesto, este país era el imperialismo. Además, el sujeto nacional en Joaquín Beleño se crea con la certeza de que el proyecto neocolonial es un proyecto que sólo favorece a una minoría, ya sea una a clase, a una raza o a una nacionalidad. Y esta crítica a la situación neocolonial pasa por el tamiz arielista del ideal, los valores estéticos, el espíritu. Es un sujeto romántico-arielista que, dentro del contexto neocolonial, lucha por reconstruir un discurso para la nación que debe ser sostenido por la juventud, por los estudiantes, como sujeto histórico de liberación nacional: el Instituto Nacional en Luna Verde. Es en este plantel estudiantil, marcado por las palabras de Emerson con una placa –“el que construye sobre ideas, construye para la eternidad”– donde se adquiere la influencia y la prolongación de una generación de jóvenes que crece leyendo a Rodó y a José Ingenieros. Y es precisamente en el Ariel, texto donde se canta a la raza latina, la tradición, las élites y valores espirituales y se considera a la democracia como una zoocracia, donde Emerson es citado como un humanista de primera fila.5 Quienes diseñaron el Instituto Nacional tenían en mente a Rodó, con su placa de Emerson, las esfinges, lo greco-romano de sus columnas, elementos todos que deberían simbolizar la civilización latina, aunque, desde sus inicios, el Instituto Nacional –como lo estudió Alfredo Cantón en El desenvolvimiento de las ideas pedagógicas de Panamá (1954)– fue realmente dirigido y organizado por profesores alemanes que poseían una formación prusiana y wilhemina. A pesar de sus formas autoritarias de organización y educación, habían orientado los planes de estudio de una manera muy pragmática hacia las lenguas y el comercio para los estudios secundarios, porque sabían que la modernidad en Panamá estaba caracterizada por su posición comercial en el mercado mundial. Esta presencia se prolongó hasta 1912, es decir, profesores alemanes fueron reemplazados por profesores norteamericanos durante la Primera Guerra Mundial. A partir de aquí no se hizo esperar el arribo inmediato del pragmatismo americano, filosofía que también ya había anclado en Puerto Rico y Cuba.6 Su filosofía educativa era una educación orientada hacia la vida y la comunidad y, además, se tradujeron textos de los principales filósofos del pragmatismo y se propagó la orientación pragmática de los planes de estudio por parte de los intelectuales-educadores panameños.7
Este doble rostro, y paradójico, que había creado la situación neocolonial es representado originalmente por Joaquín Beleño: pragmático (como Panamá) por su biografía personal –se graduó de Perito Comercial, diploma que en verdad ya habían introducido los padres cristianos en la Escuela de Varones en 1904– y arielista por orientación nacional y política, cuyo centro es la juventud.8 Pero, por otra parte, a pesar de este elemento pragmático que filosóficamente es una variante occidental del discurso ilustrador, no fue una filosofía que se prestaba fácilmente para la construción de identidades nacionales románticas, tanto por su propia constitución epistemológica, como por la fuerte romantización de la ciudad letrada a partir de la década del veinte en Panamá.9 Sin embargo, el pragmatismo americano, como lo afirmó Alfredo Cantón, tuvo su esfera de actuación cotidiana en el sistema educativo (1954: 248) y, sobre todo, fue un aire liberal y democrático, con su acentuación en la libertad individual, filosofía que sirvió de contrapeso a la tradición humanista y católica, pasado por el tamiz romántico-arielista. Lo que también vale la pena preguntarse es si la crítica a la modernidad ilustradora, que es representada por la figura del ciudadano, la democracia y las libertades individuales, había estado ya preparada en un país que, lentamente, y con dificultades, habíase acostumbrado a la idea de que el ciudadano era para todos una figura moderna del Estado nacional. Por ejemplo, todavía en 1913, en medio de las necesidades de modernizar la educación panameña, Guillermo Andreve, intelectual-educador, Secretario de Instrucción Pública en la administración de Belisario Porras, debió ceder ante la presión de la “opinión pública” cuando quiso quitar la palabra Dios de la Oración del buen niño (Cantón 1954: 37). Esta oración, aparte de que era sexista y patriarcal, tenía dos versiones. Una para los niños, donde se mencionaba que ser “buen ciudadano” era sobre todo respetar a las autoridades y la propiedad. Y la otra para las niñas que, en vez de decir “buenas ciudadanas”, afirmaba: “ser modesta, honesta y amar el hogar y la familia” (1954: 37).
La comprensión de la idea del ciudadano, por ser un elemento fundamental y básico de la modernidad, es un punto que llama la atención en Joaquín Beleño, porque precisamente en sus textos es una figura marginal.10 Ser ciudadano no garantiza la igualdad y, mismo la condición de ser hombres, como entidad ontológica, no deja de ser una caricatura en la realidad neocolonial. Por esto resalta a la vista en Gamboa Road Gang cuando el narrador afirma lo siguiente: “Por lo menos, en la prisión, supuse, todos éramos iguales, todos convictos y todos amargados” (1991: 20). En la novela ensayística de este autor, que nace en el arrabal santanero de la Ciudad de Panamá en 1910, hay sobre todo razas, culturas, nacionalidades. La situación neocolonial transformó y determinó la aprehensión del espacio social: clases sociales cruzadas por etnias, pueblos por razas, individuos por nacionalidades. Es la romantización absoluta del espacio urbano, es la tribalización étnica de la ciudad, es la modernidad romántica de la sociedad panameña y, en este sentido, no hizo nada diferente de los ruralistas, los criollistas, los folkloristas, plasmar personajes definidos por la etnia, la raza, el pueblo. Asimismo, dentro de esta romantización cultural, Joaquín Beleño capta el lenguaje que dentro de la situación neocolonial se desvía por senderos que no necesariamente asumen las fronteras románticas, pero sí las cruza y las corrompe, para crear una “hibridez” urbana neocolonial como en Curundú:
Pero aquellas formas de hablar inglés y castellano, no era ni lo uno ni lo otro, y como la Mosca de Oro de Zolá, aquel lenguaje ascenderá por él hasta la ciudadela y hasta los salones más refinados. Entonces las niñas ya no serán lindas sino iritis y boicitas, los gañanes chatí y tof, los amigos espar y como liequiu, los muchachos trocarán la sintaxis para decir “espera por mí”. Era la Mosca de Oro de la corrupción que transitaba desde el bajo fondo de una antillanidad envilecida y de un yanquismo degenerante del idioma que ascendía corrompiendo las formas de expresión. (1963: 139)
Efectivamente, en la novelística de Joaquín Beleño no encontramos personajes dobles que quieran apropiarse del inglés que, en una transformación de mimicry, ironizan o se burlan de la situación neocolonial.11 Aparte de las prostitutas que intentan hablar en inglés, para comunicarse con los soldados, los personajes no se transmutan para vivir una americanidad al estilo gringo o zoneíta. Más bien parecer ser todos personajes resentidos al estilo de la teoría de Max Scheller.12 A pesar de ser o considerarse blancos, como Ramón de Roquebert en Luna Verde y Rubén Galván en Curundú, están obligados a reclutarse en el silver roll, sistema de pago en la Zona del Canal que borraba las diferencias de clase, estatus o raza. En la Zona del Canal no tenía ningún valor si Ramón de Roquebert tenía “sangre” francesa y si era bachiller del Instituto Nacional o si Rubén Galván había tenido una abuela terrateniente con esclavos. Es aquí que el personaje que más nos recuerda a la situación descrita por un Frantz Fanon en Peue Noire, Masque Blancs –pertenecer a la raza o cultura dominante ya sea por el “lenguaje” o el “blanqueamiento”– es Atá en Gamboa Road Gang. Y precisamente su cabello es lo que efectivamente traiciona su no pertenencia al gringo. No es un resentido, como el resto de los personajes de Beleño, a pesar de estar condenado a cincuenta años de prisión por haber “violado” a una gringa. Pero lo que sí quisiera es que el gringo, y la gringa en particular, de la cual está enamorado, reconocieran que él es un blanco, que es uno de los suyos.
Lo que revela el trabajo de Beleño es que la idea del ciudadano –y correspondientemente del individuo– ocupa una posición marginal, no sólo en su novela enayística, sino en la época que le tocó vivir, fuertemente marcada por los grandes discursos políticos e ideológicos que acentúan las clases, las razas, las nacionalidades, donde el individuo y el ciudadano –que también forman parte del gran discurso ilustrado– no tienen el mismo estatus de representación. En su novela Curundú, que fue escrita entre 1943 y 1946, pero presentada al Premio Miró hasta 1956, Beleño muestra la fragilidad del sujeto nacional comprendido y representado por Rubén Galván, un sujeto que efectivamente no representa el arielismo, porque no tiene ideal que lo oriente. Es el Panamá sin ideal:
[...]es un muchacho preocupado de sí mismo, sin ninguna tradición que respetar, a nada a qué aspirar, a menos que no sea a su estatura corporal y un parecido a los galanes de Hollywood. Su vida acostumbrado a oir a su madre hablar de los ladrones “que se robaron la plata de la independencia”. (1963: 39)
Este sujeto en la novela Curundú, que es designado como “un héroe sin pasado”, y que se entrega a la corrupción de la ciudad, pues “deseaba contraer una venérea para confirmar, en sí mismo, que la venérea es enfermedad de hombres” (1963: 39), no tiene una idea patriótica de la nacionalidad y, menos aún, del ciudadano, pues quienes deberían representar el honor del país, los próceres de la independencia, estaban muy lejos de ser ciudadanos incólumes de una república. Es un sujeto nacional que nace sin haber asimilado la idea moderna del ciudadano, un individuo que es libre de su vida y su destino, que es responsable por sus actos, que tiene derechos y obligaciones. Y en Luna Verde el ciudadano, que es hijo de una república, es pasado por el filtro de la nación romántica y presentado como miembro de una comunidad de lengua, raza y cultura, en fin, es el llamado hombre latino que, a diferencia del antillano negro, que es “sumiso” e “indiferente”, está caracterizado por el “honor”, cualidad que lo lleva a enfrentarse al gringo13 (1995: 99).
Esta es la transformación que ejerce la situación neocolonial, una transformación que está corroborada por la Zona del Canal, espacio donde la división del trabajo, silver roll y gold roll, había sido establecida por decreto empresarial.14 Era una división del trabajo que puede recordar incluso un sistema de castas. En estas circunstancias, para el sujeto nacional, el ciudadano –la puesta en escena del discurso neocolonial– es tan intercambiable como cualquier otro objeto. No se reconoce en el término ciudadano un contenido en sí mismo histórico, es decir, que es un término que es resultado de una apropiación histórica de la modernidad. Es, más bien, un término que es definido por los estados nacionales, unos mejores o peores que los otros, ya sea en la Segunda Guerra Mundial o en la Guerra Fría:
Si el mestizo Rubén hubiera recibido durante toda su existencia un trato de igualdad y cordialidad a manos de una raza, cuya técnica y cuya civilización están mucho más perfeccionadas que las suyas, sin duda alguna se entregaría sumiso, convencido de que ser ciudadano norteamericano es una virtud; negando su condición de panameño y siguiendo el rumbo del camino más fácil para lograr su bienestar. (1963: 180)
Es el bienestar, entiéndase material, lo que cruza la idea del ciudadano. Rubén representa la figura neocolonial en la novela, una figura que no deja de establecer una especie de revuelta subjetiva con el poder neocolonial a pesar de su fragilidad con respecto a su propia construcción de ciudadano:
Los sentimientos de Rubén Galván no aceptan árbitros exóticos; su prisma interior descompone los colores de las cosas y los proyecta hacia la realidad de su mundo con sus propios colores. Su concepto de libertad, está por encima del concepto de libertad de la cultura sajona que pretende imponérsele en todos sus actos materiales. Y es por eso por lo que concibe la libertad y la democracia sajona como meras palabras sin ninguna expresión real y tangible. Es un irrespeto. Sus anhelos más esclarecidos y lúcidos son los de combinarse y volverse a combinar en el espacio y en el tiempo, creando una nueva raza y nuevos valores. (1963: 161)
Es una revuelta contra los valores occidentales que representan los Estados Unidos. Rubén, “el héroe sin pasado”, pretende crear una nueva raza y nuevos valores. Y es aquí justamente donde uno puede preguntarse si un “ladino”, como ha sido caracterizado por Jiménez Matarrita en El imposible país de los filósofos (2002), podría reflexionar de una manera más matizada e inteligentemente que el Occidente no está en otra parte, sino en Panamá mismo, porque la república neocolonial es producto y reproductora de una constelación de la modernidad occidental en América Latina y, en este caso, en la región del Caribe y Centroamérica, en fin, no se reconoce –o no se conoce– que la República neocolonial es la ilustración de ultramar, pasada por la experiencia colonial y poscolonial. De aquí se podría concluir que esta fractura con respecto a la constelación histórica, primero española y posteriormente francesa de la base de la república neocolonial, es el vacío –la tierra de nadie– que se manifiesta en la novela ensayística de Joaquín Beleño. Es el vacío de toda una generación y, bajo este punto de vista, no es la “generación que se salvó”, como se afirmaba en aquel entonces, sino la generación que se perdió en la estrechez de la nación romántica en el contexto de la Guerra Fría.
El arielismo romántico de Beleño, pasado por la mojigatería moral católica del sexo y el rechazo del capitalismo, no le permite ver más que sangre, es un romanticismo sanguíneo. Además, es una profunda pérdida y desconfianza con respecto a los valores modernos de occidente como la democracia y la posición del ciudadano. En Joaquín Beleño ha fracasado completamente el proyecto democrático de la modernidad. Todos sus textos presentan la exclusión y la fragmentación ejercida por la raza, las clases, las ideologías y la religión. Los personajes no logran franquear ni relativizar fronteras y todos sucumben irremediablemente frente a sus prejuicios y limitaciones sin transiciones o conflictos. Es la absoluta despedida de la utopía de una vida mejor que pudo representar América, como parte de ese proyecto de modernidad, y es el realismo neocolonial presentado y cortado por la crudeza y el feísmo de la construción estética. Pero precisamente por este fracaso, en la situación neocolonial, que había convertido a la nación, representada por el Estado nacional panameño, en una caricatura de sí misma, porque es una nación que sufre un profundo complejo de inferioridad, por estar “empequeñecida”, por ser “insignificante” y “despreciable” (Beleño 1963: 158), es que resalta la ausencia de crítica con relación al racismo que no sólo se ejerció en la Zona del Canal, sino también en Panamá, por los mismos panameños. El sujeto nacional en Joaquín Beleño no dijo lo que debió también decir: los panameños también han ejercido racismo. Cuando en Luna Verde se escribe que hay “en la ciudad respeto racial, en la Zona, intolerancia” (205), no hay que conocer mucho para saber que el sujeto nacional en Joaquín Beleño está cometiendo una distorsión en la historia de la nación panameña en la situación neocolonial. Si no ha habido apartheid, pero sí marginalidad y exclusión, es porque el “dólar” y el “comercio” (resultado precisamente del fatalismo geográfico) es lo que ha “corrompido” los valores románticos de una ficcionalidad de “raza latina” que en Panamá supo orientarse por el instinto práctico de hacer negocios, por ejemplo, con las propiedades inmobiliarias.15 El mismo personaje Atá en Gamboa Road Gang discute con un manuto, pues éste le reprocha de no ser un gringo, sino un negro, y dice: “-Se quedaron los chombos que iban a mandar para las islas. Habían venido para regresar. Pero los ricos que hicieron San Miguel, Calidonia y Chorrillo no quisieron que se fueran. Entonces, ustedes, ¿de qué se quejan?” (1991: 148)
El elemento romántico en la novela ensayística de Joaquín Beleño revela la profunda fragmentación del espacio nacional, que ha sido enajenado y usurpado, en la situación neocolonial, un espacio que no encuentra una salida nacional por la democratización y la creación de formas de representación, que no partan necesariamente de este arielismo cultural, y, sin embargo, muy práctico, que ha marcado el tiempo y el espacio de recreación de la nación. La identidad de la nación panameña –una identidad que pasa por el tamiz romántico– pagó el precio de haberse convertido en un enorme campo de trincheras, donde había poca movilidad de creación y de intercambio. Y ahora la llamada “normalización” de la nación panameña, a partir de la entrega del Canal y, sobre todo, por el término de la extranjerización del espacio, ha sido marcada por la experiencia neocolonial, que está cruzada por el romanticismo cultural, la debilidad del ciudadano como ente básico de la democracia y por el fuerte control político de las élites que muchas veces ha estado basado en relaciones intrafamiliares, elemento poco transparente y proteccionista que determina hasta hoy día mucho del perfil pre-moderno del sistema político y económico del país.
2. El amor asimétrico neocolonial: la nación como prostituta y la gringa
Según Doris Sommer “Romance and nation-building come together in very fruitful ways in Latin American” (1990: 85). Efectivamente, en las novelas de Joaquín Beleño el romance, el amor, la atracción o la posesión sexual, es un tema que está cruzado por la situación neocolonial. La relación “amorosa” entre los personajes, gira en torno al problema de clase, cultura y raza. En la construcción de los géneros, el sujeto neocolonial, que está definido sobre todo por la posesión erótica y sexual del llamado sexo femenino, revélase la absoluta asimetría romántica neocolonial. Por ejemplo, un trabajador afirma: “si tú quieres una gringa, no lo consigues, pero un gringo cualquiera mujer lo puede...conseguir” (Beleño 1995: 94). El único personaje que había tenido como esposa a una gringa era el Fulo Alejandro en Curundú, un joven “de bien” que había estudiado en la Western Military Academy, y que trabajaba en el gold roll de la Zona del Canal. Su jefe era su cuñado y había sido abandonado por su esposa por tener una relación con una prostituta. Es decir, en la situación neocolonial, aunque los gringos tomen como mujeres a panameñas, no hay posibilidad de construir un destino común, por la línea del género femenino, porque ésta es una subordinada tanto de clase como de raza. Sin embargo, en esta asimetría romántica el sujeto neocolonial sueña realizarse con la mujer blanca que es representada por la gringa al ser la diosa:
Te amo gringa-gringuita de piel sin carotén y xantofila; blanca de ausencia de mi sol, intocada de mi raza. ¡Oh fiesta de la raza la de mi cuerpo y el tuyo! Déjame besarte para ahogar el mar con mis besos y cubrir con ellos las curvas de tu cuerpo. Déjame unir mis manos con tu cuerpo verde por dentro de ginebra y pepermint, procura endurecer más tus redondas formas embriagadas del calor verde-azul de mis manos de acetileno, como si fueras una cóncava de acero del tanque 8. Déjame olerte a gringa-gringa, déjame reír en tu boca, locamente, hasta que mi raza contagie tu raza y tu mandíbula poderosa de sajona dominante, en donde una sonrisa inatacable de esteward busca mis labios que te besan. ¡Oh extravío del sexo! (1995: 139)
En esta canción a la gringa, que representa burlonamente la inaccesibilidad y el deseo a la mujer zoneíta, que es blanca y dominante, se expone la asimetría donde no hay solución de integración nacional por el amor. Efectivamente, podrá haber encuentro sexual, como se narra en el pasaje de la gringa con Ramón de Roquebert, que se encuentran en una cantina de la ciudad, pero sólo fue posible porque ella estaba “embriagada” y protegida por el “oscuro anonimato” (112). La gringa, en esta escena, es presentada como una mujer que, además de no ser libre, no llega a establecer ningún lazo de intimidad: “¿Su nombre, su dirección, su origen, su estado civil y su posición social? Una incógnita” (112). Si la figura de la gringa, entonces, desaparece en la inaccesibilidad de la Zona del Canal, por contraparte, las panameñas y las antillanas negras están a la disposición de los soldados norteamericanos. Aquí se impone, por parte de las mujeres, lo que ya Frantz Fanon había identificado como “un peu de blancheur dans sa vie” (1952: 54). Entonces, por querer este blanqueamiento, “elle ne réclame rien, n'exige rian” (1952: 54). Y En Gamboa Road Gang, por exigencia de este blanqueamiento, la amante de Atá asume la violación de unos norteamericanos civiles.
Las mujeres en Joaquín Beleño son sumisas, dependientes y pragmáticas. No persiguen ningún ideal, no son arielistas y con ellas –fatalmente– hay que construir una nación como se encuentra inverosímil y repentinamente relatado en las últimas páginas de Luna Verde. Aquí las mujeres –especialmente de la familia de Ramón de Roquebert– llevan la bandera nacional en una marcha contra la ampliación de bases militares norteamericanas. Aparte de este hecho nacionalista, la única mujer dentro de su novelística que dice “abiertamente” lo que piensa es precisamente una prostituta, pero no es panameña, sino que es “carne” argentina, traída a Panamá por un italiano que es dueño de un cabaret. Esta prostituta le dice al Fulo Alejandro, que se considera blanco y rubio, que él es un spik –según Beleño era un término despectivo usado por los norteamericanos para designar a los latinos– y que “las mujeres de aquí, ni son de ustedes ni están en tierra propia” (Beleño 1995: 55). Esta expropiación que produce la situación neocolonial no sólo pasa por la tierra, sino sobre todo por las mujeres. Es con ellas que se define el sentido de tribu de la nación y, por lo tanto, en este arielismo romántico, como está expuesto en Luna Verde, donde el espíritu es considerado como opuesto a lo material, el género femenino está definido además por la ciudad de Panamá que es “alegre” y “confiada” (1995: 173). Aquí se plantea en la figura de la prostituta la pérdida del espíritu y la orientación hacia lo práctico, la entrega, lo material: el dólar. El sujeto se pregunta, por ejemplo, “¿Tendrá la mujer, conciencia, dignidad, virtudes?” (1995: 194) La ausencia de la nación arielista está representada por el género femenino, la ciudad, la mujer y, especialmente, la prostituta:
Ellas son el filtro más potente que atrae los dineros de la soldadesca y de los civiles de la Zona, a los canales de comercio en la Avenida Central. Nos libra de la necesidad de hacer turismo. ¿Qué sería de todo ese dinero que las prostitutan gastan y despilfarran diariamente junto con sus maridos vagos y empedernidos, si ellas no hicieran que saliera de los bolsillos de los soldados? (...) Ella, más que cualquiera propaganda, era la reina de la economía de la corrompida ciudad de Panamá. Calle J y K, las calles de las cruces, también lo son del dinero. Mensualmente ponen en circulación miles de dólares. Las meseras de los cabarets mandan a las distantes regiones del sur, en giros bancarios, cientos de miles de dólares. Si algún día el comerciante de la avenida central fuera honrado exigiría una estatua a la prostituta nacional que no a la extranjera que exporta el dinero. (1995: 205; subrayado mío)
El espacio neocolonial, cuyo enemigo principal ha sido la geografía, porque ha sido determinado por el comercio –el transporte de gente y mercancías– es asociado a la época colonial con el nombre de “calles de las cruces” para referirse al Camino de Cruces que cruzaba al istmo. En esta alegoría semántica está tocada la “esencia” histórica de lo que ha sido y es Panamá, una prostituta, que incluso puede estar casada. La puesta en escena del comercio, ya sea de mercancías o de cuerpos, se coloca así en el centro de la asimetría neocolonial romántica, donde no hay amor o romance, pero sí interés material. En esta asimetría, que es asumida puntualmente por la inaccesibilidad de la gringa, es prácticamente imposible construir una nación que se define por el comercio y que está representada por la prostituta:
las mujeres no valen ya
las mujeres no valen ya
las mujeres no valen ya
porque todas son yacatá
sacando a mi mamá
sacando a mi mamá
sacando a mi mamá
todas las demás son yacatá (1956: 79)
En esta representación de la mujer, cuya madre es la sagrada, y las demás son prostitutas, hay una fuerte presencia y continuidad en la novelística de Beleño. La mojigatería y la doble moral alcanzan entonces su mejor expresión en la Tía Fina de Luna verde que se parece a la madre de Ramón de Roquebert, por su “castísima vida de mujer, sin pecar, de beata, y comesantos” (1995: 11). La Tía Fina, cuyo nombre mismo alude a su condición de refinada, y que aparte de su madre muerta ha sido la única mujer que ama el personaje Ramón de Roquebert, es precisamente el ideal de mujer con la que se puede construir una nación. Es ella la digna y la casta, la campesina, lo contrario de las mujeres de Panamá y Colón: “donde busqué una mujer me besó la prostituta...” (1995: 204).
En la novelística de Joaquín Beleño la Ciudad de Panamá es proyectada de acuerdo a cierto trasfondo religioso, católico, que puede ser asociado a Sodoma y Gomorra, caracterizado por el comercio, la prostitución, la pérdida de la moral. Efectivamente, el sujeto nacional, que política y culturalmente es un sujeto fundamentalista, reaccionario, y, además, con fuertes matices fascistas, deambula resentido en su realidad inmediata. Afirma frustrado y socarronamente que debe construirse una estatua para la prostituta, pero para la nacional, la que no exporta el dinero, y se impone entonces este pragmatismo del sujeto nacional resentido que no logra distanciarse y superar sus limitaciones de clase, raciales y sexuales. Además, el sujeto nacional sufre resentidamente la asimetría neocolonial, donde el americano usurpa y accede a la mujer antillana o panameña, y el sujeto neocolonial no puede realizar su deseo sexual de “adquirir” a la gringa. Por lo tanto, quien define aquí la situación de ambivalencia y contradicción del espacio fragmentado es precisamente Atá, como resultado de la irreconciliabilidad de la situación neocolonial:
–Mire, Chief – Me dijo con mucha viveza –Los amigos míos que no son negros no son panameños, porque ustedes no los quieren y los desprecian. No son gringos, porque aquí en la Zona no los aceptan. No son ingleses, porque la nacionalidad de sus padres no significa nada para ellos. Somos judíos. No tenemos Patria. Somos lo que somos: gente que respiramos. Por eso yo quiero ser alguien. Quiero ser gringo. Soy gringo. Tú ves mi piel…No la quiero perder, porque esto sirve mucho. Esperaba probar mi ciudadanía cuando tuviera 21 años… pero aquí metido… sólo Annabelle puede salvarme y lo hará. Estoy seguro… Casado con una gringa me será más fácil ser ciudadano norteamericano. Por lo menos mis hijos lo serán.” (1991: 158)
En lo que Damaris Serrano Guerra llama el “choque entre culturas” para designar las claves de estos fenómenos que ofrece la novelística de Beleño, puede pensarse que ya se anuncia la creación de una nueva nación, hijos de la situación neocolonial panameña, porque no tienen patria y no son integrados en las establecidas nacionalidades-estados o las llamadas culturas ya sea latina o norteamericana. Por un lado, con Atá está presente ese sentimiento del desterrado –el que no tiene tierra– y, por otro lado, la certeza del color de su piel –expresión esto del romanticismo racista– y lo que le falta es casarse con una gringa, la mujer inaccesible, la deseada, que le permitirá la adquisición de la ciudadanía norteamericana, la estación final de un periplo caracterizado por rechazos, exclusiones y racismo.16 En Atá se concentra toda la problemática del sujeto nacional, porque él es la prueba del fracaso de la realidad neocolonial que es rechazada y en la cual no hay construcción posible de nación por la vía del amor.
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vuelve * Doctor en Sociología por la Universidad Libre de Berlín y docente de culturas latinoamericanas en la Universidad Europea de Viadriana, Frankfurt/Oder, Alemania. Ha publicado el ensayo de investigación Los dioses del Caribe abandonan el museo (1997), el poemario Matamoscas (1997), las novelas Recuerdo Panamá (1998) y Sueño Americano (1999). Regularmente publica ensayos en Cuadernos Hispanoamericanos. Este texto sobre Joaquín Beleño pertenece a un trabajo más amplio de investigación sobre la cultura y la literatura panameñas entre 1930 y 1960.
vuelve 1. La “extranjerización del espacio” es un concepto que me ha ayudado a comprender la posición de los intelectuales panameños para referirse a la “usurpación” del espacio nacional en las ciudades terminales de Panamá y Colón. Es una “usurpación” que es producida, por un lado, por la inmigración antillana, y, por otro lado, en la Zona del Canal por los Estados Unidos. Pero esta “usurpación”, más que una connotación física de una fractura, es una construcción de la pérdida del espacio nacional considerado como propio. Es esta “usurpación”, como construcción, lo que ha marcado la conformación de la literatura panameña en la situación neocolonial. Las formas en que han reaccionado los intelectuales panameños frente a esta “usurpación” han sido diversas: “batallones escandalosos de negros jamaicanos” aparecen en Ramón H. Jurado; “un carácter esencialmente extranjero” en Rogelio Sinán; “el cosmopolitismo” en Baltazar Isaza Calderón; “una parte mínima de la realidad de Panamá” en Rodrigo Miró, entre varios ejemplos más. Todas estas designaciones de la “extranjerización del espacio” han sido posiciones y reacciones con respecto a la “usurpación” imaginada o real del espacio nacional.
vuelve 2. Por su parte, Rodrigo Miró, como reacción al extrañamiento del espacio, y de la afirmación de lo panameño, escibe: “Beleño asume en ocasiones, por boca y acción de algunos personajes, la representación del panameño. Fracasa por inauténtico, proponiéndonos héroes de discutible panameñidad. Beleño parece no percatarse de que el tema zoneíta, fundamento de su triunfo relativo, es al mismo tiempo su talón de Aquiles. Porque limita cuando no niega las posibilidades representativas de su obra desde un punto de vista humano y ambiental. Y no se percata de ello en virtud de que su visión de lo panameño es igualmente insuficiente y parcial. Para Beleño no existen amplios sectores de la nacionalidad, por completo ajenos a su experiencia. Y la Zona del Canal es, por fortuna, una parte mínima de la realidad de Panamá...” (1972: 277; subrayado mío).
vuelve 3. Con respecto a esta tónica predominante, Elsie Alvarado de Ricord, recientemente fallecida, escribe en 1971 lo que puede considerarse como una crítica de este romanticismo cultural lingüístico: “Hay que tener en cuenta que la obras artísticas que intentan recoger el habla campesina deben ser miradas con mucha cautela; sí constituyen un material aprovechable, como indicio, pero no como prueba general, por varias razones: En el caso de Panamá, la producción novelística, el cuento y el drama, y aún a veces la poesía popular, han tenido su mayor despliegue gracias a escritores de procedencia interiorana, es decir, no capitalinos, sino nacidos en ciudades-pueblos, por lo cual entran en contacto con campesinos auténticos. Pero aunque intentan reproducir con la mayor fidelidad el habla de sus personajes, es obvio que como autores insisten en ciertas realizaciones del habla (como las confusiones de sonido) para caracterizar al personaje en cuanto a procedencia y todo lo que de allí deriva. De tal modo que lo que a los autores, personas cultas, les resulta más llamativo, se enfatiza en el personaje por imperativos de la técnica, y la impresión que el lector extranjero recibe no es entonces exacta. Ayuda mucho, naturalmente, a que se sepa que tal realización se cumple en esos sitios, pero no en cuanto a la frecuencia, que es algo fundamental, porque la suposición del lector tiende a ser generalizadora” (107 y 108).
vuelve 4. “La realidad de vivir en un mundo, regido por doctrinas e iglesias apostólicas y espirituales, en donde es un sacrilegio desviarse de los dogmas doctrinarios ya sea del Imperialismo Capitalista del Oeste o del Imperialismo Socialista en el Este, crea hombres sometidos a servidumbre voluntaria convertidos en expectadores de un torneo liberticida, en donde se reparten, el Este y el Oeste, el despojo de la humanidad” (Prólogo de Joaquín Beleño a Flor de Banana 1974).
vuelve 5. “Hay una verdad profunda en el fondo de la paradoja de Emerson que exige que cada país del globo sea juzgado según la minoría y no según la mayoría de sus habitantes. La civilización de un pueblo adquiere su carácter no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ellas sean posibles” (Alvarado de Ricord 1971:75).
vuelve 6. El primer rector norteamericano del Instituto Nacional, Edwin Dexter, quien reemplazó al alemán George Goetz en 1912, había sido comisionado de educación en Puerto Rico. Y cl cubano Aguayo, que era divulgador de la filosofía de Dewey, tuvo una gran acogida en el sistema educativo (Canton 1954).
vuelve 7. Suele olvidarse que escritores, maestros y abogados como Octavio Méndez Pereira, Jeptha B. Duncan, José Dolores Moscote, para nombrar los más conocidos, promovían en Panamá y, especialmente, en sus instituciones educativas, lo que se llamaba para ese entonces la “escuela nueva”, en fin, el pragmatismo americano.
vuelve 8. Aquí vale la pena citar lo que escribe Beleño sobre sí mismo: “Estoy recibido de Licenciado en Administración Pública y Comercio con especialización en Ciencias Sociales y Económicas en la Universidad de Panamá. Mi especialización en el campo de la administración pública la hice en la “New York University”. Es mi opinión que en el campo de servir al Estado he realizado un notable trabajo, casi desconocido en su importancia y en mi concepto más importante que mi aporte literario al país. Entre otras realizaciones organicé el Departamento de la Estadística de la Caja de Seguro Social y he sido Director de Clasificación de Puestos en la Carrera Administrativa del país. He participado en todos los movimientos sociales progresistas ocurridos en el país desde los días que se organizó el “Congreso de la Juventud”, y se organizó la acción cívica “Frente Patriótico de la Juventud”. En la actualidad soy el Secretario General del sindicato de Periodistas de Panamá” (Autobiografía en Gamboa Road Gang 1960).
vuelve 9. No obstante, para intelectuales como Méndez Pereira, que como rector del Instituto Nacional había aceptado y promovido la educación secundaria para las jóvenes en 1919, el pragmatismo podía ser “útil” para la construción de la nación sin perder la posición romántica (Cantón 1954).
vuelve 10. Damaris Serrano Guerra ha escrito acertadamente, en el mejor lenguaje de Samuel P. Huntington, que en la novela de Joaquín Beleño “están varias de las claves derivadas del choque entre culturas” (2002: 59; subrayado mío).
vuelve 11. “Mimicry emerges as the representation of a difference that is itself a process of disavowal. Mimicry is, thus the sign of a double articulation; a complex strategy or reform, regulation discipline, wich `apropiates` the Other as it visualizes power. Mimicry is also the sign of the inappropiate, however, a difference or recalcitrance which coheres the dominant strategic function of colonial power, intensifies surveillance, and poses an immanent threat to both `normalized` knowlegdes and disciplinary powers” (Bhabha 1994: 86).
vuelve 12. Si bien no conozco un trabajo sobre la presencia filosófica de Max Scheller entre los intelectuales panameños, creo que era bien conocido -su teoría del resentimiento- a través de la amplia circulación de la Revista de Occidente. Hasta ahora he dado con referencias y alusiones al resentimiento en los ensayos de Diógenes de la Rosa y citas concretas en José Isacc Fábrega.
vuelve 13. A este respecto, Carlos Guillermo Wilson comenta en su estudio sobre el negro en la literatura panameña lo siguiente: “El mito del negro sumiso, también, es falaz” (1975: 164).
vuelve 14. Los norteamericanos, que eran comprendidos como blancos, pertenecían al gold roll y ocupaban los puestos de la administración y control. Y los panameños, antillanos y europeos (no importara su color de raza) pertenecían al silver roll.
vuelve 15. “Durante el período de construcción del Canal, o hasta dos años de su terminación, toda la fuerza laboral vivía en la Zona del Canal. Existía la propiedad privada y los negocios de diferentes tipos llevados a cabo por cuenta propia. Un gran número de antillanos se aprovecharon de las ventajas que ofrecían la jardinería y la agricultura para los cuales estuvieron recibiendo ayuda. En 1915 la población de la Zona del Canal, por razones de necesidad militar, fue obligada a abandonar sus viviendas y propiedades, pero no así los empleados que eran ciudadanos de los Estados Unidos. De esta suerte a los antillanos se les removió de las tierras y de sus escasas mejoras complementarias y fueron obligados a vivir en las ciudades terminales de Panamá y Colón. Este influjo provocó la necesidad urgente de mejorar las viviendas existentes, presentando al mismo tiempo oportunidades espléndidas de negociar en bienes raíces –una oportunidad que ávidamente fue utilizada con entusiasmo” (Westermann 1980: 47).
vuelve 16. En este sentido, Carlos Guillermo Wilson, que ha seguido el fenómeno de la emigración hacia los Estados Unidos, ha descrito la situación romántica fuera de las frontera nacional: “Hoy día los chombos que han emigrado a los Estados Unidos se sienten frustrados y confusos en cuanto a su identidad. Recuerdan las amargas experiencias de rechazo y marginación en Panamá, dónde, por ejemplo, en 1941, la Constitución de la República le negó la ciudadanía panameña a todo chombo cuyo padre que fuere de inmigración prohibida pertenezca a la raza negra cuyo idioma originario no sea el castellano. Y, en el país que muchos consideran el último puerto de la odisea, son rechazados por norteamericanos blancos porque son extranjeros de ascendencia africana, también, son rechazados por los norteamericanos negros porque son extranjeros de cultura hispánica (católicos e hispanohablantes) y, finalmente, también son rechazados, por otros latinoamericanos porque son negros” (1993: 5 y 6).
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