Rafael Lara-Martínez

 

Indigenismo y encubrimiento testimonial El 32 según “Miguel Mármol. Manuscrito. 37 páginas” de Roque Dalton

Humanidades, Tecnológico de Nuevo México

soter@nmt.edu

Bibliografía


Una de las zonas más afectadas durante la insurrección de 1932 fue la que

cincuenta años antes había sido expropiada a los ejidos y comunidades indígenas […]

el pueblo era por primera vez Actor en la Historia y no seguía a ninguna otra clase.

David Alejandro Luna

 

A trece años de una nueva era imaginaria —inaugurada por los Acuerdos de Paz en 1992— en el norte, los celajes del testimonio aún se anuncian prometedores de prebendas con alto interés. Los réditos que se perciben obligan a instaurar el reino del silencio. El cambio de época pasó desapercibido. Fue acontecimiento irrelevante para quienes referían “lo real (the real thing)”, según el calco lacaniano del germano-americano Georg Gugelberger y colaboradores (1996). En los noventa, viviendo la ilusión de un giro revolucionario a la cubana, cualquier otra mudanza política resultaba irrelevante entre los que nunca empuñarían armas.

No sólo la mudez ante la variación nos causa estupor, también nos aturde que una teoría que reclama un valor histórico irrefutable en absoluto prevea el descalabro y la sustitución del género que había canonizado. Acaso la falta de predicción augure un disimulo. Los intereses políticos y beneficios académicos son tales que opacan cualquier búsqueda por des-encubrir el origen. No hay ventaja alguna en cuestionar la teoría ni sus presupuestos axiomáticos. Como en cualquier sistema de creencias los principios que guían la crítica no son falsificables con hechos ni documentos. El arraigo en un dogma de fe orienta la crítica.

Hasta el cansancio se repite que el encuentro entre Miguel Mármol y Roque Dalton en Praga en mayo de 1966 dio lugar al “logro más brillante de” la literatura testimonial (véase: Beverley, 2004: xi; Beverley y Zimmerman, 19902: 188; Franco, 2002: 62; Harlow, 1996: 72 y Larsen, 1995: 145 y 162). Pero, de inmediato se calla la manera en que esa recolección y escritura invalida la definición misma del género. La más obvia instancia deriva del problema del tiempo. Este hiato no nos extraña. Sabemos que el marxismo es una teoría revolucionaria de la historia imbuida por una visión reaccionaria del tiempo. Si el testimonio presupone “urgencia por comunicar” una situación de desamparo y opresión, intuimos que el desfase entre los eventos narrados, 1932, la recolección del testimonio, 1966, y la publicación de la novela, 1972, sería prueba suficiente para anunciar la debilidad de la doctrina.

No obstante, la “urgencia” no la desmienten los treinta y cuatro años que median entre hecho y transcripción, ni menos aún los seis años que le llevó al poeta “estructurar” notas dispersas en novela. Como todo decreto papal, la teoría es infalible. Proviene refrendada con la marca de poder que le otorga el éxito académico del imperio anglosajón. Aún si demostrásemos el uso alternativo de la primera y de la tercera persona al recolectar las palabras de Mármol y la falta de una cronología lineal, la teoría permanecería incólume y sin fisuras: “es un relato autobiográfico en la primera persona” (véase: 2, más abajo, para un ejemplo, “Ama, [él, Mármol] lo conoció…”).

Más grave, resulta des-encubrir que al negarse examinar lo que sucedió en los seis años de escritura, la teoría rechaza analizar el modo de producción de la novela. Los seis años se reducen al dictado y a la copia de una breve voz en Praga. La doctrina queda presa en una visión arcaica de lo que significa el hecho de escribir. No nos preocupa tanto que se le confisque al poeta lo que propiamente le corresponde, la autoría de una novela. Obviamente, los derechos de autor son atribución de la familia. Nos concierne revelar que al concebir el testimonio como dictado (Dichtung, lo poematizado), la teoría repite un acto de fundamentalismo ignorado. El testimonio sería el remedo del enlace primordial entre lengua y vida: logos en arkhe.

Acuden como modelos cardinales del dictado la transcripción que Moisés recibió en las Tablas de la Ley, la que Muhammad realizó de El Corán o la que Joseph Smith transmitió en The Book of Mormons. El testimonio es un verdadero ars del dictado. El autor se evacúa de la composición del libro para recolectar pasivamente el dictamen de la musa, según lo había prescrito secularmente Dante:

Io veggio ben come le vostre penne

di retro al dicttator sen vanno strette

che delle nostre certo non avvenne

(Dante, Purgatorio, XXIV: 58-60).

Para combatir el fundamentalismo de la derecha, la crítica testimonial nos propone un sistema paralelo de pensamiento en reflejo condicionado: el fundamentalismo de la izquierda. Ahí no hay lugar para un ars poética, para que el autor sature el texto con su propia inventiva e investigación meticulosa. Existe sólo la pasiva recepción de una palabra trascendental, antes divina, ahora popular. Tal cual nos lo advierte uno de los alter-egos del escritor —Roberto, personaje de Los poetas (1964)— la creencia en la Iglesia da lugar a la obediencia al partido; la palabra de Dios hecha carne, a la del Pueblo hecha carne. La devoción por un fiel dictado —que duró “más de una semana”— suple cualquier pesquisa documental (Dalton, 1966: xiii). La crítica testimonial asienta su autoridad en una historia sin historiografía o mejor, en una antropología sin trabajo de campo. En su seno, la teorización suplanta cualquier cara a cara existencial con el otro y toda búsqueda de archivo. Su interés por la palabra del subalterno lo convierte en acto letrado, fuera de todo (con)tacto primordial con un cuerpo vivo. La lectura no rebasa la exégesis de un libro que se inviste con el poder de recolectar la verdad en pintura. El subalterno vive ahora en el espacio virtual de la biblioteca de Babel: en el FirstSearch. Sousrature, el otro de la teoría testimonial carece de rostro propio, de vivencia encarnada, desdibujado y sin matiz en la letra de la novela. Desde el cómodo sillón de la oficina, por préstamo interbibliotecario, podemos conseguir la intachable voz del pueblo hecha letra. El otro testimonial carece de toda “intersubjetividad carnal”. La visión de la letra sustituye al cuerpo.

Al fervor en la palabra del subalterno hecha cifra, le contraponemos la historiografía literaria. Lo que la crítica testimonial ganó en impacto político inmediato lo perdió en profundidad histórica. Los seis años de composición del libro (1966-1972) se reducen a “menos de tres semanas” en las que Mármol y Dalton se juntaron en Praga. El arduo proceso de escritura e investigación se restringe a un acto de dictado y de compilación. Ningún comentario sobre el texto cita la primera versión parcial de 1971, ni menos aún muestra curiosidad alguna por verificar documentalmente un dogma de fe. Sin fundamento historiográfico, se asienta la identidad entre la entrevista de 1966 y la novela de 1972. Examinemos por pasos retrospectivos ambos precedentes históricos de la novela: la publicación parcial de 1971 y el Cuaderno original de 1966 intitulado “Miguel Mármol. Manuscrito. 37 páginas”. (véase ilustración adjunta)

La edición parcial de 1971 —publicada simultáneamente en San Salvador y La Habana— sólo incluye los capítulos IV, VI y VII, a excepción de una nota final. Estos tres capítulos representan el núcleo central de la novela y se relacionan directamente a la revuelta de 1932. Lo que sorprende de esta edición es la falta de linealidad en que se presentan los capítulos y el montaje que exhibe internamente cada uno de ellos. Es posible que Dalton los haya escrito —no transcrito— antes de acabar el inicio de la novela. Mientras el primer procedimiento remite a un esquema en engranaje tal cual lo observamos al comparar Los poetas (1964) con Pobrecito poeta que era yo … (1976), el segundo remite a un diálogo oculto con el enemigo y con fuentes ajenas al reporte oral.

Salta a la vista que todas las ilustraciones y apéndices de ambas ediciones —la cubana y la salvadoreña— el poeta los calca directamente del libro Revolución comunista (1946) de Jorge Schlesinger. Estas fotos ocultas, irreconocidas, nos informan que el texto final no consiste en la simple conversión de lo oral en escritura. En cambio, Dalton entabla un cuidadoso diálogo secreto con fuentes anticomunistas que lo precedieron. Las palabras de Mármol el escritor las complementa gracias a documentos fidedignos del enemigo. Este amplio archivo lo esconde en el medio del reporte original para despistar a todo lector ingenuo. En seis años, el poeta logra una inflación excesiva de la crónica original, al igual que le impone al Cuaderno de notas una ficcionalización sin precedente. Esta vena surrealista, el uruguayo Eduardo Galeano (1986) la convirtió en el emblema latinoamericano del siglo XX.

La versión final no es una simple transcripción de un testimonio oral. A la vez, despliega un cuidadoso diálogo secreto con los archivos publicados sobre los sucesos de 1932, ante todo, con el libro de Schlesinger, al igual que con los de Joaquín Méndez h. (1932) y Gregorio Bustamante Maceo (1935/1951). La introducción a la novela menciona también Matanza de Thomas Anderson (1971) y La revueltacomunista de Andrew Jones Ogilvie (1970). En su mayoría, todos estos textos los ignora el reporte oral.

Un ejemplo adicional ilustra las citas ocultas directas de otras fuentes, no siempre reconocidas por Dalton. De Alfredo y Jorge Schlesinger (1932 y 1946; Saenz, 1933: 231-234), Dalton calcó las “Instrucciones al comunismo salvadoreño para su ofensiva general del 22 de enero de 1932”. Estas “Instrucciones” no aparecen en el Cuaderno de notas, ni siquiera se mencionan. Los párrafos en los cuales Mármol lo reconoce como documento falso, fabricado por el enemigo, las inventó Dalton mismo. Ejemplifican adiciones tardías a la transcripción de lo oral, las que el autor intercala como expresión propia del testimoniante.

De las treinta y una páginas que componen el capítulo VII —el cual narra la revuelta y represión— unas veinticinco no se hallan presentes en el Cuaderno de notas. De las extensas adiciones la más flagrante la constituye el examen retrospectivo de los sucesos en oposición a la postura del “Dr. David Luna” (Dalton, 1982a: 321-326). Si juzgamos que este texto que Mármol refuta —“Sobre el problema de la insurrección popular de 1932 en El Salvador, llevada a cabo en el seno del Seminario de Historia Contemporánea de Centroamérica celebrado en la Universidad de El Salvador, en el año de 1963”— data de tres décadas después de la revuelta, apreciamos que el testimonio más que rescatar la memoria viva del testimoniante, entremezcla una discusión interna al Partido Comunista Salvadoreño (PCS) antes del despegue de la guerra civil.

Luna arremete contra el marxismo clásico y su aplicación mecánica a El Salvador. Su ataque Dalton lo juzga engañoso cuanto que en Tribuna Libre (diciembre de 1963) el catedrático desafía la ortodoxia con dos argumentos de carácter sacrílego. Primeramente, Luna afirma que en el país no existía una clase “obrera”, un “proletariado industrial europeo”, sino que había “artesanos […] más próximos a manifestaciones políticas de tipo anarquistas que socialistas […] y campesinos […] despojados de sus tierras por […] la Ley se Extinción de Ejidos y Comunidades Indígenas de 1882” (Luna, 1963: 12).

A este argumento inicial —que le niega todo fundamento estructural a una “revolución democrática burguesa”— Luna añade una tesis más radical. Ni el PCS ni el Socorro Rojo Internacional (SRI) dirigieron la revuelta. En cambio, “el pueblo era, por primera vez, actor en la historia” (Luna, 1963: 6). Dalton utiliza la figura de Mármol para rebatir ambas propuestas blasfemas por su heterodoxia. En cambio, destaca el papel de su partido como líder incondicional de las masas.

A un Luna que piensa la existencia de un pueblo y un levantamiento sin partido, Dalton le opone el quehacer doctrinario de cuadros urbanos sin el cual el pueblo mismo no es tal ni podría atreverse a actuar. La inflación del testimonio es un “Anti-Luna”. Despliega la necesidad interna del partido por una investigación que Luna dejara pendiente en el “Seminario de Historia Contemporánea de Centro América”:

Yo no tengo interés en hacer la defensa ni el ataque del Partido Comunista […] no voy a ponerme a justificar al Partido Comunista. No! Eso es un capítulo o análisis de la historia del partido, pero no del acontecimiento del 32.(Luna y otros, 1964: 121)

El capítulo partidario que Luna rechaza escribir —en el Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de El Salvador— es el inicio del presupuesto testimonial.

Aún si dos páginas manuscritas anexas al Cuaderno —“OJO – Condiciones revolucionarias que determinaron la Revolución Democrática Burguesa”— fundamenta la escritura de ese fragmento testimonial, en el documento de Mármol no existe ni un ataque a Luna ni tampoco la idea de que

el PCS tenía, ya a sus dos años, las características de un núcleo de vanguardia que […] podía ponerse a la cabeza de las masas y plantear la revolución (Dalton, 1982: 324).

El mismo tutor intelectual de Roque Dalton —Jorge Arias Gómez— había desmentido el motivo de la novela testimonial antes de que la escribiera:

en un lapso de dos años, era imposible que dirigentes del Partido Comunista acumularan suficiente experiencia […] mal podría asegurarse que con tan poca literatura y escasez de “cuadros” se preparara ideológicamente al Partido Comunista […] no se pudo elaborar una táctica y una estrategia acertada (Arias Gómez, en: Luna y otros, 1964: 116-117).

El pasado personal es excusa para reflexionar sobre el presente institucional y las tácticas de reorganización del PCS. Recuerdo individual y tradición se hallan sousrature ante la urgencia del presente. Hay que reinventar la historia —el glorioso pretérito del partido— y lanzarlo a buscar una apremiante revolución cuyo porvenir es inevitable según lo dicta la ley misma de la ciencia marxista. Pero, dentro de esta fatalidad revolucionaria, el materialismo histórico lo suplanta una postura voluntarista y subjetiva. “La última instancia” no la representa una determinación económica sin más. En cambio, el poeta la imagina como el dictado mismo del partido dirige a las masas. La voluntad de los “comunistas” se impone sobre cualquier base material. Sin duda, “sos Roque y con esta roca enrocarás el partido”. El albedrío revolucionario dirige la historia.

Al recolectar fuentes bibliográficas del enemigo, de su partido y propia imaginación, Dalton complementa el testimonio individual. Gracias a estos ejemplos suplementarios, visualizamos la composición del libro en collage. El reporte oral se combina con otros reportes sobre los sucesos y con documentos, sino oficiales, al menos muy cercanos a las opiniones del PCS. Lejos de confiar en la memoria de una sola persona, la institución hace que el recuerdo de los hechos adquiera una dimensión social más amplia y duradera. El poeta se permite licencias insospechadas. Arremete contra personajes que le resultan incómodos —tal cual Luna y, en el mismo capítulo VII, Pedro Geoffroy Rivas— aunque el testimonio de Mármol en absoluto respalde esos asaltos. Menos aún, Mármol provee fecha ni sitio exacto en el cual insertar los documentos en el texto de la novela. Su inflación y lugar cronológico los determina el libre arbitrio del escritor. El resultado final se ciñe a un ars poético en detrimento del arsdictandi testimonial.

Actualmente, gracias a la colaboración de la familia Dalton, podemos rastrear la composición de la novela testimonial hacia un pasado más remoto, hasta su etapa inicial. La diferencia en el número de páginas entre el Cuaderno y la versión final es considerable. La cubierta del Cuaderno anota “37 páginas”. No obstante, el manuscrito es más extenso. Consta de diez y ocho páginas iniciales sin numerar, a las que les atribuimos números romanos (i-xviii). A ellas se añaden cincuenta y cuatro páginas numeradas, en la parte superior derecha, únicamente las impares (1 a 53). Esto es, setenta y dos páginas, de las cuales siete están en blanco y seis contienen escasa información. Hay un total de cincuenta y nueve páginas completas de entrevista. A la transcripción manuscrita de las palabras de Mármol, Dalton añadió una serie de documentos que le proporcionó el testimoniante y quizás otros compañeros de militancia, tal cual lo comprueba la diversidad de grafías. Entre estos apéndices encontramos cartas, poemas e información escrita a mano por el mismo Mármol, al igual que fragmentos del libro de Joaquín Méndez h. (1932), arbitrariamente cambiados.

La serie de eslabones —Cuaderno de notas, publicación parcial y producto final— nos informa que un proceso de composición literaria organiza la novela biográfica. El procedimiento poético presupone un programa que entremezcla el testimonio de Mármol y documentos secundarios, con las lecturas del propio Dalton y una larga operación de creatividad poética. La vasta disparidad en el número de páginas —cincuenta y nueve del manuscrito, ochenta de documentos adicionales y trescientas noventa y cinco de la versión final— nos advierte que la creatividad poética de Dalton se halla a la obra. De toda la problemática que genera la discrepancia entre setenta páginas del reporte oral y unas cuatrocientas de la novela, escogemos dos, a saber: la justificación ética del testimoniante y el encubrimiento expreso de la voz indígena.

El primer rubro el poeta lo valida por la autoridad partidista del testimoniante, quien es miembro destacado del Comité Central del PCS. Su posición jerárquica guarda mayor relevancia que la vivencia pura y el rescate de la voz de los sin voz. La experiencia de las víctimas la empañada la filiación partidista. El segundo rubro resulta necesario para hacer del PCS el protagonista y líder exclusivo del levantamiento, en exclusión de cualquier trasfondo indigenista “pequeño-burgués”. Toda razón étnica —y también de género— se supedita a un conflicto de clases según lo dicta la ortodoxia marxista. Guiado por esta pureza doctrinaria, Dalton inventa y fabula que “Ama no había entrado a la lucha en calidad de indio, sino en calidad de explotado”, aunque ese juicio jamás lo haya expresado Mármol (Dalton, 1982a: 346).

1. Autoridad partidaria y testimonio

Leamos la página introductoria al Cuaderno de notas —la número xiii— la cual corresponde a veinte páginas de la novela. De su lectura se desprende la distinción entre Cuaderno de notas y novela testimonial. La versión final depende de una decisión autorial que el poeta asienta después de realizar la entrevista. Este libre arbitrio sucede en ausencia del testimoniante quien, delega todo intento de redacción: “con tu empeño interesado habrá de salir un buen documento” (Carta anexa al Cuaderno, México, D. F., 20 de junio de 1966, firmada E. Flores). Antes de salir de Praga, Mármol expresa su conciencia sobre el incierto formato final y el carácter inconcluso de las notas:

La abundancia de detalles que son una recopilación de hechos vividos, creo que no son para insertarlos en un documento que se supone sea un tanto serio y preciso. No más deben servir –a juicio mío— para la investigación amplia y minuciosa; analítica y crítica (Carta anexa al Cuaderno, Praga, 1º de junio de 1966, firmada Miguel Mármol. Si la entrevista se inició el 14 de mayo y concluyó antes del 1º de junio, duró menos de tres semanas, el Cuaderno anota “más de una”; el libro, “casi tres”. Dalton, 1966: xiii y 1982a: 29).

Años después, con enorme sinceridad, Mármol declara ignorar el género literario de su propia biografía (Gugelberger y Bollinger, 1991) .

El entusiasmo del poeta por este género lo justifica “la autoridad moral” que posee el “informante”, dada su posición jerárquica de privilegio dentro del PCS. Como miembro destacado del partido, Mármol posee el exclusivo derecho a testimoniar y encarna al prototipo ideal de todo testimoniante. El dictado de una ética marxista lo obliga al escritor a amoldar las notas de la entrevista bajo un modelo preestablecido, cuyo machote se lo proporciona el antropólogo norteamericano Oscar Lewis. La voz de los sin voz y la vivencia misma quedan opacadas ante la filiación partidista del informante y la relevancia histórica del PCS en 1932. Esta resulta similar a la que ocupará en un futuro socialista inminente:

Esta es la historia —en sus rasgos más generales— de la vida de un comunista [tachón] de El Salvador. Sus palabras fueron recogidas directamente en el papel durante una larga entrevista sostenida en Praga. [tachón] Mas de una semana duró esa entrevista. Repartida en sesiones diarias de 6 a ocho horas. Al releer el material que [tachón] había resultado de ella [= la entrevista con Mármol] — [tachón] casi — cuartillas grandes escritas [tachón] a mano en una letra pequeña y amontonada— muchas veces meras abreviaturas y palabras-recordatorio concentran todo un párrafo del informante— surgieron en mí muchas dudas en [tachón] lo referente al método de presentarlo al lector. En efecto. Por una parte el material era para mí incitación insoportable para la creación literaria. ¿Se imponía una recreación preponderantemente tendiente a la ficción, desechando el copioso material de análisis político [tachón] que el camarada Marmol fue construyendo al lado de los hechos? Por otra parte, el relato toca problemas históricos salvadoreños y mundiales [tachón] serios y [tachón] complejos [tachón que tachón] cuya [tachón] interpretación teorica [tachón] es hace obligatoria, impostergable. ¿El camino [tachón] tendría que haber sido entonces el de USAR el testimonio de marmol como [tachón] materia prima fáctica para construir un ensayo político encargado de dar nuestras respuestas a muchas de las preguntas que plantea el estudio de la historia revolucionaria salvadoreña de este siglo? Despues de estudiar esas posibilidades me decidí por una vía ambiciosa: presentar el material de Marmol tal y como fue recogido por mí en la entrevista: desde el punto de vista literario creo que se inscribe dentro del genero de la verdad-novela o novela-verdad del cual “Los hijos de Sánchez” de Lewis es una obra maestra. Al fin y al cabo nadie ha establecido que la grabadora electrica sea lo determinante en ese género. Y desde el punto de vista del interes político, creo que la autoridad moral del informante —miembro del Comité Central del Partido Comunista de El Salvador— [tachón al lector xxgado a buscar—], los juicios espontáneamente construidos por él para en explicar los fenomenos que va presentando, son suficientes para el lector —especialista o no en los problemas de la Revolución— [tachón] a llegar {[tachón] a [tachón] construir sus propias conclusiones, que, al final de cuentas, son problemas de puntos de vista.} a llegar a conclusiones responsables sobre el drama salvadoreño [las llaves {} reproducen una oración rodeada por un óvalo].

recalcar el (sobre el)

Fines: 1) carácter nacional del P.

2) esclarecimiento histórico

3) aporte para el estudio de nuestra época

4) contra la calumnia de la nación.

Ý

OJO

(Dalton, 1966: xiii)

2. Encubrimiento del indígena

Pasamos ahora a leer en su integridad la totalidad de las notas diseminadas —en cuatro páginas distintas— en las que Mármol refiere el trasfondo indigenista de la revuelta. Dejando sin comentar su neta diferencia sintáctica con la versión final, anotamos la deliberada tachadura —la persistencia del olvido— que el poeta le impone al conflicto indio-ladino por el poder municipal local y por el retorno de las tierras del común. Lo que la imaginación histórica de la guerra fría concibe como “soviets”, en palabras de Mármol se traduce como “devolución de las tierras comunales”. El borrón del “problema indígena” remata la ilusión metropolitana por legitimarse en virtud de una voz subalterna latinoamericana. La lectura de los párrafos demuestra que el paso del Cuaderno a la novela semeja al quehacer de un antropólogo que transforma notas de campo en una monografía acabada. Voluntariamente, este procedimiento acostumbrado de la escritura etnográfica lo evade la crítica testimonial que concibe la escritura como dictado.

Ama:

Lo conoció después del 17 de mayo. Al ir a dar ánimos. Nos reunimos en Sonzacate. Ama era un indio puro. Dientes anchos y sanos. Seco, cobrizo. El estaba determinado a la lucha. Como cacique sufrió la expropiación: huellas de la colgada. Se paró y me enseño hasta dónde llegaban sus propiedades. Que el podía entregarlas a su compañeros pobres a los que no tenían. No luchaba x tener tierras pues tenía para El. Martínez lo había llamado y le había dicho que “ese huevo tenía hormigas” pero a. el estaba dispuesto. Tuvimos esa reunión

Cayo preso peleando: la población ladina [= no la indígena] pidió la horca. No saquearon: había vale!

No era un indio salvaje era “razonable”.

Chico Sánchez: Su hogar era organizado. Su mujer e hijas refajadas [= conservaban la indumentaria indígena tradicional], muy serios. Corteses. Firme en sus convicciones. Estuve preso con él en Juayúa. Tenía prestigio entre su gente, etc. … Pobrecito –. (Dalton, 1966: v).

AMA, BONDANZA? El problema indígena? (Dalton, 1966: 29).

El por qué de la insurrección y su fracaso. Informe de 35 páginas. Fue leído en la reunión de Usulután. Una copia se envió a México, una a la Unión. Pero resulta que cuando lo capturaron apareció en la Policía. Cuando el P. agarro la dirección ya los anarco sindicalistas y reformistas habían moldeado a la masa con demagogia. Las condiciones económicas empeoraron. Martínez masacró para el hacer su “revolución”. Trabajar x tapón, había una comunidad primitiva. La expropiación de la tierra. El arrebato del gobierno a los indios por los ladinos. Barrio indio, barrio ladino, con las consignas de devolución de tierra [= de retorno al calpulli o tierra comunal]. y de autoridades propias se prendió en forma enorme en Sonsonate, por ejemplo. [tachón] Por eso fue que el fraude electoral causó una reaccion tan grande (Dalton, 1966: 41).

Ahorcaron a Platero (anciano de 80 años)

”a Feliciano Ama (llevaron a los niños de la escuela.

Chico Sánchez —

Nombres en el fusilamiento de Marmol — (Dalton, 1966: 43).

3. Breve noticia de la existencia de Amerindia

En síntesis, mientras no abandonemos la creencia en el dictado como fuente directa del testimonio, la crítica jamás podrá entrar en su madurez. Por lo contrario, quedará enfrascada en un fundamentalismo sin historia que cree aún en el origen popular y divino de la escritura como simple acto de transcripción o compilación. Si antes de los Acuerdos de Paz esta postura la defendía la fe en una revolución dictada por la ley científica de la historia, en el presente sólo la validan los réditos académicos, el poder.

Peor aún, la crítica testimonial refrenda su vocación eurocéntrica y su incapacidad por avanzar hacia un sistema poscolonial. No admite la existencia de América. Des-encubrimos América en el momento en que escuchamos voces indígenas acalladas por el (des)acuerdo político entre derecha e izquierda. Esta (dis/con)cordancia consiste en negar el carácter americano de El Salvador. El país está en Europa, tal cual lo confirma la ausencia del indígena para ambos polos del pensamiento político.

Más allá de todo fervor por el testimonio y de la devoción por el mejor poeta salvadoreño, exigimos des-encubrir América. Las voces indígenas actuales están aquí presentes en espera que las reconozcamos como rostros vivientes en su reclamo. El clamor es simple. Hay territorios ancestrales, sitios históricos en los que arraigan su identidad. Al igual que en 1932, la bipartición polar entre derecha e izquierda rechaza aceptar la necesidad por restablecer el derecho de un pueblo a su autodeterminación política y territorial. Las tierras del común —lo que el testimonio calla y encubre— serían un corolario simple de un MinimumVital. Afirman un derecho humano elemental, denegado tanto en nombre de la libertad como en el de la justicia social. En dos frases incompletas tachadas —“devolución de tierras y autoridades propias”— el Cuaderno se arraiga en una actualidad lascasiana sin precedente para la historia salvadoreña. En esta razón histórica del común radica la única y la verdadera re-volución americana.

Por la restitución del calpulli siempre.

© Rafael Lara-Martínez


Bibliografía

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