Miguel Ayerdis García

 

La fiesta nacional dariana de 1941 o la canonización de la cultura oficial

Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (Nicaragua)

ayermi2003@yahoo.com

 

Notas*Bibliografía


El día 7 de enero de 1941 el Ministro de Instrucción Pública y Educación Física, del Gobierno del General Anastasio Somoza García (1896-1956), Dr. Jerónimo Ramírez Brown1 (1893-1956), enviaba una carta a las organizaciones “científicas”, “culturales” y a los intelectuales y artistas del país en la cual les daba a conocer que el día 6 de febrero de ese año el “eximio Rubén Darío” (1867-1916), cumpliría 25 años de “haber ascendido a la inmortalidad de su gloria”. También les informaba que instituciones culturales de América se prestaban a celebrar esa fecha, razón por la cual el Gobierno solicitaba la cooperación de esas instituciones y personalidades destacadas para la elaboración de un programa de festividades, con el fin de ser “La Patria de Rubén Darío” “la primera en rendir el homenaje glorificador“al “genio”, al “portalira” (Nicaragua y Rubén Darío, s/f: 13).

A las 12 del medio día del día siguiente, se dieron cita al despacho del Ministro Ramírez, los representantes de las instituciones oficiales, como las universidades de León y Central de Managua. Las independientes, Academia de la Lengua, Asociación de Escritores y Artistas Americanos, sección de Nicaragua, Sociedad de Intelectuales de León, Club de Universitarios y Ateneo de Masaya. Al inicio de la reunión, el Ministro les informa a los asistentes la voluntad del Gobierno del General Somoza de colaborar lo más ampliamente posible en dichas festividades.

Durante el desarrollo de la reunión, la cual concluyó a las 3 de la tarde de ese mismo día, se alcanzaron los siguientes acuerdos: la constitución del Comité Nacional “Rubén Darío”, con el fin de “encauzar las discusiones” y “recoger las resoluciones adoptadas por los delegados”. El Comité queda conformado por las siguientes personalidades:

Presidente Honorario: General Anastasio Somoza

Presidente: Jerónimo Ramírez Brown

Vicepresidente: doña Josefa T. de Aguerri

Secretarios: Profesor Edelberto Torres y Bachiller Manuel F. Zurita

Fiscal: don Horacio Espinosa

Vocales honorarios: los presidentes de las instituciones y asociaciones representadas en dicha “Asamblea” (reunión).

Los asistentes a dicha reunión, delegan al Comité, la elaboración de un programa de festejos y la organización de las actividades. Además aprueba una serie de “números especiales”, los cuales se constituyen en la columna vertebral de las celebraciones oficiales: “aperturas de concursos por el Comité Nacional con la colaboración del Gobierno, una velada lírico-literaria y una peregrinación a Ciudad Darío, el apacible pueblo montañés llamado Metapa, donde nació el Poeta” (ibid.: 15-16).2

A partir de esa reunión de principios de enero del 1941, quedan sentadas las bases para la celebración oficial de la figura del poeta Rubén Darío, en el XXV aniversario de su fallecimiento. Con ello también se inicia la canonización oficial del mito dariano, el cual será ritualizado con devoción religiosa por gobiernos e intelectuales de distintas generaciones, e internacionalizado en el imaginario colectivo hasta hoy día por la sociedad nicaragüense. Ese mito se sustenta en la construcción de las “continuidades” culturales, donde Darío sería la síntesis de los esfuerzos elaborados por generaciones de intelectuales anteriores a él y su poesía sería “las sagradas escrituras, y en ella y con ella” se debe de edificar la cultura nacional “que como la de Jonia homérica, tendrá la belleza como piedra angular” (Torres, s/f: 169-170).

Igualmente la construcción del mito dariano pretende, dentro de un contexto político de exaltación del nacionalismo nicaragüense (propio del contexto internacional de la 2da GM y de auge del fascismo y el socialismo), legitimar el naciente régimen dinástico, al incorporar de forma oficial al panteón de los héroes patrios la figura del poeta. Durante todo el período en que el régimen se mantiene en el poder, tiene en la figura del poeta, el sustento político-cultural, al cual recurrirá, con el fin de defender no sólo su legitimidad sino para apelar a la herencia nacionalista, como lo hará también, en lo político, con la reivindicación de la figura del dictador José Santos Zelaya (1854-1919).

La canonización del mito dariano, desde el punto de vista cultural, se sustentará en dos concepciones opuestas aparentemente: Por un lado, las posiciones de ciertos intelectuales que ven en la figura de Darío, al redentor de la cultura nacional, incluso como dice Erick Blandón lo llegan a convertir en el “Príncipe de la Iglesia” (Blandón, 2003: 97-115). Por otro lado y dentro de esa búsqueda de continuidades culturales, el régimen somocista se apropia de la figura de Darío, y trata, como lo hicieran los romanos (Virgilio) con la Enéida, en encontrar entronques “familiares” (culturales y sanguíneos) con ese mito, con el fin de esencializarse culturalmente.

El presente trabajo pretende hacer una breve radiografía de las fiestas en homenaje al XXV aniversario de la muerte del poeta Rubén Darío, organizadas por el Gobierno del General Somoza, con el fin de identificar cierto rasgos distintivos sobre los cuales se ha construido una imagen y articulado un discurso oficial en torno a la cultura nacional y a la identidad del nicaragüense. Para lograr esos dos propósitos, es imperativo analizar las prácticas ritualizadas en las que se sustenta el mito y por otro lado, el discurso oficial, con el fin de encontrar la esencialidad implícita en los mismos y cómo esta combinación se amalgamó en el imaginario colectivo, el cual hasta hoy día sigue siendo monolítico, pese a la emergencia de otros enfoques subalternos, (multiculturales, pluri-étnicos) que refutan esa visión, etnocéntrica y metropolitana.

Las fuentes en que se apoya este trabajo son dos básicamente: los reportes periodísticos de la época que dan cuenta de las festividades realizadas desde 1916 fecha de su deceso hasta las fiestas de 1941, en ocasión del XXV aniversario del mismo evento. Otras fuentes serán los decretos, memorias y discursos pronunciados en esa fiestas de 1941. Como fuentes secundarias haré uso de estudios relacionados al tema como el de Leonel Delgado, Textualidades de la nación en el proceso cultural vanguardista (Márgenes recorridos, 2002: 3-23) y el texto de Erick Blandón, Rubén Darío: príncipe de la iglesia (Barroco Descalzo, 2003: 97-115). Además de algunos autores ya clásicos en el tema de la construcción de la Nación y el nacionalismo, como Eric Hobsbawm, Benedict Anderson y David A. Brading.

Para comenzar a reconstruir la ritualización del mito dariano y su posterior canonización oficial, es imperativo hacer algunas observaciones en torno a los resortes en los que se sustenta el nacionalismo como ideología, que define al mismo tiempo, una base de identidad intrínseca y diferenciada (Brading, 1995: 56). Como lo han sugerido una serie de autores como Hobsbawm, Anderson, Gellner y Smith, entre otros, los conceptos de nación y nacionalismo, como contructos académicos, hacen referencia a la “materialidad” y “sustancialidad”, de un fenómeno histórico básico para las construcciones identitarias modernas. Según Smith, la nación está relacionada con las creencias de un grupo o colectividad, de pertenecer o formar una comunidad, en un lugar geográfico específico, y que comparten mitos comunes, memorias históricas, una cultura pública de masas, una economía común, así como derechos y deberes legales iguales para todos sus miembros” (Smith, citado por Rosa, et. al, 2000: 57). El nacionalismo, se sustenta en cierto esencialismo, es decir, es un asunto ideológico (como dice Brading), “que sostiene la legitimidad de las naciones y ayuda a así a creerlas” (ibid.: 57).

Todas las naciones latinoamericanas han transitado (y continúan en ese camino) en la búsqueda de rasgos identitarios que sustenten su razón de ser en el concierto de naciones (Unzueta, 2000: 36-37). La separación o independencia de estas comunidades americanas, tan disímiles en su desarrollo social y tan diversos culturalmente hablando, fue traumática ya que además de las luchas intestinas entre las elites locales por hacerse del control de los viejos activos y pasivos coloniales, les dejó grandes vacíos “existenciales”, los cuales han tenido que ir llenando, como dicen algunos técnicos, a “prueba” y “error”.

Las naciones latinoamericanas en general y las centroamericanas en particular tuvieron, como dice Hobsbawm, que inventar tradiciones, con el fin de justificar su razón de ser. En otras palabras, las elites que se hicieron con el poder político, económico y cultural tenían que sustentar desde el punto de vista práctico e ideológico, ante las diversas colectividades sociales, el origen de la institucionalidad, la estratificación y jerarquización social imperante. Para ello tuvieron que recurrir a tradiciones genuinas e inventadas (Hobsbawm, 1988: 9). En el caso de Nicaragua, una tradición genuina está relacionada con ciertas prácticas religiosas cuyo origen se pierde en la espesura de la colonia. Las inventadas serían, las fiestas alrededor de la independencia y la batalla de San Jacinto y el mito dariano como sustento de nuestra cultura nacional. Ambas tradiciones, con distintos enfoques buscan como esencializar, a partir de un discurso nacionalista, la razón de ser del nicaragüense, como sujeto colectivo, único, e indivisible.

La canonización oficial del mito dariano, como el más alto representante de la cultura nacional, fue un proceso no exento de altibajos como suele ocurrir con esos fenómenos de invención de tradiciones. La figura de Darío tanto en vida como después de su fallecimiento ocurrido en León de Nicaragua en 1916, estuvo envuelto en una serie de polémicas entre la elite intelectual y política, quienes no le reconocían su lugar en la cultura nacional, por el hecho de haber vivido gran parte de su vida fuera del país y por su temática “universalista”. Desde el punto de vista político, su figura tampoco lograba consenso, ya que en vida se había identificado con la dictadura liberal del General José Santos Zelaya y eso generaba encono entre los adversarios políticos del dictador, quienes no le perdonaban ese desliz político.

Ahora bien, la muerte de Darío y todos los fastos ceremoniales realizados en León y Managua aquel 6 de febrero de 1916, demuestran que pese al rechazo político y cierta animadversión de algunos sectores letrados de la época, en reconocerle sus logros intelectuales, había voluntad política del gobierno de don Adolfo Díaz, de tributarle ante sus despojos, el homenaje oficial que se merecía. En eso había coincidencia con los liberales y la iglesia católica (ver Blandón, 2002). Ese homenaje, reconocía no tanto su trascendencia histórica, como su valor patriótico de representar una visión estética novedosa, la cual si bien tenía adeptos en las principales ciudades del país, era la región de occidente (León y Chinandega) y su intelectualidad en particular, la que se arrogaba el derecho a la herencia de su legado cultural y su accionar político.

Pese a que los homenajes tributados a raíz de su muerte, tuvieron una trascendencia nacional, su figura siguió careciendo del consenso necesario entre la elite letrada y política para incorporarlo al panteón de los héroes nacionales. En 1917, primer aniversario de su muerte, las festividades oficiales se realizaron únicamente en León, los días 5, 6 y 7 de febrero, contando con la presencia mayoritaria de los intelectuales liberales, de Occidente y Managua. El Gobierno de Emiliano Chamorro, se hizo representar a través de una delegación de bajo nivel, presidida por el Sr. V. Montalván, de la municipalidad de Granada. Pese a la solemnidad de los actos oficiales, los cuales le fueron tributados a la orilla de su recién construida tumba marmórea, de gran influencia clásica, donde el pabellón nacional ondeó sobre el monumento, no pasó de ser un evento local (El Diario Nicaragüense, 11-02-17).

A finales de la década del diez, se conformó en la ciudad de Managua un comité pro-Darío presidido por la señorita Rosibel Martínez, entusiasta mujer que por muchos años buscará como erigirle un monumento al poeta en la ciudad de Managua. Esfuerzo que se verá materializado más de diez años después (1933), cuando se inaugure con grandes pompas ese monumento, en el parque que lleva su nombre, a orillas del lago de Managua, frente al parque central de la ciudad.

Si bien, la figura del poeta era invocada constantemente entre los intelectuales y sectores populares, incluso era objeto de homenajes año tras año, durante la década de los años veinte, no pasaría de ser una rememoración más de las efemérides locales. Las únicas efemérides de trascendencia nacional, promovida por el Estado, eran: la celebración de las fiestas de Independencia, la Batalla de San Jacinto y el día de la “raza” el 12 de octubre. Para febrero de 1920, poco antes de dejar la presidencia de la república el General Emiliano Chamorro, el Congreso aprobó una ley, en la cual se mandaba a cambiar el nombre de Metapa al pueblo donde por accidente había nacido el poeta, bautizándolo con su nombre, lo cual causó, según reportes periodísticos de la época, gran alegría entre los habitantes de ese empobrecido pueblo (El Diario Nicaragüense, 27-02-20).

En 1925, en ocasión de las fiestas por el día de la “raza”, se le tributa un homenaje al que consideran como el máximo representante de la herencia hispánica. Este acto tiene la singularidad de sugerir una continuidad étnico-cultural a través de la figura del poeta. Idea que más tarde, los jóvenes intelectuales agrupados algunos inicialmente en el Movimiento de Vanguardia, articularán a través de un discurso más coherente en busca de un legado cultural ancestral. En ese acto, organizado por la presidenta del Comité Pro-Darío, Rosibel Martínez, y celebrado en las instalaciones de la Biblioteca Nacional, se develizó un retrato elaborado por el artista plástico Tránsito Sacasa, el cual fue colocado en el recién bautizado Salón azul de dicha institución. Al acto asistieron, el Ministro de Gobernación en representación del Presidente Carlos Solórzano y un delegado del Ministro de Instrucción Pública (Nicaragua Informativa, 18-10-1925).

Otro hecho que refleja la poca potabilidad de la figura de Darío como héroe de consenso nacional, se puede encontrar en la solicitud que hiciera en 1932 la Unión Panamericana para que cada país miembro, seleccionara una personalidad que los representara, con un busto, en la sede central de dicho organismo. Luego de cabildeos y discusiones entre personalidades relacionadas con la cultura como don Sofonías Salvatierra, Salvador Mendieta, Josefa T. de Aguerri, Pablo Hurtado, Francisco Buitrago Díaz, Francisco Huezo, Ramón Romero, Pedro Joaquín Chamorro y Antonio Barquero, este último Ministro de Instrucción Pública del Gobierno de José María Moncada, se decidieron por escoger al prócer de la independencia, don Miguel Larreynaga, en detrimento de la candidatura de Darío y Jerez, los dos héroes restantes que competían para ese tributo (1772-1847) (La Prensa, 02-07-32).

Para la década del treinta, la figura de Darío comienza a tener más consenso dentro de la elite intelectual y política. Quizás una de las razones se deba a dos factores dignos de tener en cuenta en cualquier estudio que profundice sobre el tema. Uno de ellos es el impacto que está teniendo en el ámbito cultural, los trabajos publicados por la nueva generación de intelectuales, tanto los que pertenecieron al Movimiento de Vanguardia, como aquellos influenciados por el mismo y que han encontrado refugio en las páginas de los periódicos y revistas que circulan en las principales ciudades del país. El otro, es el giro político que se viene operando en la sociedad de la época, influenciado por un lado por las políticas panamericanistas y del “Buen Vecino” de Roosevelt, las ideas fascistas en ascenso y la entronización en el poder de una nueva generación de políticos y militares cuya figura principal, contradictoria desde sus inicios por la forma en que accede a la cúspide del poder, es representada por Anastasio Somoza García.

Algunas referencias que indican el cambio de mentalidad en torno a la figura de Darío, de sacarlo de la Provincia y relanzarlo a la Nación, dentro de un contexto de ascenso nacionalista, se pueden constatar en tres hechos significativos ocurridos en la década del treinta, las cuales al mismo tiempo preparan la consagración apoteósica del héroe en 1941. Uno de ellos, es la inauguración el día 24 de septiembre de 1933, en la ciudad capital, del monumento al poeta en el parque que lleva su nombre. Monumento que tardó casi quince años para su erección. Pese a que la fecha no coincide con ningún aniversario importante en la vida del poeta, la celebración fue solemne, apoteósica, y tuvo ribetes oficiales ya que el Presidente de al República de ese entonces, Dr. Juan Bautista Sacasa (1875-1946) y su Gabinete en pleno, encabezó la ceremonia de inauguración. Se lanzaron salvas de cañones, se cantó el himno nacional, asistió el cuerpo diplomático; el maestro Delgadillo ejecutó La Marcha Triunfal y miles de personas se congregaron a observar el acto (La Prensa, 26-09-33).

Los otros dos eventos tienen que ver con la promoción del estudio de la obra de Darío y de la celebración en 1938, del cincuenta aniversario de la publicación de Azul, primera obra que le daría a conocer a nivel internacional. En 1935, el Oficial Mayor del Ministerio de Instrucción Pública, informó a la prensa nacional, que esa dependencia estatal iba a editar en los próximos días un texto el cual contendría una selección de obras de Darío. El propósito era distribuirlos en las escuelas públicas y colegios privados con el fin de difundir la obra del poeta en todo el país. La selección de los textos corre a cargo de Gustavo Alemán Bolaños, quien para esa época se desempeñaba como Encargado de Obras Nacionales de ese Ministerio, y cuya paternidad de la idea se le atribuye (La Prensa, 16-07-35).

En ocasión del 30 de julio de 1938, fecha en la cual se cumple el cincuenta aniversario de la publicación de Azul (1888-1938), un grupo de intelectuales granadinos encabezados por el director del Diario Nicaragüense de esa ciudad, Pedro Joaquín Cuadra Chamorro, le rinden un homenaje al poeta. El acto principal consistía en la celebración de una misa por el alma de Darío, evento litúrgico al cual asistieron algunos ministros del gobierno del General Somoza y diplomáticos acreditados en el país. Días antes a esa conmemoración, el periodista Cuadra Chamorro, publicó una serie de artículos en los cuales se daban a conocer algunas anécdotas o episodios de la vida del poeta. Pero lo más importante de estos artículos y de su autor, es la autocrítica implícita en dichos trabajos, de parte de un representante del grupo político conservador de inicios del siglo XX quienes no sólo dudaron de la calidad de la obra del poeta y de su posible trascendencia, sino que lo atacaron con dureza por sus posiciones políticas:

“Granada se está portando bien con Darío, en esta ocasión, y Granada, pensamos, le debe este homenaje como una reparación del distanciamiento de mutuas incomprensión en que se mantuvieron el Poeta y Granada (…) hubo mutua repulsión entre Darío y Granada, repulsión que en Granada llegó a lesa cultura cuando viniendo el Poeta  fulgurando gloria, a su tierra natal, por pura oposición se le hizo aquí una parodia por recibimiento…” (Cuadra Chamorro, 1943: 6)

El contexto político y cultural en que se desarrollan las fiestas de celebración del XXV aniversario de la muerte de Darío (1941), tiene unas particularidades que difieren con las décadas anteriores (especialmente las del diez y el veinte). La inestabilidad política y la crisis institucional generada (acentuada dirán otros) en 1910, a raíz de la caída del dictador Zelaya y la ingerencia interna (política, económica y militar) por parte de los Estados Unidos (lo cual generó un guerra civil y de resistencia encabezada por Sandino), se había resuelto momentáneamente, con la instauración de un nuevo régimen, la puesta en vigor de una Constitución Política (1939) la cual sustituía a la de posguerra de 1911 y la pacificación relativa de la mayoría de las zonas rurales del país. Sin duda que el costo de esa operación fue enorme, tanto en vidas humanas como en daños morales y políticos, los cuales nunca serían reparados.

Desde el punto de vista cultural, la emergencia de una generación de intelectuales (entre ellos los vanguardistas), a finales de la década del veinte del siglo XX, con ideas nuevas, en cuanto a concepciones literarias y artísticas, introduce un nuevo escenario en la vida social de las principales ciudades, al confrontarse con las visiones de las elites intelectuales establecidas. Granada será la sede del grupo de Vanguardia, el más coherente desde el punto de vista de sus posiciones estéticas, donde se articulará un proyecto cultural tal vez no homogéneo, el cual trata en su esencia, de estructurar un proyecto el que trascendiendo a lo político, busca como establecer las bases de una cultura nacional, nicaragüense, universalista (que absorbiera las corrientes artísticas del momento). Para ello, esos intelectuales rescatarán la figura del poeta Darío, de la “adoración” panteísta (mimético) a que había sido sometida su imagen y legado estético. Igualmente, su búsqueda identitaria los lleva a identificar lo que ellos consideran las raíces de lo nicaragüense, en la vida colonial, en la herencia española, en donde el legado dariano, sería una de las claves en esa construcción forzada de continuidad cultural (ver Delgado Aburto, 2002).

Las fiestas oficiales de 1941, en conmemoración del XXV aniversario de la muerte del Poeta, tiene la particularidad de desarrollarse con una intelectualidad dividida cultural y políticamente hablando. La mayor parte de la generación artística y cultural de finales de los años veinte (entre ellos la mayoría de los de la Vanguardia), han desertado del proyecto político y cultural somocista. Se configuran dos visiones estéticas y culturales (la oficial-estatal y la de grupos independientes) disímiles -antagónicas en algunos caso- pero que en general confrontan a generaciones de intelectuales de diversas épocas, que si bien coinciden en ver en la figura de Darío al “padre de la cultura nicaragüense”, difieren en la forma de apropiarse de su legado, aunque no en la forma de colectivización. Es así como en esas fiestas darianas los grandes ausentes serán los jóvenes intelectuales exvanguardistas o seguidores de esa concepción estética.

Las fiestas darianas de 1941 buscaban como establecer un referente cultural aglutinador (homogenizador) de carácter nacional. La modernización estatal lanzada, desde su llegada al poder en 1937, por el General Somoza, dentro de un proyecto de gobierno de tipo populista, contemplaba implícitamente una renovación de las bases identitaria sobre la cual se había sustentado, hasta ese momento, la colectividad nicaragüense. No era un cambio radical, sino implicaba llenar ciertos vacíos, con la incorporación de ritos patrióticos nuevos, cuyas referencias al pasado (Hobsbawm) tuvieran coherencia con el legado histórico heredado de la colonia y pudiera articularse (sustentarse) desde el punto de vista del discurso oficial. Por tanto, los grupos indígenas u otros grupos sociales cuya matriz era distinta (Caribe nicargüense), no cabían en el modelo. En eso coincidían con los ex miembros de la vanguardia.

Por tanto, la invención de una tradición como la celebración de las fiestas darianas, año con año, por el régimen político de ese entonces, buscaba -siguiendo a Hobsbawm- “encontrar sus propios equivalentes para los ritos tradicionales de pasajes asociados con la religión” (Hobsbawm, 1988: 11). En ese sentido, el rito cívico dariano se impone a tradiciones antiguas de clara factura sacra, para celebrar acciones mundanas bajo el manto de lo profano. No obstante, el mito dariano siempre se moverá en esa frontera nebulosa del panteísmo religioso, a pesar de la envoltura laica.

Esas fiestas de 1941 serían las primeras que se organizan de forma oficial, con la participación de sectores importantes de la sociedad civil, como trabajadores de la ciudad, estudiantes e intelectuales agrupados en asociaciones o academias, teniendo dicho evento una proyección nacional. A través de una serie de decretos y leyes emitidas en ese año se sientan las bases legales para que esa celebración se institucionalice (Decreto Ejecutivo N° 9 del 6 de febrero de 1941; N° 5 del 14 de enero de 1942; N° 125 del 2 de julio de 1949). Si bien las celebraciones se programaron para realizarse en tres días (del seis al ocho) estas se prolongaron hasta el día diez de febrero. Los eventos oficiales se realizaron en cuatro lugares: Managua, donde se desarrollaron los actos más fastuosos, León, Masaya y Ciudad Darío, lugar donde nació el poeta. A eso debe agregársele las celebraciones en todas las escuelas del país, orientadas por el Ministerio de Instrucción Públicas.3

Los eventos más importantes de las fiestas fueron: los concursos literarios y de declamación; la velada “lírico-literaria, el desfile de las escuelas ante el monumento de Darío (el mismo que se inauguró en 1933) y la “peregrinación” a Ciudad Darío. Será un primer ensayo del proceso de ritualización de una tradición inventada que hasta hoy día, con sus variantes, se mantiene. De igual manera, el proceso de canonización de una visión dariana, oficializada políticamente hablando por el régimen somocista, se amalgamará paradójicamente con la visión cultural de los intelectuales adversos al régimen, la mayoría de ellos ex vanguardistas. Son dos visiones: una de ella (la estatal) que celebra la figura y el legado dariano con una concepción religiosa y la otra (la de los intelectuales contestatarios o adversos al régimen) reivindican al poeta, desde una posición “profana” –estéticamente hablando- es decir, más como legado a seguir que a imitar.

Pasemos al otro punto que nos toca analiza en este trabajo. Este tiene que ver con el discurso que se articula alrededor de la figura de Darío y penetra en el inconciente colectivo, hegemonizando no sólo las prácticas, sino toda una visión cultural excluyente (exclusiva), la cual tiene como sustento, el etnocentrismo y la homogenización cultural, representativa de una región geográfica central (metropolitana). Es una visión impuesta desde el poder por los grupos políticos y culturales a partir de los años treinta y cuyo punto de lanzamiento son las fiestas de 1941.

Una de las fuentes que permite aproximarse a las raíces de la imagen que se impondrá oficialmente en la sociedad nicaragüense a través de los mecanismos seculares de la enseñanza escolar y actos oficiales, es analizando los trabajos presentados en el concurso literario de las festividades de 1941 y los actos oficiales. Hay dos discursos que son emblemáticos para entender la oficialización de las celebraciones darianas, sobre las cuales se apoyará una parte de la estrategia nacionalista del régimen de los Somoza: el discurso del Dr. Manuel Cordero Reyes (ex ministro de Relaciones Exteriores) en el acto de inauguración del salón Rubén Darío en el Palacio Nacional, el día 6 de febrero; el otro trabajo es el ensayo “Rubén Darío y la Cultura de Nicaragua”, de Edelberto Torres, con el cual gana el primer premio en el concurso literario efectuado para esa efeméride.4

El discurso de Cordero Reyes puntualiza tres aspectos importantes alrededor de la figura de Darío, sobre las cuales el régimen se apoyará para articular su proyecto cultural: una de ellas tiene que ver con la difusión del legado dariano a partir de su ejemplo y la divulgación de su obra entre el pueblo nicaragüense y la juventud, en especial por su trascendencia nacional e internacional; el patentizar que la vida del poeta y de su legado artístico, es “fuerza moral destinada a afirmar la nacionalidad”; Darío como “factor de cultura nacional”. Este último enunciado, si bien implica la construcción de todo el andamiaje cultural a partir de la figura del poeta, su sustento ideológico en que se apoyará, tal como lo plantea Cordero Reyes tiene raíces mágicas, “de predestinado”, esencializándose alrededor de su figura una aureola mítico-religioso, de ungido:

“Nicaragua debe encontrar en Darío un valiosísimo factor de cultura nacional, no sólo por el mérito intrínseco de una obra preclara, no sólo por la magia de un arte genial y por el conocimiento enciclopédico que contiene, sino también por el espectáculo edificante de un hombre que desde las primeras luces de la alborada, buscó afanosamente la misión específica que le fuera confiada, y una vez que la hubo conocido, se dedicó a cumplirla sin vacilación…” (Cordero Reyes,  s/f: 57)

El ensayo del profesor Edelberto Torres, titulado “Rubén y la cultura nacional”, señala que: así como Homero y Shakespeare son el “patrono de la cultura” de esos países, así lo es Darío para Nicaragua. Luego, haciendo una alegoría con el libro sagrado del cristianismo, afirma: “su poesía es nuestra sagrada escritura, y en ella y con ella debemos edificar nuestra cultura…” (Torres, s/f: 169). Siempre buscando el vínculo de la cultura nacional con lo universal dice:”con Rubén Darío Nicaragua entró en la corriente de la cultura universal y que por él puede contestar ΄presente΄ cuando se pasa lista a los pueblos que han dado algún aporte a la cultura de la raza” (ibid.: 170). No obstante las afirmaciones anteriores, el autor reconoce con pesar la distancia existente entre Darío y la cultura nicaragüense, por tanto hace un llamado a crear esa relaciones, “mediante una sistemática y fervorosa política cultural, que sature el alma nacional” de su poesía (ibid.: 172).

Para finalizar es importante destacar la intención explícita del régimen de apropiarse –políticamente hablando- de la figura de Darío y de esa manera capitalizar su caudal cultural con fines legitimadores. Además, su estrategia nacionalista incorpora al poeta como uno de los eslabones de la nacionalidad y lo vincula a la familia gobernante, aprovechándose de la relación histórica familiar que tuviera en vida el poeta con la aristocrática familia Debayle, a la cual pertenece la esposa del dictador. En otras palabras, el nacionalismo que se construye alrededor de la figura de Darío, presentándolo como el máximo representante de la nacionalidad, pretende ser heredada (o mejor dicho establecer un nexo “sanguíneo” de continuidad) por el dictador y su familia, tal como se ve en las festividades de 1941 y en las posteriores celebraciones, así como también en los diversos proyectos culturales, muchos de los cuales giran en torno a la figura del poeta.5

Durante el desarrollo de las festividades darianas de 1941, toda la familia del dictador fue incluida en los programas oficiales, sea develizando una placa o un retrato, declamando un poema, entregando algún premio, o siendo nombrada algunas hija o sobrina, reina de alguna festividad.6 En el acto de inauguración del “Salón Rubén Darío”, en el Palacio Nacional, estuvo presente el General Somoza y su esposa Salvadora Debayle Sacasa. Por la tarde, el desfile escolar celebrado frente al monumento del Poeta, en el parque que lleva su nombre, fue presidido por el mandatario. Por la noche, en la “Gran velada lírico-literaria” efectuada en el Teatro González, el mandatario junto a la primera dama presidieron el acto y luego entregaron los diplomas a los ganadores del concurso literario. Posteriormente la hermana de la esposa del presidente, doña Margarita Debayle de Pallais, la musa a quien de niña, el poeta le dedicara uno de los poemas más populares, “Margarita, está linda la mar”, declamó el poema dariano, “Era un aire suave” (Nicaragua y Rubén Darío, 72).

Al día siguiente, 7 de febrero, la asociación Ateneo de Masaya, inauguró la sección “rubendariana” de la Biblioteca Pública, la cual lleva el nombre del Panida. Durante el desarrollo de la velada cultural, la cual contó con todas las autoridades del Departamento y de un delegado del Presidente de la República, se entregaron premios a los ganadores del “Concurso Privado del Ateneo”. Uno de cuyos ganadores, el Dr. J. Domingo Bolaños, leyó su “estudio”, cuyo contenido evocaba “los recuerdos interesantes de amistad de Rubén con la familia Debayle (parientes de la esposa de Somoza) a quien siempre consideró el poeta como propia…” (ibid.: 106-107)

El día 10 de febrero, en el Teatro Municipal de la ciudad de León, se realizó la Gran Velada Metropolitana, organizada por la Academia de Bellas Artes de esa localidad. A ese acto se hizo presente el Presidente de la República con su esposa e hija Lilliam Somoza Debayle recién ungida (enero de ese año) Reina del Ejército. Igualmente, todas los parientes de la esposa del mandatario incluyendo su suegra (Casimira Sacasa de Debayle). Durante el desarrollo de la actividad cultural, el Alcalde de la ciudad Roberto Debayle, cuñado del presidente, junto con su madre, entregaron diplomas y condecoraciones “Luis H. Debayle” (quien fuera suegro de Somoza, recién fallecido) a distinguidas personalidades. Margarita Debayle de Pallais, declamó el poema “A una novia” y “Salvadorita”, poemas que Darío escribió para su señora madre, doña Casimira y para doña Salvadora, hoy Primera dama de la República” (ibid.: 86). Posteriormente, el Presidente del Comité Nacional “Rubén Darío”, Ramírez Brown, acompañado de su esposa impuso la condecoración “Cesáreo Salinas” a Margarita Debayle de Pallais, “premio a la mejor anécdota de Darío” (ibid.).7

Ese patrón de participación de los familiares del dictador Somoza en las festividades darianas se repetirá durante todo el período de gobierno. Como anteriormente decíamos, el propósito del régimen era apropiarse póstumamente de la figura de Darío, hasta pretender aparentar herencia familiar y cultural, nada extraño en el comportamiento de los caudillos y dictadores.

Concluyendo, podemos decir que la entronización del rito patriótico de celebraciones darianas, canonizando la figura del poeta como el máximo representante de la cultura nicaragüense, y todos los clichés que se derivaría del mismo, modelarán unas prácticas, un tipo de discurso oficial hasta hoy día vigente. La invención de una tradición y su ritualización a través de festividades nacionales patrióticas, contribuyeron a crear un estereotipo dariano, impregnado de una aureola mítica-religiosa, equivalente a las divinidades o ancestros griegos o romanos, en cuanto a fundadores de una cultura con fuertes raíces ancestrales (sin serlo). Aunque es digno de mencionar que entre los grupos populares, subalternos de la ciudad y el campo, se estructuró otra imagen con sus anecdotarios y visiones estéticas distintas de las de la elite.

Tanto las prácticas ritualizadas expresadas en las fiestas darianas como el discurso hegemónico articulado alrededor de un Darío mítico, sirvieron para esencializar los rasgos identitarios nacionales y exacerbar un tipo de nacionalismo. Para el período de estudio, era básico, ya que con él se buscaba aglutinar alrededor de un proyecto de gobierno, a la mayoría de los sectores sociales, con el fin de integrarlos al proceso de modernización del aparato del Estado y de la sociedad en general. Un gobierno autoritario, en apariencia democrático (por su carácter populista y legalista) que administra la cosa pública con una fuerte carga paternalista, y donde la figura del poeta es objeto de instrumentalización con fines políticos. La estrategia del dictador era eregirse en heredero o en una especie de “albacea” del legado cultural dariano. Pretensión que encuentra de alguna forma, una fuerte resistencia con las concepciones culturales representada por intelectuales desafectos al régimen, quienes desde sus espacios, reivindicarán al Darío universal y sin connotaciones políticas partidarias.

© Miguel Ayerdis García


Bibliografía citada y consultada

arriba

Anderson Benedict, 1983: Imagined Comunities: Reflexions on the Origins and Spread of Nationalism, London-New York: Verso.

Arellano, Jorge Eduardo, 1992: Entre la tradición y la modernidad: El movimiento nicaragüense de vanguardia, San José, Costa Rica: Libro Libre.

Blandón, Erick, 2003: “Rubén Darío: príncipe de la iglesia”, en: Barroco Descalzo, Managua: URRACAN, 97-115.

Brading, David A., 1995: “Nacionalismo y Estado en Hispanoamérica”, en: Amorós, Juan Bosco, et. al., 1995: Iberoamérica en el siglo XIX: nacionalismo y dependencia, Pamplona, España: Ediciones EUNATE, 55-77.

Cuadra Chamorro, Pedro J., 1943: Darío y Granada, en: Rubén Darío, Granada: Imprenta El Centro Americano, 5-9.

Delgado Aburto, Leonel, 2002: “Textualidades de la nación en el proceso cultural vanguardista”, en: Márgenes recorridos, Managua: Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, 3-23.

Hobsbawm, Eric, 1988: “Inventando tradiciones”, en: Revista Historia, No 19, octubre-marzo, 3-15.

Memoria de Instrucción Pública y Educación Física, 1940-1941.

Nicaragua y Rubén Darío, Publicaciones del Comité Nacional Rubén Darío, Managua, s/f.

Poblete, Juan, 1999: “La construcción social de la lectura y la novela nacional: el caso chileno”, en: Latin American Research Review, vol., 43, No 2, 75-107.

Rosa Rivero, Alberto, et. al., 2000: “Representaciones del pasado, cultura personal e identidad nacional”, en: Rosa Rivero et. al., (Eds.), Memoria colectiva e identidad nacional, 2000, pp. 41-87.

Unzueta, Fernando, 2000: “Periódicos y formación nacional: Bolivia en sus primeros años”, en: Latin American Research Review, vol. 35, No 2, 35-72.

Publicaciones periódicas

Acuerdo No 282, Estatutos de “La Guardia de Honor Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 240, 03-11-1949.

Decreto No 125, Créase el Premio de literatura “Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 43, 02-07-1949.

Decreto No 5, Reglamentación del “Premio Nacional Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 7, 14-01-42.

Decreto No 9, créase el Premio Nacional de Ciencias y Arte “Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial,  No 36, 17-02-1941.

Decreto No 547, Decrétese díba de fiesta el XXV Aniversario de la muerte de Rubén Darío, La Gaceta: diario oficial, No 28, 07-02-1941.

El Diario Nicaragüense, 11-02-1917.

El Diario Nicaragüense, 27-02-20

La Nueva Prensa, 18-01-1942, 30-01-1942, 05-02-1942, 07-02-1942, 08-02-1942, 10-02-1942, 19-01-1943, 28-01-1943

La Prensa, 02-07-1932, 26-09-1933.

Nicaragua Informativa, 18-10-1925

Notas

arriba

vuelve 1. Escribo con G, el nombre del Ministro de ese entonces, ya que así se firmaba, tal como se puede ver en los escritos personales y aquellos que aluden a él.

vuelve 2.

En las Memorias de 1940-1941 del Ministerio de Instrucción Pública y Educación Física, presentada en abril de ese año 41, por el Señor Ministro ante el Congreso, hacía referencia del interés del “Excelentísimo Señor Presidente de la República, devoto de la memoria del Poeta” de rendirle “todo homenaje” en ocasión de la fecha (6 de febrero) que recuerda su “ascenso a la inmortalidad de su gloria”, más un cuando se celebran el veinticinco aniversario de ese hecho. Luego explica lo primero que hizo el Comité Nacional que conformó para tal ocasión: “abrir un concurso literario para premiar los mejores trabajos sobre dos tema importantes, a saber”:

a)-Nacimiento y primera infancia  de Rubén Darío; b)-Rubén Darío y la cultura de Nicaragua. A solicitud del señor representante diplomático de la República de Argentina en Nicaragua, Honorable Dr., Enrique Loudet, se incluyó en ese concurso un tercer tema: Rubén Darío como nexo espiritual del continente americano, con premio especial, otorgado por el señor Loudet en nombre de su Patria.

Se abrió también, un concurso de declamación, entre los escolares de toda la República, quienes concurrieron primero a un certamen departamental el cual señaló quienes vinieran a Managua al concurso nacional. El estudiante que ganó el primer premio de este concurso, tuvo además el honor de declamar un poema de Rubén Darío en la velada lírico-literaria organizada como homenaje central. (Memoria de Instrucción Pública de 1940-41: informe presentado por el Ministro de Instrucción Pública y Educación Física, Dr., Gerónimo Ramírez Brown; XXI-XXII )

vuelve 3. El gobierno emitió el día 5 de febrero de ese año, un decreto ejecutivo en que el hacía referencia a la fecha del 25 aniversario de la muerte del poeta, “acordado homenajes recordatorios que expresan la devoción de la Patria a su Poeta Máximo”. Luego daba a conocer que el día 6 de febrero, se cerraban todas las oficinas públicas para que los empleados asistieran a los actos oficiales programados para la ocasión. La Gaceta: diario oficial, 07-02-1941; N°28.

vuelve 4. Para el concurso literario del siguiente año 1942, el jurado declaró desierto el premio, por no tener trabajos que lo merecieran. Sin embargo, el día 6 de febrero, durante el acto oficial de entrega del resto de premios, sorpresivamente y con la anuencia o resignación (no se sabe) de los miembros del jurado, el General Somoza decide entregarle el premio al poeta Ariel Medrano, hijo de su amigo Antonio Medrano. Ver La Nueva Prensa, 07-02-1942.

vuelve 5. Además del protagonismo en las festividades darianas de 1942, del General Somoza García, se destacaría su hija, Lilliam Somoza, quien participa en el acto de entrega de los premios Rubén Darío, en Managua, el día 6 de febrero. En ese acto solemne, ella develizó el retrato del poeta, pintado por el maestro Pastor Peñalba, el cual fue obsequiado por el Círculo de Bellas Artes de Managua y que adornaría el Salón Rubén Darío del Palacio Nacional, bautizado para con ese nombre en esa ocasión (La Nueva Prensa, 07-02-1942).

Para las festividades darianas de 1943, Lilliam Somoza tiene mayor protagonismo, ya que hace coincidir su casamiento con el aniversario de nacimiento de su padre (1ro de febrero)  y de las fiestas darianas. Organiza una velada cultural con fines caritativos, al ponerse en escena la comedia “Mi casa es un infierno” en el Teatro Municipal de la ciudad de León, donde participa como miembro del electo artístico la cuñada de Somoza, Margarita Debayle, junto al actor consagrado de ese momento, Adán Castillo y el periodista Gabry Rivas, director y propietario de La Nueva Prensa (La Nueva Prensa, 05-02-1943).

En enero de ese año, en la víspera de sus nupcias –a manera de regalo- habían bautizado una avenida y un parque, cercano a la entrada de la casa presidencial, con el nombre de Lilliam (La Nueva Prensa, 19-01-1943). El Banco Central, imprime un billete de un córdoba con el retrato de ella, en el cual aparece vestida de india (retrato de Fruto Alegría), representando una caricatura esperpéntica del mestizaje nicaragüense (La Nueva Prensa, 28-01-1943)

vuelve 6. Durante las fiesta darianas de 1941, Lelia Casimira Debayle sobrina del General Somoza, fue elegida Reina de los Juegos Florales de la ciudad de León (Nicaragua y Rubén Darío,  86, 95).

vuelve 7. El improvisado premio otorgado a Margarita Debayle por la mejor anécdota de Rubén Darío, es un monumento a lo banal, a la cursilería, y sólo se explica en el contexto de adulación y servilismo, en proceso de entronización, como una nueva práctica cultural en las relaciones de poder. El episodio anecdótico que cuenta Margarita, sucedió en Corinto, en la hoy olvidada Isla del Cardón, a principios del siglo XX, durante unas vacaciones de la familia Debayle y donde el Poeta asistía en calidad de invitado. Al parecer, Rubén y una señora de nombre Fidelina (esposa de un fuerte comerciante leonés de nombre Francisco Castro) decidieron dar un paseo por la isla. Según se desprende del relato, al llegar al muelle, ella pone un pie en falso sobre los tablones que componen el piso y cae a la orilla del agua, Darío nervioso va en su auxilio y al intentar levantarla, el cuerpo de la infortunada resbala de sus manos, rueda y cae al agua. Viéndola en esa situación, él decide ir a dar la triste noticia a la casa hacienda, en medio de sollozos, que la señora se había ahogado, cosa que no había ocurrido porque el sitio en donde había caído la infortunada, no era profundo. (Nicaragua y Rubén Darío, 86-89)


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