Jacinta Escudos

La niña en el círculo de fuego: Reflexiones en un cruce de caminos


Se me he pedido para esta ocasión hablar sobre mi propia obra. Me resulta curioso hacerlo en este preciso instante en que, debido a una novela en la que estoy trabajando, me siento plantada en un cruce de caminos, examinando lo hecho con toda meticulosidad y tratando de atisbar lo que viene por delante.

Esta intervención está basada en una serie de reflexiones sobre mis motivaciones para la escritura, el trabajo realizado y las sospechas de lo que está por venir. Para ello he utilizado la simbología que algunos lectores del Tarot dan a los 4 puntos cardinales, de acuerdo a la tirada de la Cruz Celta.

El camino del Sur: la base o de dónde vengo

Comenzar a escribir fue, sin duda, mi primer acto de rebeldía. A los 12 o 13 años, en un colegio de monjas en El Salvador, viviendo con un pie en el campo y otro en la ciudad, en medio de una familia supremamente conservadora donde no era permitido hablar abiertamente sobre nada, recurrí al papel para salvarme a mí misma.

Escribí cuentos cuya trama intentaba solucionar lo que en mi vida de aquel tiempo parecía imposible. Como mi realidad era infeliz, en la escritura yo la transformaba en felicidad. Los hechos, sentimientos y reflexiones que no podía comentar con nadie por tantos motivos, se transformaron en poemas y en páginas de voluminosos diarios y cartas sin destino.

El ejercicio de la escritura a esa edad se convirtió en un escape, en una catarsis, en una manera de atreverme a ponerle nombre a las cosas, de asumirme a mí misma como individuo, pero también, en un gran y consolador juego, lo que convertía la experiencia de la escritura en un suceso agradable al cual siempre recurría.

Comencé a jugar a que era una escritora famosa o, más emocionante aún, a convertirme en la heroína de mis propias aventuras. Miraba programas de televisión y re-escribía los argumentos incorporándome como personaje, cambiando la historia y trasladándome en tiempo, lugar y época de acuerdo a mis deseos. Así descubrí el grandioso poder de la imaginación.

Esto, sumado a las lecturas que me proveían los dos grandes hombres de mi vida, mi padre y mi tío Ricardo, quienes no sabiendo qué hacer con una chiquilla, me criaron siempre con un pie en lo varonil, con pañuelos o relojes de hombre, billeteras y por supuesto, lecturas supuestamente dedicadas a los varones y no a las niñas. Una suposición falsa, doy testimonio. Porque para mí fueron apasionantes las lecturas de Julio Verne, Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Jonathan Swift, los viajes de Marco Polo, las aventuras de Gengis Khan o Tarzán e incluso las ediciones populares de novelitas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía o de ciencia ficción de autores desconocidos.

Mis primeros grandes amores fueron el Capitán Nemo y Sandokán. Esto sumado al cine, la radio y la televisión, con radio novelas como Chucho El Roto o El Derecho de Nacer, las películas de Pedro Infante y el cine de los años 50 y 60 por el cual siento particular devoción. Todo esto fue el material que desbordó mi imaginación y que la ejercitó, pero también, la dimensión paralela en la que me refugiaba de una infancia demasiado infeliz.

Pero la realidad siempre encuentra maneras de abofetearte, de hacerse notar. Y la realidad de los años 70 en El Salvador era una de violencia, represión, censura, asesinato y secuestro. Entre el trayecto de mi casa y el colegio de monjas era común encontrar cadáveres torturados por los Escuadrones de la Muerte. En el colegio, las enseñanzas del Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación se infiltraron de manera arrasadora, abriéndonos los ojos hacia una realidad que corría paralela a nuestros cómodos y seguros hogares. Los sermones de las misas se convirtieron en informes sobre la represión a sacerdotes, seminaristas, católicos y al pueblo salvadoreño en general. Cantábamos la Misa Campesina de los nicaragüenses Mejía Godoy, y Monseñor Oscar Arnulfo Romero, con quien la orden religiosa tenía excelentes relaciones, nos habló más de una vez sobre las cosas que pasaban en el país. Cosas inimaginables e impactantes para una adolescente cuya vida transcurría estrictamente entre su casa, ubicada en la soledad de una finca rural, y los muros del colegio, que más parecía un castillo feudal en plena ciudad de San Salvador.

Poco a poco, este ir escuchando cosas que eran secretos a voces, se fue combinando con lo que desbordó la realidad y la censura: manifestaciones de organizaciones de izquierda que salían a la calle y eran reprimidas a puro plomo con muchos muertos. Secuestros, tomas de fábricas o instituciones públicas por parte de las organizaciones de izquierda. El Salvador se había convertido en un polvorín que reventó el 15 de Octubre de 1979, con un golpe de Estado combinado entre militares y civiles. Para mí, aquella fue la fecha exacta del comienzo de la guerra que duraría más de una década. Tres días después, en medio de nuestra misa de graduación de bachillerato, presidida por Monseñor Romero, una bomba explotó en las cercanías de la iglesia dejándonos a oscuras y dejándome a mí, la encargada de las palabras de despedida por parte de las graduadas, con un discurso a medio andar. Monseñor Romero mismo fue asesinado menos de 5 meses después, el 24 de Marzo de 1980, mientras oficiaba una misa.

En esos días comencé a confiar en mi intuición. Porque mi intuición me decía que aquellos eran sucesos importantes que debían registrarse. Comencé a guardar recortes de periódico y a escribir impresiones inconexas de aquellos días en que teníamos toque de queda y en que tanta gente salió del país, yo incluida. Estos recortes y apuntes se convirtieron, algunos años después, en mi primera novela publicada, Apuntes de una historia de amor que no fue, en la que hago un retrato de dicha época desde la visión, precisamente, de una niña de clase media que eventualmente termina incorporada en la guerrilla.

Hablar de este tipo de sucesos en el país era, por supuesto, censurado en aquellos momentos. La novela sin embargo logró publicarse en El Salvador en 1987 y su existencia corrió de boca en boca, agotándose rápidamente la edición de 2 mil ejemplares, en una época en que era impensable hacer presentaciones de libros y en que mi presencia hubiera supuesto una amenaza a mi vida.

El camino del Oeste: lo realizado

Continué escribiendo en actitud de rebeldía, porque en ese momento había temas que no se estaban tratando en la literatura salvadoreña, saturada en aquel entonces por testimonios, poemas, cuentos o novelas ambientados en la guerra y sobre todo, en la militancia de izquierda.

De hecho, mi siguiente libro se tituló Contra-corriente, una colección de cuentos publicada a fines del 93. Aunque este libro incluye 3 cuentos ambientados en la guerra, el resto de las 19 narraciones del libro toca temas tan diversos como el adulterio, el suicidio, la soledad, amores no correspondidos, violencia intra-familiar y otro tipo de reflexiones existenciales e incluso futuristas.

Ese mismo ánimo predominó en mis libros siguientes. Cuentos sucios, una colección de cuentos publicada en 1997, cuyo hilo conductor era estudiar la sutil línea que separa el morbo de la perversión.

El Desencanto, publicada en el 2001, una novela en la cual se abarca la educación sexual-sentimental del personaje central, Arcadia, quien busca incesante a su príncipe azul u hombre ideal, sin ningún éxito pero sí con muchas decepciones y desgastes interiores que la llevan, precisamente, al desencanto y la amargura.

Felicidad doméstica y otras cosas aterradoras, publicada en Guatemala en el 2002, es una colección de cuentos y algunas experimentaciones personales con la crónica, género que en lo particular comencé a trabajar desde el año 2000 y con el cual descubrí una gama de posibilidades que me fascinaron. Esta colección enfoca en la vida familiar y afectiva como algo no precisamente encantador.

A-B-Sudario, ganadora del Premio Centroamericano de Novela “Mario Monteforte Toledo” en el 2003 y publicada en Alfaguara, novela de experimentación total con las estructuras y el lenguaje, plantea la historia de una mujer que intenta escribir un libro en medio de una serie de reflexiones y procesos personales auto-destructivos en los que coquetea peligrosamente con la muerte a través del alcohol y las drogas, apoyada incondicionalmente por 4 amigos con los que comparte diálogos de todos los temas posibles e imaginables.

Además de estos libros publicados, existen inéditos 5 poemarios, en cuya gran mayoría trato el tema amoroso, 2 colecciones más de cuentos, 2 novelas y varias crónicas dispersas.

El camino del Norte: las motivaciones

A partir de mi primera novela, el afán de “remediar” la realidad a través de mi escritura, cambió por el de “presentar” la realidad, tal como yo la percibía. Los libros siguientes serían escritos en una actitud combinada de presentar la realidad, pero también de comprenderla (sin tratar de justificarla), lo que me llevó a escarbar en el lado oscuro del corazón.

Los temas tocados en mi narrativa, hasta ahora, han sido diversos. La familia disfuncional, las drogas, la violencia intrafamiliar e interpersonal, los procesos auto-destructivos, las relaciones afectivas, la muerte, el suicidio, la no aceptación y el cuestionamiento de las convenciones sociales han sido parte del material del que he nutrido mi trabajo, motivada por observaciones de mi entorno, por algunas experiencias personales, por la crónica roja de la prensa, por historias contadas por terceros, por mi intensa vida onírica y, claro también, por una imaginación que, en mi caso particular, jamás descansa.

Una de mis preocupaciones ha sido siempre tratar de innovar o presentar estos temas de manera inusual, tanto en forma como en contenido. De ahí que parte de las intencionalidades conscientes de mi trabajo han sido el cuestionamiento de mitos y temas tabú, sobre todo en lo referente a los roles familiares, la sexualidad y las estructuras sociales que nos imponen falsos valores y prejuicios. No se trata del cuestionamiento per se, sino de plantear elementos que puedan producir en el lector reflexiones sobre su propio entorno y experiencia de vida, y sobre todo a cuestionar lo que nuestras sociedades tan conservadoras dan por sentado como mitos indiscutibles.

En esa búsqueda de formas nuevas de contar algo, he recurrido también a la experimentación tanto en forma como en lenguaje, lo cual, lejos de convertirse en un angustiante quebradero de cabeza, me ha dado la oportunidad de jugar con los textos, de deconstruirlos, de hacerlos pedazos para luego rearmarlos y reinventarlos en un todo comprensible.

Mientras tanto, el mundo siguió girando. Regresé a vivir al Salvador en el 2001 después de casi 20 años de exilio (transcurrido sobre todo entre Nicaragua y Europa). Los países de nuestra región firmaron acuerdos de paz y entraron en el juego democrático. No sé si somos buenos jugadores, pero en fin...

La apertura en cuanto a la libertad de expresión que esto supuso, ha hecho que los colegas escritores hayan tomado con pasión y furia el retrato de la contemporaneidad centroamericana desde todos los ángulos posibles. Algunos pocos han preferido explorar otros géneros, como la novela histórica o la ciencia ficción, para encontrar respuestas o explicaciones a situaciones actuales. Pareciera que hay una explosión de narradores, muchos de gran calidad, a pesar de los nulos estímulos editoriales y de los inmensos y en todo caso, absurdos problemas de distribución de nuestra obra en el perímetro de nuestros 7 pequeños países.

El camino del Este: hacia dónde voy

En enero de este año 2004 comencé a trabajar en una nueva novela, de la cual prefiero no adelantar mucho. Nada más diré que la misma se ha convertido en una empresa que me ha hecho aprovechar toda la experiencia de los libros anteriores, que ha planteado nuevos retos y sobre todo, nuevos descubrimientos.

Después de 30 años de haber iniciado la aventura de escribir y de 17 años de haber publicado mi primer libro, esta novela me ha obligado a hacer un alto y examinar lo hecho porque implica un rompimiento radical con mi trabajo anterior. Este tipo de rompimientos lo sacuden a uno mucho, claro. Y obliga a reflexiones sobre lo que estoy escribiendo, lo que escribí y el por qué de todo ello.

No me cabe duda que mi evolucionar como escritora está íntimamente ligado a mi evolucionar como ser humano, que al mismo tiempo se mira impactado por los sucesos privados y sociales. De esa manera, algunos temas sobre los que escribí ya están agotados para mí. Otros han dejado de interesarme. Y reflexiono sobre nuevas rutas para tratar los temas que perviven en mi interés literario.

Cada libro ha significado un esfuerzo personal por superar el proyecto anterior y por renovar mi propio oficio, en un afán de no estancarme o repetirme a mí misma. Esto ha significado retos, toma de conciencia del oficio y finalmente logros que se concretizan en aprendizajes que enriquecen mi equipaje en este peregrinaje de vida por el que me lleva el andar de la escritura.

Alguien en alguna entrevista me preguntó que si no hubiera habido guerra en El Salvador, ¿hubiera sido escritora? Le contesté que sí, porque mi escritura, como ha quedado sentado, no comenzó por la guerra. La pregunta correcta hubiera sido: de haber tenido una familia feliz, ¿hubiera sido escritora? Quizás no, ya no podré saberlo.

En todo caso, escribir ha sido para mí un acto de transmutación constante. Comencé a escribir por infeliz y descubrí, en la escritura, la mayor pasión de mi vida, mi única felicidad, mi consuelo, mi refugio, lo que jamás me defrauda ni abandona, lo que nunca me aburre y lo que le da un sentido real y valioso al hecho de ser Jacinta Escudos. Escribir me ha salvado en muchos sentidos y es lo que me anima a levantarme cada mañana, en un mundo en el que a veces, sinceramente, ya no me dan ganas de vivir. Como dice la Cayetana, el personaje principal de A-B-Sudario sobre la gente que no escribe, “no sé cómo le hacen para vivir sin volverse locos”.

Por suerte, yo tengo la escritura incorporada a mi organismo prácticamente como una de mis funciones biológicas. Y eso me permite la posibilidad de continuar inventando una agradable dimensión paralela donde ampararme de la brutalidad que ha alcanzado la violencia, la mezquindad, la enajenación por lo material y la vileza que, por desgracia, están caracterizando el tiempo que nos toca vivir.

Quizás es hora de regresar al comienzo para cerrar el círculo. Ser como el Ourobouros de los alquimistas, el dragón que muerde su propia cola y que simboliza, entre otras cosas, el eterno retorno, el cierre de un ciclo, el comienzo de uno nuevo, el tiempo que nunca termina.

Quizás es hora de volver a mis días de niña en que remediaba la realidad a través de la escritura. No como un acto de escapismo, sino como un desesperado intento por aferrarme a la esperanza. Porque me niego, rebelde en fin, a contagiarme con el virus de la deshumanización.

San Salvador, Marzo 2004.


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