Chrisnel Sánchez Argüello

La construcción del “yo” testimonial en la novela
Un día en la vida de Manlio Argueta

Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, Colombia

colombonica@yahoo.com

Notas*Bibliografía

Un día en la vida, de Manlio Argueta, es quizá una de las novelas con mayor notoriedad internacional de la narrativa salvadoreña actual. Traducida a varios idiomas, fue publicada en el año 1980 y recibió el Premio Nacional de Novela, otorgado por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador. Ha sido ampliamente estudiada en universidades extranjeras, y en el año 2000 fue escogida en el quinto lugar entre las cien novelas en español más reconocidas durante el siglo XX por la junta directiva de la Modern Library International, la cual se reúne cada dos años para evaluar la literatura de los grandes autores de Estados Unidos, Latinoamérica y otros países del mundo.

Manlio Argueta nació en la ciudad de San Miguel, al oriente de El Salvador, en 1935. Se inició en la literatura con la poesía, ganando dos juegos florales al oriente del país cuando tenía 21 años, con sus poemas Canto vegetal a Usulutlán y Canto a Huistalucxilt. Debido a que estos concursos tenían cubrimiento a nivel nacional, el joven poeta adquiere relevancia en el medio literario, y en el mismo año en que gana estos dos premios, funda en la Universidad Nacional de El Salvador el Círculo Literario Universitario, en compañía de Roque Dalton y Roberto Armijo.

Luego funda y colabora con la revista La pájara pinta (1966-1972), de corte vanguardista. De aquí en adelante emprende la publicación de varios libros de poesía hasta que en 1968 publica su primera novela, El valle de las hamacas, con la cual gana el Premio Centroamericano de Novela. Con su segunda novela, Caperucita en la zona roja, gana el premio Casa de las Américas en 1977. A continuación sigue un libro de poemas y en 1980, Un día en la vida. Su última novela, Siglo del o(g)ro, de corte autobiográfico, aparece en el año 1997.

Si bien Argueta en un inicio fue poeta, decidió recurrir a la prosa porque ésta le permitía denunciar mejor las injusticias que su país estaba viviendo debido al conflicto interno. Sin embargo, la poesía siempre marcó su camino, como él mismo lo dice:

“Por la senda de la poesía llegué a la novela, para descubrir finalmente, que nunca vi en ella algo distinto a la poesía, ni como método de trabajo ni como concepción creativa.” (Argueta, cit. por Lara Martínez, 1997-1998).

Precisamente por este carácter social tanto de su poesía como de su narrativa, es que Manlio Argueta forma parte de la Generación comprometida o Generación del Círculo Literario Universitario, que alrededor de 1956 viene a crear en El Salvador una poesía de denuncia ante las injusticias que desde el año 1932, el gobierno venía realizando contra los menos favorecidos. Esta generación estaba liderada por Otto René Castillo y Roque Dalton. El primero era un joven poeta beligerante que había visto caer la dictadura de Juan Jacobo Arbenz en Guatemala (1954) durante su exilio en aquel país. El segundo, quizá el poeta salvadoreño más reconocido internacionalmente en estos momentos, fue creador de una (Po)ética1 que lo llevó a la muerte a manos de su propio movimiento, el Ejército Revolucionario Popular (ERP).

Motivado por las circunstancias de un país convulsionado, Argueta perteneció a esta generación en la cual, según sus propias palabras:

“Todos estos poetas teníamos una línea social de literatura, es decir... nuestro lema era ‘el poeta tiene que ser una conducta’. Es el lema que acogimos y eso implicaba que nosotros teníamos que denunciar las injusticias y también plantear cuál era el papel del escritor en una sociedad como la nuestra.” (Argueta, entrevista por Rafael Varela, 1989)

Un día en la vida ha sido catalogada por la crítica como una novela testimonial, debido a las características comunes que presenta con otras novelas del mismo género. A la luz de este hecho, se analizará la construcción del “yo” testimonial en la voz de Guadalupe, la protagonista de la historia.

La novela narra cómo fueron los primeros años de la guerra civil de El Salvador a través de un personaje femenino que se expresa en primera persona: Guadalupe Fuentes de Guardado. Esta mujer campesina, madre de cinco hijos y esposa de José (Chepe) Guardado, tiene un gran cambio en su manera de pensar luego que los “nuevos curas” teólogos de la liberación le hacen tomar conciencia y darse cuenta que ellos, los pobres, también tienen derechos. Se empiezan a formar cooperativas de campesinos en las que participan su esposo y su hijo mayor, quienes terminan dando su vida por la causa. Guadalupe finalmente queda sola, pensando cómo va a alimentar a sus hijos.

El presente de la narración es finales del setenta, cuando la lucha de los campesinos por las reivindicaciones sociales adquiría proporciones muy crueles. Es un relato triste, testimonio de los sufrimientos de un pueblo, visto con ojos de mujer.

Un día en la vida constituye un “yo” testimonial basado en la representación de un colectivo. Guadalupe Fuentes nos habla más que de su personalidad, de sus sufrimientos como parte de una clase social marginada en un país en conflicto. La novela radicaliza posiciones, presentando una visión maniqueísta de los dos bandos: Gobierno Vs. Campesinos. De esta manera, el autor, Manlio Argueta, pretende lograr la solidaridad de los lectores con el grupo marginal salvadoreño. En la narración el autor logra pasar bastante desapercibido, dándole voz a Guadalupe quien, logra configurar un “yo” testimonial y no un “yo” autobiográfico.

Para comenzar a analizar la construcción del “yo” testimonial, trataremos de enmarcar la novela de Manlio Argueta dentro de lo que se conoce como testimonio, para luego sí analizar la primera persona. Carmen Ochando (1998) plantea que el testimonio designa una práctica literaria documental propia de América Latina, surgida a finales de la década del sesenta y paralela a la “nueva novela hispanoamericana”. Es un género narrativo producto de procedimientos literarios y no literarios, por lo que no se puede ubicar dentro de ninguno de los géneros clásicos de la literatura.

El testimonio recurre a ciencias como la antropología y la historia, además de prácticas como el periodismo, en un intento por lograr un efecto de verosimilitud en el lector, de quien se espera termine solidarizándose con la injusticia que el testimonio está denunciando.

Es muy frecuente que el autor del testimonio, quien a menudo es un escritor, antropólogo o etnólogo, se valga de la entrevista para lograr un efecto de realidad. En consecuencia, tenemos que muchos de estos relatos documentados están conformados por la tríada:

Chart

Miguel Barnet, escritor cubano que le dio nombre a este género y por tanto, es una autoridad en la materia, en su ensayo La novela testimonio: socio-literatura (1998) afirma que el autor se debe despojar de su invidualidad para asumir la del informante, es decir, suprimir su propio ego para darle paso a la voz del entrevistado.

Manlio Argueta cumple a cabalidad con esta tríada y en especial con esta relación autor-informante que describe Barnet. Un día en la vida está basado en una entrevista que el autor le hizo a una mujer campesina en la zona de Aguilares, al norte de El Salvador. La intención inicial de Argueta era hacer una entrevista periodística, por lo que sólo grabó un casete, pero luego se decidió por convertir el relato de esta mujer en una novela testimonial.

Evidentemente, el autor de este testimonio le da voz a su informante, tanto así, que su intervención es casi imperceptible. Esto se puede ver primordialmente en el lenguaje vernáculo que Argueta utiliza y que es característico de las novelas testimoniales. Dado que la intención del autor es hacerse a un lado, debe esforzarse por crear una voz narrativa propia no de un escritor, sino de un individuo marginal. En este esfuerzo por lograrlo, Argueta se vale del léxico y las construcciones del lenguaje propias de los campesinos, a lo largo de toda la novela:

“Entonces nos vinimos, cuando sentimos el halicóptero que venía detrás de nosotros. Entonces si el bus se paraba también se paraba el halicóptero. Porque de las ventanillas bien se miraba. Entonces una compañera venía apiando por grupos en cada parada del bus. Y el halicóptero se detenía en el aire. Y la compañera apiaba otro grupo. Arturo y yo nos tocaba apiarnos en la otra, pues así nos dijo la compa. Entonces vimos detrás un radiopatrulla siguiéndonos. Allí llegamos a un retén de la polecía de hacienda. Entonces sí, nos dijeron que nos apiáramos, que nos iban a registrar.” (Argueta, 1998: 43)

En cuanto al léxico, encontramos palabras como: chinchitora, pisto, petequenes, jiotoso, guanaco, apiar, y un largo etcétera. No obstante, la voz de Argueta como autor no es totalmente imperceptible en la novela, pues sale a relucir cuando se vale de las metáforas que como poeta nunca lo abandonan, y que procura construirlas como frases dichas por una campesina: "por los claros de la pared espío la noche" (Argueta, 1998: 19), "los celajes son las cobijas de Dios" (20), "el cielo es una chiva guatemalteca de colores" (20), "no nos ahogamos ni aún con tu ausencia, José. No nos ahogamos" (161).

En general, en todo momento sentimos que quien nos habla es Guadalupe Fuentes y no Manlio Argueta. Este autor expresa de la siguiente manera el reto que fue para él despojarse de su individualidad:

“Sentí en un momento que yo también tenía que convertirme en ella, lo que para mí era un reto. Primero, hablar como novelista, con cierto bagaje cultural pero hablar también un poco más como campesina y además hablar un poco como mujer. Creo que me lo permitió hacer mi proceso de trabajo poético.” (Argueta, en entrevista por Rafael Varela, 1989)

Por otro lado, una característica básica del testimonio es la ideología como componente estructural. Carmen Ochando (1998) nos dice que los textos testimoniales pretenden denunciar y manifestar los aspectos injustos de la realidad social en la que se inscriben; intentan una interpretación literaria de los marginados, cediendo la palabra a aquellos protagonistas actores y testigos reales de la historia silenciados por la ideología dominante. Por tanto, estamos ante un nuevo género cuyo fin no es sólo la estética, sino también la ética2.

Un día en la vida es publicada en 1980, el mismo año en que los historiadores ubican el inicio de la guerra civil en El Salvador. El relato de Guadalupe Fuentes de Guardado, que se ubica temporalmente a finales de los setenta, es producto de una serie de acontecimientos políticos relevantes en la historia de este país centroamericano, a los que esta novela hace alusión: El cambio de orientación de la iglesia católica, la formación de cooperativas y federaciones campesinas, el inicio de la guerra de guerrillas, el surgimiento de grupos paramilitares y en suma, el auge de la guerra civil.

A finales de la década del setenta, El Salvador se encontraba en una crisis que amenazaba el orden político y económico tradicional. Entre los factores más importantes estaba una "estructura elitista y de expansión de la economía agrícola de exportación que empeoraron las condiciones de vida de los campesinos salvadoreños" (Rangel, 2001: 65), y la exclusión de la mayoría de población en la participación política.

El Salvador era un país con un sistema feudal de posesión de la tierra, lo cual dejaba en desventaja al campesinado en general. Además, tenía una economía agraria basada en el monocultivo del café, lo cual la supeditaba a las fluctuaciones del precio internacional de este producto, que venía mal desde la gran crisis mundial del 29.

Sumado a esto, la masacre del 32, en la que murieron aproximadamente 30,000 campesinos a manos de un gobierno militar, venía alimentando los rencores de un país inconforme con los gobiernos de turno. Las elecciones eran fraudulentas, y los mandatarios (en su mayoría militares) se tomaban el poder por la fuerza, lo que dejaba un común denominador: la anulación del campesinado.

En su novela, Manlio Argueta emplea como escenario el contexto de la época antes mencionado, y como protagonista a una mujer que pertenece a la clase marginada de los campesinos. Le da voz a quien ha sido silenciada por la ideología dominante, coherente con el objetivo que persigue el testimonio.

Guadalupe, la principal voz narradora que construye el “yo” testimonial, es una luchadora que resiste de una manera sorprendente todas las vicisitudes que se le presentan, es algo así como una heroína nacida para sufrir, para resistir. Tanto, que cuando asesinan a su hijo Justino y ella ve su cabeza guindada de un palo, tan sólo cierra los ojos y no derrama ni una lágrima; soporta silenciosamente su dolor. Luego, cuando le traen a su propio marido para reconocerlo, con un ojo por fuera y todo maltrecho, ella lo niega en tres oportunidades.

Esto puede llevarnos a concluir que Argueta pretende mostrar un tipo de mujer ideal, que no se doblega ante nada ni ante nadie y que siempre está dispuesta a seguir adelante, por que ya tiene conciencia de sus derechos. Es el prototipo de una mujer víctima, quien todo el tiempo está teniendo que aguantar. De esta forma la novela trata de configurar ese “yo” testimonial, que por representar a un colectivo, de alguna manera adquiere una deuda de honor con éste, y su función entonces ya no se limita a la simplicidad de su personalidad, si no a su deber con el colectivo.

En este momento el autor radicaliza su posición, pues mientras las mujeres campesinas siempre son las víctimas, el gobierno representado por hombres, es el verdugo. Una visión definitivamente maniqueísta en extremo, por lo cual resulta un poco inverosímil. A mi juicio ésta es una debilidad de la novela, pues el ser humano es tan multifacético que no es completamente bueno ni complemente malo. Esto demuestra el nivel de polarización y de politización de la novela, algo que Manlio Argueta no niega cuando se lo preguntan:

“Sí, bueno, a veces se me ha hecho alguna crítica de que a veces yo soy muy parcial, en el sentido de que para mí los pobres son los buenos. Pero en realidad es algo que necesito hacer, porque he visto que los pobres tal vez no son los buenos, porque no existe el hombre bueno y el hombre malo en sí, un soldado puede ser bueno en cierto sentido, pero sí me refiero a que el pobre, como sector social es así como la mujer también en nuestros países. Ha sido relegado y toda la sociedad vive en un estado de ilegalidad, de negación de derechos. Imagínate el estado en que vive la mujer o el estado en que vive la gente pobre en la cual nada más existe en cuanto representa mano de obra para trabajar. De manera que es un motivo de inspiración y de resaltar, de un sector social, cualidades que están como escondidas, que son parte de nuestro país, pero que no aparecen en versiones académicas o en otro tipo de versiones cuando se escribe sobre El Salvador o cuando se escribe la historia.” (Argueta, entrevista por Rafael Varela, 1989)

En esta cita del autor, vemos a un escritor comprometido con una clase social (los pobres y, en especial las mujeres) y dispuesto a defenderla a través de la escritura. Aquí la literatura ya no es totalmente independiente, pues se ve condicionada por un hecho histórico y responde a una demanda social. No en vano Manlio Argueta perteneció a esa Generación comprometida que pretendía crear una nueva estética fundamentada en la ética.

Lo que le sucedió a Guadalupe no es un caso aislado, sino un caso que podría ser el de muchas mujeres campesinas de El Salvador. Al respecto, Linda Craft habla de un carácter metonímico del testimonio en la novela Un día en la vida:

“El testimonio de Lupe es metonímicamente típico de muchos otros narrados por mujeres cuyos compañeros han sido llamados a la guerra, desaparecidos, o torturados y matados” (Craft, cit. por Mackenbach, 2001). El testimonio entonces, pasa a cumplir una función de “auto representación del sujeto marginado.” (Craft, cit. por Mackenbach: 2001)

Guadalupe cumple con tres condiciones de marginación: Es campesina, pobre y mujer. De los dos primeros ya hemos hablado un poco poniéndolos en su contexto, no así de su condición de mujer marginada en la novela. Ella está dedicada a las labores domésticas y su toma de conciencia se debe a una clara influencia de su marido, José:

“Por eso yo digo, más que cualquier otro cristiano, Chepe es el que me ha abierto los ojos. Es más, hoy no me quejo tanto como antes, porque uno va tomando esa conciencia de ser pobres que dice José.” (Argueta, 1998: 57)

Las acciones de Lupe son pasivas dentro de esta toma de conciencia y sus posteriores consecuencias, pues no empuña un arma ni participa activamente en las cooperativas. Como ella misma lo afirma, debe cuidar a los cipotes (niños), y esperar pacientemente a Chepe; en esto consiste su contribución:

“Algún día las cosas van a cambiar. Yo simpatizo con la gente que anda metida en cosas para lograr nuestros derechos. Y a veces colaboro un poco, pues la verdad como José hace todo y yo me quedo con los cipotes. Me cuesta salir, pero ayudo en lo que pueda. Yo apoyo a los que pertenecen a la Federación de campesinos.” (Argueta, 1998: 90)

Sin embargo, su papel se torna mucho más importante y activo con la muerte de Chepe, cuando ella queda sola y se tiene que enfrentar al mundo con sus cipotes. En este momento se pregunta cómo alimentará a sus hijos y a la vez se cuestiona por qué solo piensa en comer. Ahora es ella quien debe poner en práctica esa toma de conciencia.

La participación de Lupe también se torna activa cuando se convierte en un “yo” testimonial capaz de denunciar lo que su familia vivió durante el conflicto. Esto no sólo lo hace desde su condición de marginada, sino también desde su condición de sobreviviente de la guerra. Al fin y al cabo, ella -a diferencia de su marido y su hijo- sí logró sobrevivir y por tanto, es quien está llamada a denunciar lo que pasó.

Para comprender un poco mejor esta toma de conciencia en Lupe, es preciso mencionar los tres sistemas axiológicos que imperan en la novela. En primer lugar, tenemos un sistema premoderno, representado en los curas ortodoxos y los militares, correspondiente a la Primera Guadalupe (en el comienzo de la novela). En este momento, ella cree fielmente en la religión como imperativo categórico, por lo cual acepta y se conforma con su destino de ser pobre, no lo cuestiona. Luego tenemos un sistema axiológico que podríamos calificar de moderno, representado por los teólogos de la liberación y las cooperativas de campesinos, y que corresponde a la segunda Guadalupe, quien ya tomó conciencia de su condición, la cual le parece injusta y desea cambiar. Finalmente, tenemos un sistema posmoderno, representado únicamente por la tercera Lupe, quien luego de la muerte de Chepe se tiene que empezar a ver a sí misma como individuo y comenzar a actuar de acuerdo a su propia experiencia. Aquí ya viene un reconocimiento del “yo” independiente del colectivo, que se demuestra cuando Lupe se cuestiona porqué todo el tiempo está pensando en comer.

En el plano narrativo, la novela configura ese “yo” testimonial con una primera persona múltiple. Guadalupe no es la única que toma la palabra, pues hay cinco narradores más (también en primera persona): María Romelia, María Pía, Adolfina, La autoridad y Ellos. De estos cinco, Adolfina y María Romelia intervienen no en una, sino en dos ocasiones. Estos narradores son secundarios porque su función está supeditada a respaldar u oponer la versión de Guadalupe. Mientras las mujeres respaldan a la voz principal, La autoridad y Ellos son el otro lado de la moneda, pues representan al gobierno opresor. Indudablemente aquí predomina nuevamente la visión maniqueísta de los dos bandos.

Otro ingrediente lo constituye el género, pues en el lado de los buenos se sitúan las mujeres débiles y oprimidas, mientras que en el lado de los malos están los hombres déspotas y opresores. Ciertamente, José y Justino se constituyen en la excepción, pues ellos están del lado de los oprimidos.

Los opresores dejan manifiesta su posición machista y antagónica a las mujeres cuando ellos afirman:

“Pues miren que todas estas mujeres son unas putas. Ser mujer es haber nacido puta, mientras que los hombres se dividen en dos clases: los maricones, y nosotros los machos, los que vestimos este uniforme.” (Argueta, 1998: 109)

Ésta es la forma en que Argueta quiere demostrar la maldad de estos hombres opresores, en contraste con el buen papel que desarrollaron las mujeres en el conflicto.

Guadalupe es una mujer analfabeta, con cinco hijos, uno de los cuales muere asesinado por participar en las cooperativas campesinas. Es una mujer sumisa, dedicada única y exclusivamente al hogar, y pasaría por una mujer cualquiera, si no fuera por la transformación que sufre en la novela, lo cual le lleva a configurar ese “yo” testimonial.

De ser una mujer totalmente conformista, de las que esperaba y aceptaba pacientemente el destino promulgado por los designios de Dios, pasa a ser una mujer conciente de sus derechos como ciudadana. Al inicio de la novela, cuando se presenta, nos dice: “Casi todos somos pobres pero no lo tomamos como una desgracia” (Argueta, 1998: 30). Sin embargo, su posición al final de la novela, cambia radicalmente: “Los campesinos somos explotados en este país. De ahí vienen nuestras pobrezas” (Argueta, 1998: 141). Lo que sucede es que Guadalupe finalmente toma conciencia, entendida ésta como un despertar ante las injusticias y los atropellos de los cuales eran víctimas. De esta manera, Lupe nos dice: “Lindo tener conciencia. Se sufre menos” (Argueta, 1998: 140). Aquí el cambio ya se ha dado, Lupe ha dejado de ser una mujer campesina como cualquier otra, para convertirse en un “yo” testimonial, representante de un colectivo marginal, una especie de “vocero lúcido” (en términos de Lukacs) que representa a una clase social determinada.

Es precisamente en este punto donde vale la pena diferenciar un “yo” testimonial de un “yo” autobiográfico. La distinción es pertinente porque los dos tipos de narración podrían ser catalogados en un mismo género, si no se toman en cuenta el proceso de creación, la particularidad de la narración, la intención del autor y claro está, el contexto.

La autobiografía ha sido definida por Philippe Lejeune de la siguiente manera:

“Retrospective prose narrative written by a real person concerning his own existence, where the focus is his individual life, in particular the story of his personality.”3 (Lejeune: 1989: 4)

Salta a la vista que Un día en la vida no está escrito por Guadalupe Fuentes de Guardado, y aunque narre su propia vida, tampoco se enfatiza su vida individual, su personalidad. La historia de Guadalupe narrada en primera persona se constituye en un “yo” colectivo, aunque esto suene paradójico. En otras palabras, Guadalupe a través de su relato no se está representando a sí misma, sino que representa a una clase social determinada. Lupe nos dice la siguiente frase, luego que le llevan a Chepe para reconocerlo:

“Dios es la conciencia. Y la conciencia somos nosotros, los olvidados ahora, los pobres” (Argueta, 1998: 165).

Es preciso advertir el uso reiterado del pronombre personal “nosotros” en esta oración y en muchas otras, como si de esta manera Lupe se asegurara que el lector entiende que ella forma parte de ese " nosotros", es decir, de ese colectivo al cual quiere representar4.

Lo anterior nos conduce a considerar aunque sea brevemente, otro elemento de la tríada que conforma ciertos tipos de relatos testimoniales: el lector. Lejeune (1989) nos dice que lo que define la autobiografía para el lector es el contrato de identidad sellado por el nombre propio. En el caso del testimonio, este contrato también se establece, pero con el nombre propio del informante y no del autor. Es decir, adquiere más relevancia el “yo” testimonial que el “yo” autor. Se espera del autor que deje hablar a su informante, procurando anularse a sí mismo (como lo expone Barnet, ya citado), y se le exige al informante que diga lo que realmente sucedió. Esto hace que en el testimonio el pacto de ficción, del cual habla Umberto Eco en Seis paseos por los bosques narrativos (1996), no sea tan ficcional, pues en este tipo de relatos el lector tiende a creer, pero al mismo tiempo cuestionar lo que lee, ya que usualmente el autor anuncia que los hechos están basados en la realidad y fueron relatados por un informante testigo. Es preciso aclarar que ésta es tan sólo una hipótesis sobre el lector de novelas testimoniales, pues lo cierto es que este género es relativamente reciente y, por tanto, sus lectores apenas se están formando.

En el caso de Un día en la vida, ésta carece de prólogo alguno elaborado por su autor. Esto puede obedecer al hecho de que Argueta grabó únicamente una entrevista con esta mujer campesina, material insuficiente para escribir un relato ceñido totalmente a las palabras de Guadalupe. Por esto terminó escribiendo una novela testimonial, pues allí se puede dar licencias, como por ejemplo extenderse, simulando las palabras de Guadalupe.

El hecho de que el relato esté escrito en primera persona indica no sólo la conformación de un “yo” testimonial, sino también la intención de Argueta por imprimirle autenticidad a las palabras de esta mujer campesina. El autor quería que fuese ella quien hablara y no él, pues al fin y al cabo ella es quien sufre todas las vicisitudes dignas de ser narradas. De esta manera, Un día en la vida contribuye a articular la memoria colectiva, una memoria que no está afuera, sino adentro de los propios campesinos que la vivieron, nadie más que ellos pueden contar su propia historia.

Esto nos conduce a analizar la frontera entre realidad y ficción: La realidad representada por la historia oficial de un país, y la ficción propia de la literatura. Quizá este es el punto que más se ha discutido en lo que se refiere al testimonio centroamericano, una región que acaba de pasar por guerras civiles, sobre las cuales ya se comienzan a crear los discursos históricos, pero también los literarios.

En el VIII Congreso Internacional de Literatura Centroamericana realizado en el 2000 en Ciudad Antigua, Guatemala, y al cual tuve la oportunidad de ir, se discutió mucho sobre la veracidad del testimonio Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, escrito por la periodista Elizabeth Burgos, luego de una intensa jornada de entrevistas con la líder indígena.

El libro, escrito en primera persona, narra una historia de injusticias y segregación a la que fue sometida su protagonista, y con ella todo el pueblo indígena de Guatemala. David Stoll, su principal opositor, publicó en 1999 el libro Rigoberta Menchú and the story of all poor guatemalans, en el cual alega que Rigoberta mintió en lo referente a la muerte de sus padres y tomó historias de otros indígenas para lograr la solidaridad con los lectores y con el mundo entero. Lo cierto es que la discusión todavía se encuentra sobre el tapete, pero pone en evidencia el carácter híbrido del testimonio, el cual está hecho de historia pero también de literatura.

En el caso de Un día en la vida, se podría juzgar negativamente su adhesión a los hechos históricos al no estar basado en una conversación exhaustiva con la informante, sino apenas en una plática corta, de la cual salieron muchas páginas. Esto hace dudar a cualquier lector de la fidelidad del testimonio con la historia real, y más si como afirma Magda Zavala en su análisis de Un día en la vida, el autor no renuncia a su función de organizador y creador. Para argumentar esto, Magda Zavala cita al mismo Manlio Argueta:

“El autor (Manlio Argueta) ha declarado que la campesina de quien proviene el discurso era más enérgica, más fuerte, pero yo la pinté más débil por ser mujer, por ser campesina y para hacerla creíble.” (Zavala, citado por Mackenbach, 2001)

Nuevamente nos enfrentamos a un discurso en primera persona que contrario a lo que parece, no está escrito por su protagonista, sino por el escritor. Entonces, valdría la pena preguntarse: ¿Quién está verdaderamente hablando en Un día en la vida? ¿Guadalupe o Manlio? Definitivamente, ambos. Ella tiene el contenido que él necesita para escribir un texto que será leído como novela testimonial. En otras palabras, ella tiene la historia, pero él tiene la técnica. El reto aquí es que el lector no se dé cuenta de esta simbiosis, pues debe creer que quien habla es Guadalupe Fuentes y no Manlio Argueta. De esta manera se logra la solidaridad del lector que un texto como Un día en la vida pretende. Y sólo así la novela configura un “yo” testimonial.

Hemos hablado hasta aquí de la configuración de un “yo” testimonial en la novela Un día en la vida. Estos lleva a reflexionar sobre la importancia de lograr un método adecuado para estudiar las novelas testimoniales, las cuales deben ser comprendidas como un género híbrido, y por tanto, ser juzgadas no sólo desde el punto de vista histórico, sino también desde el punto de vista literario.

© Chrisnel Sánchez Argüello


Notas

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vuelve 1. Término acuñado por Luis Alvarenga en el libro biográfico de Roque Dalton, El ciervo perseguido, Roque Dalton, Editorial Concultura, San Salvador: 2002.

vuelve 2. Llegado a este punto, se debe tener en cuenta que este tipo de literatura surge en un momento clave para la historia de América Latina, en que la represión por parte de las dictaduras estaba presente en casi todos los países.

vuelve 3. Relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad.

vuelve 4. Sobre este punto, han habido algunas críticas. Ileana Rodríguez (2003) considera que los testimonios al hablar en nombre del colectivo en realidad hablan en nombre de una organización, es decir, de un sujeto institucional que no representa a la masa.


Bibliografía

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