Gabriela Tineo
Variación cubana.
Las tierras del mar Caribe en El arpa y la
sombra
de Alejo Carpentier
Centro de Letras Hispanoamericanas
Universidad Nacional de Mar del Plata
República Argentina
tineo@mdp.edu.ar
Notas*Bibliografía
"Que el siglo XVI es el siglo de oro de España
afirmaba Germán Arciniegas (1983: 11) promediando la cuarta década
de nuestro siglo, es la verdad; pero no es toda la verdad". Bajo
el impulso de la perspectiva abrazadora de la biografía del Caribe que
gobierna su exégesis, el colombiano instalaba en su horizonte reflexivo
otros protagonismos: "Es el siglo de Cervantes dirá,
de Shakespeare, de Rabelais.1 Las letras no tuvieron antes, en los tres reinos,
esplendor parecido. Ni tampoco los reyes; Carlos V y Felipe II, Isabel de Inglaterra,
Francisco I, son en sus cortes, reyes de oro, con que la historia se viste de
nuevo. Pero en el fondo hay algo más" (11). Insistente en remarcar
su facultad explanatoria de los pliegues y repliegues de la trama histórica
caribeña, Arciniegas acaba finalmente por destacar entre las fulguraciones
del siglo áurico aquellas que acompañan el ingreso de nuestro
continente en la escena de la historia universal: "Con el descubrimiento
de América la vida toma una nueva dimensión [...]. De 1500 hacia
atrás, los hombres se mueven en pequeños solares, están
en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia delante surgen continentes y mares
océanos. Es como el paso del tercero al cuarto día, en el capítulo
del Génesis" (11).
Más de cuatro décadas después y sobre
el final del proceso de aquilatamiento de su vasta obra ensayística y
narrativa, Alejo Carpertier vuelve sobre esa imagen de América donde
se sobreimprimen la fisura temporal, la impronta genesíaca y el sentido
conmocionante de la imagen previa del mundo. "La cultura de los pueblos que
habitan en las tierras del mar Caribe" (1978) y El arpa y la sombra (1979),
textos aparecidos en la etapa última de la vida del cubano, balizan ese
camino de regreso, modulando desde el ensayo y la ficción respectivamente,
los alcances de un proyecto de escritura decididamente interesado en releer
y reescribir -en clave proyectiva- los orígenes. Si en el ensayo prevalece
el intento por estatuir el Caribe, desde su significación histórica,
en escenario de un encuentro "monumental", en "teatro de la primera simbiosis"
(220), y desde su poder desestabilizador del orden epistemológico, como
entidad reconstituyente de las fronteras del orbe y reveladora de la geografía
americana ("...por Cuba se introdujo el paisaje de América en la literatura
universal", 218), en la novela, el retorno a los umbrales hará de la
figura de Cristóbal Colón y de los escritos colombinos, los vectores
de una doble travesía.
Carpentier elige regresar a los comienzos (Said, 1975)
explorando esa escritura que le confiere "existencia histórica ... a
América" (Jitrik, 1992: 11-12) y las controvertidas interpretaciones
por ella suscitadas, para centrarse en la imagen colombina y recuperar desde
ella otra imagen, la del archipiélago Caribe. Unos comienzos, por lo
tanto, que no son tan sólo aquellos que inauguran el capítulo
fundacional de la historia que somos, los que sellan el vínculo España-América.
Son, también, los que marcan la génesis de una literatura esencialmente
empeñada en delatar sus parentescos y en traducir en palabras la escenografía
continental.
El nombre de la novela reenvía al epígrafe que
la cifra en todo su espesor, La Leyenda Áurea,2 y jerarquiza la presencia de los dos términos que habrán de desplegarse
sobre el orden composicional dando título a la primera y última
parte del tríptico que la sostiene: "En el arpa cuando resuena,
hay tres cosas: el arte, la mano y la cuerda./ En el hombre: el cuerpo, el alma
y la sombra". Arpa y sombra se constituyen, pues, en los soportes connotadores
de las dos perspectivas -mitificadora y demitificadora- desde las cuales, en
un juego de alto contraste, se recupera a Cristóbal Colón y tienden
por ello a ser reconocidos como los puntos de partida y de llegada que recorre
la imagen. Sin embargo, en el curso de ese itinerario que emplaza las contenciosas
versiones que el discurso historiográfico ha promovido en torno al descubridor
y que exhibe las divergencias entre la exaltación y el desdibujamiento
de "sobrehumanas virtudes" (13), se levanta la zona equidistante que
reescribe la empresa colombina desde la ficcionalización de la voz del
Almirante, pronto a morir en Valladolid, a la espera del confesor, para revelar
la trama oculta de una vida y de una experiencia de escritura que ni la versión
hagiográfica ni la condenatoria lograron desentrañar.
El desajuste de tiempos que quiebra la linealidad argumentativa en beneficio
del anacronismo calibra el viaje de retorno a aquella instancia y a aquellos
textos que pretendieron fijarla. Signos donde la historia se funde con la imaginación
y la letra descubre y cubre, sobredimensionando a escala planetaria el acontecimiento
demarcatorio de un antes y un después, la flexión que habría
de convertirse en marca indeleble de la biografía subcontinental. Se
neutralizan los destiempos ante la continuidad impuesta desde los intersticios
abiertos por un desbordante repertorio de textualidades. Una dinámica
dialógica constante mixtura, en clave alusiva, paródica, de cita
o a manera de glosa, materiales del ámbito eclesiástico, histórico,
literario, bíblico, de tradición oral. El acopio de fuentes, la
recurrencia al "archivo cultural de Occidente" (Parra, 1994-1995:
71) y el entramado de registros y fragmentos epocales distantes y diversos,
dificultan todo intento de sistematización.
Sin embargo, en la intrincada red urdida por esas textualidades,
no todas se dejan oír con el mismo grado de intensidad. El Arcipreste,
la picaresca, Quevedo, García Lorca resuenan con acabada contundencia:
actualizan el interés del cubano por fijar el carácter dinámico
de una tradición, cuyo eslabonamiento sostenido en la selección
y la reelaboración de los textos más significativos del pasado
pulsa el deseo (Williams) de legitimar, por sobre todos y en la vastedad
del legado hispánico, su lugar de pertenencia.
Traído como en eco a través de la exhumación de los recuerdos
del moribundo, sobre el fondo de esa urdimbre heredada, un juego anacrónico
se destaca sobre los demás y propaga una serie de identificaciones de
alto poder movilizador de la memoria histórica y de los modos de procesar
los orígenes y proyecciones del discurso literario latinoamericano. Desde
esta perspectiva, Colón se convierte en lector de Cervantes, abrevando
en su ámbito imaginario para reconocer en esa fuente inagotable el principio
propulsor de su desenfrenada búsqueda de un "más allá
geográfico" (49). Y Carpentier parece autorizarse legatario de ambos,
se filtra en la voz del navegante y rinde tributo a la imaginación cervantina,
apoderándose y transformando el impulso por domesticar lo exótico
(Said, 1990) que orienta la travesía escrituraria del almirante.
Una y otra vez vuelve a la memoria de quien "Extendió
su mano sobre el mar para trastocar los reinos"3,
ese periplo que define como hazaña "lo bastante cargada de portento para
dictar una canción de gesta" (176). El Discurso a los cabreros pauta el ingreso del mundo cervantino y, con él, la fecundidad de un
ámbito imaginario que echando raíces en el Persiles, habrá
de transformarse, para el Colón carpenteriano, en brújula de su
empresa. La construcción imaginaria (Pastor) que trae de la edad
áurea de la literatura pagana la visión de un Paraíso perdido
que había que "recobrar o encontrar" (Ortega y Medina, 1987: 18) se permea
en las líneas del Quijote que refractan en El arpa y auscultan
la evocación de esa "dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien
los antiguos pusieron el nombre de dorados" (49). América se delínea,
así, en "los ojos de la mente" (Bhabha, 1991: 32) de Colón como
lugar privilegiado: revestido de espejismos de orígenes remotos, (Duvoils)4 a cuya búsqueda se lanza y como espacio edénico que se "topiza"
(Ortega y Medina, 1987: 19) en tierras del mar Caribe, cuando su mirada perpleja
intenta capturar la exhuberancia y maravilla que lo nutre.
En efecto, los pasajes destinados a recuperar esos momentos
prodigiosos en los cuales el navegante confiesa haber asistido a la celebración
del encuentro entre lo imaginado y lo real se despojan de las connotaciones
bizantinas deudoras del Persiles que nutren otros pliegues de la narración
o las teatrales que ponen en escena el espectáculo montado ante las cortes
para mostrar al mundo, el mundo descubierto. En inflexión expurgatoria,
el almirante viejo y sin gloria confiesa: "...cuando me asomo al laberinto de
mi pasado en esta hora última, me asombro ante mi natural vocación
de farsante, de animador de antruejos, de armador de ilusiones [...] Fui un
trujamán de retablo, al pasear de trono en trono mi Retablo de Maravillas"
(60).
Perdura de manera sostenida, sin embargo, la visión
edénica del continente. Sugerida por el Discurso a los cabreros y robustecida a través de las reminiscencias articuladas por las brumas
que escenifican el principio de El arpa y actualizan el horizonte nebuloso,
inaugural de la última novela de Cervantes, aquella visión fortalece
el sentido paradisíaco con que La Leyenda Áurea habrá
de atravesar los pasajes evocadores del suelo caribe, delatores de lo fulgurante,
en tanto matiz instaurador de una "tierra virgen y desconocedora del Mal del
Oro" (159)
Diverso es el rumbo, pues, que orienta la voluntad por transferir en palabras
la geografía del trópico. Ni el saber aprendido en las tabernas
ni el que proveen las escrituras ni el que fraguan las quimeras, bastan para
encapsular en molde de letra el sobrecogimiento provocado por el hallazgo del
lugar prodigioso, por la experiencia de haber visto, en palabras del descubridor,
"maravillas negadas al común de los mortales" (158). El Caribe,
como sitio paradisíaco, comienza a prefigurarse antes del arribo a tierra
firme; matices resplandecientes sugieren su cercanía, tonalizando de
inesperadas iluminaciones la percepción desde las naves: "Y de pronto,
es el alba: un alba que se nos viene encima, tan rápida en ascenso de
claridades que jamás vi semejante portento de luz en los muchos reinos
conocidos por mí hasta ahora..." (112).
La mirada colombina, que no alcanza a sustraerse del asombro desencadenado por
una naturaleza imprevisible y cuyo registro en los escritors se resuelve desde
procedimientos tendientes a hacer legible lo diferente (Jitrik, 1991; Ortega,
1990), es la dimensión sobre la que recala la novela para revelar los
mecanismos de construcción de esos pasajes y contribuir al trastocamiento
de la visión "maravillada".
Una de las estrategias recurrentes en los documentos es la que reduce los indicios
de lo diverso a un modelo de comprensión establecido. El Colón
carpenteriano, distanciado del momento de la escritura, reflexiona sobre esa
práctica, desenmascara el engaño -"Digo que la hierba es
tan grande como la de Andalucía en abril y en mayo, aunque nada se parece
aquí, a nada andaluz" (120)- y lo explica con ironía: "...me
esmeré en describir las maravillas de las arboledas, que me recordaban
(...a buen entendedor) las delicias del mes de abril en Andalucía ...(a
buen entendedor, nuevamente)..." (123).
Esa captación primera, que la escritura persigue someter a recursos capaces
de sistematizar los signos escurridizos del Nuevo Mundo, es doblegado, en el
devenir de la confesión, por la fuerza que impone el objeto. Entonces,
la percepción abandona su empeño por dar cuenta de sus rasgos
particularizadores; persigue establecer la diferencia que lo distancia de lo
conocido: "De pronto, la isla Española, transfigurada por mi música
interior, dejó de parecerse a Castilla y a Andalucía, creció,
se hinchó, hasta montarse en las cumbres..." (140).
El escenario natural comienza a dibujarse desde el ámbito del recuerdo
a la hora de recalar en la vegetación desbordada y alcanza el clímax
en las imágenes que recobran la insularidad proliferante. La memoria
de la mirada opera con energía actualizadora en estos pasajes destinados
a calibrar la exuberancia de la naturaleza. Si el legado de Cervantes es el
que, dijimos, lidera la construcción del mundo imaginado por el desfalleciente
Colón carpenteriano y nutre de avatares las andanzas de su vida aventurera,
un juego anacrónico alternativo se privilegia a la hora de ficcionalizar
sus ansias frustradas de hacer nombar lo diverso. En estos pasajes, es tanto
el universo reflexivo del cubano como el que cobra cuerpo en la materialidad
barroca de su escritura el que resuena en la voz del moribundo memorante, alterando
ostensiblemente aquellas zonas de los documentos donde se imprimen las primeras
imágenes de América.
Una dinámica constante entre breves momentos reflexivos
y recurrentes y demorados fragmentos descriptivos dinamizan este proceso donde El arpa y la sombra privilegia la reinvención de la geografía
americana. Unos, los que traen desde la reminiscencia bíblica una cuestión
central en la meditación carpenteriana, la tarea onomástica del
escritor de nuestras latitudes: "Y no era yo afirma Colón
un nuevo Adán escogido por su Criador, para poner nombre a las cosas"
(118). Otros, los que en impulso retrospectivo, sobrevolando los siglos, reconfiguran
la concepción de América como tierra barroca, hecha de mezclas,
de simbiosis, a través de la imposición del ritmo y la coloratura
de una poética capaz de traducir en palabras la complejidad y el espesor
de la textura caribeña.
La contemplación y la escritura colombina inmovilizadas por el asombro
"un poeta acaso, usando símiles y metáforas, hubiese
ido más allá, logrando describir lo que no podía yo describir"
(119) se rinden ante la majestuosidad del escenario y es la descripción
del antillano la que va a su encuentro para transformar el gesto desnortado
y balbuceante del viajero en acabada realización verbal desde el recuerdo.
Así, tras el reconocimiento de la imposibilidad de fijar en palabras
el "admirable paisaje" "la pluma memorialista se me quedaba
en suspenso" (118), sobreviene la evocación sutil del escenario.
El desplazamiento hacia una descripción demorada menudamente en los detalles
auspicia un notable contraste entre las confesadas limitaciones de la escritura
y la facultad cautivante del recuerdo y emplaza, en la textura, el espesor de
la prosa del cubano.
Los atributos de forma, color, tamaño, las porlongaciones y enrevesamientos
de una vegetación que se expande, de unos frutos que se ofrecen desde
insospechadas consistencias, aromas y sabores (118-119), se amalgaman en una
percepción donde intervienen todos los sentidos. La descripción
avanza y se disemina pulsada por los flujos de una mirada penetrante. Una mirada
que recorre, atraviesa y aproxima los objetos hasta hacerlos tangibles, rezumantes
de la frescura, la sobreabundancia y los erizamientos del trópico hasta
alcanzar su punto culminante en la captación totalizadora de la constelación
insular. El pasaje de la visión deslocalizada por el movimiento y la
incapturabilidad de las islas "locas, ambulantes, sonámbulas"
(118) a la que recupera sus rasgos particularizadores, es el movimiento
que sustituye la descripción mesurada que intenta fijarlas en los escritos5 por la densidad de la palabra entrañable que las nombra:
"Islas, islas, islas... De las grandes, de las ariscas y de las blandas;
isla clava, isla hirsuta, isla de arena gris y líquenes muertos; islas
de las gravas rodadas, subidas, bajadas [...]; isla quebrada perfil
de sierra-, isla ventruda como preñada-, isla puntiaguda, del
volcán dormido; isla puesta en arco iris de peces-loros; isla del espolón
adusto, del bigarro en dienteperro, del manglar de mil garfios; isla montada
en espumas [...] isla con música de castañuelas [...]; isla
donde canta el viento en la oquedad de enormes caracolas [...] islas en tan
apretada constelación [...] Islas, islas, islas." (148)
La repetición marca portadora de lo aglutinante encapsula
las imágenes yuxtapuestas o copuladas que reparan en lo diverso. Desgranadas
desde la anáfora, insistente en recobrar lo común, las tierras
del mar Caribe asoman desde el ritmo y los meandros orientados por una textura
cada vez más intrincada. Se dibujan pautadas por una direccionalidad
sinuosa, deambulante de una a otra, y sujetas a una expansión sintáctica
que acompaña el proceso de pretensiones definitorias, abrazadoras, del
que no escapan los más sutiles matices de su sonoridad, coloratura o
relieve. Habilitan la amalgama entre la percepción colombina y la inflexión
carpenteriana que la reinventa para representar, para nombrar, como por vez
primera, el Caribe.
Los destellos y espejismos naturales que fulguraron y sometieron a perplejidad
la mirada del descubridor sobreviven en el presente del recuerdo; las islas
son "resplandecientes" y una se destaca soberanamente: Cuba. En grado
superlativo, su belleza despunta sobre el horizonte desmesurado de las tierras
del mar Caribe: "Era recia, alta, diversa, sólida, como tallada
en profundidad, más rica en verdes-verdes, más extensa, de palmeras
más arriba, de arroyos más caudalosos, de altos más altos
y hondonadas más hondas..." (117). Sin embargo, la singularidad
isleña -modelizada a través de la exaltación extrema de
sus propiedades- no acaba en mera descripción. Se enlaza con la excepcionalidad
del gesto del Almirante moribundo que la inscribe como única verdad en
el vasto repertorio de mentiras confesadas: "Fui sincero cuando escribí
que aquella tierra me pareció la más hermosa que ojos humanos
hubiesen visto" (117).
Los indicios sobre los que avanza la percepción colombina
en los documentos para trazar el desplazamiento de la duda a la confirmación
del hallazgo del Paraíso Terrenal6,
son reelaboradas por El arpa y la sombra a través de la expansión
y el enriquecimiento que les confiere la modalidad descriptiva y el valor testimonial
de la mirada. La supremacía de ésta sobre el repertorio de autoridades
que se interpola, acaba por relativizar el saber aprendido en las fuentes, jerarquizando
el conocimiento mediado por la visión. El encuentro del lugar prodigioso
redunda en expresiones que depositan en la facultad de mirar, la excepcionalidad
de la experiencia: "Lo vi, tal y como es, fuera de donde lo pasearon los cartógrafos...Lo
vi. Vi lo que nadie ha visto..." (162), "el único, verdadero, auténtico
Paraíso Terrenal" (163).7 Como "una variación (en el sentido musical del término) sobre
un gran tema que sigue siendo por lo demás misterisísimo tema,"8 definía el cubano El arpa y la sombra. "[U]na serie de variaciones
en base a un tema inicial" ("Cervantes", 230) afirmaba sobre el Quijote al recibir el premio Cervantes en 1978. La recurrencia a expresiones de flagrante
similitud -por otra parte coetánea- para precisar los atributos de su
obra y de la obra cervantina, suscitan más de una reflexión en
torno a la noción de parentesco que, sin duda, refracta de manera
más o menos enmascarada o desencubierta- en la novela que nos ocupa.
"Cervantes, con el Quijote -enfatizaba en Alcalá
de Henares Carpentier- instala la dimensión imaginaria dentro del hombre,
con todas sus implicancias terribles o magníficas, destructivas o poéticas,
novedosas o inventivas haciendo de ese nuevo yo un medio de indagación
y conocimiento del hombre, de acuerdo con una visión de la realidad que
pone en ella todo y más aún de lo que en ella se busca". "Todo
está ya en Cervantes" -insistía rindiendo homenaje a quien inaugura
esa "cuarta dimensión" ("Cervantes", 229) encarnada en la novela, de
modo más exacerbado, en el sistema de creencias y expectativas que alimenta
el sueño y orienta los pasos del viajero. Pero no es tan sólo
allí, pensamos, donde la invención cervantina se revela como herencia.
Es también en las operaciones a través de las cuales la textualidad
carpenteriana se inscribe en una perspectiva barroca para emplazar su interrogación
al pasado y emprender esa doble travesía hacia los orígenes que
señalábamos al comenzar. Una perspectiva prismática que,
al poner en conmoción las certezas sobre la univocidad de lo "real",
al privilegiar las contradicciones sobre los juicios categóricos, los
claroscuros sobre los tonos absolutos y elevar la virtualidad -zona donde anida
lo posible- como dimensión propiciatoria de conocimiento, valida el magisterio
de una visión descompresora, abierta a la indagación y al cuestionamiento.
En otras palabras: una manera de mirar, de asediar, de calibrar que, si en el
viaje de regreso a los orígenes del "descubrimiento" opera propulsada
por un movimiento relativizador de las fijezas -donde batallan la apariencia
y la realidad, la verdad y el engaño, las versiones consagradas y las
contraversiones, un Colón instrumento de la Divina Providencia y un Colón
condenado por el juicio de la Historia-, en el viaje de retorno a las imágenes
primigenias, fundantes de la representación de América, el movimiento,
la "variación", serán portadores y desencadenantes de otros sentidos.
Allí, en ese proceso que no eclipsa la escritura primera sino que vuelve
a ella para imprimirle una nueva direccionalidad proyectada hacia el futuro,
es donde lo barroco -no ya el heredado sino el que se amasa en el universo crítico,
teórico y filosófico carpenteriano, como paradigma de reconocimiento
y construcción identitaria de nuestra América-, deviene renovado.
Tanto patrimonio de nuestras tierras "Porque -dirá- toda simbiosis, todo
mestizaje, engrendra barroquismo" ("Lo barroco": 119) como pulsión y
proyecto estético capaz de "traducir América con la mayor intensidad
posible" ("América": 186). Tal vez sea en esa inflexión que busca
nombrar lo propio, lo inmediato, donde Carpentier sanciona de manera más
acabada sus parentescos con Cervantes y le rinde el más perdurable de
los tributos. Aquel que se robustece en esta "variacion" indiscutiblemente cubana,
caribeña, emulando el gesto de filiar la aldea, el pequeño mundo
con todo el orbe, autorizándose en la prodigalidad del magisterio como
heredero impulsado por la voluntad de poner en resonancia su insularidad natal
con el mundo, el discurso literario latinoamericano en el concierto de la literatura
universal.
©Gabriela Tineo Ramos
Notas
Arriba
vuelve 1. En el presente trabajo
reelaboramos algunos aspectos tratados en "Resonancias y claroscuridades en El arpa y la sombra de Alejo Carpentier".
vuelve 2. Texto de Jacobo de
la Vorágine que en sus primeras ediciones tiene el título de Vidas
o Leyendas de Santos y, también, Historia Longobarda. Creemos
que en la elección del nombre de la fuente, Carpentier emplaza una seña
portadora de su propósito por diseminar lo áurico en su doble
valor. Por un lado, América como sitio prodigioso y, por otro, la leyenda
colombina que el texto desvirtúa desde la composición del personaje.
Nos ocupamos detenidamente de este último valor en el trabajo referido
en la nota 1.
vuelve 3. Epígrafe de
la segunda parte, "La mano".
vuelve 4. En Minguet: 32.
vuelve 5. Entre las lecturas
críticas que se ocuparon del análisis de los procedimientos a
través de los cuales Colón representa el objeto América
(Ortega, 1990; Pastor, 1983; Mignolo, 1982; Jitrik, 1992), nos importa destacar
el trabajo de Noé Jitrik. Los mecanismos operantes en la descripción
"enumeración disolvente, "generalización vagorosa",
"designación novedosa"-, que el crítico señala,
analiza exhaustivamente y observa como instancias de un proceso discursivo que
va de "un instante inicial, de acercamiento genérico"a un "momento
de [...] descripción más definida" (198), guardan una particular
consonancia con las flexiones recuperadas por Carpentier para modelizar la transformación
gradual de la mirada colombina.
vuelve 6. En los escritos de
Colón se reconoce un proceso que apoyado en Autoridades se dirige de
la duda a la confirmación del encuentro del paraíso. Carpentier
reescribe dicho proceso desde la interferencia de esas autoridades, a las que
apela para desacreditarlas y reforzar el valor que cobra la mirada.
vuelve 7. La novela modula
en giros celebratorios el tono afirmativo empleado por Colón en sus escritos.
En la relación del Tercer Viaje leemos: "en que tengo asentado en el
ánima que allí es el Paraíso Terrenal". Exclama el Almirante
en El arpa y la sombra: ¡...encontré nada menos que el paraíso
terrenal! ¡Sí! ¡ Que se sepa, que se oiga, que se difunda
la Grata Nueva en todos los ámbitos de la Cristiandad...!" (161-162).
vuelve 8. Contratapa de la
novena edición.
Bibliografía
Arriba
- Arciniegas, Germán, 1983: Biografía del Caribe. México:
Porrúa.
- Bhabha, Homi, 1991: Nation and Narration. London and New York: Routledge.
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cultura de los pueblos que habitan en las tierras del mar Caribe", 217-227.
- "Lo
barroco y lo real maravilloso", 108-127.
- "América
ante la joven literatura", 182-188.
- "Cervantes
en el alba de hoy", 227-232.
- Carpentier, Alejo, 1985 [1979]: El arpa y la sombra. La Habana: Edit.
Letras Cubanas.
- Jitrik, Noé, 1992: Historia de una mirada. El signo de la cruz
en los escritos de Colón. Buenos Aires: Edic. de la Flor.
- Minguet, Charles, 1987: "América Hispánica en el Siglo de
las Luces", en: Cuadernos Americanos, Nueva época, 1,1, 30-41.
- Ortega, Julio, 1990: El discurso de la abundancia. Caracas: Monte
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- Mignolo, Walter, 1982: "Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento
y la conquista", en: Luis Iñigo Madrigal (coord.), 1982: Historia
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Cátedra, 57-116.
- Ortega y Medina, Juan, 1987: "Leyenda Áurea. El Buen Indio y el Calibán
indiano", en: Cuadernos Americanos. Nueva época, 1, 1, 16-29.
- Parra, Max, 1994-1995: "La parodia histórica en El arpa y la sombra
de A. Carpentier", en: Explicación de textos literarios. Número
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- Pastor, Beatriz, 1983: Discurso narrativo de la conquista de América.
La Habana: Casa de las Américas.
- Said, Edward, 1975: Principios. Intención y Método.
Nueva York: Libros Básicos.
- Orientalismo,
1990: Madrid: Libertarias.
- Williams, Raymond, 1982: Cultura. Sociología de la comunicación
y del arte. Barcelona: Paidós.
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