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                  Werner Mackenbach
                
              
              
                 
                  Representaciones del Caribe en 
                    la narrativa centroamericana contemporánea
                
              
                            
             
                Universidad de Costa Rica/Universidad de Potsdam (Alemania) 
              wmackenbach@amnet.co.cr 
              
               
              
              
              
                Notas*Bibliografía
                                          
               
              Introducción 
               Entre julio y diciembre del año pasado (2002) se cumplieron 
                exactamente quinientos años desde que el almirante Cristóbal Colón, 
                en su cuarto y último viaje padeciendo de reumatismo y gota y creyendo 
                que se encontraba frente a la costa oriental de tierras asiáticas 
                llegó a las playas caribeñas del estrecho puente de tierra entre 
                los dos subcontinentes que hoy llamamos América (del Norte y del Sur), 
                e istmo entre los dos grandes océanos, el mar del norte y el mar del 
                sur, que hoy conocemos como el Atlántico/Caribe y el Pacífico. 
                Desde ese primer contacto entre el «Viejo Mundo» y la región 
                que en la actualidad lleva el nombre de Centroamérica, la costa del Caribe 
                ha sido durante siglos una puerta de entrada para los europeos: desde los primeros 
                conquistadores bajo el signo de la cruz y la espada, pasando por los incontables 
                viajeros, aventureros, comerciantes, piratas, tratantes de esclavos y soldados, 
                hasta los buscadores de oro y de fortuna y los científicos. Sin embargo, 
                en la historia política, social y cultural, al igual que en sus representaciones 
                artísticas/literarias, la región caribeña siempre ha sido 
                marginada, no obstante el hecho de que en algunos de los estados hoy existentes 
                en el istmo, conforma la mayor parte del territorio nacional. Este hecho ha 
                sido una representación fiel de la ubicación de los conquistadores 
                y colonos españoles y de la sociedad mestiza/ladina/letrada producto 
                de la mezcla entre los ibéricos y los indígenas en la región 
                del Pacífico, especialmente en las ciudades.1 
               Hasta nuestros días, en el discurso literario esta marginación 
                ha tenido su repercusión, en particular en muchos trabajos que apuntaron 
                hacia historias literarias nacionales de los países del istmo. En general, 
                se han subordinado las expresiones artísticas/literarias prehispánicas 
                a una «cultura primitiva» (Arellano, 1997: 15) y se ha colocado 
                el inicio de una «literatura culta» (ibid.: 17) y de una «expansión 
                y florecimiento literarios» (Miró, 1996: 14) con la imposición 
                de la lengua de los conquistadores, «que es ya un idioma adulto cuando 
                el descubrimiento» (ibid.), y con el establecimiento de «frailes 
                de los conventos, [
] los obispos y [
] algunos curas seculares de 
                formación universitaria, como también [
] funcionarios peninsulares 
                y criollos» (Arellano, 1997: 17). De forma paradigmática para este 
                discurso literario tradicional y dominante, el crítico nicaragüense 
                Jorge Eduardo Arellano sostuvo: 
              
                 « [
] la escritura de los indios, o más bien 
                  la pictografía de sus códices [
] , no era fonética. 
                  Esta vino con el español que sustituyó a las lenguas aborígenes 
                  durante la colonia, quedando al margen de este proceso las tribus Sumo-mísquitas 
                  y otras del litoral atlántico en estado casi salvaje que 
                  conservaron sus dialectos primitivos.« (ibid.: 16)2 
               
               Así que las expresiones artísticas/literarias de las regiones 
                caribeñas, que desde esta perspectiva pertenecieron a la «cultura 
                primitiva», no fueron ubicadas en el campo de la literatura «culta» 
                o de las «bellas artes». 
               Una mirada de fuera y un cambio de perspectiva 
               Asimismo en la producción literaria escrita en Centroamérica 
                misma, el Caribe, tradicionalmente, no ha ganado una mayor atención. 
                Mientras el legado mítico-mágico de los mundos prehispánicos 
                de las culturas mayas, en especial de los altiplanos de Guatemala, fue recuperado, 
                re-elaborado y transformado, en particular en la narrativa guatemalteca a partir 
                de Miguel Ángel Asturias, que ha tenido sus repercusiones en todo el 
                istmo, no se puede decir lo mismo de las articulaciones simbólico-artísticas 
                del Caribe, tampoco en el caso de Guatemala. Si el Caribe apareció en 
                las representaciones literarias de la narrativa centroamericana, fue percibido 
                hasta en los años noventa con una mirada del exterior, que perpetuaba 
                la perspectiva de los conquistadores y los criollos/letrados en las ciudades 
                del Pacífico salvo muy pocas excepciones como el costarricense 
                Quince Duncan, que nació en San José pero creció en la 
                costa del Caribe.3 
               De manera ejemplar, esta vista de fuera se ha manifestado 
                en la novelística nicaragüense contemporánea. En la tercera 
                novela de Gioconda Belli, Waslala. Memorial del futuro (1996), la trama 
                se desenvuelve a lo largo de un viaje que sigue la ruta tradicional de los primeros 
                viajeros, de la costa del Caribe a la región del Pacífico, con 
                unas «excursiones» hacia el interior del país. Se semantizan 
                los espacios recorridos recurriendo a unos tropos conocidos desde los primeros 
                viajes de los conquistadores europeos: predominan la percepción de la 
                naturaleza exuberante como un locus amoenus, que de vez en cuando se 
                torna en un locus terribilis, y la búsqueda del paraíso 
                una especie de Eldorado en la selva, que se metaforiza como una terra incognita. Los frecuentes recursos a los mitos preshispánicos 
                por ejemplo, la simbolización del río como la gran serpiente 
                con alas verdes de la mitología maya (Kukulká) son funcionalizados 
                para la proyección de una utopía política a finales del 
                siglo XX. 
               Ya diez años antes de la publicación de la novela 
                de Gioconda Belli, en la novela Siete relatos sobre el amor y la guerra (1986) de Rosario Aguilar, la representación del espacio caribeño 
                había dominado la geografía literaria. También cuenta un 
                viaje: el de una mujer de la región del Pacífico a la Costa del 
                Caribe, para vivir junto con su esposo caribeño. La novela tematiza la 
                existencia de dos culturas diferentes, que les impiden vivir juntos y entenderse 
                narrada desde la perspectiva de la mujer del lado del Pacífico. 
                Esta división en dos culturas distintas caracteriza también otras 
                novelas publicadas en los años noventa. El Reino Moskito (La novela 
                  de la Costa Atlántica) (1991) de Bayardo Tijerino Molina es uno de 
                los primeros y pocos textos en cuya diégesis la región del Caribe 
                no es solamente el escenario geográfico sino también el tema central. 
                Su referente extraliterario son los intentos del gobierno sandinista en los 
                años ochenta por integrar la región del Caribe a la nación 
                (revolucionaria) y los anhelos de autonomía de los diferentes grupos 
                de la población costeña. Con recursos irónicos deconstruye 
                estos intentos. Sin embargo, su perspectiva es la del Pacífico: se narra 
                la novela desde la perspectiva de un narrador en primera persona, Félix 
                Flores, funcionario de la burocracia gobernante en la capital Managua, dominada 
                por la cultura mestiza. El Caribe queda fuera de la nación nicaragüense, 
                no comprendido y no integrable.  
               Algo similar vale para la novela Vuelo de cuervos (1997) 
                de Erick Blandón, la cual hace referencia a la política del traslado 
                forzado de comunidades indígenas enteras de sus habitats tradicionales, 
                realizada por el gobierno sandinista con el propósito de integrarlas 
                a la nación nicaragüense. Con las técnicas de la carnavalización 
                deconstruye estos intentos. Gran parte de la novela es contada desde la perspectiva 
                de un intelectual, socializado y politizado en la región del Pacífico, 
                que simpatiza con los intereses de los indígenas en contra de los gobernantes 
                en Managua. Sin embargo, los indígenas no tienen voz propia (tampoco 
                son representados por una instancia narrativa propia), no son más que 
                un objeto de los discursos entre los diferentes grupos de la región del 
                Pacífico.  
               En otras novelas nicaragüenses publicadas en los años 
                noventa, el espacio caribeño también penetra el espacio literario, 
                pero siempre es representado por una perspectiva de fuera; como, por ejemplo, 
                en La zarza y el gorrión (1999) de Róger Mendieta Alfaro 
                en que se critica la revolución en nombre de las culturas indígenas, 
                pero desde la vista de un ex-comandante guerrillero mestizo que entretanto se 
                distanció del régimen revolucionario. En este sentido, hasta en 
                los años noventa, la mayor parte de las novelas publicadas en Nicaragua 
                ha seguido las huellas de la novela Ebano del escritor Alberto Ordóñez 
                Argüello, que fue publicada ya en 1954 y fue uno de los primeros textos 
                literarios sobre la costa del Caribe. Esta novela denuncia la explotación 
                norteamericana de los recursos naturales del Caribe y la complicidad del régimen 
                dictatorial de los Somoza, pero lo hace «desde la perspectiva intelectual 
                [
] del Pacífico» (Arellano, 1994: 34).  
               Sin embargo, en el transcurso de la década de los noventa, 
                en las narrativas centroamericanas fueron publicados textos de diferentes autores 
                de distintos países que indican un cambio de perspectiva en relación 
                con la representación literaria del Caribe, desde una vista del exterior 
                hacia una vista del interior. A continuación voy a referirme a 
                manera de ejemplo a cuatro textos: las novelas Calypso (1996), 
                de la costarricense (de origen chileno) Tatiana Lobo, y Columpio al aire (1999), del nicaragüense Lizandro Chávez Alfaro, así como 
                los cuentos «La anunciación del Cristo Negro» (1991), del 
                panameño Rafael Ruiloba, y «Guerras y rumores de guerra» 
                (2000), del beliceño David Nicolás Ruiz Puga. 
              El encanto perdido del Caribe 
               Hasta hoy en día en la percepción desde afuera 
                de la cultura y literatura costarricenses ha prevalecido una imagen dominada 
                por la falta de un exotismo caribeño que en otros casos ha sido la marca 
                registrada en el mercado cultural internacional. No es por casualidad que, no 
                solamente entre sus vecinos, el pequeño país tropical pase aún 
                en la actualidad por la «Suiza centroamericana», y que en su idiosincracia 
                prevalezcan los patronos blancos/europeos. Como sea, es verdad que en su historia 
                faltan, casi por completo, las convulsiones tan típicas de los otros 
                estados del istmo: guerras y guerras civiles, golpes militares y revoluciones, 
                luchas armadas e insurrecciones. 
               Parece que Tatiana Lobo en su segunda novela, Calypso, 
                publicada en 1996 de una sola vez ha querido compensar lo que hasta ahora ha 
                faltado en esta percepción del país, por sus abundantes ingredientes 
                exóticos de procedencia tropical.4 El centro de la novela es la vida en 
                Parima Bay, alguna bahía olvidada en la costa del Caribe. La gente que 
                vive allí comienza a llamar a esta bahía, que antes carecía 
                de nombre, con el apellido del primer hombre blanco que viene del interior del 
                país, Lorenzo Parima, y quien se establece en esa playa el día 
                en que «al otro lado del Atlántico, un austríaco loco desataba 
                la segunda guerra mundial» (11). Le acompaña un ex-camarada de 
                trabajo, el negro Alphaeus Robinson, «hombre de buena fama y calificado 
                prestigio, el mejor estibador del Puerto» (ibid.). A él se le llama 
                «Plantintáh» por su «desmesurada afición por 
                ciertas golosinas de masa rellenas con plátano dulce teñido de 
                rojo vegetal, que en buen inglés se escribía plantain tart, pero 
                que hablado en la forma dialectal de la región sonaba aproximadamente 
                así, plantintáh» (13), pero también «Jicaritas 
                de Agua Dulce» a causa de la predilección que las prostitutas blancas 
                de su burdel preferido tienen por el portador de ese «apodo expresivo 
                y cariñoso con el que lo distinguían de la clientela ordinaria» 
                (ibid.)  nombre afectuoso y al mismo tiempo bastante ambiguo que más 
                tarde provocará la envidia desmedida de Lorenzo. 
               El blanco no sólo abre el primer comisariato en el lugar encargando 
                «un tarro de pintura amarilla, color pico de tucán, con el que 
                escribió PARIMA Y CIA. sobre la puerta de dos hojas» (29) 
                , sino también introduce el primer aparato de radio, el primer bote con 
                motor, el primer teléfono a la bahía, y después, cuando 
                se vuelve más y más una atracción turística, la 
                primera discoteca, el alumbrado público y la primera comunicación 
                vial con el interior del país. Sin embargo, «Parima Bay perdía 
                en encanto lo que ganaba en progreso» (217). Esta expresión de 
                la narradora, presentada en la última parte de la novela muy bien podría 
                servir como epígrafe del libro, aunque sólo caracterizara un aspecto: 
                el intento de apoderarse de la vida en la bahía a través de los 
                medios del progreso. Pero mientras la entrada de la modernidad a la bahía 
                destruye el embrujo de las costumbres tradicionales de vida, al mismo tiempo 
                Lorenzo sucumbe a esta magia y no podría ser de otra manera: en 
                su expresión femenina. Se enamora tanto de la bella Amanda, la mujer 
                de piel negra de su compañero Plantintáh, que lo asesina para 
                abrirse el paso a sí mismo. Pero ella prefiere a un negro jamaicano. 
                Como una obsesión, este amor se prolonga con la hija de Amanda, Eudora, 
                y la hija de la hija, Matilda (las tres partes de la novela llevan los nombres 
                de las tres mujeres). Eudora incluso acepta casarse con él. Sin embargo, 
                él no logra realmente poseer a ninguna de las tres mujeres. 
               En contra de la fuerza destructiva de este progreso, la autora evoca y reaviva 
                un mundo sumergido y perdido. Al mismo tiempo, la novela no pone en duda que 
                no existe una alternativa a la modernidad. Incluso Africa, la mítica 
                patria primordial, ya no ofrece un amparo seguro: «Africa es una pesadilla, 
                [
] es una grande y profunda desesperanza» (185), resume Plantintáh/espíritu 
                que regresa de un viaje espectral al continente negro, «sin encontrar 
                la forma de renacer» (184). Porque también los africanos «habían 
                perdido el contacto con las energías primarias del planeta» (185). 
                De una vez para siempre las raíces están cortadas, no hay regreso 
                a los orígenes, sólo la mezcla de los ritos antiguos con los hábitos 
                de vida modernos.  
               Tal vez se podría criticar que la novela recurre demasiado a los grandes 
                arquetipos de la novelística latinoamericana contemporánea, recreando 
                de cierta manera el Macondo de García Márquez bajo condiciones 
                caribeñas centroamericanas, que retoma las fórmulas acreditadas 
                del «realismo mágico» (por ejemplo, en la supervivencia de 
                Plantintáh como espíritu omnipresente después de su muerte), 
                o que algunos de los personajes de la novela quedan como xilografías. 
                No obstante, la autora logra una metáfora acertada de la realidad caribeña 
                en la era del «colonialismo poscolonial». El hombre blanco, si bien 
                es capaz de establecer su dominio económico, nunca podrá conquistar 
                las almas. Lorenzo logra casarse con Eudora, sin embargo, ya en la noche de 
                bodas sus fuerzas viriles le fallan. El encanto del Caribe le queda vedado. 
               La diversidad multicultural del Caribe 
               Con la tercera novela de Lizandro Chávez Alfaro, Columpio 
                al aire (1999), el espacio indígena del Caribe se establece definitivamente 
                en el centro del espacio literario de la novelística nicaragüense 
                contemporánea.5 Desde 
                la novela de Tijerino Molina ya mencionada, que fue publicada a inicios de la 
                década, el texto de Chávez Alfaro no solamente es el primero en 
                que la costa del Caribe nicaragüense, en particular la ciudad de Bluefields, 
                es el tema diegético principal, sino en que la contradicción entre 
                el Pacífico y el Caribe se vuelve constitutiva para el espacio literario 
                de una manera más trascendente. El referente extraliterario de su discurso 
                narrativo son algunos sucesos en la historia de la costa del Caribe nicaragüense 
                y sus relaciones con el estado nacional. El tiempo narrado son unos meses del 
                año 1896, es decir, dos años después de la ocupación 
                militar y la promulgación del «Decreto sobre la reincorporación» 
                de la región caribeña al estado nicaragüense por el gobierno 
                liberal del general José Santos Zelaya en Managua que llegó al 
                poder en 1893. En numerosos flashbacks, la narración recurre a 
                acontecimientos en la historia de la costa del Caribe desde el siglo XVII. En 
                dos tramas entrelazadas la novela dibuja una imagen simbólica de esta 
                historia: Por un lado, por orden del general Migloria, el comandante de las 
                fuerzas de ocupación de la región del Pacífico y sátrapa 
                local del gobierno del general Zelaya, se procede a trasladar el cementerio 
                comunal, en que descansan los reyes y princesas del antaño «Reino 
                Mískitu», para abrir paso a la construcción de una calle. 
                Por otro lado, la población de Bluefields durante semanas se ocupa de 
                los preparativos para presentar por primera vez con la ayuda y bajo la 
                dirección de los pastores de la Herrnhuter Brüdergemeine (la Iglesia Morava) el Messias de Händel en esa ciudad símbolos 
                de las tradiciones propias, variadas y multiculturales (influenciadas por Inglaterra 
                y Alemania) de la costa del Caribe nicaragüense y de la destrucción 
                de estas tradiciones en el curso de la anexión militar por el régimen 
                en Managua, en nombre del progreso y de la modernidad. 
               En la novela abundan las metáforas y alegorías que tematizan estos 
                dos aspectos; por ejemplo, la violación de una joven negra por un soldado 
                de las tropas de ocupación; la insistencia del general Migloria en que 
                el progeso no debería no tocar incluso santidades fallecidas y particularmente 
                los cambios de nombres de calles y plazas públicas y hasta ciudades enteras, 
                que son llevados a cabo sistemáticamente. La «Albert Street» 
                se transforma en «Avenida Zelaya», la «Calle del Rey» 
                en «Calle del Comercio», el «Río Bluefields» 
                en «Río Escondido», la ciudad de «Greytown» en 
                «San Juan del Norte». Mientras estos cambios de nombres paulatinamente 
                borran la memoria a la propia historia condición de una identidad 
                propia, el programa ambicioso de construcción de instalaciones 
                públicas como un parque central, un hospital, calles nuevas, un faro 
                y especialmente una «Escuela Normal» («pieza clave en el proyecto 
                de asimilación», 75), en que se enseña en español, 
                destruye las estructuras orgánicas: Se cierran diez escuelas de la Iglesia 
                Morava que durante medio siglo eran el fundamento del sistema de educación. 
                Los intentos de los habitantes de crear un sistema escolar privado y clandestino 
                para conservar las tradiciones e idiomas propias fracasan muy pronto. 
               Por primera vez en la historia de la novelística nicaragüense 
                se cuentan los intentos de resistir a esta asimilación forzada desde 
                la perspectiva de los habitantes de la costa del Caribe, del viejo «Reino 
                Mískitu», que ya contaba con una historia de 180 años cuando 
                se proclamó la República de Nicaragua. Esta defensa de la identidad 
                e historia propias y diferentes no resulta simplemente en la afirmación 
                de la homogeneidad y (nueva) centralidad de los (hasta ahora) marginados, en 
                contraposición al (viejo) centro. Bajo las estrellas del antaño 
                reino de la Mosquitia no solamente existen idiomas y culturas múltiples: mískitu, rama, sumu, kukra, creole. Incluso su mismo nombre no 
                está claro: mosquita, móskita, muskita, mosqueta, mískitu ... Muchos de sus habitantes son originarios de otras regiones del país, 
                al otro lado de la línea divisoria arbitrariamente trazada cerca de la 
                ciudad de El Rama, y son descendientes de otros antiguos reinos indígenas. 
                También, la «incorporación» de la región del 
                Caribe en la república nicaragüense mestiza con sus tradiciones 
                españolas desemboca en una ulterior mezcla y un esfumar de las identidades: 
                El cambio de nombre de Greytown a San Juan del Norte no es una denominación 
                que sustituye otra como comunmente fue el caso en las colonias, sino «la 
                viva ambigüedad»: «En sus alegatos de reclamación al 
                gobierno de los Estados Unidos, aquella asociación de comerciantes franceses, 
                españoles, sardos, ingleses, alemanes y estadounidenses, no sabían 
                expresar con certeza si los marinos del presidente Pierce habían quemado 
                Greytwon o San Juan del Norte.» (124) Y lo que vale para la región 
                del Caribe no es menos válido para el resto del país: «Granada, 
                llamada así porque su fundador español quiso sobreponer el nombre 
                de su Granada andaluza al poblado autóctono de Xalteva.» (124s.) 
                En vista de esta diversidad, ambigüedad y heterogeneidad, cualquier intento 
                de imposición de una identidad única y unívoca o de una 
                armonización de las diferentes identidades están condenados a 
                la frustración. 
               Mientras en la novela ya mencionada de Erick Blandón, Vuelo de cuervos, fracasan los intentos bien intencionados 
                de unos cuadros políticos sandinistas de organizar un festival multicultural 
                con la participación de todas las minorías étnicas, culturales 
                y religiosas para fomentar la unidad, en la novela de Chávez Alfaro se 
                frustran los esfuerzos de los invasores católicos de trasladar sus tradiciones 
                culturales y religiosas a la región caribeña a través de 
                la organización de las «Fiestas de San Jerónimo». 
                Así como en Blandón se deconstruye la ambición del poder 
                centralista, en Chávez Alfaro varias técnicas narrativas como 
                las rupturas temporales en forma de analepsis y prolepsis y los metatextos del 
                narrador/autor que comentan la trama, hasta elementos paródicos e irónicos 
                sirven para apoyar esta deconstrucción. En el capítulo final, 
                que aparentemente no tiene una relación directa con el resto del libro, 
                la novela rehuye definitivamente una interpretación puramente historizante. 
                La negra Viola Hendy, hermana del último rey del «Reino Mískitu», 
                que iba a cantar el Messias, es asesinada en una especie de ritual sexual 
                por el dirigente del coro, Safá Kubrik de esta manera, el mestizo 
                aparentemente triunfa también físicamente. Pero la voz de Viola 
                reaparece en el cuerpo de Ocelin Willis, que la sustituye en la presentación 
                una ulterior alegoría de la supervivencia de las tradiciones viejas 
                que se mezclan con las nuevas y son distorsionadas de manera múltiple. 
                Las Fiestas de San Jerónimo terminan en tumultos y saqueos, el general 
                Migloria se rebela contra su mandatario Zelaya, ídolo del estado-nación 
                nicaragüense. Nada es seguro, todas las identidades se desvanecen. Las 
                ambiciones de un poder estatal centralista se desbaratan, pero no son sustituidas 
                por nuevas certidumbres. Las identidades son frágiles y quebradizas. 
                Los espacios de la geografía nicaragüense narrativamente representados 
                son semantizados étnicamente de manera múltiple. El espacio «étnico», 
                sin embargo, ya no ofrece identidades fijas, es un lugar del encuentro, de la 
                coexistencia y de la superposición de identitades múltiples y 
                contradictorias, de la simultaneidad de lo diferente y no simultáneo.6 
              El Caribe como crisol de mundos diferentes 
               Esta percepción y representación del Caribe 
                como mundos diferentes, es decir, de los Caribes en plural, también son 
                un rasgo característico del cuento «La anunciación del Cristo 
                Negro» (1991) del escritor panameño Rafael Ruiloba.7 El cuento está 
                escrito en el estilo de un informe sacro que un franciscano dirije a su Prior 
                y al Santo Padre, «que me encomendó una vista sobre estos ritos 
                alejados de la vigilancia de la Santa Madre Iglesia, que viven en agravio de 
                la Justicia divina y humana» (181).8 «Estos ritos» son unas 
                ceremonias y una procesión a Yoruba que se están realizando anualmente 
                entre negros y zambos «que insisten en hacer de un negro huído 
                un Cristo» (174) en la región de Portobelo, donde se reúne 
                «una confusión de penitentes, pendones, populacho derramado en 
                fervores, súplicas, ondear de palios, bruscos cabeceos [
] ; mujeres 
                que transparentan sus ancas, sus lujurias y sus desnudeces; hombres que braman 
                como toro en celo [
] » (ibid.).  
               De Su Santidad recibe la orden de ir a ese lugar para inspeccionar esos ritos 
                y dar testimonio de que los franciscanos no tienen que ver con los actos de 
                herejía y así limpiar el rostro de La Santa Madre Iglesia de estas 
                sombras. Como lo advierte su Prior, se da a esta misión para instruir 
                a los habitantes del lugar en la fe católica, para «catequizar 
                a la negrada» (178). Lo hace bajo el «débil amparo de la 
                fe» (175), y su Prior le recomienda «entrar mudo y salir callado» 
                (ibid.). Sin embargo, en el momento de escribir su informe, del que parte el 
                discurso narrativo del cuento, quiere reportar todo, prosar «estas memorias 
                para no ser traicionado por el olvido» (ibid.). Jura en voz alta que cumplía 
                con «la tarea encomendada por su voluntad» (179): 
              
                 «Por la autoridad de Dios todo poderoso, Padre, Hijo y Espíritu 
                  Santo, de la Inmaculada Virgen María, madre y patrona del Salvador 
                  y de todas la Vírgenes celestiales, Ángeles, Arcángeles, 
                  Tronos, Dominios, Profetas, Apóstoles y Evangelistas a vos encomiendo 
                  mi vida y mi virtud, vos sabéis que he sido probo.» (ibid.) 
               
               Sin embargo, su fiel testimonio se convierte en abierto cuestionamiento de esta 
                su misión misma. Cuenta dudando si fue un sueño o no 
                su peregrinaje al lugar del Cristo Negro donde pasó una noche entera 
                en que cayeron inmensos aguaceros del cielo y en que descubrió que «tiene 
                extraños poderes el ver» (179). Ante estos poderes su probidad 
                se encuentra cuestionada seriamente: «Nada había en el luri eclesiastici 
                universi libri tre, sobre las dobleces de las mulatas en ritos selváticos 
                de aquestas tierras de Portobelo.» (179) Pero no es sólo asunto 
                de ojos: 
              
                 «Las damas de las cortes no son como éstas. Son fábricas 
                  de lucimientos y de postizos; palpitantes de la métrica y de la rima. 
                  Pero estas salvájicas
 Uno no puede ser santo sin saber como Moisés, 
                  las virtudes y las templanzas que da el pecado. Entonces me agarraron el clavicordio, 
                  Dios sabe que soy probo y con boca erudita ciñeron mis partes y bajaron 
                  al púlpito y allí proclamaron la unidad de Dios con la lluvia 
                  que caía a todo dar.» (180) 
               
               Aparentemente estas representaciones de las realidades tan irreales del Caribe 
                son narradas desde una perspectiva de fuera. El estilo noble y sagrado del informe 
                sacro parece reforzar este carácter. Con frecuencia el autor utiliza 
                el lenguaje eclesiástico hasta en sus más antiguas formas. Basta 
                citar unos ejemplos: «Quiero dar fe propiciatoria» (174), «Como 
                su santidad ordenóme» (175), «Llegué aquestos lares» 
                (ibid.), «Quiero dar fe» (176), «El Prior que embarcóse» 
                (177), «Por la autoridad de Dios todo poderoso [
] » (179; 
                veáse la cita completa arriba), «Venerables hermanos, salud y bendición 
                apostólica, viajero destas tierras inmundas, donde también está 
                la gracia del señor, ante la siembra incansable de la cizaña de 
                parte del enemigo y vocero de las galas del Santo Padre [
] » (180s.), 
                etc. 
               Sin embargo, la discrepancia entre este estilo noble en que cuenta sus vicisitudes 
                y las más profanas y mundanas tentaciones y actividades de las bellezas 
                caribeñas, a las que sucumbe definitivamente, convierten el relato en 
                un discurso paródico. Aunque en la forma de su lenguaje el narrador quede 
                aferrado a su misión de «catequizar a la negrada» (178), 
                con el contenido de su informe comienza a «catequizar» a sus hermanos 
                cristianos: 
              
                 «Entonces comprendí la misión del señor, puesto 
                  que muchos son sus caminos. Cuando las mulatas vagabundeaban por las riberas 
                  de los mil conventos de mi piel, ví con éxtasis, que esta tierra 
                  es para milagros, ubérrima.» (180) 
               
               La voz del narrador se convierte en una voz desde el interior del Caribe. El 
                estilo sacro y noble está siendo tomado por dentro por los milagros profanos 
                de estas «tierras inmundas» (ibid.) y se transforma en el portador 
                de un nuevo evangelio:  
              
                 «[
] he de informaros concluye su informe sacro que 
                  aparecióseme en uno de los lares de Portobelo un ángel del señor 
                  y me reveló en sueños la santidad del Negro Cristo y la necesidad 
                  de incorporar estos ritos y procesiones, al seguro cobijo de la Santa Madre 
                  Iglesia. Y recomiendo la urgente misión de hacer una iglesia en el 
                  lugar mismísimo de la revelación. [
] me propongo como 
                  voluntario para edificar las bases de la Iglesia de Portobelo antes de las 
                  fiestas de guardar.» (181) 
               
               La misión del conquistador católico de la región del Pacífico 
                se ha transformado definitivamente en lo contrario. Está siendo «evangelizado» 
                por creencias y costumbres múltiples del Caribe. Hasta en su lenguaje 
                clerical reconoce al Caribe como un crisol de mundos diferentes, que son iguales 
                ante el Señor. Resume «que una vez más interpone ante los 
                humanos ojos, la verdad, en cuanto a que los caminos del señor son de 
                muy diversa gama y de muy diversas vueltas» (ibid.). El cuento que tiene 
                su referente extraliterario en unas costumbres paganas celebradas anualmente 
                en la región de Portobelo, se convierte en una alegoría del sincretismo 
                cultural y religioso del Caribe (al mismo tiempo está lleno de alusiones 
                al «sincretismo» comercial en forma del contrabando, otro rasgo 
                característico del Caribe) y de la supervivencia de los ritos ancianos 
                que se mezclan con la fe cristiana, dejando a los cristianos sin defensa. Ni 
                siquiera el «débil amparo de la fe» (175) puede impedir la 
                deconstrucción de la hegemonía católica-europea por medio 
                de los recursos a la parodia y la ironía. 
               El Caribe como objeto de litigio entre los centroamericanos 
              Como en su novela Got Seif de Cuin! publicada en 1995, 
                el autor beliceño David Nicolás Ruiz Puga en su cuento «Guerras 
                y rumores de guerra» (2000) recurre a la historia de este país 
                que recién en 1981 logró su independencia como estado nacional 
                soberano del Imperio Británico, y que se destaca de los otros países 
                del istmo no solamente por su desarrollo histórico muy particular, sino 
                también por su exclusiva ubicación geográfica y cultural 
                en el entorno caribeño.9 
               En el cuento se relatan unos acontecimientos sucedidos en el pueblo San José 
                situado «a dos pasos de la frontera en la mera boca de los militares» 
                (95s.), es decir, en el territorio limítrofe con Fallabón (Guatemala), 
                dos pueblos que son separados por el Río Viejo. En particular, el tiempo 
                narrado hace referencia a los sucesos de un día, doce años antes 
                de la independencia, es decir, en el año 1969, narrado desde un tiempo 
                después de haber logrado la independencia (véase 105): 
              
                 «Lo más aterrador para los que vivíamos en el pueblo 
                  era una incursión armada en la madrugada, cuando todos colgábamos 
                  la quijada bajo las colchas.» (95) 
               
               Es una historia de continuos conflictos armados, o mejor dicho, 
                de una permanente situación de amenaza de una invasión militar: 
                «de una guerra presente [
] en la mente de todos» (104). Estas 
                amenazas tienen su causa directa en las reivindicaciones territoriales de Guatemala 
                para recuperar el territorio bajo control inglés que se basan en el uti 
                  possideti iuris con que en el momento de la independencia de Centroamérica 
                de España se definieron los límites territoriales de los estados 
                nacionales en la región. Sin embargo, tienen su origen en los intereses 
                geo-estratégicos de los españoles e ingleses y los conflictos 
                de ahí resultantes, como lo explica el abuelo del narrador al inicio 
                del cuento. Según él, «ni a los españoles ni a los 
                ingleses les importaba un comino esta gente comelona de tortilla» (95), 
                y la región había caído por fortuna en manos de los británicos.  
               Ante la amenaza permanente de los guatemaltecos con sus kaibiles, 
                las tropas especiales anti-terroristas, el ejército de Su Majestad se 
                convierte en un amparo de los habitantes de San José, que incluso se 
                sienten protegidos por los «chinos» que llegan al pueblo en uniformes 
                ingleses y que en realidad son soldados de Nepal al servicio de la armada británica, 
                reconocidos por sus altas capacidades en la lucha en la selva. Estas expectativas 
                culminan aparentemente con la visita anunciada del Duque Felipe Mountbatten 
                de Edimburgo al pueblo vecino de San José Succotz, un Miércoles 
                de Ceniza. Por supuesto, todo el pueblo se prepara para recibir al aristócrata 
                y se reúne a las orillas del río. Sin embargo, «el Duque 
                llegó y se fue. La visita no era al pueblo de San José como se 
                había anunciado.» (101) En el último momento el representante 
                de la Corona Británica había cambiado su itinerario por razones 
                de seguridad dejando al pueblo, «un poco cabizbajo» (ibid.), inadvertido 
                como para reconfirmar los juicios sobre el desinterés de las fuerzas 
                extranjeras en la gente de carne y hueso in situ pronunciados por la 
                voz del abuelo al inicio del cuento. 
               También la invasión tan temida se convierte casi en un fantasma. 
                Por cierto, los habitantes ante los rumores de guerra, reiteradamente se preparan 
                para escapar de las tropas invasoras y esconderse en la zona norte del país: 
              
                 «Un ambiente de inseguridad reinaba en todos los hogares donde estaban 
                  pequeños y grandes atareados, empacando sus pertenencias en valijas 
                  empolvadas y cajas de leche condensada. Mientras algunos abrían de 
                  par en par las puertas de sus gallineros para darle libertad incondicional 
                  al gallo y las gallinas, otros salían a rematar los cochinos a cinco 
                  centavos la libra. Se vendían los terrenos a precios de ganga sin importar 
                  ya las herencias y reliquias de los antepasados.» (103) 
               
               Sin embargo, «los invasores nunca llegaron» (105), la guerra no 
                estalló. La invasión resulta «ser fabricación de 
                algún haragán quien solamente deseaba comerse los pollos» 
                (ibid.). No obstante interviene la voz del narrador desde una perspectiva 
                doce años más tarde, es decir, después de la proclamación 
                de la independencia, por un testimonio de un ex-oficial de las tropas 
                guatemaltecas se supo que los preparativos para la invasión fueron reales, 
                sólo se esparaba la orden del General de la República en aquel 
                tiempo para comenzar las acciones militares, lo que nunca se dio. 
               El pueblo de San José sigue viviendo esta situación entre rumores 
                y certidumbres, entre realidad e irrealidad también después de 
                haber logrado la independencia del Imperio Británico (así termina 
                la narración). Esta mezcla se convierte en una alegoría de la 
                situación de un pueblo que existe entre la historia y la ficción 
                y es objeto de litigios y lealtades múltiples y frágiles, siempre 
                buscando conservar una identidad precaria entre estas influencias y presiones 
                diversas para lo que constantemente recurre al camuflaje, al disimulo y una 
                capacidad inmensa de adaptación. Al mismo tiempo, esta situación 
                es el suelo nutritivo ideal de prejuicios mutuos entre los guatemaltecos y beliceños 
                a pesar de que por lo menos parcialmente tienen una historia común, 
                están unidos por lazos familiares y también por recibir clases 
                en la misma escuela al lado beliceño del Río Viejo: 
              
                 «La escuela Católica Romana de San José contaba con 
                  varios alumnos de Fallabón, quienes cruzaban la frontera diariamente 
                  con el propósito de recibir una educación en inglés. 
                  Cada día, al tocar la campana del recreo, íbamos a comprar los 
                  dulces de melcocha y nos sentábamos bajo el árbol de bucut para hablar de los rumores de guerra. [...] Mientras los del pueblo hablábamos 
                  de irnos al norte hacia la frontera de Yucatán, los de Fallabón 
                  hacían mención de unas cuevas más allá de las 
                  montañas donde había suficiente agua y espacio. La discusión 
                  terminaba cuando sonaba la campana y todos acordábamos en irnos a las 
                  cuenvas en caso de guerra.» (96) 
               
               Gran parte del cuento es narrado desde la perspectiva de estos 
                estudiantes jóvenes de San José. Este recurso narrativo le permite 
                al autor diseñar una imagen del Caribe poco exótica, idílica 
                o «mágico-realista», vista por dentro, una imagen de sus 
                dificultades por encontrar y conservar una identidad propia en los conflictos 
                entre las potencias España e Inglaterra, ante las reivindicaciones territoriales 
                de sus hermanas y hermanos centroamericanos al otro lado del río y de 
                la frontera, pero también ante la mezcla con «chinos», gurkhas, 
                asiáticos etc..  
              Conclusiones 
              Las representaciones del Caribe están ocupando un lugar 
                más amplio y más destacado en el espacio literario de la narrativa 
                centroamericana contemporánea, no solamente en términos cuantitativos, 
                sino también cualitativos. Predominan una perspectiva interior y la superación 
                de una imagen homogénea del Caribe vista desde fuera, por lo que mejor 
                podríamos hablar de representaciones de los Caribes. Es obvio que las 
                posiciones tradicionales para definir el carácter de las literaturas 
                centroamericanas, es decir, su pertenencia cultural, definitivamente se han 
                vuelto obsoletas. En su estudio La historiografía literaria en América 
                  Central (1957-1987) publicado en 1995, Magda Zavala y Seidy Araya criticaron 
                de manera ejemplar la primera edición del Panorama de la literatura 
                  nicaragüense publicado en 1966 por el crítico Jorge Eduardo 
                Arellano, porque sostuvo que Nicaragua pertenecía a «la cultura 
                grecorromana y católica» (Zavala/Araya, 1995: 83) y atribuía 
                una condición «mediterránea, clave de nuestra geografía 
                e historia» (Arellano, 1966: 7; cit. en Zavala/Araya, 1995: 83) a las 
                letras nicaragüenses.10 
               Sin embargo, me parece algo exagerada la posición alternativa a que han 
                llegado Magda Zavala y Seidy Araya en su estudio citado: 
              
                 «La naturaleza de los procesos de conquista y colonia, así 
                  como la historia reciente de invasiones y estrategias de control neocoloniales 
                  (con sus consecuencias sociales y antropológicas, económicas 
                  y culturales) reúne esta zona ístmica con el Caribe y le imprime 
                  un carácter de caribeñidad a su vida social y a su universo 
                  imaginario, sobre todo en la costa atlántica.» (ibid.: 10) 
               
               Por cierto, los vínculos con las literaturas del Caribe se expresan en 
                «la existencia de una literatura oral tradicional, que llega a dar sustento 
                a algunas creaciones literarias ilustradas» (ibid.: 20), por un lado, 
                y en «la presencia de los procesos culturales del Caribe en los temas 
                de las distintas literaturas nacionales» (ibid.), por el otro. Sin embargo, 
                no hay que hacer nuevas exclusiones. ¿Que sería, por ejemplo, 
                la literatura salvadoreña para un concepto tal? Las narrativas centroamericanas 
                siguen siendo articulaciones de influencias diferentes, mezclas entre el Pacífico, 
                el centro (el altiplano, la montaña, el valle central) y el Caribe en 
                todas sus diversidades. 
               Una de las tareas de ahí resultantes será profundizar 
                los estudios de las literaturas centroamericanas escritas en español 
                que se ocupan del Caribe (desde una perspectiva interior). El número 
                de obras de este tipo publicadas en los últimos años ha aumentado 
                de manera significativa y supera notablemente los pocos ejemplos analizados 
                en esta conferencia. Unas de las autoras que más destacan en este contexto 
                son la costarricense Anacristina Rossi con sus dos novelas La Loca de Gandoca (1992) y Limón Blues (2002) y la mexicana-costarricense Yazmín 
                Ross con su novela La flota negra (1999) que se dedican por completo 
                a la respresentación narrativa del Caribe costarricense en diferentes 
                épocas.11 Otra 
                tarea, no menos importante y pendiente ya hace mucho, es la de dedicar investigaciones 
                exhaustivas al estudio de las articulaciones literarias centroamericanas en 
                otros idiomas (inglés, creole, lenguas indígenas).12 Así 
                la puerta de entrada a Centroamérica, que por mucho tiempo se había 
                transformado en la puerta trasera del istmo, se podrá convertir en un 
                portal de las literaturas en Centroamérica. 
              ©Werner Mackenbach 
                
              
              
                 
              
              
                Notas 
              
              Arriba 
              vuelve 1. Obviamente, hago 
                abstracción de Belice que se caracteriza por rasgos muy propios en su 
                desarrollo histórico, especialmente por sus vínculos estrechos 
                con el imperio británico. 
              vuelve 2. Magda Zavala y Seidy 
                Araya llegan a una conclusión similar para las obras historiográfico-literarias 
                publicadas en los otros países centroamericanos. (véase Zavala/Araya, 
                1995: 185-189). 
              vuelve 3. En particular, en 
                Los cuentos del Hermano Araña (1975) y en la novela La paz 
                  del Pueblo (1978) destaca una vista del interior en relación con 
                la representación del Caribe y la incorporación de las tradiciones 
                orales de origen africano. (véase Zavala/Araya, 1995: 20; Rojas/Ovares, 
                1995: 232). 
              vuelve 4. Antes había 
                publicado los libros de cuentos Tiempo de claveles (1989), Entre Dios 
                  y el Diablo, mujeres de la Colonia (1993), la novela Asalto al Paraíso (1992), piezas de teatro y ensayos. En 2000 se publicó su tercera novela, El año del laberinto. Por estas obras fue galardonada con varios 
                premios literarios en Costa Rica, México y Chile. 
              vuelve 5. Antes había 
                publicado las novelas Trágame tierra (1969) y Balsa de serpientes (1976) así como los libros de cuentos Los monos de San Telmo (1963), Trece veces nunca (1979), Vino de carne y hierro (1993) y Hechos 
                  y prodigios (1998). 
              vuelve 6. La novela está 
                basada en una concepción de la nación que no se fundamenta en 
                criterios de exclusión étnica, una nación en que identidades 
                étnicas diversas coexisten al mismo tiempo y con los mismos derechos. 
                Esto, a mediados de los años noventa (cuando fue publicada la novela), 
                no solamente seguía siendo un tabú aunque la autonomía 
                de la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) 
                y la Región Autonoma del Atlántico Sur (RAAS) fue reconocida 
                constitucionalmente. Fue también único en la literatura nicaragüense 
                en castellano, porque las coordenadas de la geografía literaria hasta 
                entonces eran determinadas casi exclusivamente por una concentración 
                en la región del Pacífico. Como señalado, la costa del 
                Caribe ocupaba solamente en pocas novelas contemporáneas un espacio muchas 
                veces marginal dentro del espacio literario. En su novela «fundadora» 
                de la nueva novelística en Nicaragua, Trágame tierra (1969), 
                el mismo Lizandro Chávez Alfaro contó la historia política 
                reciente de Nicaragua en los destinos de dos familias y dos generaciones e incluyó 
                en su representación literaria de la geografía nicaragüense 
                la región del Caribe (las ciudades El Rama, Bluefields, Puerto Cabezas, 
                el territorio limítrofe con Honduras, el Río Escondido, etc.). 
              vuelve 7. El texto fue publicado 
                en el libro de cuentos Vienen de Panamá (Ruiloba, 1991) y republicado 
                en la antología de cuentos Hasta el sol de mañana (50 cuentistas 
                  panameños nacidos a partir de 1949) (1998) recopilada por el escritor 
                Enrique Jaramillo Levi. Rafael Ruiloba también publicó el libro 
                de ensayos Perfiles de la crítica literaria en América Latina (1984) y la novela Manosanta (1997), en que narra una trama parecida 
                al cuento aquí analizado. 
              vuelve 8. Todas las citas del 
                cuento son tomadas de la antología Hasta el sol de mañana (véase la nota anterior). 
              vuelve 9. El texto fue publicado 
                en el libro de cuentos La visita (2000). El autor también publicó 
                el libro de cuentos Old Benque: Erase una vez Benque Viejo (1990). David 
                Nicolás Ruiz Puga es uno de los pocos autores hispanoparlantes del país. 
                Sin embargo, hay que señalar que aunque sea marginal existe 
                una tal literatura, que seguramente por razones de la inmigración fuerte, 
                principalmente de salvadoreños, va a volverse más importante en 
                los próximos años. Hasta ahora la literatura beliceña en 
                su gran mayoría está escrita en inglés o creole. 
                (véase el ensayo del mismo Ruiz Puga, 2001).  
              vuelve 10. Cabe señalar 
                que en las ediciones siguientes de su estudio Arellano no reiteró este 
                juicio con la misma rigidez, sin llegar, sin embargo, a una inclusión 
                de la expresiones literarias caribeñas a la literatura «culta».  
              vuelve 11. Además, 
                actualmente está escribiendo otra novela sobre el Caribe, que se titulará Limón Reggae, y un ensayo con el título Limón 
                  Swing. (según la información de la autora misma).  
              vuelve 12. Las literaturas 
                centroamericanas no escritas en español (que muchas veces se basan en 
                tradiciones orales) de las diversas comunidades indígenas de la región 
                del Caribe hasta ahora han recibido muy poca atención y muy raras veces 
                han sido publicadas. En Nicaragua, por ejemplo, en 1997 se publicó una 
                antología bilingüe de prosa y poesía de autores misquitos 
                contemporáneos (en español y misquito), con la ayuda financiera 
                del estado noruego: Miskitu Tasbaia: aisanka yamni bara bila pranakira miskitu 
                  wih ispail ra wal ulban. La Tierra Miskita: prosa y poesía miskita en 
                  miskito y español, recopilada por Adán Silva Mercado y Jens 
                Uwe Korten (Managua: Centro Nicaragüense de Escritores). Contiene textos 
                de autores nacidos entre 1940 y 1967. Como ya señalado, en Belice existe 
                un gran número de textos publicados en inglés y creole. 
                (véase Ruiz Puga, 2001).  
               
              
                Bibliografía
              
               Arriba  
              a) Obras literarias 
              
                -  Aguilar, Rosario, 1986: Siete relatos sobre el amor y la guerra, 
                  San José: EDUCA.
 
                - Belli, Gioconda, 1996: Waslala. Memorial del futuro, Managua: anamá 
                  ediciones.
 
                - Blandón, Erick, 1997: Vuelo de cuervos, Managua: Editorial 
                  Vanguardia.
 
                - Chávez Alfaro, Lizandro, 1999: Columpio al aire, Managua: 
                  UCA Editores.
 
                - Jaramillo Levi, Enrique (ed.), 1998: Hasta el sol de mañana (50 
                  cuentistas panameños nacidos a partir de 1949), Panamá: 
                  Fundación Cultural Signos.
 
                - Lobo, Tatiana, 1996: Calypso, San José, Costa Rica: Ediciones 
                  FARBEN.
 
                - Mendieta Alfaro, Roger, 1999: La zarza y el gorrión, Managua: 
                  Editorial Hispamer.
 
                - Ross, Yazmín, 1999: La flota negra, México, D.F.: Alfaguara.
 
                - Rossi, Anacristina, 1992: La Loca de Gandoca, San José: EDUCA.
 
                - Rossi, Anacristina, 2002: Limón Blues, San José: Alfaguara.
 
                - Ruiloba, Rafael, 1991: Vienen de Panamá, Panamá: Editorial 
                  Mariano Arosemena/INAC.
 
                - Ruiz Puga, David Nicolás, 2000: La visita, México, 
                  D.F.: ediciones pleamar.
 
                - Tijerino Molina, Bayardo, 1991: El Reino Moskito (La novela de la Costa 
                  Atlántica), Managua: Editorial Impresiones Técnicas.
 
               
              b) Estudios 
              
                -  Arellano, Jorge Eduardo, 1966: Panorama de la literatura nicaragüense 
                  (De Colón a finales de la colonia), Managua: Imprenta Nacional.
 
                - Arellano, Jorge Eduardo, 1994: Diccionario de escritores nicaragüenses, 
                  2 tomos, Managua: Instituto Nicaragüense de Cultura.
 
                - Arellano, Jorge Eduardo, 1997: Literatura nicaragüense, Managua: 
                  Ediciones Distribuidora Cultural.
 
                - Miró, Rodrigo, 1996: La literatura panameña. Origen y proceso, 
                  Panamá: Editorial Universitaria.
 
                - Rojas, Margarita/Ovares, Flora, 1995: 100 años de literatura costarricense, 
                  San José: Ediciones FARBEN.
 
                - Ruiz Puga, David Nicolás, 2001: «Panorama del texto literario 
                  en Belice, de tiempos coloniales a tiempos post-coloniales», en: Istmo. 
                    Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos, 
                  no. 1, enero-junio (www.denison.edu/istmo).
 
                - Zavala, Magda/Araya, Seidy, 1995: La historiografía literaria 
                  en América Central (1957-1987), Heredia: Editorial Fundación 
                  UNA.
 
               
               
              
               
                 
                  *Istmo*
                
              
              
                 
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               *Dirección: Associate Professor Mary Addis* 
              *Realización: Cheryl Johnson* 
              *Istmo@acs.wooster.edu* 
              *Modificado 10/20/02* 
              *? Istmo, 2001* 
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