Patricia Alvarenga
Venutolo
Los migrantes nicaragüenses
en Costa Rica
Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica
palvaren@una.ac.cr
En la última década cientos de miles de nicaragüenses,
huyendo de la miseria, han migrado a Costa Rica. Cruzando la frontera ilegalmente
muchos han sido atrapados por las fuerzas de seguridad costarricenses y obligados
a retornar a su país. Pero no es extraño que quienes fracasan
en este intento, reincidan en su transgresión a las normas migratorias
costarricenses y, tampoco es extraño que, quienes exitosamente cruzan
la frontera, retornen a su país una vez concluida la zafra, la recolección
de frutos o de café o cuando sienten la urgencia de visitar a los hijos
y padres que quedaron allá. Para quienes se han beneficiado de las amnistías
migratorias, especialmente de la última decretada en noviembre de 1998,
que posibilitó la legalización de cientos de miles de inmigrantes,
el viaje de ida y regreso puede efectuarse en un cómodo bus que conduce
de San José hasta Managua siempre que se cuente con el dinero requerido
para pagar los impuestos demandados. De lo contrario, la única opción
es retornar por los caminos de la ilegalidad: las disimuladas sendas en selvas
y montañas, pasadizos secretos que los coyotes se han apropiado
para convertirlos en su capital de trabajo.
La migración nicaragüense a Costa Rica no es un
fenómeno nuevo. Durante el siglo XX los nicaragüenses han sido el
grupo migratorio más importante en el país. Ellos constituyeron
uno de los grupos étnicos que se integró al trabajo de las zonas
bananeras ubicadas en el Caribe y en el Pacífico Sur, además,
mantuvieron una presencia importante en la zona norte del país y, en
las ciudades de la región central, (donde se concentra el poder político
y económico del país) participaron en labores artesanales. Durante
la década de 1980 la polarización política, la guerra y,
en especial, el servicio militar obligatorio empujó a decenas de miles
de nicaragüenses a trasladarse a Costa Rica donde, junto con salvadoreños
y guatemaltecos que también huían de la violencia, adquirieron
el status de refugiados. Para entonces se crearon campos para concentrarlos
hasta que la situación política posibilitara su retorno definitivo
a sus países de origen. Irónicamente llegó la paz y la
democracia pero acompañada de creciente miseria y desempleo lo que dio
inicio a un proceso migratorio de otra índole: masivamente los nicaragüenses
cruzaron la frontera en busca de trabajo que les permitiera sobrevivir y, de
ser posible, enviar un poco de dinero a sus familias.
La necesidad de brazos de la economía agrícola y de la construcción
ha ofrecido a los nicaragüenses un trabajo que les permite resolver sus
más perentorias necesidades, mientras la economía costarricense
se ha expandido contando con abundante y barata mano de obra. Si bien la rama
de la construcción es fundamentalmente masculina, mujeres inmigrantes
se han sumado a los trabajos agrícolas, especialmente de recolección
de frutas y han encontrado un espacio en un sector laboral exclusivamente femenino:
el empleo doméstico.
La creciente ola migratoria ha estado acompañada de manifestaciones xenofóbicas
por parte de la sociedad receptora que, si bien no son generalizadas, provienen
de los diversos sectores sociales y forman parte en la actualidad de la vida
cotidiana costarricense. Aunque Costa Rica es un país multiétnico,
el mito de que los costarricenses son distintos al resto de los centroamericanos
por cuanto, a diferencia de sus vecinos, constituyen una nación predominantemente
blanca y por ello superior, ha servido de base para
el rechazo de aquellos otros. Los prejuicios hacia los nicaragüenses
no son nuevos, en la primera parte del siglo XX ya existía el rechazo
a su piel más oscura, a sus faccciones mestizas y mulatas así
como a la supuesta propensión de los hombres a la violencia. Sin embargo,
no es sino hasta la última década cuando estos se integran decididamente
en la vida cotidiana de los costarricenses alimentados por el temor a la invasión,
es decir, a un ingreso incontenible que amenace la seguridad laboral e incluso
el espacio vital de los costarricenses. La imagen de que los inmigrantes han
abarrotado los servicios públicos de salud, ha servido, en alguna medida,
para ocultar su dramática crisis que, en realidad, no tiene relación
con los trabajadores foráneos aunque sí la tiene con el recurrente
problema de los patronos morosos.
En el contexto de la actual crisis económica que atraviesa Costa Rica,
se hace más evidente el temor a la competencia de los nicaragüenses,
especialmente entre los sectores pobres que comparten con ellos los mismos nichos
laborales. Además la poca capacidad de los migrantes de negociación
de sus condiciones laborales, ha generado en los trabajadores costarricenses
la sensación de que su miseria afecta negativamente las condiciones de
trabajo de los considerados legítimos pobladores de la nación.
Si bien la última amnistía dotó de derechos y deberes a
los inmigrantes, lo que los fortalece frente al capital, el ciclo de la inmigración
ilegal ha continuado y solamente se quebrará cuando Nicaragua ofrezca
el derecho fundamental al trabajo a sus ciudadanos. Sin embargo, la economía
costarricense se ha venido desarrollando en creciente dependencia de los inmigrantes
en áreas claves como la construcción, la agricultura y, también,
el proceso de integración de la mujer al mercado laboral, ha sido en
buena medida posible gracias al servicio doméstico que hoy ofrecen, mayoritariamente
las nicaragüenses. La dependencia de estas ramas de la economía
de la mano de obra inmigrante permite afirmar que su retorno masivo sería
catastrófico para la economía nacional.
Algunos nicaragüenses emigran para participar en actividades temporales
retornando a su país cuando estas concluyen, otros se establecen en Costa
Rica solos o con sus familias con la esperanza de regresar cuando la situación
mejore y, un grupo importante de ellos, se decide por establecerse definitivamente.
De tal forma que, aun cuando la inmigración dejara de ser la única
alternativa para la sobrevivencia, dos factores permiten afirmar que la composición
étnica de la población costarricense está viviendo un período
de rápida transformación: la dependencia de la economía
nacional de los trabajadores migrantes y la decisión de un grupo importante
de éstos de establecerse definitivamente en Costa Rica. Los costarricenses
tienen la opción de decidir si asumen estas transformaciones étnicas
con la sabiduría cosmopolita que aconseja disfrutar y aprender de la
otredad, o con la terquedad xenofóbica que puede conducir a una incontenible
y absurda espiral de violencia.
©Patricia Alvarenga Venutolo
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