Franz Galich
La llama del retorno en Las murallas:
¿neo-colonialismo en dos novelas guatemaltecas?
Universidad Politécnica, Managua, Nicaragua
fgalich@yahoo.es
Obras
citadas
El tema de las migraciones como tal no es nuevo en la literatura
guatemalteca, ya el Popol Vuh, el libro sagrado de los Quichés y emblemático
de los guatemaltecos, narra el origen del pueblo quiché debido a las
migraciones. Puede considerarse, también, como otro aspecto relativo
a las migraciones, las producciones literarias de varios intelectuales, sólo
que en este caso migraciones forzadas, como casi todas. Nos referimos al exilio
de gran cantidad de escritores, que van desde Simón Bergaño y
Villegas, hasta Asturias, Cardoza y Aragón, Manuel Galich, Monteforte
Toledo y Augusto Monterroso, para mencionar a algunos de los más connotados
escritores guatemaltecos, aparte de los más jóvenes que tuvieron
que marchar al exilio en la década de los del 54, después del
derrocamiento de Arbenz; después, en la década de los 68, cuando
la primera guerrilla; más tarde, en los 80, cuando el terror de estado
y la guerra contra la insurgencia, que llevó a cerca de un millón
de guatemaltecos a huir del país.
Más aún: literariamente hablando, el tema del viaje a otro
mundo ya fue tratado por el iniciador de la novela histórica en
Guatemala, José Milla y Vidaurre, Pepe Milla en su extensa
novela Un viaje al otro mundo pasando por otras partes (1875 ) donde se narra
las aventuras del autor y su fiel acompañante, el indígena Juan
Chapín en un viaje a Europa pasando por Estados Unidos. No debe olvidarse,
tampoco, que el tema del exilio, otra forma de la migración forzada,
ya había sido tratado hacia 1781, por Rafael Landivar en su largo poema
latino, Rusticatio Mexicano. En fin, el tema de viajes no es nuevo
en la literatura guatemalteca. Pero enfocado desde un punto de vista más
contemporáneo, donde el fenómeno de las migraciones presenta facetas
inéditas, como la masividad por motivos fundamentalmente económicos,
políticos y represivos, es, relativamente, nuevo. Monteforte Toledo lo
aborda en un cuento de 1955, Los exiliados, Cardoza en Guatemala,
las líneas de su mano también, aunque en forma de ensayo, Asturias
plantea el problema en El Señor Presidente, y así, otros varios.
Pero el caso que nos ocupa ahora es el de dos escritores que frisan los cincuenta
años: son ellos Carlos René García Escobar (ciudad Guatemala,
1948), autor de La llama del retorno (1987) y Adolfo Méndez Videz (Antigua
Guatemala, 1956), autor de Las murallas (1998). En ambas novelas, los protagonistas
viajan a Estados Unidos, se ubican en diferentes estados para buscar lo mismo:
la felicidad. Ariel, protagonista de La llama del retorno, se establece en Los
Ángeles, gracias a una invitación que le hace una tía.
Ramiro y un personaje que no sabemos cómo se llama, protagonistas de
Las murallas, se establecen en Nueva York. Ambos son amigos de la infancia.
Cada uno tiene sus motivos para viajar, pero en el caso de La llama del retorno,
el personaje, aunque totalmente popular, casi antihéroe, es culto y sensible
a los asuntos del espíritu, pero también a los de la carne. Efectivamente,
llegado más por curiosidad que por necesidad, Ariel tiene una serie de
experiencias que empiezan en México, en Tijuana, con el paso clandestino,
espaldas mojadas, como se dice (o se decía) en la jerga de
los emigrados. Al llegar a Los Ángeles, conoce a una adolescente norteamericana,
Debi, a cuya edad, 17 años, ya era toda una experta en materia sexual.
Ex integrante de una pandilla juvenil, ya había tenido experiencia con
las drogas y el sexo. Su madre era una enfermera adicta y traficante que visitó
la cárcel varias veces. Debi tenía preferencia por los latinos,
por eso tenía otro amante mexicano. Eso hace que la pareja se deshaga,
pero Ariel no puede olvidarla. Todo es relatado por Ariel a un amigo en un bar
de la zona 11, en Guatemala, tiempo después.
La forma en como está tratado el personaje principal, hace pensar en
una novela autorreferencial, la que narra situaciones ficticias o no, en primera
persona, con tal verosimilitud que el lector piensa que lo narrado le sucedió
realmente al autor, aunque en parte sea así. No es lo mismo que la novela
autobiográfica, ya que no es, necesariamente, la vida del autor. Esto
queda más claro al saber que el autor pasó varios años
en Los Ángeles, EE.UU. Otro aspecto que nos da la clave de autorreferencialidad
es la utilización de un recurso lingüístico que en Guatemala
no se había utilizado con tanta libertad. Me refiero a la utilización
del inglés en grandes tiradas de diálogos entre Ariel y Debi.
Pero, ¿cuál es la intención del escritor? ¿Por qué
escribir de esta manera? A mi juicio, la intención de García Escobar
es la de enjuiciar la cultura urbana de cierto grupo, pero que, mediante un
procedimiento metonímico, se puede concluir que se trata de la cultura
yanqui en general. Ariel, desde la mesa de la cantina, al calor de los fuertes,
como llaman al aguardiente que beben, hace alusiones a pasajes y autores de
la cultura letrada, a la vez que realiza comentarios y reflexiones propias de
este segmento de la población. Pero no sólo a la sociedad yanqui,
también a las capas medias y a los intelectuales de Guatemala que para
Ariel están alienados. La narración en primera persona, no sólo
dota a la novela de su carácter autorreferencial, sino que nos muestra
al escritor de compromiso con las ciencias sociales, la historia de su país
y el pueblo trabajador que a falta de trabajo dignamente remunerado, tiene que
viajar el norte en búsqueda del mismo. La relación con el Ariel
de Rodó resulta, de esta manera, obvia.
Pero no se trata de una novela sociológica burda, se trata de la reflexión
que realiza el Ariel adolescente en torno a una vieja cuenta histórica
que debe ser saldada: la explotación por parte del país del norte
a su patria, y él se la cobra de manera personal con Debi, independientemente
del amor que siente por ella, que, por supuesto, no se circunscribe únicamente
a la atracción física por la adolescente. Esto plantea una faceta
relativamente nueva dentro de la literatura guatemalteca: el problema de la
identidad.
Pero en el caso de la novela latinoamericana en general y guatemalteca en particular,
el problema de la identidad ya rebasa el discurso indigenista como expresión
de la identidad, pese a su reutilización como expresión del poscolonialismo
de parte de algunos narradores, sobre todo de algunos narradores indígenas
como los casos de Gaspar Pedro González y Luis de Lión. Ahora
se trata de plantear el problema de la identidad de manera más profunda
y compleja.Ya no se trata de si somos en cuanto devenimos de una raíz
o cultura indígena o si somos criollos o ladinos o mestizos. Ahora se
trata de ver al guatemalteco dentro de una realidad más abarcadora, totalizadora.
Guatemaltecos son tanto los indígenas, de la etnia que sea, como los
descendientes directos de españoles: mestizos, los ladinos y los creoeles.
Todos ellos, tiene más de un representante que trabaja en los Estados
Unidos y que tal vez no aprendieron a hablar inglés pero son capaces
de ver las diferencias entre aquellas tierras y culturas y las de su tierra.
En este sentido es que La llama del retorno cobra importancia dentro del devenir
de la literatura guatemalteca.
Esto debe ser relacionado de manera directa con otro componente de la compleja
realidad guatemalteca que no es necesariamente patrimonio de la posmodernidad:
la conciencia. Su expresión sí es posmoderna por la multiplicidad
y convivencia de los discursos. Conciencia e identidad, una ecuación
que está presente en la referida novela de Carlos René García
Escobar. No es casual (como ya se dijo) que el protagonista se llame Ariel,
de donde se deduce que Calibán, es decir, la barbarie, es el sistema
norteamericano.
Mientras que Las murallas es una novela realmente conmovedora, escrita con estilo
impecable, que narra las vicisitudes de dos emigrados antigueños que,
un buen día deciden marcharse a Nueva York para tratar de ser alguien
y algo. En la misma vía que La llama del retorno (defensa de la identidad
y toma de conciencia), Las murallas se diferencia por el estilo sobrio, menos
lúdico y directo, pero conservador. Mientras La llama del retorno es
una novela irreverente, totalmente lúdica, carnavalesca a ratos, Las
murallas narra la historia trágica de Ramiro, quien una vez instalados
en Nueva York, se niega a trabajar, sin que sepamos nunca las causas. Se arrimó
(es decir vivió a costas del narrador), quien trabajaba y sostenía
el hogar, imposibilitándole casi todo movimiento. Un día,
tras sufrir el hostigamiento de su amigo, Ricardo por fin sale de su cuasi mutismo
para gritar aterrado que está ciego, que sólo mira murallas (es
obvio el simbolismo). A partir de ese día la actitud del narrador hacia
Ramiro cambia totalmente. Lo cuida y alimenta como si fuera un niño inválido
o su madre o esposa. Pero a lo largo de la novela la relación es como
si se tratara de un matrimonio mal avenido.
La novela está narrada con una gran efectividad, pues a ratos odiamos
a Ricardo, a ratos nuestro odio se traslada hacia el narrador anónimo.
Pero el desprecio a cada uno de los personajes oscila de capítulo en
capítulo. Al final, la sensación que nos queda es de amargura,
desagradable y frustrante. Descubrimos que las murallas están en todas
partes, que vayamos a donde vayamos, nuca podremos abandonarlas. En este sentido
es una novela existencialista, pesimista.
De manera que al leer ambas novelas de forma comparada, encontramos que aunque
fueron publicadas con 15 años de diferencia, hay muchos puntos de coincidencia,
además del tema, obviamente. Como un espejo cóncavo, la mirada
se concentra en un punto para así poder obtener una visión mucho
más amplia del fenómeno migratorio. Ariel, no viajó por
necesidad, pero comprendió que Calibán lo estaba devorando pese
a que aprendió a hablar muy bien el inglés, y que su posición
económica es bastante buena, pues vivía en un apartamento cómodo,
con teléfono y cervezas en el refrigerador. Todo en ello en contraste
con Ramiro y su amigo, quienes vivían en un apartamento miserable donde
no tenían ni cama donde dormir, comían mal y viajaban en bus o
en metro. A lo largo de la novela no se escucha ninguna expresión en
inglés, y solamente una alusión a la cultura letrada. Curiosamente
el autor mencionado es Marx, diciendo que tenía razón al decir
que el dinero es la base de la vida. Ellos no se dieron cuenta y fueron devorados,
silenciosamente, como miles y miles de emigrados que huyendo de la pobreza material,
caen en la pobreza espiritual.
Ahora bien, donde me parece que las dos novelas se tocan en profundidad es en
la actitud que asumen los personajes, pues pese a que tienen sus diferencias
en casi todos los aspectos, hay un punto que los une tangencialmente. Es la
actitud ante la cultura yanqui, pues aunque sabedores de que allá está
la riqueza, saben también que en ella está el veneno que día
a día les envenena el alma y el cuerpo. Quizás esa sea la razón
por la cual Ramiro, en Las murallas se niega a trabajar. Quizás sea la
conciencia inconsciente del latino rebelde. La pereza es una de las formas que
asume la rebeldía. Eso lo podemos observar en los jóvenes al desafiar
el poder de los padres negándose a hacer, por ejemplo, pero sobre todo,
en los pueblos colonizados que asumen actitudes similares, so pena de ser víctimas
de esa actitud. De donde se ha vuelto común decir, por parte de los encomenderos
y neo-colonialistas, que estos pueblos no progresan porque son haraganes, cerrándose
así el círculo maldito de la dependencia. Contrariamente, en Ariel,
la actitud crítica hacia la cultura de los Estados Unidos y a la historia
de su país, Guatemala, se realiza desde una posición letrada,
donde la solución al neocolonialismo la realiza poseyendo algo que simbolice
esa cultura. Ello lo obliga, inconscientemente, con un alto grado de alienación,
a posesionarse de la mujer del conquistador, representado en Debi. Es una forma
de quitarles el honor, como ellos, lo han hecho a lo largo del colonialismo.
La única posibilidad de conjurar el peligro de la nueva conquista es
afirmar la identidad, parece decirnos Ariel, de manera teórica, pero
consciente, mientras Ramiro lo hace desde la práctica con la actitud
asumida, que en un principio perjudica a su amigo Ramiro.
En Las murallas el antídoto lo vemos manifiesto en los recuerdos que
hacen ambos de su natal Antigua, pero mientras para Ramiro es un recuerdo agradable,
para su amigo y medio pariente, según se desprende de unos recuerdos
de juventud, la memoria de Antigua es desagradable, como un pueblo donde no
existía ninguna posibilidad de vida. Un capítulo, no exento de
un humor corrosivo, acerca del recuerdo de Atitlán, le da la oportunidad
al autor de internarse en la psicología de Ramiro, con la oculta intención
de explicar su conducta: sus hermanos siempre habían tratado de que fuera
un perdedor, sin lograrlo en aquel entonces, pero que al final de la vida (su
huída a los Estados Unidos) lo fue, aunque logra que Ramiro se haga cargo
totalmente de él. ¿Era este el triunfo que buscaba? ¿Fue
el triunfo de ambos? ¿O es el triunfo contra el neocolonialismo, aunque
meramente simbólico? Al final, otro emigrado antigueño le cuenta
que en el pueblo se dice que Ramiro es un gran hombre porque se sacrificó
por su familia y que a pesar de no haber vuelto nunca, mandaba dinero para su
esposa e hijos, mientras que el amigo, quien sí trabajaba y era quien
en realidad mandaba el dinero a la familia de Ramiro, no se sabía y todo
parecía indicar que había muerto, con el estigma de ser una mal
hijo. Finalmente, ya ciego Ramiro, se deleitaba escuchando las historietas que
el amigo le contaba, las que tenía que inventar todos los días,
hasta que un día, cuando le pregunta por su pueblo, le dice que ya no
existe, que desapareció.
En La llama del retorno el antídoto contra el neocolonialismo está
expresado, además de la venganza en Debi, con su regreso a la patria
para pelear desde una posición crítica, la cual ya está
siendo ejercida desde el momento que le cuenta a su interlocutor anónimo
también.
Es importante hacer notar que los protagonistas son todos personajes ubicados
en las capas medias, es decir entre la gente sencilla, aunque con pretensiones
sociales (que es una de las formas de la conciencia) En la novela guatemalteca
posasturiana los personajes son de las capas medias y con algunas excepciones
son de las clases altas, cuya fascinación por el poder, el dinero y la
buena vida es proverbial, asimismo su facilidad para el entreguismo.
Ambas novelas, pues, nos cuentan las vicisitudes de los emigrados guatemaltecos
(que perfectamente se puede aplicar a todos los latinoamericanos, mediando solamente
las diferencias culturales), con diferentes visiones de la aventura o el suplicio.
Por supuesto que la intención de ambos novelistas se puede resumir en
la crítica al sistema, pero en diferentes direcciones y objetivos: el
amigo de Ramiro critica al sistema guatemalteco, mientras que Ariel a ambos,
por momentos pareciera que el amigo tiene un recóndito rencor contra
su patria, mientras para Ariel parece serle más agradable.
Donde sí difieren totalmente estos espejos es en su construcción.
Mientras La llama del retorno es una novela totalmente lúdica, sin llegar
a lo experimental ni a constituirse en una reflexión acerca de la novela,
ni mucho menos pretender constituirse en una obra perfecta, Las murallas sigue
un patrón tradicional, lineal sin mayores complicaciones narrativas ni
estructurales pero con una exigente factura verbal y escritural.
Definitivamente, con estas dos novelas, la narrativa guatemalteca posterior
a Asturias continúa desprendiéndose del tutelaje que aunque involuntariamente,
nos impuso Miguel Ángel Asturias..
©Franz Galich
Obras citadas
- García Escobar, Carlos René, 1987: La llama del retorno,
Guatemala: Rin-76.
- Méndez Videz, Adolfo, 1998: Las murallas, México, D.F.:
Alfaguara.
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