Ann Van Camp
Como mi general no hay dos: Glorificación
irónica
de Gustavo Álvarez Martínez
Universidad de Gante, Bélgica
Ann.VanCamp@rug.ac.be
Notas* Obras
citadas
Resumen
Presentado en una jornada sobre "(Meta)ficción historiográfica",
este artículo pretende mostrar que Como mi general no hay dos (1990)
de Jorge Luis Oviedo no sólo ficcionaliza al personaje histórico
Gustavo Álvarez Martínez mediante una sabrosa ironía,
sino que también reflexiona de una manera bastante original sobre la
historiografía. Después de ilustrar que la breve novela habla
de Álvarez Martínez, aplicamos una teoría de Pere Ballart
para identificar su aspecto irónico. Según Ballart, la ironía
nace de un contraste que se puede manifestar en tres ámbitos: 1) dentro
del texto, 2) entre el texto y su contexto de comunicación y 3) entre
el texto y otros textos.
Esta ponencia fue leída en la XXI Jornada Aleph, dedicada a "(Meta)ficción
historiográfica" y celebrada en Gante, el sábado 23 de
febrero de 2002. Será publicada en Aleph número 17, enero de
2003, Bélgica.
Como mi general no hay dos (1990) del hondureño
Jorge Luis Oviedo se ofrece como un monólogo de un cabo pobre que glorifica
a su antiguo general, el mismo día en que éste fue asesinado.
El cabo Antúnez condena rotundamente el asesinato e intenta rescatar
la memoria de su general al ensalzarlo y al desmentir las acusaciones en contra
suya, pero gracias a la tremenda ironía del relato, se consigue más
bien lo contrario. A continuación, mostraremos no sólo cómo
la novela recrea la figura y la doctrina de un personaje histórico, sino
además por qué la calificamos de 'irónica' y
de 'metaficcional'.
Como Gustavo Álvarez Martínez no hay dos
Aunque el cabo no nombra ni una sola vez a su general, resulta claro que Como
mi general no hay dos habla de Gustavo Álvarez Martínez, jefe
de las Fuerzas Armadas de Honduras de 1982 hasta 1984 y fiel ejecutor de la
lucha anti-comunista impulsada por Ronald Reagan. Para empezar, el propio cabo
nos ofrece varias claves para identificar a su general: abre y cierra la narración
refiriéndose a su muerte; alude a su destitución, a su exilio
en Miami y a su conversión religiosa; menciona una visita del Papa, sin
duda la visita de Juan Pablo II a Honduras en marzo de 1983 cuando Álvarez
todavía era Jefe de las Fuerzas Armadas; nombra a algunas personas desaparecidas
por él; comenta no sólo el ascenso de Álvarez Martínez,
sino también las condecoraciones que recibió de Ronald Reagan,
de George Bush padre y del entonces presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova,
y, por último, parafrasea el feroz anti-comunismo del general, supuestamente
justificado por la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Asimismo, el tercer epígrafe de la novela disipa cualquier duda, puesto
que cita precisamente a Gustavo Álvarez Martínez. Se trata de
un extracto del último testimonio que ofreció en una iglesia en
Tegucigalpa el 24 de abril de 1989, un día antes de ser matado1. Convertido
en un predicador religioso después de su destitución, el «hermano
Tavo» (así lo apodan en Honduras) habla del cristianismo en términos
claramente bélicos: identifica a un cristiano con un soldado y a la Iglesia
con un éjercito. Esta consabida asociación de lo religioso con
lo militar vuelve a lo largo de todo el discurso del cabo y no es nada inocente:
pretende mostrar que el poder militar domina todos los sectores de la vida social
y que se apoya en la religión para justificar la dura represión
del presunto 'peligro rojo'. Además, hubiera sido con la ayuda
del Señor con la que Álvarez logró erigirse en 'pacificador'
del país al combatir las fuerzas de izquierda. Esta imagen benefactora
de Álvarez Martínez, la intenta confirmar el elogio del cabo,
pero contrasta fuertemente con la manera como lo presenta el autor implícito,
ya que éste añade debajo del epígrafe: «Jefe de las
FF.AA. de Honduras, período en que comenzaron a operar los Escuadrones
de la muerte y desaparecen en el país 144 personas, supuestamente vinculados
a la 'subversión' » (Oviedo, 1990: 22). Este retrato
del general como represor no entra en la apología del cabo Antúnez
sino para desacreditar las denuncias como «mentiras» (ibid.: 61)
o «papadas» (ibid: 46) de los comunistas.
Voces contradictorias en los epígrafes
En los dos primeros epígrafes, respectivamente una cita de Juan Manuel
de Rosas y otra de Jorge Ubico, encontramos una contradicción semejante.
Si Rosas se hace pasar por un 'Ilustre Restaurador de las Leyes',
cohonestando las futuras persecuciones sangrientas de los unitarios en nombre
de Dios y la Patria2, el autor implícito lo llama un «dictador
argentino» (Oviedo, 1990: 21). A la cita de Ubico3, que justificaría
su falta de escrúpulos también en nombre de la Patria, el autor
implícito añade que Ubico «dictó el destino de Guatemala
desde 1931 hasta 1944» (Oviedo, 1990: 21, énfasis nuestro). El
cuarto epígrafe, por último, constituye un «contrapunto
irónico en la voz de Las Casas, en ese conocido episodio de un indígena
que no quiere ir al cielo de los cristianos tras experimentar su crueldad»
(Millares, 1997 : 31)4. Contrastando con las voces agresivas de Rosas, Ubico
y Álvarez, este fragmento nos ofrece la visión de un cacique que
lleva hasta el extremo su resistencia. Su respuesta al religioso español
es sumamente irónica, puesto que pone de manfiesto la inmensa discrepancia
que media entre la doctrina católica y la crueldad de los conquistadores
supuestamente cristianos.
Ahora bien, como base de la expresión irónica, Pere Ballart indica
precisamente un conflicto que nos invita a invertir el sentido literal de los
enunciados (cf. Ballart, 1994: 325). De acuerdo con él, distinguiremos
tres ámbitos donde se sitúan los contrastes que desencadenan la
ironía: primero, dentro del texto, segundo, entre el texto y su contexto
de comunicación y, tercero, entre el texto y otros textos (cf. ibid:
326-355). Por lo que se refiere a la ironía dentro del texto, los conflictos
en los epígrafes cumplen la función esencial de marcar la intención
irónica del autor implícito, que busca criticar disimulada, pero
vehementemente la represión del pueblo hondureño a principios
de los años ochenta. Ocultando cuidadosamente su presencia en el texto,
el autor implícito ha puesto la narración en boca del cabo Antúnez,
«un oscuro, anodino y vulgar personaje» (Cárdenas Amador,
1990 : 12), cuya «voz simple, ingenua y franca [...] inadvertidamente
presenta al desnudo la ideología del poder» (Acevedo, 1993 : 6).
Por muy escasa que fuera la educación del militar y por muy incondicionalmente
que apoyara a su general, en su discurso abundan las figuras retóricas
que contribuyen a un efecto irónico.
Un cabo sorprendentemente 'elocuente'
Primero, Antúnez recurre con frecuencia al eufemismo con objeto de mitigar
algunos aspectos perjudiciales para la imagen de su general. Por ejemplo, aunque
el 31 de marzo de 1984 Gustavo Álvarez Martínez fue depuesto por
el comandante de la Fuerza Aérea Hondureña, el cabo representa
esta destitución como una dimisión voluntaria, del mismo modo
que en otras ocasiones expresa que el general « estaba retirado»
(Oviedo, 1990: 60) o que «dejó la butaca de la jefatura de las
Fuerzas Armadas» (Oviedo, 1990: 67):
él se fue para los Yunái, despuesito que terminó el
mandato en las Fuerzas Armadas, fue como que en realidad hubiera sido el presidente
del país, porque con cualquier problemita, a su casa iba a dar todo
el mundo, pues resulta que mi general se la dió para los Yunái,
a tomarse unas vacaciones (Oviedo, 1990: 28)
Este fragmento, al mismo tiempo, denuncia de manera velada que el general disponía
del verdadero poder militar, político y económico, a pesar de
que el civil Roberto Suazo Córdova desempeñaba el cargo de presidente.
Otra figura retórica que emplea el narrador es la lítote, a fin
de afirmar con mayor fuerza lo que niega. Así, cuando el cabo dice de
su general: «no es que él haya sido lo que se dice mujeriego mujeriego»
(Oviedo, 1990: 78), entonces ya nadie duda de que el general sí acosaba
a las mujeres.
Luego, el cabo también se empeña en desmentir la corrupción
de la que fue acusado su general, pero sólo llega a probar su propia
incapacidad para argumentar razonablemente. Así, refuta las inculpaciones
de que el general «era un vendido a la compañía, la Estandard
mentada» como «una sarta de mentiras así de grande»,
alegando simplemente: «me quemo las manos por mi general, sí señor,
porque yo conozco rebién a su familia» (Oviedo, 1990: 38), como
si esto demostrara algo. Después, añade que «ninguna necesidad
tenía él de dejarse sobornar y recibir pisto de la Estandar [...]
porque el pisto fue lo que siempre le sobró» (Oviedo, 1990: 40),
sin darse cuenta de que lo último significa, quizá, que su general
sí haya aceptado dinero de los gringos. Aun implica al lector en el asunto
y, de pasada, termina por admitir la corrupción del general:
si a usted la gente, cuando está en su puesto, le envía sus
regalitos, ya sea por quedar bien o porque de a deveras son amigos suyos,
pues tampoco usted va a decir no, no me den nada, y le voy a decir otra cosa,
mi general siempre se mereció más que los regalos y las donaciones
y las becas para sus hijos y todas esas cosas (Oviedo, 1990: 41)
Esta cita ilustra, a la vez, que el cabo no deja de dirigirle la palabra al
lector implícito. Unas veces, se propone crear un ambiente de confianza
o aumentar su credibilidad («y aquí entre nos, para serle franco»,
Oviedo, 1990: 35), otras veces quiere mantener, estructurar o comentar la comunicación
(«para no hacerle largo el cuento, no vaya ser que se me duerma»,
Oviedo, 1990: 35). Pero para volver a la corrupción, el cabo revela también
que él, a su vez, recibió unos regalos de su general5. Visto así,
¿qué queda de su credibilidad en cuanto defensor del general?
Además de eufemismos, lítotes y argumentaciones
distorsionadas (reductiones ad absurdum ), encontramos en el relato una
verdadera exuberancia verbal. El cabo goza haciendo uso abundante de la repetición,
la enumeración, el hipérbole y términos grandilocuentes.
Por ejemplo, escúchenlo destacar la piedad y el patriotismo de su general:
«él era bautizado, confesado, comulgado, muy católico, apostólico
y romano, y, por supuesto, hondureño de pura cepa como no habrá
otro» (Oviedo, 1990: 23). Inútil indicar que tanta palabrería
vacía el mensaje. Sobre todo cuando Antúnez invoca la autoridad
de su general, del Papa o de los presidentes norteamericanos, se enreda con
sus conceptos solemnes, descubriendo así la discrepancia entre los poderes
hegemónicos y las capas populares a las que pertenece en cuanto militar
pobre. En efecto, por muy dócilmente que sirviera a su general, el cabo
no entiende en absoluto los fundamentos de su ideología. De acuerdo con
la Doctrina de la Seguridad Nacional, Gustavo Álvarez Martínez
se basaba en conceptos demagógicos como Dios, la Patria y la protección
de la soberanía nacional contra 'el enemigo' para impulsar la represión
de toda persona que oliera a comunista, no sólo en Honduras, sino también
en los países vecinos Nicaragua y El Salvador6. Si bien el cabo apoya
vehementemente la persecución de los «ñángaras»
(o sea, los izquierdistas), tergiversa totalmente el discurso político
de su general, puesto que el término 'soberanía' no le inspira
sino el recuerdo de sus amoríos con una muchacha llamada Soberanía:
los ñángaras siempre han querido hacer de Honduras otra Cuba
y otra Nicaragua, decía mi general y no sólo él, hay
montones de gente que opinan lo mismo, pero para eso estaba él, [...]
gran defensor de la soberanía [...], ahora yo, para serle franco, no
tengo muy claro eso de la soberanía, pero eso sí, es un nombre
que me gusta mucho pronunciar porque yo tuve una novia que así se llamaba,
Soberanía Martínez, [...] , una vez le dí una rebanada
pijuda en la cocina de su casa, doña Petrona casi nos encuentra, lástima
que nunca pudimos hacer travesuras, Soberanía, Soberanía, que
rico cheto tenías [...], pero ya en lo que se refiere a la soberanía
nacional, mi general era el defensor (Oviedo, 1990: 56)
Como indica Pere Ballart, el paso repentino de un concepto abstracto y serio
a unas escenas prosaicas y burlescas, constituye un anticlímax total:
de golpe, el lector se ve bajado a ras de tierra (Ballart, 1994: 339). Hablando
de la patria, procede del miso modo. Empieza por admitir que le da igual, puesto
que ni entiende el concepto, si bien nunca lo admitiría frente a sus
jefes7. Después, se interroga sobre el sentido de 'la patria'.
¿Será la madre del soldado, como le inculcan los oficiales? No,
porque «como dice la canción, madre sólo hay una»
(Oviedo, 1990: 71) y la patria tampoco es nada concreto. ¿Tal vez sea
como Dios? Sí, está «en ninguna parte [...] y en todas también,
como Dios, como esas chuladas de chetos [...] de veme y no me toqués»
(Oviedo, 1990: 72). Esta combinación de campos semánticos totalmente
disonantes entre sí, mina el discurso del poder. Con razón, Selena
Millares destaca que en Como mi general no hay dos « un saludable humorismo
contribuye a ese exorcismo de los grandes poderes, ya políticos [...]
ya religiosos [...] » (Millares, 1997 : 31). Efectivamente, ni el Papa
se escapa de la burla. Después de convertirlo en cómplice de las
persecuciones al no citarlo literalmente y de glorificarlo tanto que llega a
ridiculizarlo, el cabo Antúnez confiesa que quisiera robarle la «
mina de oro » (Oviedo, 1990: 31) que lleva encima. Sin embargo, al igual
que el alazon, la típica figura fanfarrona de la comedia griega antigua,
se desenmascara como un falso valiente8.
Escuchemos cómo el cabo cuenta la visita del Papa (aun suprimidas varias
digresiones, el relato sigue siendo largo, pero en nuestra modesta opinión
vale la pena):
mi general le preguntó al Papa, si era pecado matar comunistas [...],
y sabe que fue lo bueno, el Papa le contestó que no, al contrario,
le dijo el viejito del Papa, son el anticristo, eliminarlos es como darle
jabón al diablo, claro, no se lo dijo con esas palabras, pero es igual,
y el Papa tiene por qué saberlo, es el mero mero de Dios aquí
en la tierra, nada menos que su representativo principal, si dicen que cuando
a un cura lo hacen Papa, inmediatamente deja de ser mundano como uno [...]
y se le forma una corona de luz alrededor de la cabeza, como a los santos,
[...] aurora o aureola como que le dicen a la tal corona, aunque yo, le soy
sincero, no se la ví, seguramente por el solazo de ese día [...]
ahora, eso sí, las costuras de la sotana, sí brillaban, usted
no se las vio, por casualidad [...] pues yo sí me acuerdo y sabe por
qué le brillaban, porque las sotanas las costuran con hilos de oro
[...] bueno, si el tal Papa se echa una mina de oro en el cuerpo [...] yo
creo que muchas veces, más lo quieren matar por eso [...] póngase
a pensar en la cantidad de oro que cargará el tal Papa, a cualquiera
le entran ganas de meterle un cachimbazo y dejarlo sólo en calzoncillos,
si es que los calzoncillos no son también de oro, porque sino en traje
de Adán, jodido, lo malo es que darle volantín a un Papa es
medio verguiado, es como perder todo chance de entrar al cielo [...], vale
que yo esas cosas aunque las pienso no agarro valor de hacerlas, imagínese,
lo que es vivir uno en la pobreza y de ignoranto (Oviedo, 1990: 29-32)
Resulta imposible tomar en serio este episodio, aunque revela algunos aspectos
profundamente trágicos de la realidad.
Mentira, verdad ... verdad, mentira
Pasemos ahora a averiguar si la ironía también
se manifiesta en el segundo ámbito demarcado por Pere Ballart, el espacio
donde el texto entra en conflicto con su contexto comunicativo (Ballart, 1994
: 348-352). De hecho, al indicar que el cabo a menudo le dirige la palabra al
lector ímplicito para comentar su acto de comunicación, ya hemos
ilustrado este tipo de ironía. Aunque Ballart no designa esta clase de
ironía (según él, mal llamada 'romántica') con el
término de 'metaficción', se refiere básicamente al procedimiento
metaficcional, que consiste en la reflexión del texto sobre sí
mismo en cuanto proceso comunicativo o artificio literario. Dado que la novela
de Jorge Luis Oviedo versa sobre un personaje histórico, cabe averiguar
si aun reflexiona sobre la historia y la escritura. Así, llegamos por
fin a la pregunta de saber si la novela también contiene metaficción
historiográfica. A primera vista, uno supondría que no, simplemente
porque no abarca las instancias narrativas que suelen reflexionar sobre la historiografía,
es decir un narrador omnisciente o algún personaje que ejerza la escritura.
En su estudio sobre el mito y la ironía en novelas históricas
contemporáneas de América Latina, Christophe Singler hasta sugiere
que la metaficción no puede realizarse sino por el estallido del marco
narrativo (Singler, 1993: 30). En efecto, gran número de novelas metaficcionales
implican al personaje del escritor-intelectual en la narración. Como
mi general no hay dos, en cambio, pone en escena a una figura completamente
opuesta: un cabo ignorante que apenas domina el lenguaje oral, y ni hablemos
del lenguaje escrito. No obstante, la falta de cultura del cabo Antúnez
no le impide «cuestionar la historia y la escritura dentro del marco de
su narración» (Pulgarín, 1995 : 191), fuese desde una perspectiva
reaccionaria o de manera completamente incoherente. Sin darse cuenta, revela
cómo la historiografía es inseparable de quienes están
en el poder.
Para empezar, algunas divagaciones suyas ponen de manifiesto la animadversión
que siente el general en contra de la prensa, guardiana de los derechos humanos:
los periodistas parecen moscas alrededor de la mierda, más tarda
en hacerse un operativo de limpieza cuando aparecen ellos, y lo que es peor,
inventando las papadas, cambiando las declaraciones que dan los oficiales,
y eso, sólo sirve, como usted muy bien lo sabe, para el desprestigio
del país en el extranjero (Oviedo, 1990: 46)
Desmonta la objetividad de los periodistas, porque sólo darían
a conocer el punto de vista de los que atentan contra la seguridad del Estado.
De ahí que el general tuviera toda la razón en reprimirlos (noten
el eufemismo al final de la cita):
a los periodistas parece que los pagaran los comunistas, jamás hablan
en bien del ejército y la policía, solamente pestes y pestes,
jamás comentan sobre el peligro que corremos, sobre todo, los soldados,
cuando estamos de servicio, por eso mi general no los trataba muy amablemente
que se diga (Oviedo, 1990: 47)
Asimismo, el cabo deja caer que si le hacen elogios a su general o propagan
su ideología, desde luego, sí se congracian con él:
una vez también lo [= su general] compararon, otro periodista de
los que sí saben reconocer los valores nacionales y que tienen ideas
democráticas, con Morazán y Lempira a la vez, dijo el tal periodista,
hoy es vocero de la casa presidencial o algo así, [...] que mi general
estaba hecho de la mitad de Lempira y la otra mitad de Morazán, que
en su pecho se anidaba la valentía y el arrojo del gran cacique lenca
y, en su pensamiento, el espíritu clarividente y estratégico
del paladín de la unión centroamericana (Oviedo, 1990: 57)
Este fragmento, al mismo tiempo, muestra cómo los partidarios de Gustavo
Álvarez Martínez lo identifican con los héroes nacionales
Lempira y Morazán, para integrarlos en su proyecto político. Recordemos
que Lempira fue el cacique de la etnia lenca que, entre 1537 y 1538, dirigió
una gran rebelión en contra de los conquistadores. Después de
haber combatido durante seis meses contra las tropas españoles capitaneadas
por Alonso de Cáceres en la provincia de Cerquín, falleció
en su defensa de la soberanía territorial. Sobre la muerte del héroe
indígena existen dos versiones: la del historiador español Antonio
de Herrera que data de inicios del siglo XVII9, por un lado, y la más
reciente del historiador hondureño Martínez Castillo, por el otro.
El cabo Antúnez rechaza rotundamente la segunda versión, sin duda
porque restaría valor al heroismo del cacique invencible:
los comunistas [...] son tan cabrones para inventar mentiras que ahora andan
diciendo que el tal coronel Lempira, imagínese usted, como si ellos
hubieran vivido en aquel tiempo, no murió a traición como de
veras ocurrió y está comprobado de sobra, sino que al indio
cacique este lo mató en una lucha verga a verga un tal Rodrigo Ruiz
(Oviedo, 1990: 61)
Como es de esperar, cualquier afirmación que no le
agrade es calificada como una mentira de los comunistas. Además, por
una parte pone en entredicho la capacidad de conocer el pasado no experimentado,
pero por otra parte acepta incondicionalmente la versión de Antonio de
Herrera, aunque fue español y que relató la muerte de Lempira
casi un siglo después de que ocurrió. Según Antonio de
Herrera, el Capitán español hubiera recurrido a la traición
para derrotar a Lempira, al mandar que un soldado matase a Lempira con un arcabuzazo
mientras otro lo distraía con supuestas negociaciones de paz (cf. VV.AA.,
1989: 107-111 y 127-136). Basándose en esta crónica, los intelectuales
hondureños de finales del siglo XIX y del inicio del siglo XX se esforzaron
por convertir al cacique indígena en un primer héroe patriótico,
defensor de la libertad nacional (Ans, 1997: 59). Sin embargo, en 1987, un historiador
hondureño descubrió en los archivos de Sevilla una probanza de
méritos, que atestigua que el soldado Rodrigo Ruiz «en lucha cuerpo
a cuerpo dio muerte al indomable jefe autóctono» (VV.AA., 1989
: 129), no con un tiro disparado a traición (cf. Ans, 1997: 59). Como
se indica en la Enciclopedia Histórica de Honduras, ambas versiones
podrían complementarse : quizá, fuese Rodrigo Ruiz quien mató
a Lempira a traición, pero decidió contarlo con más bravura
a fin de que la Corona reconociera sus servicios como conquistador. Evidentemente,
para la exaltación del héroe indígena supuestamente invencible,
resulta más conveniente la primera versión.
Luego, es significativo que el cabo Antúnez retrate a Lempira únicamente
como gran combatiente, comparándolo de manera absurda con El Santo («
El Enmascarado de Plata »), un legendario campeón de lucha libre
mexicano, al mismo tiempo que actor de pacotilla. En cambio, Antúnez
silencia completamente que Lempira rechazó cualquier arreglo con el agresor
extranjero y que concluyó la paz con las tribus vecinas para hacerle
frente al enemigo común. Aunque cada año se celebra al héroe
indígena con manifestaciones oficiales y con actos cívicos escolares,
el gobierno de Roberto Suazo Córdova, o mejor dicho, el de Gustavo Álvarez
Martínez, no adoptó en absoluto la posición independentista
y unitaria que propugnó Lempira. Al contrario, no sólo se sometieron
por completo a los dictámenes de Estados Unidos para administrar la política,
la economía y el ejército del estado hondureño, sino que
también provocaron discordias con los países vecinos al combatir
el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El
Salvador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua.
En lo que concierne a la comparación con Morazán, observamos el
mismo procedimiento. Al cabo no le parece importar que Morazán haya luchado
por una república centroamericana libre y unida; sólo le interesan
sus proezas militares y su estatua, símbolo típico de la gloria
inmortal. Sin embargo, la estatua tampoco resulta libre de polémica:
ya ve como son los comunistas, dicen que Morazán el de la peatonal
es otro y no él, como les gusta inventar mentiras a los cabrones, que
es un tal mariscal Ney que fue ayudante de Bonaparte, puras mentiras para
confundir a la gente ignorante (Oviedo, 1990: 52)
Lo que el cabo desacredita como unas mentiras de los comunistas
«cabrones», lo mencionó Gabriel García Márquez
en su discurso de aceptación del Premio Nobel para demostrar que en América
Latina y el Caribe, la realidad excede a la imaginación: «El momumento
al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa,
es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en un depósito de
esculturas usadas» (García Márquez, 1999: 47). Después, Como mi general no hay dos sigue con una metáfora sumamente reveladora,
que denuncia indirectamente los métodos radicales del general para aniquilar
a cualquier criatura que se atreva a manchar la imagen de una figura consagrada:
en cambio, mi general, por el respeto que guarda a la memoria de Morazán,
[...] quería volarse los árboles del parque y las palomas de
la catedral, pues los condenados pájaros se cagan sin más en
la estatua, pero no tuvo éxito con esa idea, porque los de ecología
y los periodistas y todo mundo se puso en contra, y la verdad es que de todos
modos los pájaros no saben de esas cosas (Oviedo, 1990: 52-53)
Antes de concluir, nos queda por mencionar el tercer grupo
de ironía que distingue Pere Ballart, a saber la que se origina en el
contraste entre el texto y otros textos. Dado que este tipo de ironía
se realiza mediante la intertextualidad y la parodia y que estudiar estas estrategias
nos llevaría demasiado lejos, nos limitamos a señalar que cabría
investigar el diálogo de Como mi general no hay dos con la tradición
literaria de la novela del dictador, incluyendo La gloria del muerto (1987) del mismo Jorge Luis Oviedo. Por otra parte, también nos parece
interesante confrontar el texto con el género testimonial, para ver hasta
qué punto lo parodia. Es bien sabido que las parodias surgen cuando un
género se agota y eso es lo que está pasando con el género
testimonial en la época posrevolucionaria, después de su auge
en Centroamérica a inicios de los ochenta.
De todo lo expuesto, podemos concluir que Como mi general
no hay dos constituye un caso muy interesante, no sólo de ficción,
sino además de meta ficción historiográfica. Parece
hablar en favor de Gustavo Álvarez Martínez, pero mediante una
sabrosa ironía, la narración disimuladamente pone de manifiesto
cómo éste hundió al pueblo hondureño (y a sus pueblos
hermanos) en la violencia y la miseria, apoyado tanto por los entonces presidentes
de EEUU como por parte de la Iglesia católica y justificándolo
todo con la Doctrina de la Seguridad Nacional. Luego, resulta muy original que
la metaficción se realice mediante la puesta en escena de un simple cabo.
Sus múltiples acusaciones en contra de los periodistas o de los comunistas
«mentirosos» revelan cuánto la ideología influye en
la percepción de la verdad. Las referencias a Lempira y a Morazán,
en particular, pretenden mostrar cómo la historiografía nacional
se apropia de los héroes nacionales, para que sirvan, legítimamente
o no, sus propósitos políticos. .
©Ann Van Camp
Notas
Arriba
vuelve 1. Véase "El
último testimonio de Álvarez Martínez", en: El
Heraldo, 26 de enero de 1989, p. 52, citado en Funes H., 1995 : 345-346.
vuelve 2. El epígrafe
constituye un fragmento de la proclama que dirigió Rosas al pueblo argentino
el 13 de abril de 1835 al recibir por segunda vez el mando de Gobernador de
Buenos Aires, un cargo que aceptó con la condición de que le fuera
conferida la Suma del Poder público. Para la proclama entera, véase
Irazusta, 1943: 18-19.
vuelve 3. Desgraciadamente,
no hemos podido identificar la fuente.
vuelve 4. Fuente del epígrafe:
Casas, 1999: 91.
vuelve 5. De ahí su
comentario: "yo cómo no voy a ser agradecido con mi general, si casi hasta un papá era para mi" (Oviedo, 1990: 41, énfasis
nuestro). Noten que incluso una palabra tan anodina como "casi" puede
bastar para suscitar un efecto irónico.
vuelve 6. Para más información
al respecto, véase: Salomón, 1987; Oseguera de Ochoa, 1987; VV.AA.,
1990 e Isaula, 1988.
vuelve 7. cf. «sinceramente,
le voy a decir, yo a la patria me la paso por las bolas, me vale verga, principiando
porque no tengo una idea muy clarificada, me pasa lo mismo que con la soberanía,
por más vueltas y vueltas que le he dado a mi mentalidad, [...] nada,
solamente un enredo, una tremenda pelotera se me arma allá adentro»
(Oviedo, 1990: 70).
vuelve 8. Tradicionalmente,
el alazon, el necio real, se opone al eiron, el necio fingido,
que, escondiendo su juego, sale con la suya. En Como mi general no hay dos,
en cambio, el autor implícito juzga suficiente no poner en escena sino
al alazon y "dejar que él mismo se desacredite" (Ballart,
1994: 336).
vuelve 9. Véase la Historia
General de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar
océano (1626) de Antonio de Herrera..
Obras citadas
- Acevedo, Ramón Luis, 1993: « La novela centroamericana en
la década del ochenta : consolidación e internacionalización
», en: Acevedo, Ramón Luis / Alverio, Carmen S. (comp.), Exégesis:
La narrativa centroamericana contemporánea (número monográfico),
7:19 (1993): 2-9, Humacao, Puerto Rico.
- Ans, André-Marcel d', 1997: Le Honduras: difficile émergence
d' une nation, d' un État. Paris: Éditions Karthala.
- Ballart, Pere, 1994: Eironeia. La figuración irónica en
el discurso literario moderno. Barcelona: Quaderns Crema.
- Cárdenas Amador, Galel, 1990, "Prólogo: Realidad y Ficción
en Como mi general no hay dos", en: Oviedo, Jorge Luis, 1990: Como
mi general no hay dos. Tegucigalpa: Editores Unidos, 7-17.
- Casas, Bartolomé de las, 1999: Brevísima relación
de la destruición de las Indias, ed. por Consuelo Varela. Madrid:
Editorial Castalia.
- Funes H., Matías, 1995: Los deliberantes : el poder militar en
Honduras. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.
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