Leonel Delgado Aburto

 

Y la Balcanización de la crítica continúa y qué difícil sacar de su ataúd a la medusa


Para los críticos independientes que se den por aludidos.

"¡Seguiré!"
Ch. G.

Qué mal marcha la crítica literaria en Nicaragua. Peor aún: qué apocada, aislada y anémica se muestra a veces, sobre todo en los círculos del «jet set» de la cultura criolla. Cuando muestra vigor y personalidad es por lo general de forma marginal y no sistematizada; y amenazada a su vez por ahogarse en los circunloquios de la inerte "literatura nacional". La insistencia con que algunos hemos buscado el debate literario en general, y sobre la crítica en particular, ha probado tener la consistencia de aquel acertijo zen del sonido del aplauso de una sola mano.

Me quiero referir aquí al libro Una década en la narrativa nicaragüense y otros ensayos de Isolda Rodríguez Rosales (ACNE-NORAD-CNE, 1999) que muestra tanto la sintomatología «jet» como una irresponsabilidad crítica paralela. En resumen, es un libro arruinado por la superstición del "autor" (la figura mitologizada del escritor/a) y "balcanizado" por su falta de contacto (convergente o divergente) con las corrientes de la crítica actual.

Es en este sentido, un volumen paradigmático de un estilo de crítica literaria que no termina de afirmarse sólidamente, que se deshace como figura de barro bajo un vendaval mientras pregona consistencia y reciedumbre. Una involuntaria alegoría de lo que ha sido, en general, la crítica literaria en nuestro país.

DESMEMORIA DE LA CRÍTICA
Ante el "auge" reciente de "la narrativa nicaragüense", Una década promete "una visión crítica de las novelas y cuentos más representativos de los últimos diez años" (Introducción, 14). Sin embargo, su valoración parte de un prejuicio que necesariamente implica otros más. Por un lado da por hecho un "evidente predominio de la novela histórica" (tesis quizá plausible) y, por otro lado, afirma que estas obras narrativas históricas "reconstruyen un momento de la historia de Nicaragua" (Introducción, 12; las cursivas son mías).

La posibilidad de "reconstruir la historia" será pues atribuida sin la menor distancia crítica a los escritores (¿y quién los consagró en ese papel?). Esta atribución, que no oculta una visión muy tradicional tanto de la ciencia histórica como de la literatura, acaba por entorpecer el cometido general del libro, es decir, el de ofrecer en realidad "una visión crítica".

Tampoco se justifica con contundencia en Una década, la particular periodización defendida por el libro. El arbitrario deslinde entre la narrativa testimonial de los ochenta y las novelas y cuentos de los noventa, no se argumenta desde categorías creíbles. La "ruptura" que significaría Castigo Divino no explica por qué su autor, Sergio Ramírez, publicaría todavía en 1989, un volumen testimonial (La marca del Zorro). Obra, por cierto, casi paralela a testimonios como La paciente impaciencia y Canción de amor para los hombres (que Beverley y Zimmerman llamaron "neotestimonios"). ¿Y acaso desde La mujer habitada hasta Un sol sobre Managua y ¡Adiós muchachos!, no siguen los escritores nicaragüenses prestando a sus discursos narrativos los testimonios personales de sus luchas políticas?

No basta con afirmar que las obras testimoniales, dados los cambios políticos, "quedaron en el olvido" (Introducción, 11). La crítica no puede darse el lujo de ser desmemoriada. Demasiado mal se han escrito las historias literarias y culturales en Centroamérica cuando críticos e historiadores se mueven al vaivén de los cambios políticos, y recuerdan sólo lo que conviene. Así se ha marginalizado en Nicaragua un caso tan significativo como es el de Manolo Cuadra.

Rasgos, objetivos y constantes del actual "auge" narrativo nacional puede rastrearse en la literatura de varias décadas atrás, incluido el género testimonial. A veces las "rupturas" no son tan nuevas, lo que no necesariamente les quita validez. Al contrario, darles una perspectiva histórica puede ayudar a enriquecer su significado, o, al menos, la interpretación que un crítico/a particular puede ofrecer. Quizá la petición de principio sea exagerada, pero Una década, carece también de estas perspectivas históricas.

MEDUSAS Y SISTEMAS CRÍTICOS
Se puede decir que en el trayecto de la literatura nacional ha predominado un tipo de crítico medusa; quiero decir un crítico que se adhiere a las formas de los autores, que se acepta, por virtud del mimetismo o la sobrevivencia, aditamento del autor; sin presentar una auténtica personalidad él (o ella) mismo/a, es decir, sin lograr ofrecer originales y sólidos criterios propios. Hay excepciones, es cierto, pero estos críticos que logran personalidad propia, son enviados por los «jet», a la mitología de los márgenes, tal como le ha sucedido a Beltrán Morales.

El llamado de la autora de Una década a "sistematizar la crítica literaria en Nicaragua, de manera académica y profesional" (Introducción, 14) no se contradice, en dicho libro, sólo por ese síndrome marino de las medusas, sino precisamente por la ausencia de un sistema crítico coherente. En Una década, nos encontramos con una derivación descriptiva de la estilística con abundantes (y muchas veces irresponsables) adornos del estructuralismo. El problema mayor es que estos ensayos describen las obras pero no las interpretan.

Hay algunos enunciados estructuralistas que Una década parece asumir. Por ejemplo, la idea de que "lo que sucede en el relato no es, desde el punto de vista referencial, nada; «lo que pasa» es sólo lenguaje" (Barthes, citado en Una década, pág. 18). Pero el libro no es fiel a ese confeso "formalismo" pues una y otra vez está repitiendo que la literatura "refleja" ciertos aspectos: "una sociedad arcaica", como en su crítica a Castigo divino (pág. 20) o "la realidad" como afirma la reseña de una novela de Milagros Palma (pág. 83).

De manera que el uso del estructuralismo en esta obra es contradictorio cuando no aislado o de simple atavío. En todo caso nunca coherente más que cuando asume cierta terminología, caso de la de Genette aplicada a los puntos de vista del narrador. ¿Por qué fracasa tan estrepitosamente en Una década, la amalgama de estilística y estructuralismo? La respuesta está dada por el particular punto de vista sobre los escritores.

Hay en Una década, un abuso de identificación entre el discurso narrativo y los autores, sin sistematizar esas relaciones siempre conflictivas. Según se desprende del discurso del libro, los autores pueden reconstruir la historia tal como fue en la realidad. Los relativismos en las epistemologías (postestructuralismo, postmodernismo, posthistoria) no logran conmover esa figuración tradicional: "Cuando su obra arraiga en las experiencias personales, los textos, tanto históricos como literarios, pueden adquirir su propia jerarquía ontológica, porque ambas narraciones comienzan como modos del saber, pero terminan como modos del «ser»" (pág. 93).

¿Cómo no ver tras esta afirmación idealista la figuración patriarcal del escritor que "es" la nación porque por él habla un montón de gente sin derecho a voz aunque sí a voto político? ¿Qué otra cosa es la afirmación de que Réquiem en Castilla del Oro recoge "las voces de los sin voz, alzándose en una sola"? ¿No está notificada así la labor de "notables" que se atribuyen los escritores a sí mismos, basados en sus "experiencias personales" literarias e históricas que ellos mismos se encargan de escribir? ¿Y qué actitud crítica tiene la autora ante esa figuración dogmática del "autor ontológico"?

Pues la actitud, como ya dije, no es crítica, sino descriptiva. Usa escolásticamente, por ejemplo, la división de Todorov entre historia y discurso, así como varia terminología estructuralista para describir (no interpretar) las narraciones (aunque, como se verá, no en todas aplica el estructuralismo). También escolásticamente se adhiere a los autores dedicándoles a veces excesivos y mal disimulados elogios personales. Sergio Ramírez es considerado "magistral" o "buen masatepino", "con mayor rigor (que Flaubert) en el manejo del estilo médico" (v. pág. 30) o considerado a la altura de Faulkner (v. pág. 46). Demás decir que la crítica literaria actual supone prescindir de esos fáciles recursos.

APOTEOSIS DE "LAS ESPONTÁNEAS"
Pero la identificación entre discurso narrativo y autor lleva incluso a someter el propio discurso crítico al deseo del escritor abordado. Sucede, por ejemplo, en el artículo sobre Mercedes Gordillo (pág. 163 y ss.). El artículo entero prescinde de la terminología estructuralista. Al leerlo se comprende tácitamente que este abandono se da en virtud de que "los relatos de Mercedes están escritos para ser oídos", debido a que la narrativa de esta autora "es sencilla, porque según sus propias palabras, así lo prefiere" (pág. 163, 167).

Este sometimiento al capricho de la escritora llega al nivel escandaloso de prescindir de una idea moderna de cuento pues "el cuento nace como relato oral; en el tránsito de las caravanas, los árabes contaban cuentos en torno a las fogatas" (pág. 163). Es triste que para abordar a una escritora naive la crítica tenga que hacer tantas concesiones.

Nada queda pues del vertiginoso desarrollo de la narrativa corta (short story, cuento, nouvelle, relato, etc.) en los dos últimos siglos, si un autor cualesquiera decide "escribir sencillo". Nada queda sino un abuso del estilo comercial que no desmerece los anuncios para turistas ("Relea a Mercedes Gordillo y disfrute con sus relatos llenos de vivacidad. Recorra con ella las calles de la Vieja Managua, etc. etc.", pág. 167-168). Es la apoteosis de "los espontáneos" (o "las espontáneas") bajo el patrocinio dedicado de José Coronel.

En el abordaje de la poesía de José Cuadra Vega las concesiones son igual de lamentables. El escolasticismo religioso desplaza a la crítica pues "la vida es una búsqueda de Dios, un «salir tras ti clamando»" (pág. 194) y dado que "el interlocutor" de los poemas de Cuadra es "nada menos que Dios" (pág. 193) (¿quién será ese?), pues se prescinde de nuevo de cualquier distancia crítica, prefiriéndose la identificación mística. Y el discurso en esta incursión seudoteológica recuerda por cierto los afanados volúmenes de don Jaime Pérez Alonso. Véanse las sesudas preguntas del último párrafo de la página 193: "¿Quién soy? ¿Cuál es la razón de mi existencia? ¿De dónde provengo?, etc. etc."

¿Cómo interpretar la parábola de un libro que inicia prometiendo visión crítica adornada de estructuralismo y acaba sometida a los caprichos estilísticos y temáticos de escritores muy menores? Por un lado es que cumple con los rituales de pasaje de la crítica tradicional en nuestro país, en donde los límites entre la zalamería y el discurso no están aún muy definidos. Pero sobre todo se trata de la "balcanización" de la crítica en Nicaragua, de su falta de contacto (convergente o divergente, repito) con las corrientes de la crítica actual.

En el inicio del artículo sobre la novela de Erick Aguirre, Una década invoca a Goldmann y su llamado a relacionar "las estructuras y significaciones literarias, [y las] estructuras ideológicas y sociales" (pág. 171). Sin tener necesariamente que tomar como dogma tal relación, lo cierto es que tanto la coyuntura histórica actual como el desarrollo de la crítica en la academia (que Jean Franco llamó "el auge de la crítica"), convoca a los críticos a brindar un sentido interpretativo de los fenómenos literarios, más allá de la visión supersticiosa y monográfica sobre los autores.

Se trata una vez más de tomar partido, en el sentido de contribuir a elaborar juicios, construyendo sólidas y coherentes estructuras críticas, en las que la independencia de criterio, la apertura a las corrientes de pensamiento y el propio respeto intelectual del crítico/a sobre su trabajo, saque por fin del sarcófago a la medusa (quise decir a la crítica).

A pesar del entusiasmo de contraportada ("lucidez", "contudencia argumental", "pionera de la crítica académica", "fecunda y fulgurante", etc.) en Una década, todas las retóricas de la crítica actual (postmodernismo, postcolonialismo, discurso de género, subalternidad, macondismo, posthistoria, etc. etc.) son dejadas del lado en virtud de mantener "la terrible armonía" entre una narrativa en supuesto (más que demostrado) auge y una crítica que se le somete.


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