Leonel Delgado Aburto

En busca de la Genealogía de Cifar

 

En primer lugar quiero agradecer a Miguel Angel Herrera su solicitud para que lo acompañara en esta presentación de su libro Bongos, Bogas, Vapores y Marinos. Historia de los "marineros" del Río San Juan, 1849-1855. Dado que no soy especialista en historia es hasta cierto punto un abuso de mi parte presentar un libro como este, tan ceñido disciplinariamente a la historiografía.

Sin embargo, debo expresar mi confianza también en que la amistad con su autor, debida entre otras cosas a la conciencia de que, tal como enseñan los estudios culturales, la letra es sólo un signo más entre otros muchos que pueblan las geografías humanas ­ y quizá deba decir que sobre todo las nuestras-; esa amistad entretenida en el intercambio constante de ideas y libros, que es un intercambio entre la literatura y la historia, (y agradezcamos de paso los deslumbres viejos de las humanidades, y los relumbres nuevos de la interdisciplinariedad científica); esa amistad, pues, suplirá hasta cierto punto las insuficiencias de un crítico de la cultura (como aspiro a ser, aunque todavía no lo sea del todo) que ve desde su parcela un libro que le parece básico para entender cómo se han constituido en Nicaragua, en diversos tiempos, con diversas posibilidades, pero casi siempre para el silencio de la historia, culturas populares, marginalizadas de la centralidad gnoseológica, sea ésta la constituida por las élites nacionales, las oligarquías o las vanguardias políticas y artísticas.

Como demuestra Miguel Angel Herrera en Bongos, Bogas, Vapores y Marinos, los tripulantes de los bongos y piraguas que traficaban por el río San Juan y el lago de Nicaragua, llegaron a constituir una identidad y cultura propias. Condicionantes exógenos, cambios tecnológicos, circunstancias de la geopolítica, así como constantes de la política interna, influyeron tanto en la constitución de esta cultura como en su progresiva dispersión. Fue sin embargo una cultura actuante y viva, mayormente oral que tuvo habilidades para negociar sus fronteras, para reproducirse e incluso mitificar una geografía que era su hábitat.

Esta región es, quizá no por casualidad, el "estrecho dudoso" (y famoso) que desveló a los conquistadores españoles, a los piratas europeos de toda estatura y procedencia, y, tiempo después, a algunos de los mejores escritores que ha dado Nicaragua. Un río fabulado, pues, hasta la apología por la cultura letrada nicaragüense, desde los viejos cronistas a los nuevos. El libro de Miguel Angel Herrera se propone en cierta medida desencantar un poco la fábula, o, en otro sentido devolverle una historicidad que sin rechazar el sueño de su geografía, rearticule jerarquías y desplace quimeras.

El río San Juan ha mitificado su geografía gracias a las buenas o malas intenciones de las potencias extranjeras y las élites nacionales. Es el sueño del Canal y el cruce neurálgico de una cultura material fronteriza, en el sentido de intercambio, contacto cultural y articulación de identidades frente a los otros. En el verbo de José Coronel Urtecho, el río es la posibilidad de una civilización; pero también una traslación cultural y un ensalmo del contacto cultural con los Estados Unidos y su literatura. Es, en este sentido, un espacio virgen y silvestre que reta de manera plural a las letras. Pablo Antonio Cuadra ha recreado de manera estupenda a un sujeto popular, Cifar, habitante de un mediterráneo lacustre que navega tras la constitución de un mito. Ese inventario fabuloso en las crónicas y poemas de los patriarcas vanguardistas constituye una especie de edad mítica de regiones que "vuelven" hasta nosotros en los ciclos históricos.

Actualmente, el río San Juan es la emoción tras la espalda. Afirmamos emocionados que somos nicaragüenses como el río San Juan, pero el esfuerzo por comprender una zona cultural fronteriza que no necesariamente se divorcia del intercambio con nuestros vecinos costarricenses, no convoca el mismo anhelo o la misma pasión. El río anhela lo mismo un desencantamiento de su posición civilizadora, o de la calidad de ésta, como de su posición mítica; de su colocación como emblema nacionalista y su realidad como geografía humana, cultural y ecológica.

Bongos, bogas, vapores y marinos, responde a este reto en un ciclo histórico posterior al clímax de la reafirmación nacionalista provocada por la revolución sandinista. En este sentido, su articulación es a la vez un repliegue y una avanzada. Repliegue desde las posiciones dogmáticas y cómodas de las ciencias sociales que concebían a los sujetos populares con identidades monolíticas, cuando no con una teleología redentora indiscutible. Avanzada sobre microhistorias necesarias e imprescindibles para rearticular el pasado, que señala también desplazamiento tanto del objeto de estudio como de la metodología; que implica tanto reconocimiento del estatus de las culturas no adscritas a la letra, como uso creativo de instancias interdisciplinarias.

Y es aquí donde por suerte Bongos, bogas, vapores y marinos, se da la mano y, a la vez, confronta el mito letrado, y la historia, del río San Juan. Este libro reinscribe una comunidad de cultura trabajadora y cultura oral en un escenario y una geografía que ha articulado ansias y desvelos elitarios, tanto como cotidianidad y reproducción material subalterna. Esta segunda parte, generalmente invisibilizada por la cultura dominante, es la que elabora Miguel Angel Herrera. A los presentimientos, a veces cruzados por demasiadas nubes, de nuestros patriarcas letrados, que fueron o quisieron ser, asimismo, patriarcas de la geografía lacustre, Bongos, bogas, vapores y marinos, propone una inicial movida estratégica, que deberá ser continuada necesariamente por otras.

Buscar tanto la genealogía de Cifar como la de la cultura del río; la de la constitución de una cultura de constante invención y recreación, de constante intercambio con los otros que cruzaban sus territorios, cuando estos mismos territorios se volvían movibles, en fin, la demarcación de una metáfora de lo que han sido nuestras culturas: su potencialidad creativa y su dispersión ante las circunstancias de la política, la geopolítica o la tecnología. El sueño nacionalista civilizador no se cierra con un quejido o un gruñonada política, tampoco con una expropiación progresiva de voces en nombre de la política o la sanidad cultural. La posibilidad de lo heterogéneo y lo diverso está inscrita en nuestra historia y nuestra geografía. Un libro como Bongos, bogas, vapores y marinos, ayuda a ver esta heterogeneidad en una perspectiva a su vez plural.

Si dije al principio que Miguel Angel Herrera se ciñe a la disciplina historiográfica, esto no significa, como ya se habrá visto en lo que vengo diciendo, que cierre sus posibilidades ante otras lecturas, o que su libro no pueda alentar otras empresas y miradas desde la antropología, los estudios culturales o, incluso, la historia literaria. La parcialidad evidente con que generalmente enfrentamos las tareas de la historiografía literaria, señala los vacíos y ausencias de estudios de nuestras culturas profundas, regionales, orales, culturas de trabajo o culturas fragmentadas y dispersas por la geografía nacional o fuera de nuestras fronteras. Esas voces perdidas que como las de los navegantes que hoy escuchamos otra vez gracias a Bongos, Bogas, Vapores y Marinos, son imprescindibles para reencotrarnos y reconstituir la "armonía áspera" que cantó Darío.

El ciclo histórico con que se nos acerca el río San Juan ahora, no es el del mito elaborado por este u otro patriarca, aunque obviamente ni histórica ni metodológicamente podamos renunciar a lo que ellos elaboraron. Se trata ahora de reinscribir con creatividad lo diverso, ubicados en un presente epistemológico fronterizo, a veces movible, pero siempre pródigo en significados e intercambios. Ante ese reto, que tiene no poco de vértigo fluvial, Miguel Angel Herrera y su libro, se manejan a la altura de las circunstancias, asunto que todos debemos agradecerle: ha sido un buen cruce, una buena navegada. Muchas gracias a él, y a todos Uds. por acompañarnos.


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