Durante el VII Congreso de Literatura Centroamericana (17-19 de marzo de 1999) fue abordado --muy de paso, lamentablemente, porque "nunca hubo tiempo"-- el tema de la ausencia de la crítica literaria en Nicaragua. Una de las delegadas del evento (docente de una universidad norteamericana, para más señas) proclamó que la verdadera crítica nunca pero never se desarrolla a través de los medios de comunicación sino que se hace en los centros de educación superior, al margen de las pasiones del momento y de intereses extraliterarios.
Por cierto, esta clase de crítica (que aquí se ejerce, aunque no a gran escala) es imprescindible. Sería bueno que de eso se dieran cuenta las autoridades universitarias, que a menudo olvidan que un catedrático tiene que ser, condición sine qua non, investigador.
Pero gozar una investigación filológica (al igual que una médica o ingenieril) es y será privilegio de entendidos en la materia. Se basa en conocimientos especializados, teorías científicas, estudios minuciosos; suele constar de muchísimas páginas. No es algo que la mayoría lectora de cualquier país está en capacidad de disfrutar e interpretar.
Por ende, los artículos de crítica literaria que se publican en periódicos o revistas no son escritos espurios, condenados a una ingénita inferioridad. Constituyen otra forma de comunicar, que no es complementaria ni alternativa ni contraria sino distinta. Quizá menos profunda pero no menos aguda. Y más cercana al público (elemento significativo para los no creentes en "torres de marfil" de diversa altura y arquitectura).
Preguntas pertinentes
Muchas veces el alcance de estas favilas es limitado por la corta vida de las páginas. Coleccionar recortes no es una costumbre usualmente practicada; entonces, publicar un libro que recoge trabajos periodísticos es válido y no podemos menos que saludar la aparición de "Juez y parte", una colección de ensayos, crónicas y entrevistas "sobre literatura y escritores nicaragüenses contemporáneos". Su autor, Erick Aguirre Aragón (Managua, 1961), es periodista y literato. Ya tiene en su haber otros dos volúmenes: "Pasado meridiano" (1995, poesía) y "Un sol sobre Managua" (1998, novela).
La publicación (con la tirada de mil ejemplares, que para Nicaragua es casi mucho) fue auspiciada por el Instituto Nicaragüense de Cultura. Nada más natural, pues la crítica forma parte de la cultura. Además, en 1994 "Juez y parte" obtuvo una mención de honor en el Certamen Nacional Rubén Darío, motivo razonable para la publicación. Empero los galardonados tardan demasiado en llegar a la imprenta. El campeón del retraso fue Francisco Valle (1942), quien tuvo que esperar cinco años para que "Laberinto de espadas", su libro premiado, viera la luz. ¿Qué está pasando?
Aparte de eso, merece la pena hacer algunas preguntas pertinentes (¿o no lo son?). ¿Quién o quiénes en el INC escogen las obras que van a apadrinar? ¿Según qué criterios? ¿Qué autores pueden acceder a la preselección?
No se trata de sostener que hay favoritismo de por medio. Simplemente, es legítimo querer conocer los mecanismos de manejo de tan escasos recursos. No es ningún secreto que el INC es una institución indigente, que trabaja con las uñas y para impulsar sus proyectos depende de la comunidad donante. Cabe pues citar a Carlos Martínez Rivas (1924-1998): "Ellos los elegidos por qué por cuál por quién".
Un conjunto incluyente
Las preguntas son para el Lic. Clemente Guido Martínez, Director Ejecutivo del INC. No tienen que ver con la obra de Erick Aguirre; dediquemos la atención a ésta.
La primera sección, compuesta de 20 artículos, se subtitula "Nuevos escritores de Nicaragua", aunque todos los reseñados habían nacido antes de 1960 y no se trata de autores tardíos. De allí se desprende que para los literatos nacionales el noviciado se prolonga desmesuradamente. Ser un eterno novato es un privilegio más que dudoso, Erick Aguirre bien lo sabe. ¿Por qué, entonces, perpetuar el mito de la interminable mocedad, que él mismo cuestiona?
Los ensayos son incluyentes, no dividen a los escritores en insignes y marginales. Hay atención y elogios para todos; quizá demasiados elogios, porque varios artículos no son realmente críticos sino "definitorios consagratorios". A menudo --no siempre, por fortuna-- el autor se dedica a destacar los méritos y se detiene justo en el momento de pasar a las carencias. Por ejemplo, repite dos veces que la poesía de Ana Ilce Gómez (1945) es "casi perfecta", pero no dice qué exactamente le falta para la perfección.
Muchas definiciones de Aguirre son sugestivas, antologizables. Muestras abundan: la "exquisita angustia metafísica" de Alvaro Urtecho; "un camposanto que intenta resumir la historia moderna de Nicaragua" (sobre "Relación de la lucha y matanza de Monimbó" de Julio Valle-Castillo; "brillante y aséptico" (Edwin Yllescas); "antireflexivo, antirretórico, este poeta apela sobre todo al sentimiento primigenio del hombre ante las maravillas de una naturaleza edénica que el artista moderno ya ha dado por perdidos" (Gustavo Adolfo Páez).
Posee una visión de la literatura nicaragüense (en particular, de la narrativa) más completa y menos ortodoxa que la comúnmente reflejada en los medios. Le gusten personalmente o no, Erick respeta a los autores de renombre establecido (el papel de iconoclasta no lo atrae), sin hincarse de rodillas ante las autoridades. Tampoco espera una señal desde el Olimpo local para comenzar a estimar a aquellos que no figuran en el raiting literario.
Cuestionable herencia
Sin embargo, a veces acepta obcecadamente el legado de saltimbanquismos verbales que estuvieron de moda durante el reinado del modernismo y luego, de la Vanguardia. "Alvaro Urtecho (1951) es esencialmente poeta: habla como poeta, luce como poeta, vive como poeta". ¿Se trata de alguna especie de fenotipo? ¿O de una señal a la usanza masónica, que distingue a los vates del resto del género humano? Seguramente, Erick Aguirre no cree en la parafernalia lirofórica. Es demasiado sagaz y bien informado para eso, sus textos lo demuestran. ¿Qué sentido tiene, entonces, reincidir en lugares comunes?
En el ensayo sobre el poemario "Viaje y círculo" de Juan Carlos Vílchez (1954), Aguirre cita a otro crítico, Manuel Martínez (1956), quien opina que los versos de este poeta "dicen con exactitud lo que tienen que decir". Erick manifiesta tener dudas al respecto y empieza la discusión aseverando que en la poesía de Vílchez está presente "una particular formulación de lo oscuro aun a través de la lógica sintáctica y la claridad de las frases". Pero, sean los versos cristalinos o herméticos, ¿acaso es posible definir a priori lo que un poema tiene o no tiene que decir?
Otro elemento que no contribuye a la solidez de los escritos, es la costumbre de mencionar cuán entrañable amigo suyo es tal o cual artífice y de entrar en descripciones de los tragos que tomaron juntos Erick y el fulano. Esos "cuadros costumbristas" refuerzan sin querer la creencia --tan arraigada como falsa-- que todo artista obligatoriamente ha de ser bolo, vago y loco.
Donde hubo fuego...
La segunda sección, "Literatura y Revolución Sandinista (Traumas y dilemas)", agrupa ocho artículos que abordan de una manera lúcida y lógica las polémicas que ardieron, con humo y chispas y altas llamas, durante las décadas del 80 y 90. Cinco de ellos fueron escritos en el 87 y 88, tiempos cuando contradecir las órdenes de la Dirección Nacional era una proeza arriesgada.
Aguirre critica con acerada serenidad la "concepción desdeñosa del trabajo del creador" de los dirigentes del Gobierno sandinista, el "embrujo conformista de la miseria rural" imperante en la obra y el pensamiento de Pablo Antonio Cuadra (1912), la "tendencia uniformante y simplista de la poesía fabricada en los talleres" impulsados por Ernesto Cardenal (1925) y la "condición conservadora" de los círculos intelectuales de nuestro país. Tiene sus convicciones, adhesiones y simpatías (entre ellas, la filosofía marxista), pero a la vez, defiende el derecho a la disidencia.
En el ensayo "Sobre la más nueva poesía nicaragüense" Erick objeta dos postulados del medio artístico nacional, a estas alturas casi convertidos en dogmas: la armonía generacional y el "censo por la edad" aplicado a los escritores, a quienes se les aconseja esperar (¿qué?) sin incurrir en "osadías" de creerse merecedores de voz, voto y espacio.
El prescribir la humildad de esta índole equivale a querer convertir a todos los "menores" en Molchalin, protagonista de la comedia "Qué desgracia el ingenio" de Alexandr Griboiédov (1795-1829). Aquel personaje profesaba con éxito el credo de "Tan joven no me debo atrever/ mi propio criterio tener".
¿A qué edad tenemos que morirnos?
La madurez creadora no está ligada directamente a la edad, la historia lo evidencia. Thomas Chatterton (1752-1770), con apenas 18 años de vida, se ganó un lugar descollante en la rica, exigente literatura inglesa. Sandor Petöfi (1823-1849) y Christo Bótev (1848-1876), figuras fundacionales de la poesía húngara y búlgara, no llegaron a los 30.
Y si se quiere hablar de autores conocidos más universalmente, allí va otra lista: Garcilaso de la Vega (1501-1536), Novalis (1772-1801), Percy Bysshe Shelley (1792-1822), George Gordon Byron (1788-1824), Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), Arthur Rimbaud (1854-1891), quien, además de haber vivido poco, abandonó la poesía a los 20 años...
En Nicaragua también existen arquetipos de precocidad poética: Joaquín Pasos (1914-1947), Leonel Rugama (1949-1970) y Carlos Martínez Rivas (1924-1998).
No intento afirmar que tenemos por allí unos cuantos Rimbaud desapercibidos pero es perentorio que todo artista joven sea tomado en cuenta y valorado por su obra (aunque esté en barbecho) y no por su edad.
"El pensamiento crítico de Beltrán Morales (1945-1986)" versa sobre la inconsistente participación de Erick en el Comando Beltraniano de Saneamiento Literario. Confiesa que lo consideraba algo "simplemente divertido", "un juego de muchachos malos". Creo que aquel fenómeno cultural "misterioso, polémico y quisquilloso", según la expresión del propio Aguirre, se merece, al menos, ser analizado con seriedad, si se quiere llegar a "impugnar el fardo horrible de la tradición".
Entreabriendo la ventana al mundo
"Predilecciones mundanas", la tercera sección del libro, contiene siete apreciaciones de autores no nicaragüenses: Cesare Pavese (1908-1950), Milan Kundera (1929), Jorge Luis Borges (1899-1986), Octavio Paz (1914-1998). La selección es breve y personalísima, al margen de la intención de trazar un panorama. ¿Y cómo podría ser de otra manera si los artistas nicaragüenses ignoramos las tendencias más recientes que se perfilan en la literatura de casi todos los países? Como es lógico, a nuestras librerías llegan los consagrados, los traducidos, los bestsellersiosos, sean buenos o malos (y en todo caso, muy caros). Las bibliotecas --con fondos incompletos y horarios exclusivamente para desempleados-- no ofrecen solución.
Entonces, a los lectores no nos queda más remedio que habitar distintos niveles de desconocimiento más o menos total. Tanta incomunicación en la época de la INTERNET es una calamidad, una vergüenza, pero este aislamiento rara vez se propone como tema para un debate a fondo. Erick Aguirre tampoco parece resentir la falta de contactos cosmopolitas y se solaza en su capacidad de acceder a lecturas relativamente amplias.
Las duras y las maduras
La última sección, con el título desabrido de "Otros temas", reúne doce escritos con desiguales pesos específicos. El autor expresa juicios interesantes (sin pretender que sean inapelables) sobre la controversial personalidad y obra de CMR, la a menudo invisibilizada trayectoria política de PAC, la confluencia de las corrientes cardenaliana y carlosmartiniana en la poesía actual de Nicaragua, la revista literaria "400 Elefantes", etc.
Pero en ocasiones los ensayos no alcanzan el nivel general de la visión crítica de Aguirre. En el caso del "Retrato del vanguardista adolescente", sucede eso de dar un consejo y quedarse sin él: Erick, que reprocha a los intelectuales nicas el no haber impugnado "el período fascista de las principales figuras de la Vanguardia", sólo presenta a un Joaquín Pasos "tradicional, revolucionario, enérgico, inquisitivo, crítico e inteligente". En la lista falta, como mínimo, un adjetivo: reaccionario. ¿Por qué omitirlo?
La reseña de "Trece veces nunca" de Lizando Chávez Alfaro (1929) se limita a exponer el contenido de los cuentos, inmerecidamente poco conocidos en Nicaragua, desaprovechando la oportunidad de hacer un análisis que Erick está en capacidad de realizar.
A lo largo de todo el compendio, se percibe una antipatía tenaz hacia el surrealismo: "oscuras viscosidades del subconsciente" (pág. 12), "sectario guerrero surrealista" (pág. 21), "moda pasada" (pág. 40), "tórrido y trasnochado surrealismo" (pág. 72), "experimentos surrealistas ya superados" (pág. 168). Estos ataques compulsivos más bien parecen un intento de convencer a sí mismo de que las indagaciones abisales no valen la pena.
Desaire al desgaire
El libro como objeto impreso es diseñado al desgaire. Las páginas se le desprenden con la primera hojeada: "tal en la era/ el desojar de pétalos de flores" (Santiago Argüello, 1871-1940). La causa es obvia: los del INC querían una publicación más barata posible y "la pasiaron".
Los créditos advierten que la edición estuvo al cuidado del autor, aunque más bien se trata del descuido, pues contiene gran cantidad de errores elementales, imperdonables. En la página 198, incluso el apellido de Erick aparece mal escrito, con una sola erre. En cambio, a Alejandra Pizarnik (1936-1972) pusieron dos (pág. 13). El "sumo sacerdote" del simbolismo ruso se llamaba Viacheslav Ivánov (1866-1940), no Viachesao Ivánoc (pág. 39). El nombre correcto del pintor francés mencionado en la página 161 es Antoine Watteau (1684-1721) y no Watheu.
También se dan confusiones de palabras de escritura similar. La página 26, en lugar de "aprensión" (temor vago y mal definido) dice "aprehensión" (acción de aprehender o coger). En la página 168 se alude a un lector "avisado", mientras el contexto indica que se trata de uno "avezado" (experimentado, conocedor).
Ya ni hablar de acentos faltantes o sobrantes, mayúsculas esporádicas y otras peccatas minutas que suman una gran negligencia. Lo que se le exculpa al monje, es pudendo para el obispo: un editor con la experiencia de Erick Aguirre no debió haber permitido este relajo, especialmente en vista de que "Juez y parte" será leído por muchos, en busca de recetas, respuestas, referentes y puntos de partida para el debate.
Aguirre, Erick, 1998: Juez y parte. Sobre literatura y escritores nicaragüenses contemporáneos, Managua: Instituto Nicaragüense de Cultura, 210 p.
*Istmo*
*Dirección: Associate Professor Mary Addis*
*Realización: Cheryl Johnson*
*Modificado 11/01/01*
*© Istmo, 2000*