Jeffrey Browitt
Literatura nacional y el ocaso del discurso
de la nación-estado en Centroamérica
Universidad de Monash, Australia
jeffrey.browitt@arts.monash.edu.au
*Bibliografía*

Resumen

En este trabajo se plantea cómo la novelística de América Latina en general y la de Centroamérica en la actualidad, ha reflejado el fracaso de los grupos del poder histórico (liberales y conservadores), en la construcción de un estado moderno. Para ello se vale del análisis de la obra narrativa del salvadoreño Manlio Argueta y del nicaragüense Sergio Ramírez.

 

La novelística latinoamericana históricamente ha proyectado imágenes de fracaso nacional a través de un discurso nostálgico que busca señalar la inhabilidad de los países de América Latina, para ponerse a la altura de las naciones-estado anglo-europeas y su desarrollismo triunfalista. Las novelas centroamericanas en general han seguido ese patrón. Como ejemplo de eso, en El señor presidente y la Trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias, encontramos no sólo un discurso de denuncia política anti-imperialista, sino también un retrato del fracaso del estado guatemalteco como nación por su incapacidad de emular el modelo de nación-estado europeo y norteamericano. Al nivel continental, los escritores del "boom" han sido el ejemplo más conocido en este sentido y continúan perpetuando este discurso, aún en sus obras más recientes: por ejemplo, Noticia de un secuestro de García Márquez y Los años de Laura Díaz de Carlos Fuentes.

Hoy día cuando empieza a vislumbrarse una nueva sensibilidad de unificación centroamericana, es importante analizar las novelas del "post-boom" producidas en el istmo para tratar de descubrir en qué medida esta nueva sensibilidad se plasma en el discurso de los escritores centroamericanos. En este artículo, haré referencia a las obras de Sergio Ramírez y de Manlio Argueta, con la intención de demostrar que sus obras se basan en una visión más solidaria entre los pueblos del área, una visión que transgrede las fronteras abstractas y falsas de las naciones políticas. Pero el estudio podría aplicarse a cualquier otra obra literaria en la cual se encuentren indicios de una sensibilidad post-nacionalista. Como marco teórico y contexto político-filosófico, haré referencia a la formación de las naciones-estado y el discurso de la identidad cultural nacional y a cómo este proyecto anglo-europeo no ha sido el más apropiado para las sociedades centroamericanas después de las guerras de independencia.

El nacionalismo se aprovecha de un fondo de sentimientos, memorias históricas, mitos, costumbres y tradiciones de los cuales va forjando una identidad basada en símbolos colectivos como la bandera, el himno nacional, las ceremonias conmemorativas, los días feriados nacionales, los monumentos a los héroes, la moneda del país y, lo que es muy importante, la historia nacional. En otras palabras, el nacionalismo busca establecer una cultura y una ideología civil comunes. Pero a fin de cuentas, es una invención sobreimpuesta en regiones y culturas que muchas veces tienen muy poco en común, o sobreimpuesta en regiones y culturas que no se prestan a divisiones políticas tajantes que tienden a aislar culturas que comparten muchos factores, como sucede con los pueblos de América Central.

Cuando Simón Bolívar ayudó a liberar algunos países de Hispanoamérica del control de España, rechazó tanto la herencia española por ser imperialista, como la herencia indígena por ser, en su opinión, retrógrada. Entonces sólo quedaba como visión para el futuro el racionalismo ilustrado en el cual se basaban las revoluciones en Francia y Norteamérica. Desde el principio se impuso un sistema ajeno a la realidad de sociedades que no se prestaban todavía a la formación de naciones-estado modernas, siendo sociedades semi-feudales social y económicamente y culturalmente heterogéneas. En el vacío administrativo en el período inmediatamente posterior a la independencia, surgieron estados de guerra dominados por caudillos y un sistema de clientelismo y paternalismo, sociedades militarizadas y en desventaja para hacer competencia con el coloso del norte y el expansionismo europeo. Centroamérica experimentó con una federación de repúblicas, similar a la federación naciente de los Estados Unidos, pero fracasó a causa de las fuerzas reaccionarias y conservadoras, especialmente los latifundistas.

Pero las fuerzas progresistas en Latinoamérica también sufren de la ideología de la Ilustración y Centroamérica es un ejemplo de esto. Además de lo poco apropiado de un sistema de naciones pequeñas expuestas a las fuerzas más potentes y avanzadas del Atlántico del Norte, tanto los liberales como los conservadores suprimieron las esperanzas y los modos de vivir de las culturas indígenas y otras minorías raciales y culturales. Es decir, el impulso homogeneizante y racionalista de la nación-estado iba en contra de la heterogeneidad radical de la mal llamada América "latina". México fue la excepción al principio ya que la insurgencia de 1810 proclamaba antiguos valores políticos y culturales de los indígenas. Pero ya para mediados del siglo XIX y el triunfo del liberalismo, se empezaron a destruir y dividir las tierras comunales de los indígenas y a fragmentar así sus culturas, que tenían poco que ver con la nación hispánica católica. Después, en la modernización parcial, las burguesías nacionales se entregaron a arreglos neo-coloniales a medida que trataban de homogeneizar sus naciones y emular a los europeos y los norteamericanos. El lamento liberal en América Latina ha sido siempre el mismo, la inhabilidad para cumplir con este proyecto.

En vez de concentrarse en el desarrollo de mercados internos y de una base industrial local, la mayoría de los países optaron por un arreglo neo-colonial, según el cual el desarrollo económico se concentraba en la industria de extracción orientada hacia la exportación de productos primarios a cambio de la importación de lujos y bienes manufacturados. Las industrias de extracción, la monocultura, la concentración de la tenencia de la tierra, sistemas de impuestos inadecuados y partidos políticos basados en el clientelismo y el compadrazgo, contribuyeron al fracaso en la modernización política y social. Los países latinoamericanos adoptaron políticas económicas liberales y capitalistas al estilo europeo (con toda la secuela de problemas de las nuevas formas de estratificación clasista y explotación laboral), pero nunca promovieron fuertemente los principios de ciudadanía política y cultura democrática. La modernización social y política para todos nunca estuvo en el orden del día. El desarrollo de una cultura democrática exitosa ha sido limitado no sólo por la persistencia del dominio oligárquico, el militarismo y la política clientelista, sino también por, como afirma Georg Yúdice: "la tendencia a entender la democratización en términos de la modernización, es decir, la erradicación de tradiciones cuyos modos ´encantados´ o ´auráticos´ de vivir pueden resultar contrarios a la coexistencia con otros o con los proyectos de las élites y sus aliados" (23). Esta actitud ha sido desastrosa para los indígenas y campesinos a quienes se ha intentado moldear a los proyectos desarrollistas, sean éstos de derecha o de izquierda. Este es el marco histórico-teórico que voy a utilizar para hablar de las obras de Manlio Argueta y Sergio Ramírez.

Las novelas de Argueta demuestran que lo que se debe hacer es romper con esa mentalidad que sólo ve una continuidad nacional armoniosa - las mentiras de las historias nacionales oficiales que se apropian de todo como si fuera parte de la misma historia por el simple hecho de compartir el mismo espacio geográfico. El título de su primera novela, El valle de las hamacas (1970), se refiere al apodo que los colonizadores españoles le dieron al valle donde hoy en día se encuentra San Salvador. Como se sabe, la trama tiene que ver con un grupo de guerrilleros ineptos que buscan un tesoro de armas escondidas en un lugar remoto del istmo de Centroamérica. La novela es una ocasión para burlarse de la historia ignominiosa de El Salvador, producto de una larga trayectoria de colonización forzada y del atraso político. Pero también es posible mirar la novela de otra manera. El título tiene una alta carga simbólica que contrasta con la falsedad de las naciones-estado modernas: se refiere no sólo a una región geográfica centroamericana, sino también a una cultura precolombina que no se puede sustituir por, ni comparar con, la nación salvadoreña moderna: solamente la ideología nacionalista hace esto. Sólo podemos indicar los restos de la cultura indígena que tratan de sobrevivir a los estragos de la modernidad y regenerarse. Caperucita en la zona roja (1977) y Un día en la vida (1980), las novelas que siguen, sirven para demostrar que las naciones-estado en Centro América han beneficiado sólo a las élites que, a través de sus aparatos de represión, han logrado imponer "su" visión del mundo.

El título de la siguiente novela De Argueta, Cucaztlán, donde bate la mar del Sur (1986), se deriva de un documento histórico, la Carta de Relación (1524) del capitán Pedro de Alvarado, en la cual se refiere al lugar "donde bate la mar del Sur en él". El referente geográfico del título alude bellamente a un pasado ajeno a la realidad del estado moderno y sus fronteras políticas abstractas. Cucaztlán no puede ser lo mismo que El Salvador, a pesar de las semejanzas geográficas. La cultura precolombina era bastante diferente a la cultura nacional moderna, erigida ésta por las clases dominantes sobre los cuerpos de los indígenas, cuyas tradiciones perduran, a pesar de todo. Así nos habla uno de los personajes indígenas de la novela:

"Me pongo a pensar: ¿qué sería de nosotros sin el maíz? Nada. Toda la vida comemos tortilla y sal. Los campesinos. Así crecí yo. Así hemos amado y vivido. A veces había frijoles. También comemos hojas, cantidad de hojas: de chaya, de tamarindo, de jocote, de naranjo, de plátano. Comemos flores: de escobilla, de izote, de pito, de loroco, de madrecacao. Y montón de raíces y hierbas. A veces nos caía un animal bendito: garrobo, iguana, conejo, cusuco, tepescuintle, tacuazín, chancho de monte, venado, palomas alas blancas y tortolitas, culebra masacua. Pero ante todo, preferimos tortillas con sal. No pueden faltar en ningún tiempo de comida. Además, es lo único que nos llena el estómago . . . vivir es una cosa: mantener el cuerpo libre de enfermedades, no morirse de hambre ni de diarrea. Más de la mitad de los cipotes de una familia mueren por esa causa. Quizás por eso queremos tener una familia grande. Para que no se termine la raza . . . . También debemos sobrevivir. Esto es otra cosa." (Argueta, 1986: 10-11)
Esta no es la narrativa de un ciudadano de un estado moderno nacional, sino la de una víctima de la modernidad y el triunfalismo de la nación-estado; este personaje no comparte nada con el estilo de vida ni las ambiciones de las clases dominantes.

En la misma novela, Pedro Martínez, a quien encontramos por primera vez en Un día en la vida, es responsable, aunque sea indirectamente, por la muerte de su propio abuelo durante una interrogación militar. Martínez ha sido reconstruido, o indoctrinado, por el nacionalismo extremista que coloca la gloria de la nación-estado en su lucha contra los guerilleros por encima de una vida humana, la de su abuelo. Al principio, durante el interrogatorio, el cabo Martínez no reconoce a su abuelo ya que ha vivido 25 años fuera de su tierra natal, aunque hay un eco de un espacio geográfico-sentimental en las reflexiones del viejo: "Desde que le había preguntado el nombre al viejo, el cabo dejó de anotar en su libreta. El canto de los torogoces le había interrumpido el hilo de las preguntas rutinarias. Como si se le hubiera hecho un vacío que duraba veinticinco años." (246). Ahora, el narrador enmarca este evento en términos de la miltarización forzada de la sociedad salvadoreña. La pobreza absoluta lleva a algunos a aceptar una carrera en el ejército, o por el reclutamiento forzado, o como la única manera de sobrevivir. Típicamente, se han analizado tales hechos así y el narrador insinúa que la indoctrinación tiene que ver con la "defensa de los intereses del individuo" (247). Pero igualmente se podría mirarlo desde el ángulo de las contradicciones de la nación-estado moderna. Siempre han existido las guerras entre distintos grupos sociales, pero sugiero que es sólo dentro de la nación-estado militarizada del siglo XX que una persona de la misma cultura, la misma región, la misma clase, el mismo grupo socio-económico, de hecho de la misma familia, mata a su prójimo: "Grandes inversiones económicas y morales se han hecho para convertirlo en hombre diferente. La patria y el sentido de humanidad han sido hipotecados. Pero no importa si el hombre y la patria es él, por algo se le ha dado la instrucción . . . para apretar el gatillo" (247). Sólo el nacionalismo y su facilidad para moldear la conciencia de la gente parece tener la fuerza ideológica necesaria para suprimir la lealtad familiar en pro de la "salvación de la nación". En la cita la palabra "patria" tiene una profundidad afectiva que no tiene la mera "nación" y su sentido abstracto. Justamente lo que se ha hipotecado y lo que se pierde al pasar de la patria geográfica a la nación abstracta es la pertenencia cultural, lo que se lleva adentro, el lugar de nacimiento.

En las obras de Sergio Ramírez, vemos indicios de la misma sensibilidad, aunque sea inconsciente y no se subraya como tema principal. Tomadas como un conjunto, muchas de sus novelas recopilan la trayectoria de Nicaragua en este siglo. Ya se ha distanciado del caudillismo de los sandinistas para dedicarse a una genealogía de la nación a través de representaciones estéticas de la historia nacional, que es a la vez una historia personal. Emprende la reconstrucción a través de la literatura de una historia periódicamente iluminada y reivindicada por un poeta-héroe, Rubén Darío, o un héroe anti-imperialista, Sandino, pero la mayoría de las veces degradada por la dictadura y la avaricia de la burguesía y su estrechez de miras. El efecto acumulativo de este proyecto reconstructivo es, igual al de las novelas de Argueta, la revelación de una historia alternativa. Cuestiones de geografía y nacionalismo en Centroamérica se cruzan con la política y la colusión de las burguesías entre sí.

Ya en ¿Te dio miedo la sangre? (1977) hay indicios de esta problemática del discurso nacionalista. Ramírez nos crea una visión concreta de la figura del dictador centroamericano y la opresión de más de 30 años de la tiranía somocista. Somoza no es más que el resultado de las mismas tendencias ya descritas al principio: la nación-estado moderna como vehículo para el despojo del presupuesto nacional por parte de la burguesía y sus mal nacidos hijos como el tiranuelo Somoza. Pero dentro de esta novela de denuncia, que nunca cae en el panfletismo, hay indicios de una mentalidad que supera el nacionalismo estrecho. Se trata de la transgresión de las fronteras políticas impuestas sobre la geografía. La geografía desempeña un papel aún por estudiarse en la novelística de Ramírez. En los siguientes dos fragmentos de la novela, vemos cómo los personajes no perciben ningún cambio en los paisajes a medida que van pasando de un país a otro. El primer fragmento tiene que ver con el desplazamiento de una familia de Costa Rica a Nicaragua en busca de una nueva vida:

"Y abandonan un día San Juan del Norte para irse a Puerto Cabezas a bordo de un remolcador, y con ellos se van también los demás pobladores que a la voz de Taleno el padre dejan sus tambos y lo siguen en busca de un lugar llamado La Misericordia junto al río Macuelizo, donde es fama que se han denunciado placeres de oro tan espléndidos que las arenas del lecho se divisan amarillear de lejos, y los pies, al meterlos en el agua se impregnan de un pegajoso polvo dorado . . . Y cuando ya navegan a lo largo de la línea de la costa, Trinidad asomándose a la borda pregunta si aquel país divisado desde el remolcador es el mismo de donde ahora vienen; y Taleno el padre les señala entonces que todo aquello azul en la lejanía es en verdad lo mismo: Nicaragua." (Ramírez, 1977: 23-24)
El segundo fragmento trata de la entrada en tierra nicaragüense de un grupo guerrillero:
"Y mientras caminaban por un terreno escabroso, les contaría, bordeando las rocas desnudas y filosas de una ladera que se despeñaba hacia una garganta profunda, Taleno a la vanguardia de la fila india se detuvo para señalar las lomas vecinas, los pinares oscuros en las crestas, desde las que les llegaba con el viento un suave olor a ocotes; ´aquí es ya Nicaragua, muchachos.´ Y al avanzar y hundir las botas en el barro, tarde había reparado él que ese era ya el barro de Nicaragua, sorprendido entonces por la falta de novedad, porque cuando en las pensiones donde estuvieron escondidos en Tegucigalpa se hablaba de este preciso momento de trasponer la frontera, se imaginaba que los árboles, piedras, hasta el barro, iban a cambiar de sustancia y de color, iban a lucirle distintos apenas le dijeran: aquí es ya Nicaragua." (ibid.: 231-232)
Como ven en esta cita, no sólo se trata de, como se dice, "burlar la vigilancia de numerosas patrullas de los ejércitos de ambos países" (231), sino también de una burla de la noción de divisiones tajantes entre las naciones centroamericanas. Se crea el efecto en la novela de un mundo doble, o dos mundos sobreimpuestos: las naciones-estado políticas vigiladas por la policía y los militares al pago de las burguesías nacionales, y por debajo, el movimiento constante de la guerilla y la solidaridad de la gente común y corriente.

En Castigo divino, por ejemplo, lo que más impresiona a veces al leer la novela por primera vez es la manera en que los personajes se desplazan de país a país con una facilidad y una familiaridad desconocidas en otras naciones hispanoamericanas. No sólo hay saltos temporales sino saltos espaciales, una suerte de transgresión del espacio sin pedir permiso, lo que crea la sensación de fronteras inestables y perforadas como si la gente fuera de todas las regiones a la vez. Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, los países que más figuran en la novelística de Ramírez, sirven como punto de partida para un personaje o una familia que huye de la represión o de la pobreza, o como refugio para un grupo guerrillero. La muerte a manos de la Guardia Nacional del joven idealista Oliverio Castañeda, que prefigura el asesinato de Sandino, se debe no sólo a su oposición al orden autoritario en Nicaragua, sino también a que está confabulando contra el nuevo dictador, General Jorge Ubico, en Guatemala; es decir, la lucha es la misma. En la novela Ramírez busca ajustarle las cuentas a una burguesía nacional narcisista y retrógrada, desagraviando la historia nacional mediante una literatura que se basa en la letanía de explotación y traición. Como apunta Peter Ross:

"Como escritor centroamericano, Ramírez tiene la intención de revelar el nexo entre Nicaragua y los otros países de Centroamérica y su relación con el coloso del norte, los Estados Unidos. Muestra cómo la burguesía nicaragüense tiene lazos económicos y de familia con sus contrapartes en los otros países de América Central. Y el proceso mediante el cual Somoza toma el poder se repite en otros países de la región a medida que la crisis económica de los años 30 socava el poder de la élites tradicionales." (170; traducción mía)
Finalmente, en su novela más reciente, Margarita está linda la mar (1998), Ramírez ilustra la vida de dos de las figuras más imponentes en el imaginario nacional, figuras que son parte de la conciencia histórica de los nicaragüenses: Rubén Darío y Anastasio Somoza. Ramírez hábilmente combina sus dos pasiones principales, la literatura y la política, las concentra en dos de sus obsesiones personales - las vidas del poeta y del dictador - revelando a la vez dos caras opuestas de la nación: la visión poética e internacionalista de Darío y la fraudulenta y sanguinaria represión del Tacho Viejo. Hay una suerte de desconstrucción de un mito nacional en que el personaje de Darío aparece como endeudado, desaliñado, enfermizo y borracho hasta tal punto en que en su ebriedad estalla su cerebro. La novela comienza con la vinculación de las dos figuras nacionales a través de una visita de Somoza a la tumba del poeta en León el día en que aquél es proclamado candidato presidencial. El entierro de Darío 50 años antes hace que sus vidas coinicidan, un paralelismo poético y triste en dos niveles y un símbolo de la doble cara de la historia nicaragüense del siglo XX: la belleza y el horror.

En conclusión, no hay respuesta a qué hay más allá de las naciones-estado, sólo planteo la problemática tal como la veo. Uno podría ser acusado de compartir la ideología del neoliberalismo global y su deseo de acabar con las fronteras nacionales, que ahora impiden la lógica capitalista en su fase más reciente y brutal. Pero hay otras visiones post-nacionalistas basadas en la idea de una sociedad civil global y apuntaladas en la perenne búsqueda de justicia social y el rescate del medio ambiente de los avances demoledores de la industrialización desenfrenada. Gioconda Belli, por ejemplo, presenta una conciencia ecologista que se manifiesta claramente en sus novelas, una preocupación que también sobrepasa los límites fronterizos. Quizás, entonces, la mejor manera de empezar a romper con los nacionalismos estrechos en Centroamérica sea justamente a través del imaginario literario y la reafirmación en las obras del post-boom de los lazos culturales en común. En sus obras y en sus ires y venires por el istmo, escritores como Manlio Argueta y Sergio Ramírez nos ofrecen un ejemplo de cómo unirse a lo mejor del linaje histórico de luchadores por la paz y la justicia que serán la redención de América Central, más allá de las banderitas nacionales. Y ese es el reto para todos nosotros en el siglo XXI: cómo forjar lazos de hermandad internacional, una sociedad civil global basada en una democracia real, a la vez que tratamos de mantener la integridad de nuestra identidad cultural particular, sea ella local, regional o aun nacional. El dilema de los nicaragüenses y los salvadoreños es el dilema de todos los centroamericanos y es también el dilema de las otras fuerzas progresistas en América Latina: ¿cómo cumplir con una de las metas principales de la revolución, a saber, la protección de la soberanía nacional, y por otra parte fomentar la unificación política y económica de Centroamérica? Este plan se complica aun más porque el "caudillismo izquierdista", igual que la influencia de las élites, pasa por los aparatos institucionales nacionales; es decir, en nombre de la nación, se hace de todo.

 © Jeffrey Browitt 
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